jueves, 31 de octubre de 2019

Santo Evangelio del Día 31 de octubre

VIGILIA DE TODOS LOS SANTOS

Fiesta Simple
(ornamentos morados)

Las almas del los justos están en manos
 de Dios y no les llegará tormento que las dañe.
(Sabiduría III, 1-3)



Lección
En aquellos días: Yo Juan vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra.» Y en la visión oí la voz de una multitud de Angeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: «Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.»
Apocalipsis V, 6-12

Evangelio
En aquel tiempo: Al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Dícele Jesús: «Yo iré a curarle.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.» Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora sanó el criado.
Mateo VIII, 5-13



Catena Aurea

Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum in Matthaeum, hom. 22

Este centurión es el fruto primero de los gentiles, en comparación de cuya fe se considera como infidelidad la fe de los judíos. No había oído la predicación de Jesucristo, ni visto la curación del leproso. Pero habiendo oído contar esta curación, creyó más que lo que oyó, viniendo a ser el misterio o figura que representaba la futura conversión de los gentiles, quienes no habían leído la ley ni los profetas respecto de Cristo, ni habían visto al mismo Jesús hacer milagros. Se acercó, pues, el centurión a Jesús rogándole y diciéndole: "Señor, mi siervo está postrado en casa, paralítico y reciamente atormentado". Veamos aquí la bondad del centurión, que tanta solicitud mostraba por la salud de su siervo, como si ningún daño de dinero, sino de salud, hubiera de experimentar con la muerte de aquél. No veía diferencia alguna entre el siervo y el señor, porque aunque la dignidad sea diferente entre ellos según el mundo, la naturaleza de ambos es igual. Veamos también aquí la fe del centurión, el cual no dijo: "Ven y sánalo", porque, habiendo llegado allí, estaba presente en todas partes, e igualmente su sabiduría, porque no dijo: "Sánale desde aquí". Sabía, pues, que tenía poder para hacerlo, sabiduría para comprenderle y caridad para oírle. Por lo tanto se limitó a exponer la enfermedad, dejando el remedio de la curación al arbitrio de su misericordia, diciendo: "Y es reciamente atormentado". En esto manifiesta que le amaba, pues el que ama a uno que está enfermo, siempre cree que el mal que padece es de mayor gravedad que el que realmente tiene.


San Hilario, homiliae in Matthaeum, 7

En sentido espiritual pueden llamarse gentiles los enfermos de este mundo, debilitados por las enfermedades de los pecados, cayendo de todas partes sin fuerza sus miembros, incapaces de poderse tener de pie e inútiles para la marcha. El misterio de su conversión se halla en la curación del siervo del centurión, de aquél de quien ya hemos dicho bastante que era el príncipe de las gentes que habían de creer. Quién sea este príncipe lo dice el cántico de Moisés en el Deuteronomio ( Dt 32,8), donde por cierto dice: "Constituyó como término de las gentes el número de los ángeles del Señor".


San Agustín, super Genesim contra Manichaeos, 1, 8

¿Quién puede decirse que había infundido la fe en el centurión, sino el mismo que la admiraba? Y si era otro el que la había infundido, ¿cómo la admiraba Aquel que todo lo sabe? El Señor admira para enseñarnos lo que debemos admirar nosotros, que aun necesitamos ser movidos así. Por lo demás, estas emociones no anunciaban en El la perturbación del alma, sino que constituían parte de su enseñanza.









Sea todo a la mayor gloria de Dios.

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