jueves, 30 de abril de 2020

WAY MAKER - Aqui estas - ESPAÑOL CON (letra)

¿Acaso no es éste el hijo del carpintero?


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.



¿Acaso no es éste el hijo del carpintero?
Viernes 1o de mayo
¡Paz y Bien!
Evangelio
Mateo 13, 54-58
En aquel tiempo, Jesús llegó a su tierra y se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de tal forma, que todos estaban asombrados y se preguntaban: "¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama María su madre y no son sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Qué no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde, pues, ha sacado todas estas cosas?" Y se negaban a creer en él.

Entonces, Jesús les dijo: "Un profeta no es despreciado más que en su patria y en su casa". Y no hizo muchos milagros ahí por la incredulidad de ellos.
Palabra del Señor

Liturgia de la Palabra:

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Pascua de Resurrección del Señor.

iturgia de la Palabra:

01/05/2020
Viernes de la tercera semana de Pascua.
PRIMERA LECTURA
Ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a los pueblos
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 9, 1-20
En aquellos días, Saúl, respirando todavía amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presento al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, autorizándolo a traerse encadenados a Jerusalén a los que descubriese que pertenecían al Camino, hombres y mujeres.
Mientras caminaba, cuando ya estaba cerca de Damasco, de repente una luz celestial lo envolvió con su resplandor. Cayó a tierra y oyó una voz que le decía:
«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
Dijo él:
«¿Quién eres, Señor?».
Respondió:
Soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tienes que hacer».
Sus compañeros de viaje se quedaron mudos de estupor, porque oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía. Lo llevaron de la mano hasta Damasco. Allí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber.
Había en Damasco un discípulo, que se llamaba Ananías. El Señor lo llamó en una visión:
«Ananías».
Respondió él:
«Aquí estoy, Señor».
El Señor le dijo:
«Levántate y ve a la calle llamada Recta, y pregunta en casa de Judas por un tal Saulo de Tarso. Mira, está orando, y ha visto en visión a un cierto Ananías que entra y le impone las manos para que recobre la vista».
Ananías contestó:
«Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus santos en Jerusalén, y que aquí tiene autorización de los sumos sacerdotes para llevarse presos a todos los que invocan tu nombre».
El Señor le dijo:
«Anda, ve; que ese hombre es un instrumento elegido por mí para llevar mi nombre a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que tiene que sufrir por mi nombre».
Salió Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y dijo:
«Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció cuando venías por el camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno de Espíritu Santo».
Inmediatamente se le cayeron de los ojos una especie de escamas, y recobró la vista. Se levantó, y fue bautizado. Comió, y recobró las fuerzas.
Se quedó unos días con los discípulos de Damasco, y luego se puso a anunciar en las sinagogas que Jesús es el Hijo de Dios.
Palabra de Dios.

Santa misa de hoy ⛪ Jueves 30 de Abril de 2020 - Tele VID

Un nuevo despertar, Jueves 30 de Abril 2020 �� - Tele VID

LA GRACIA 2020/04/30 Comulgar creyendo

April 30 2020 Regina Coeli and Rosary Cardinal Comastri

Alabado Sea Dios Por El Gran San José 30 DE ABRIL DE 2020 EL P. ED BROOM OMV



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Los teólogos atribuyen a Dios el culto de Latria, el de la adoración. Luego a María la de Hyperdulia, la más alta veneración. A los santos se les atribuye Dulia: el culto a la veneración. Finalmente, el buen San José tiene la clase especial de homenaje y veneración titulada la de Protodulia, esto significa, ¡el primero en el culto a la veneración! ¡En cierto sentido, San José está en una clase solo, debido a su santidad, su grandeza y su misión sublime!

San Bernardo de Siena y San Francisco de Sales señalaron que Dios siempre dará a cada persona las gracias específicas necesarias para llevar a cabo con fidelidad su misión o vocación específica en la vida. El Sacramento del Matrimonio otorgará a la pareja las gracias suficientes para amarse unos a otros hasta que la muerte los separe, para ser fieles hasta el final y para aceptar y criar hijos en el Temor del Señor y amar por Su santa voluntad. El Sacramento del Orden Sagrado capacitará al hombre para llevar a cabo sus deberes sacerdotales de predicación, celebrar el Santo Sacrificio de la Misa y reconciliar las almas con Dios a través del Sacramento de la Reconciliación con gracia y perfección. Por supuesto, aquellos que reciben tales sacramentos deben corresponder fielmente a las gracias específicas relacionadas con esos sacramentos.

SAN JOSÉ Y SU MISIÓN. Dado que el buen San José fue llamado a una misión muy sublime, como resultado de esto, Dios ciertamente dotó a San José de las gracias correspondientes en proporción a su misión más elevada. En otras palabras, Dios nunca le ordenará a nadie que lleve a cabo una misión, ya sea pequeña o sublime, sin otorgarle a esa persona las gracias suficientes para llevar a cabo esa misión fielmente y con gran amor.

Santa Marta, 30 abril 2020, Papa Francisco

La presencia real de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía Cfr. J. Ratzinger, Die Nähe des Herrn im Sakrament. Die wirkliche Gegenwart Christi im eucharistischenSakrament, en «Eucharistie-Mitte der Kirche», München 1978, pp. 49-66, 70ss. Dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotras. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres y murieron. El que come este pan vivirá eternamente». Dijo todo esto enseñando en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,48-59). Santo Tomás de Aquino en su sermón del día del Corpus tomó del quinto libro del Pentateuco el texto en el que se expresa la alegría de Israel por su elección, por el misterio de la Alianza. El texto dice: «¿Qué nación hay tan grande, que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros nuestro Dios?» (Dt 4,7) [1]. Se puede apreciar cómo Tomás convoca a una alegría triunfal porque estas palabras del Antiguo Testamento solamente han encontrado su pleno cumplimiento en la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. Pues si Dios en Israel, a través de su Palabra había descendido hasta Moisés, acercándose a su pueblo, lo que ha sucedido ahora es que él mismo se ha encarnado, se ha hecho hombre entre los hombres, y se ha quedado entre nosotros de tal manera que se ha puesto en nuestras manos y en nuestro corazón a través del misterio del pan consagrado. Partiendo de esta alegría de que verdaderamente somos el «pueblo de Dios», de que Dios está tan cerca de nosotros que es imposible aproximarse más, surgió en el siglo XIII la fiesta del Corpus como un himno apropiado de agradecimiento por tal suceso. Pero todos sabemos que aquello que propiamente es motivo de alegría (y debe serlo), también es piedra de tropiezo, punto de crisis, yeso desde el principio. Pues en la lectura del evangelio de san Juan hemos escuchado cómo ya en este primer anuncio de la Eucaristía muchos murmuraron y se rebelaron. Desde entonces esa murmuración se ha mantenido a través de los siglos y ha llegado también a herir profundamente a la Iglesia de nuestra generación. No queremos a Dios tan cercano, no lo queremos tan pequeño, inclinándose; lo preferimos grande y lejano. Por eso surgen cuestiones que pretenden mostrar la imposibilidad de tal cercanía. Si en esta meditación consideramos alguna de estas cuestiones, no se trata de dejarse llevar por un afán de polémica, sino de profundizar cada vez más en nuestra afirmación de fe, volver a experimentar su alegría y, de ese modo, renovar una vez más tanto nuestra oración como nuestro conocimiento de la Eucaristía. Hay tres cuestiones principales con las que se enfrenta la fe en la presencia real del Señor. ?La primera es: ¿puede realmente decirse que la Biblia lo sostiene? ¿nos lo presenta así, o es más bien una ingenua incomprensión de tiempos posteriores, que aminoran la excelencia y la espiritualidad del cristianismo transportándola a lo pequeño y eclesial? ?La segunda cuestión sería: ¿puede ser realmente verdad que un cuerpo material se manifieste en cualquier tiempo y lugar? ¿tal cosa no contradice de modo palmario los límites esenciales de la corporalidad? ?La tercera pregunta puede formularse así: ¿la moderna ciencia natural, con todo lo que ella entiende bajo el término «sustancia» y acerca de la materia, no ha superado los correspondientes dogmas de la Iglesia de tal manera que, en un mundo científico, hemos de arrojarlos definitivamente como chatarra, pues ya no son conciliables con el pensamiento actual? Vayamos con la primera cuestión: ¿se dice eso en la Biblia? Ya sabemos que en el siglo XVI este conflicto se presentó, desgraciadamente, como conflicto en torno a una palabra, la palabra «es»: «Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre». Este «es», ¿significa realmente la presencia corporal en toda su intensidad? ¿o tiene sólo un sentido figurado, de modo que debería traducirse como «Esto representa mi cuerpo y mi sangre»? Durante mucho tiempo los estudiosos han discutido incansablemente sobre esta palabra, y han comprendido que la discusión sobre una sola palabra, sacada del contexto, sólo puede conducir a un callejón sin salida; pues, así como en una melodía el tono sólo conserva su importancia con ensamblaje de todo, y solamente puede comprenderse desde el conjunto, así también las palabras de una frase sólo pueden entenderse desde la totalidad de sentido del conjunto de ella, en la que cada una tiene su lugar; o sea, hemos de preguntarnos por el conjunto. Hagamos, pues, eso y veremos que la respuesta de la Biblia está muy clara. Acabamos de escuchar las: dramáticas palabras de Jesús en el evangelio de san Juan, cuya claridad es insuperable: «Quien no come mi carne ni bebe mi sangre, no puede tener vida... mi carne es verdadera comida...» (6,53.55). Cuando surge la murmuración de los judíos el enfrentamiento hubiera podido fácilmente evitarse con unas simples palabras tranquilizadoras del estilo de: Amigos, no os alteréis, sólo era un discurso simbólico, la carne únicamente representa la comida. ¡pero no lo es! Sin embargo, nada de esto aparece en el evangelio: Jesús rechaza tal suavización y dice, con mayor énfasis aún, que este pan tiene que ser comido corporalmente. Afirma que la fe en el Dios encarnado cree en un Dios corporal, y que esta fe solamente es verdadera y plena, solamente llega a ser auténtica cuando es carnal, cuando es acontecimiento sacramental en el que el Señor en persona asume nuestra existencia corporal. Pablo compara el momento de la comunión con la unión corporal entre el varón y la mujer para expresar toda la intensidad de esta fusión, y refiere a la comprensión de la Eucaristía las palabras del relato de la creación: «los dos (varón y mujer) son una sola carne» (Gn 2,24); añadiendo: «Quien se une al Señor es un solo espíritu con él (es decir, una nueva existencia única, que surge del Espíritu Santo» (1 Co 6,16). Cuando escuchamos esto, experimentamos ya de inmediato algo de lo que hemos de entender como presencia de Jesucristo. Esa presencia no es algo pasivo, sino una fuerza que nos atrapa y nos absorbe, queriéndonos introducir en ella [2]: San Agustín, en su devoción a la comunión, lo comprendió perfectamente. En el tiempo anterior a su conversión, en sus cavilaciones sobre la corporalidad del misterio cristiano, que le resultaba completamente inaccesible desde el idealismo platónico, tuvo una especie de visión en la que escuchaba una voz que le decía: ¡cómeme! Pero no serás tú el que me transformes a mí, sino que seré yo quien te transformaré a ti en mí» [3]. En las comidas habituales el hombre es el más fuerte: es él quien toma las cosas y es él quien las asimila, de modo que llegan a formar parte de su propia sustancia: ellas se transforman en él construyendo su cuerpo material, su propia existencia. Pero en nuestra relación con Cristo sucede a la inversa: el centro es él, él el protagonista. Cuando comulgamos verdaderamente, eso quiere decir que somos despojados de nosotros mismos y asimilados por él, que somos hechos uno con él y, a través de él, con la comunidad de los hermanos. Alcanzamos así nuestra segunda cuestión: ¿puede realmente suceder que un cuerpo material se haga presente de manera que esté en la multitud de hostias, y que superando cualquier tiempo y lugar sea siempre ese mismo cuerpo? Ahora bien, ante todo hemos de ser bien conscientes de que nunca podremos comprender plenamente esto, pues lo que aquí sucede proviene de la realidad de Dios y de la realidad de la resurrección; y nosotros no vivimos en esa realidad, sino que vivimos a este lado de la frontera de la muerte. Así, nosotros podríamos imaginar una figura que no tuviera tres dimensiones (longitud, anchura y altura), sino solamente dos y fuera solo extensa, una superficie, pero tal esencia bidimensional nunca podría imaginar la tercera dimensión, por el simple hecho de carecer de ella; solamente podría intentar pensar más allá de sus límites, sin poder con ello realmente abarcar en su comprensión la plenitud de eso otro supuesto. Justamente eso mismo nos sucede aquí a nosotros: vivimos en el mundo de la muerte y podemos pensar más allá de él, intentando aproximaciones al mundo de la resurrección; pero éste seguirá siendo siempre el otro, que nunca lograremos entender del todo. Este mundo nuestro sigue estando en los límites de la muerte, en la que estamos inmersos y dentro de la cual vivimos. Pero podemos intentar aproximaciones; y una de ellas se nos abre cuando caemos en la cuenta de que la palabra «cuerpo» («Esto es mi cuerpo»), en el lenguaje bíblico no significa simplemente el cuerpo, en oposición al espíritu. En el lenguaje bíblico la palabra «cuerpo» significa más bien la totalidad de la persona, en la cual lo corporal y lo espiritual son inseparables. Por eso, «esto es mi cuerpo» significa: esto es la totalidad de mi persona en la medida en que se actualiza en la corporalidad. Sin embargo, conocer la índole de esa persona es algo que experimentamos a partir de las palabras que siguen: «que se entrega por vosotros»; es decir, el ser de esa persona es ser-para-los-demás; su esencia más íntima la constituye el entregarse. Y por eso, como se trata de la persona en su integridad, y como ella misma desde su interioridad consiste en «estar abierta», en entregarse, también puede ser compartida. Podemos comprender esto algo más desde la experiencia de nuestra propia corporalidad. Si meditamos sobre el significado del cuerpo para nosotros, notaremos que éste conlleva una cierta contradicción. Por un lado, es la barrera que nos separa de los demás: donde está mi cuerpo no puede haber ningún otro; y si estoy en un lugar, no puedo estar simultáneamente en otro. De este modo, el cuerpo es el límite que nos separa a unos de otros, y ello implica que, de un modo u otro, seamos extraños unos para otros. Nuestra mirada no es capaz de penetrar en el otro; la corporalidad vela su interior, que nos permanece oculto; incluso podemos decir que somos extraños para nosotros mismos. Porque tampoco podemos descender a nuestra propia profundidad interna. Por un lado, pues, esto: el cuerpo es la barrera que nos hace mutuamente opacos, impenetrables, que nos coloca a nosotros enfrente de los demás y nos impide ver y palpar el reducto íntimo del otro. Pero también es cierta una segunda cosa: el cuerpo es, además, un puente, pues a través de él nos encontramos unos a otros, a través de él comulgamos con la materia universal de la creación; gracias a él podemos vemos, sentimos, estar próximos unos de otros. En los gestos corporales se revela quién es el otro y cómo es; en su forma de mirar, de observar, de actuar, de entregarse, lo percibimos; el cuerpo nos conduce a unos hacia los otros. El cuerpo es, a la vez, limitación y comunión. Por eso la corporeidad puede ser vivida de diversos modos: se puede vivir encaminándola prioritariamente al aislamiento o hacerla en dirección a la comunión. Porque la corporalidad uno puede dirigirla, dirigiendo con ello su persona, a la cerrazón, para vivir en el egoísmo, replegado en sí mismo, y conservando únicamente las barreras separadoras, sin abrirse a ningún encuentro con los demás. Tendríamos entonces lo que Albert Camus describió una vez como la trágica situación de la relación humana: es como si dos personas estuvieran separadas por la pared de cristal de una cabina telefónica: ellos se ven, están muy próximos, y, sin embargo, está esa pared que los hace mutuamente inaccesibles. Es como un vidrio opalino que sólo nos permite suponer esbozos. El hombre puede, por tanto, vivir centrado en el «cuerpo material» y cerrarse egoístamente de tal manera que su cuerpo solamente sea obstáculo y barrera que excluya la comunión y en el que no se encuentra realmente con nadie, porque no Permite a nadie el acceso a su interior, que mantiene clausurado. Pero la corporeidad también puede vivirse del modo contrario: como abrirse, como expresión de libertad del hombre, que se entrega. Todos sabemos que esto también se da, que también nosotros traspasamos los límites y nos aproximamos los unos a los otros, accediendo al interior de los demás. Eso mismo que llamamos telepatía no es sino el caso más superficial de lo que de modo mucho más profundo se da en todos nosotros: sentimos tocados en nuestro centro más íntimo, estar cerca del otro a pesar de la distancia. En realidad, hablar de resurrección significa, simplemente, que desaparece el cuerpo como obstáculo y que permanece todo lo que hay en él de comunión. Jesús pudo resucitar, resucitó, porque él, como el Hijo que mantuvo su amor en la cruz, llegó a ser absoluta entrega de sí mismo. Y haber resucitado significa ser susceptible de comunión, significa estar «abierto», ser el que se regala. Comprenderemos así también que Jesús, en el discurso eucarístico transmitido por Juan, reúna Eucaristía y resurrección, y que los Santos Padres digan que la Eucaristía es la medicina de la inmortalidad [4]. Comulgar es entrar en comunión con Jesucristo y significa entrar por él, el único que pudo superar los limites, a un horizonte de apertura y, así, con él, desde él mismo, ser capaces de resucitar. Pero de todo esto se desprende algo más: lo que nos es dado aquí no es un ejemplar corporal, una cosa material, sino que es él mismo, el resucitado, la persona que se nos ha entregado a través de su amor, un amor atravesado por la cruz. Y esto quiere decir que comulgar es siempre un acontecimiento personal. Nunca es un simple rito comunitario que desarrollamos como cualquier otra de las actividades comunitarias; porque en la comunión entro en comunión con el Señor que se me entrega. La comunión sacramental tiene por ello que ser siempre también comunión espiritual, y por eso la liturgia previa a la comunión pasa del «nosotros» litúrgico al «yo» [5]. Ahora se me exige a mí mismo, soy yo ahora quien tengo que ponerme en marcha, yo quien le sale al paso, quien le llama. La comunidad eucarística de la Iglesia no es ningún colectivo en el que la comunidad se consigue a través de llegar a un mínimo común denominador, sino que ella se constituye en tal comunidad porque nos mantenemos por completo tal como somos. No supone la disolución del yo en favor de la colectivización, sino que surge porque nos abrimos a ella manteniendo nuestra integridad personal al formar parte de esa nueva comunidad; solamente así surge algo distinto a una mera colectividad, solamente así crece realmente tanto en sus raíces como en su centralidad y en profundidad, la mutua y enriquecedora referencia de los hombres unos a otros. Y porque sucede así, la incorporación personal a Cristo, la plegaria individual, debe preceder a la comunión; y por eso también exige después un momento de calma en el que hablemos íntimamente con el Señor que está presente. Quizás esto es algo que todos hemos olvidado demasiado en los últimos decenios. Hemos redescubierto la comunidad, la liturgia como fiesta del compartir, y esto es importante; pero también hemos de descubrir de nuevo que la comunidad supone una exigencia personal. Tenemos que volver a apreciar esa oración tranquila previa a la comunión y ese sereno hacemos uno con el Señor, ese abandonamos a él. De aquí surge, finalmente, por sí mismo, una tercer cosa: lo que nosotros recibimos es, y así lo decimos, persona. Y esta persona es el Señor Jesucristo, a la vez Dios y hombre. La antigua devoción a la comunión de siglos pasados probablemente olvidaba en exceso al hombre Jesús y pensaba demasiado en Dios. Pero nosotros estamos en el peligro contrario, solamente considerar al hombre Jesús y olvidar que en él, que se nos ha entregado materialmente, palpamos también al Dios vivo. Y como esto es así, comulgar es también siempre, al mismo tiempo, oración. Ya en cualquier forma del genuino amor humano encontramos algo de este rendirse ante la dignidad otorgada por Dios al otro, que es un retrato de Dios. Porque el amor humano auténtico no significa que adquirimos y poseemos al otro; más bien implica que reconocemos respetuosamente la peculiaridad, el carácter único de la persona del otro, que nunca puede pretenderse sea tomada en posesión, nos consideramos mutuamente y nos unimos. En la comunión con Jesucristo esto alcanza una nueva altura, pues en ella se sobrepasa necesariamente el «partenariado» humano. La palabra del Señor como «partenaire» nuestro aclara, ciertamente, muchas cosas, pero encubre todavía más. Ya no estamos en el mismo terreno. Es el completamente otro, con él llega hasta nosotros la majestad del Dios vivo. Unirse a él significa inclinarse y con ello abrirse a su grandeza. Y esto también se ha expresado siempre en la devoción a la comunión, en cualquier época. San Agustín dijo una vez en una plática a sus comulgantes: Nadie puede comulgar, sin haber rezado antes. Teodoro de Mopsuestia, un contemporáneo suyo, que vivía en Siria, contaba que cada uno de los comulgantes, antes de tomar el don sagrado pronunciaba una palabra de súplica. Y es especialmente conmovedor lo que se nos cuenta de los monjes de Cluny en los alrededores del año 1000: cuando iban a comulgar se descalzaban; sabían que aquí está la zarza ardiente, que el misterio ante el cual Moisés cayó de rodillas, estaba aquí presente [6]. Las formas cambian, pero lo que debe permanecer es el espíritu de oración, que significa despojamos sinceramente de nosotros mismos, comulgar, liberamos de nosotros y así encontrar también realmente la comunidad humana. Y llegamos a la tercera y última cuestión: La doctrina sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía, ¿no ha sido superada y contradicha por las ciencias de la naturaleza? ¿no se ha ligado excesivamente la Iglesia con su concepto de «sustancia» ?pues habla de «transubstanciación»?, a una ciencia primitiva y ya superada, que hoy ya no puede tener ninguna vigencia? ¿acaso no sabemos hoy de qué modo está constituida la materia: de átomos, los cuales a su vez están formados de partículas elementales? ¿no sabemos que el pan no es ninguna sustancia y, en consecuencia, tampoco puede ya mantenerse todo lo demás? Ahora bien, tales objeciones son, en el fondo, completamente superficiales. No podemos ahora tratadas en detalle y, además, no es preciso que cada vez reflexionemos sobre todas las cuestiones que la Iglesia ha logrado concentrar aquí. Lo único importante es que se mantenga la estructura del pensamiento, que nos ayuda a vivir más intensamente y sin angustia el propio núcleo de la fe, fundamentado en él. Nos conformaremos, pues, con un par de observaciones. La primera: con la palabra sustancia la Iglesia, en realidad, eliminó la ingenuidad de mantener que se refiera a lo comprensible y lo mensurable. En el siglo XII el misterio de la Eucaristía estuvo amenazado de ser desgarrado entre dos grupos, que cada uno a su manera, tergiversaban su núcleo central. Los unos estaban completamente imbuidos de la idea de que Jesús está realmente presente ahí. Pero «realidad» significaba para ellos únicamente lo corporal. En consecuencia llegaron a la expresión: en la Eucaristía masticamos la carne del Señor. Con ello mantenían una falsa y perniciosa comprensión, pues Jesús ha resucitado; nosotros no masticamos carne humana, como si se tratara de antropofagia. A causa de esto surgieron con todo derecho otros, que se rebelaron contra un «realismo» tan primitivo; pero también ellos cayeron en el mismo error fundamental, puesto que mantuvieron como real únicamente lo material, lo sensible, lo visible. Dijeron: como Cristo no puede estar en una corporalidad susceptible de ser comida, la Eucaristía únicamente puede ser símbolo de Cristo; el pan solamente puede significar el cuerpo, pero no ser tal cuerpo. Para resolver este conflicto la Iglesia se ayudó de una profundización en el concepto de realidad. Tras una lucha difícil el conocimiento fue expuesto del siguiente modo: «real» no es, simplemente, lo que puede medirse; lo real no son simplemente los «Quantas», las cosas cuantitativas; por el contrario, éstas siempre son meras apariciones del misterio oculto, propio del ser. Pero aquí, donde se encuentra Cristo, se trata de eso propio; eso es a lo que se refiere la palabra «sustancia» [7]. No se piensa en los quantas sino en el fundamento profundo y propio del ser. Jesús no está ahí como un trozo de carne, no en el ámbito de lo mensurable y cuantitativo. Quien comprende así la realidad, se equivoca sobre ella y, por tanto, sobre sí mismo. Pero de ese modo vive en el error. Por eso no se trata de ningún conflicto entre estudiosos, sino de nosotros mismos: ¿cómo hemos de mantenemos en la realidad? ¿qué es real? ¿cómo tenemos que ser nosotros mismos, para que correspondamos a la realidad? En referencia a la Eucaristía se nos dice: se transforma la sustancia, es decir, el propio fundamento del ser. Se trata de él y no de su apariencia, a la que se refiere todo lo mensurable y aprensible. Pero si bien con esta reflexión hemos dado un buen paso adelante, sin embargo todavía no está todo resuelto, pues ahora sabemos lo que no significa, pero aún no hemos contestado a la pregunta de cómo podemos hacemos una idea de ello. Nuevamente nos bastarán unas indicaciones, ya que los límites de nuestro enfoque sólo nos permiten aventuramos a tientas en el misterio. a) Primero. Lo que siempre fue importante para la Iglesia es el hecho de que aquí tiene lugar realmente una transformación. En la Eucaristía acontece realmente algo. Hay algo nuevo que antes no existía. El conocimiento de la transformación pertenece a los datos originarios de la fe eucarística. Partiendo de esto tampoco puede ser que el cuerpo de Cristo se añada al pan, como si pan y cuerpo de Cristo fueran dos cosas simultáneas, que de idéntica manera pudieran estar una junto a la otra como dos «sustancias». Si la carne de Cristo, es decir Cristo, el resucitado-en-su-cuerpo, viene, entonces él es el mayor, es otro, de un modo distinto al pan. Hay una transformación, que afecta y cambia a nuestras cosas por medio del ingreso de su propia esencia en un orden superior, incluso si eso no puede ser medido. Cuando cosas materiales son ingresadas como alimento en nuestro cuerpo, especialmente cuando la materia llega a formar parte de un organismo vivo, ella permanece como tal y, sin embargo, es transformada en sí misma como parte de algo nuevo [8]. Del mismo modo suceden las cosas aquí. El Señor se posesiona del pan y del vino, e igualmente los saca del quicio de su ser habitual introduciéndolos en un nuevo orden; y, si bien permanecen iguales en su pura consideración física, han llegado a ser, en profundidad, otros. Esto tiene una consecuencia importante, que a la vez nos permite expresar lo dicho todavía con mayor claridad: cuando Cristo se hace presente, no se puede permanecer después como si no hubiera pasado nada. Allí donde él ha tendido su mano, algo nuevo ha acontecido. Esto remite de nuevo a que ser cristiano supone transformación, tiene que significar conversión y no añadir un simple adorno al resto de nuestra vida. Nos afecta en lo más íntimo y profundo, y nos permite llegar a ser nuevos desde lo más profundo de nosotros mismos. Yen la medida en que, como cristianos, más intensamente lleguemos a renovamos desde las raíces, en esa misma medida mejor podremos comprender el misterio de la transformación eucarística. Y, finalmente, tal transformación de las cosas nos hace caer en la cuenta de que el mismo mundo es transformable, y que en su totalidad llegará a ser un día la nueva Jerusalén, Templo, recipiente de la presencia de Dios. b) Segundo: lo que tiene lugar en la Eucaristía es un acontecimiento objetivo para la misma cosa y no un mero acuerdo previamente establecido por nosotros. Si ocurriera esto último, la Eucaristía sería únicamente un acuerdo entre nosotros; una ficción en la que convinimos en valorar «esto» como «algo distinto». Y en ese caso se trataría de un juego, no de una realidad; y su celebración tendría entonces el carácter de un juego. Los dones cambiarían de «función» sólo de modo pasajero, con una finalidad cultual. Pero frente a esto nosotros damos validez a algo distinto: lo que aquí sucede no es «cambio de función», sino transformación real; la Iglesia lo llama transubstanciación. Tocamos con ello un conflicto que en los años sesenta levantó una gran polvareda. Se dijo entonces que la Eucaristía tenía que entenderse más o menos del siguiente modo: imaginemos que tenemos un trozo de tela, que es considerado ahora bandera nacional o bandera para un regimiento. Como tejido permanece el mismo, pero como ese trozo de tela se ha convertido ahora en símbolo de la nación o de este regimiento, ahora hemos de descubrimos delante de él. No es nada distinto, pero significa algo distinto. Más tarde se guardará en un museo y concentrará en ella toda la historia de su tiempo. Al cambio sufrido por esa tela se le daría el nombre de trans-significación, cambio de significado, cambio de «función». Yendo un poco más lejos tal ejemplo nos puede ayudar a entender que la integración en un nuevo contexto obra un cambio [9]. Pero este ejemplo es insuficiente. Lo que en la Eucaristía sucede con el pan y el vino va mucho más lejos; es mucho más que cambio de «función». La Eucaristía sobrepasa el terreno de lo funcional. Ciertamente es la pobreza de nuestra época la que nos hace pensar y vivir en perspectivas funcionales, la que encasilla a las personas según su valor «funcional», y la que a todos nosotros únicamente nos asigna funciones y funcionariados, donde se niega el «ser». Y la importancia de la Eucaristía como sacramento de la fe consiste precisamente en que se escapa de lo funcional y se refiere al fundamento de la realidad. El mundo de la Eucaristía no es un mundo fantasioso; no se refiere a convenciones acordadas por nosotros y que podemos repetir a discreción, sino que se trata de la realidad y de su fundamento más profundo. Éste es el punto decisivo cuando la Iglesia rechaza el mero concepto de «cambio de función» («transsignificación») por estimado insuficiente y mantiene el de «transubstanciación»: la Eucaristía tiene una realidad mayor que las cosas de las que habitualmente estamos rodeados. En ella está la auténtica realidad. En ella se encuentra la medida, el centro: en ella encontramos aquella realidad con la que debemos aprender a medir toda otra realidad. c) Y de aquí surge una última cuestión: si las cosas son así, es decir, si el pan y el vino no reciben de nosotros otra función, sino que a través de la oración de la Iglesia el Señor mismo actúa y obra algo nuevo, eso significa que su presencia permanece, y como permanece, podemos dirigir nuestra oración al Señor en la hostia. No hay objeciones a esto. Ya hemos dicho que no las hubo en el primer milenio, y al respecto lo primero que hay que decir es, sencillamente, que la Iglesia crece y madura a lo largo de la historia. Y se ha de añadir que siempre ha custodiado las sagradas especies, para llevadas a los enfermos. Tal práctica tiene su razón de ser en la conciencia de que la presencia del Señor perdura en ellas. Y por eso las especies han gozado cada vez de mayor consideración. Se presenta una segunda objeción: el Señor se ha entregado en el pan y en el vino; que son cosas comestibles. Así ha mostrado claramente lo que quiere con ello y lo que no quiere. El pan no es para contemplarlo sino para comedo, yeso fue formulado de modo adecuado. En esencia esto es correcto, y también el concilio de Trento lo dijo así [10]. Pero volvamos a recordar: ¿qué quiere decir eso de «recibir al Señor»? Nunca se trata solamente de un proceso material, como cuando comemos un trozo de pan. Por eso nunca puede tratarse aquí solo de lo sucedido en un instante puntual. Recibir a Cristo significa acceder a él, dirigirse a él en la oración. Por esta razón la recepción, la comunión. puede extenderse más allá del momento de la celebración eucarística, incluso tiene que hacerla. A medida la Iglesia fue profundizando en el misterio eucarístico, fue comprendiendo cada vez mejor que la comunión no puede celebrarse por completo en los minutos circunscritos a la Misa. Solamente cuando la luz de lo eterno prendió en las lámparas de las iglesias y el sagrario fue colocado junto al altar, simultáneamente brotó la semilla del misterio y con ello la plenitud del misterio eucarístico fue asumida por la Iglesia. Allí siempre está el Señor. La Iglesia no es sólo un espacio en el que muy temprano sucedía algo puntualmente, mientras el resto del día permanecía vacío, «sin función». En ese espacio sagrado de las iglesias siempre está la Iglesia, porque el Señor siempre se entrega, porque el misterio eucarístico permanece, y porque nosotros, al llegamos a él, estamos incluidos siempre en el culto de la Iglesia entera que cree, ora y ama. Todos sabemos la diferencia que hay entre una Iglesia orante y una Iglesia que se convierte en museo. Hoy nos encontramos ante el grave peligro de que nuestras iglesias lleguen a serio y que suceda en ellas como en los museos: si no están cerradas las desvalijan. Ya no hay vida allí. La medida de la vitalidad de la Iglesia, de su apertura interna, se manifiesta en que puede tener sus puertas abiertas, ya que es Iglesia en oración. Les pido por tanto a todos, de todo corazón, que tomemos nuevos ánimos para ello. Volvamos a recordar aquello de lo que vive la Iglesia, que el Señor en ella sale constantemente a nuestro encuentro. La Eucaristía, y su trato, será más plena cuanto más nosotros en la oración sosegada ante la presencia eucarística del Señor, nos dirijamos a él y seamos de verdad gentes de comunión. Tal oración es siempre más que un mero hablar abstracto con Dios. Contra esto se podría dirigir siempre la objeción siguiente: también puedo orar en el bosque, al aire libre. Y, ciertamente, se puede hacer así; pero si solamente se diera esto la iniciativa de la oración sería solamente nuestra, y Dios sería en ese caso un postulado de nuestro pensamiento, y aunque él constestara, aunque quisiera y pudiera contestar, el horizonte permanecería abierto. Pero la Eucaristía significa que Dios ha respondido y que la propia Eucaristía es Dios hecho respuesta, ella es su presencia que responde. Ahora la iniciativa de la relación entre Dios y el hombre ya no se encuentra en nosotros, sino en él, y por eso solamente ahora podemos considerarla realmente en serio. Por ello la oración en el marco de la adoración eucarística alcanza una dimensión completamente nueva: sólo ahora reúne los dos planos y solo ahora es realmente auténtica. Ciertamente, ahora no solamente reúne los dos planos, sino que abarca la totalidad: si oramos ante la presencia eucarística nunca estamos solos, con nosotros siempre estará orando toda la Iglesia que la celebra. Estamos entonces orando en el ámbito de la aceptación, porque oramos en el ámbito de la muerte y la resurrección, y por tanto, allí donde es atendida la auténtica súplica que encierran todas nuestras súplicas: la súplica por la superación de la muerte, la súplica por ese amor que es más fuerte que la muerte [11]. En esta oración ya no estamos ante el recuerdo de un Dios, sino ante el Dios que se nos ha entregado realmente; ante el Dios que se ha hecho «comunión» para nosotros, y que de esa manera nos libera de nuestros propios límites para que estemos en comunión y nos conduce a la resurrección. Hemos de redescubrir nuevamente esa oración. Fruto de la Cuaresma debería ser que de nuevo nos convirtiéramos en Iglesia orante y así en Iglesia abierta; porque solo la Iglesia orante está abierta. Solamente ella vive e invita a los hombres: ofrece compañía y a la vez espacio de serenidad. De todo lo considerado se deduce todavía una última reflexión: el Señor se nos da en persona. Por eso también nos corresponde darle nosotros una respuesta personal. Y esto significa, por encima de todo, que la Eucaristía tiene que extenderse más allá de los templos, en las múltiples formas del servicio a la humanidad y al mundo. Pero también significa, que nuestra devoción, nuestra oración, reclama expresión corporal. Porque el Señor resucitado se nos entrega corporalmente, hemos de responderle con cuerpo y alma. Todas las posibilidades espirituales de nuestro cuerpo necesariamente se encauzan a la Eucaristía: cantar, hablar, guardar silencio, sentarse, estar de pie, arrodillarse. Quizás en tiempos pasados hemos desatendido demasiado el canto y la plática y nos manteníamos exclusivamente callados, unos aliado de otros; hoy, por el contrario, tenemos el peligro de olvidar el silencio. Pero los tres en conjunto ?canto, discurso, silencio? son la única respuesta en la que la plenitud de nuestra corporalidad espiritual se abre al Señor. Y esto mismo es válido para las tres actitudes corporales básicas: sentarse, estar de pie, arrodillarse. También en este caso quizás antiguamente se olvidó demasiado el estar de pie y en parte el sentarse, como expresión de un escuchar relajado, y se atendía con demasiada exclusividad al arrodillarse; y también aquí nos encontramos hoy con el peligro contrario. Y, sin embargo, también aquí es necesaria la expresión propia de las tres actitudes. ?A la liturgia le es propia la escucha atenta, sentados, a la Palabra de Dios; también el mantenerse de pie como expresión de disponibilidad, tal como Israel comía de pie el cordero pascual, para hacer patente su estar presto para la salida, guiado por la Palabra de Dios. Y, más allá de esto, mantenerse en pie es también expresión de la victoria de Jesucristo: el final de un desafío queda el vencedor, que se mantiene en pie. Su importancia surge de que Esteban antes de su martirio ve a Cristo de pie a la derecha de Dios (Hch 7,56). Nuestro permanecer de pie durante el Evangelio supera, pues, la gesta del Éxodo, que compartimos con Israel, nos mantenemos de pie junto al resucitado, confesando su victoria. ?Finalmente, también es esencial el arrodillarse: como cuando estamos de pie en actitud corporal de oración, estamos listos, dispuestos, pero a la vez nos inclinamos ante la grandeza del Dios vivo y de su nombre. Jesucristo mismo, según el relato de san Lucas, oró de rodillas las últimas horas antes de su pasión en el huerto de los olivos (Lc 22,41). Esteban cayó de rodillas, cuando antes de su martirio vio el cielo abierto y a Cristo de pie (Hch 7,60). Ante él, que está en pie, Esteban se arrodilla. Pedro rezó arrodillado, para suplicar a Dios la resurrección de Tabita (Hch 9,40). Pablo, después de su gran discurso de despedida ante los presbíteros de Éfeso (antes de su partida hacia Jerusalén y caer en cautividad) rezó arrodillándose con ellos (Hch 20,36). Del modo más intenso se expresa el himno cristológico de la carta a los Filipenses (Flp 2,6-11), que traslada a Jesucristo la promesa isaiana. del homenaje que la creación arrodillada ante el Dios de Israel: Jesús es aquél a «cuyo nombre doblan su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo» (Flp 2,10). De este texto se desprende no sólo el hecho de que la primitiva iglesia se arrodillaba ante Jesucristo, sino también su razón: ella le rinde homenaje públicamente a él, al crucificado, como el Señor del mundo, en el que la promesa del dominio del mundo por el Dios de Israel se ha cumplido. Con ello da testimonio frente a los judíos de su fe en que la Ley y los Profetas hablan de Jesús cuando se refieren al «nombre» de Dios; y, frente a las pretensiones totalitarias de la política, mantiene sometido el culto al emperador al nuevo orden del universo establecido por Jesús, el cual pone sus límites al poder político. En resumen, ella expresa su sí a la divinidad de Jesús. Nos arrodillamos con Jesús; y con sus testigos ?a partir de Esteban, Pedro y Pablo? nos arrodillamos ante Jesús; y esto es expresión de la fe en él que desde el principio fue inseparable de su consideración como testimonio visible en este mundo de su relación con Dios y con Cristo. Ese arrodillarse es la expresión corporal de nuestro sí a la presencia real de Jesucristo, que como Dios y hombre, en cuerpo y alma, con carne y sangre está presente entre nosotros. «¿Dónde habría un pueblo cuyos dioses estuvieran tan cerca de él como lo está nuestro Dios de nosotros?» Pidamos al Señor que despierte de nuevo en nosotros la alegría por su cercanía, que nos impulse de nuevo a la oración. Sin oración no hay transformación del mundo.



La presencia real de Cristo en el Sacramento de la Eucaristía


Cfr. J. Ratzinger, Die Nähe des Herrn im Sakrament. Die wirkliche Gegenwart Christi im eucharistischenSakrament, en «Eucharistie-Mitte der Kirche», München 1978, pp. 49-66, 70ss.



Dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del hijo del hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotras. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me ha enviado vive y yo vivo por el Padre, así el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no como el que comieron los padres y murieron. El que come este pan vivirá eternamente». Dijo todo esto enseñando en la sinagoga de Cafarnaún (Jn 6,48-59).

Santo Tomás de Aquino en su sermón del día del Corpus tomó del quinto libro del Pentateuco el texto en el que se expresa la alegría de Israel por su elección, por el misterio de la Alianza. El texto dice: «¿Qué nación hay tan grande, que tenga dioses tan cercanos a ella como lo está de nosotros nuestro Dios?» (Dt 4,7) [1].

Se puede apreciar cómo Tomás convoca a una alegría triunfal porque estas palabras del Antiguo Testamento solamente han encontrado su pleno cumplimiento en la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. Pues si Dios en Israel, a través de su Palabra había descendido hasta Moisés, acercándose a su pueblo, lo que ha sucedido ahora es que él mismo se ha encarnado, se ha hecho hombre entre los hombres, y se ha quedado entre nosotros de tal manera que se ha puesto en nuestras manos y en nuestro corazón a través del misterio del pan consagrado. Partiendo de esta alegría de que verdaderamente somos el «pueblo de Dios», de que Dios está tan cerca de nosotros que es imposible aproximarse más, surgió en el siglo XIII la fiesta del Corpus como un himno apropiado de agradecimiento por tal suceso.

Pero todos sabemos que aquello que propiamente es motivo de alegría (y debe serlo), también es piedra de tropiezo, punto de crisis, yeso desde el principio. Pues en la lectura del evangelio de san Juan hemos escuchado cómo ya en este primer anuncio de la Eucaristía muchos murmuraron y se rebelaron. Desde entonces esa murmuración se ha mantenido a través de los siglos y ha llegado también a herir profundamente a la Iglesia de nuestra generación.

No queremos a Dios tan cercano, no lo queremos tan pequeño, inclinándose; lo preferimos grande y lejano. Por eso surgen cuestiones que pretenden mostrar la imposibilidad de tal cercanía. Si en esta meditación consideramos alguna de estas cuestiones, no se trata de dejarse llevar por un afán de polémica, sino de profundizar cada vez más en nuestra afirmación de fe, volver a experimentar su alegría y, de ese modo, renovar una vez más tanto nuestra oración como nuestro conocimiento de la Eucaristía.

Hay tres cuestiones principales con las que se enfrenta la fe en la presencia real del Señor.

?La primera es: ¿puede realmente decirse que la Biblia lo sostiene? ¿nos lo presenta así, o es más bien una ingenua incomprensión de tiempos posteriores, que aminoran la excelencia y la espiritualidad del cristianismo transportándola a lo pequeño y eclesial?

?La segunda cuestión sería: ¿puede ser realmente verdad que un cuerpo material se manifieste en cualquier tiempo y lugar? ¿tal cosa no contradice de modo palmario los límites esenciales de la corporalidad?

?La tercera pregunta puede formularse así: ¿la moderna ciencia natural, con todo lo que ella entiende bajo el término «sustancia» y acerca de la materia, no ha superado los correspondientes dogmas de la Iglesia de tal manera que, en un mundo científico, hemos de arrojarlos definitivamente como chatarra, pues ya no son conciliables con el pensamiento actual?

Vayamos con la primera cuestión: ¿se dice eso en la Biblia? Ya sabemos que en el siglo XVI este conflicto se presentó, desgraciadamente, como conflicto en torno a una palabra, la palabra «es»: «Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre». Este «es», ¿significa realmente la presencia corporal en toda su intensidad? ¿o tiene sólo un sentido figurado, de modo que debería traducirse como «Esto representa mi cuerpo y mi sangre»? Durante mucho tiempo los estudiosos han discutido incansablemente sobre esta palabra, y han comprendido que la discusión sobre una sola palabra, sacada del contexto, sólo puede conducir a un callejón sin salida; pues, así como en una melodía el tono sólo conserva su importancia con ensamblaje de todo, y solamente puede comprenderse desde el conjunto, así también las palabras de una frase sólo pueden entenderse desde la totalidad de sentido del conjunto de ella, en la que cada una tiene su lugar; o sea, hemos de preguntarnos por el conjunto.

Hagamos, pues, eso y veremos que la respuesta de la Biblia está muy clara. Acabamos de escuchar las: dramáticas palabras de Jesús en el evangelio de san Juan, cuya claridad es insuperable: «Quien no come mi carne ni bebe mi sangre, no puede tener vida... mi carne es verdadera comida...» (6,53.55). Cuando surge la murmuración de los judíos el enfrentamiento hubiera podido fácilmente evitarse con unas simples palabras tranquilizadoras del estilo de: Amigos, no os alteréis, sólo era un discurso simbólico, la carne únicamente representa la comida. ¡pero no lo es! Sin embargo, nada de esto aparece en el evangelio: Jesús rechaza tal suavización y dice, con mayor énfasis aún, que este pan tiene que ser comido corporalmente.

Yo soy el pan vivo, bajado del cielo

Jesucristo El Pan de Vida - YouTube


«Yo soy el pan vivo, bajado del cielo»

Rev. D. Pere MONTAGUT 

Hoy cantamos al Señor de quien nos viene la gloria y el triunfo. El Resucitado se presenta a su Iglesia con aquel «Yo soy el que soy» que lo identifica como fuente de salvación: «Yo soy el pan de la vida» (Jn 6,48). En acción de gracias, la comunidad reunida en torno al Viviente lo conoce amorosamente y acepta la instrucción de Dios, reconocida ahora como la enseñanza del Padre. Cristo, inmortal y glorioso, vuelve a recordarnos que el Padre es el auténtico protagonista de todo. Los que le escuchan y creen viven en comunión con el que viene de Dios, con el único que le ha visto y, así, la fe es comienzo de la vida eterna.

El pan vivo es Jesús. No es un alimento que asimilemos en nosotros, sino que nos asimila a nosotros. Él nos hace tener hambre de Dios, sed de escuchar su Palabra que es gozo y alegría del corazón. La Eucaristía es anticipación de la gloria celestial: «Partimos un mismo pan, que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, para vivir por siempre en Jesucristo» (San Ignacio de Antioquía). La comunión con la carne del Cristo resucitado nos ha de acostumbrar a todo aquello que baja del cielo, es decir, a pedir, a recibir y asumir nuestra verdadera condición: estamos hechos para Dios y sólo Él sacia plenamente nuestro espíritu.

Pero este pan vivo no sólo nos hará vivir un día más allá de la muerte física, sino que nos es dado ahora «por la vida del mundo» (Jn 6,51). El designio del Padre, que no nos ha creado para morir, está ligado a la fe y al amor. Quiere una respuesta actual, libre y personal, a su iniciativa. Cada vez que comamo

Primorosa María




Primorosa María

Rafael Ángel Marañón 


Primorosa María, mi madrina exquisita,
Que con tanta ternura enderezas mi vida
A mi Cristo bendito, porque tú eres mi amiga,
Y yo honro a tu hijo con mi alma contrita.

Gratitud, santidad, y alegría infinita,
Que reposan mi entraña con tan tierna acogida
A mi pobre persona tan flaca y desvalida,
Que te busca expectante, y anhela tu visita.

La llamada pujante de tu célico amor,
Embelesa mi alma, encadena mi vida,
Y destierra en mi entraña inquietud y dolor.

Eres madre bendita, y celeste primor,
A la que ángeles cantan con risueña acogida,
Y restauras mi ser con tu suave rumor.

miércoles, 29 de abril de 2020

¿Dónde estás Señor?

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre
Jueves 30 de abril
¡Paz y Bien!
Evangelio
Juan 6, 44-51
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios.

Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ése sí ha visto al Padre.

Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan que ha bajado del cielo, para que, quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida.
Palabra del Señor

Reflexión

Liturgia de la Palabra:

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Pascua de Resurrección del Señor.




Liturgia de la Palabra:

30/04/2020
Jueves de la tercera semana de Pascua.
PRIMERA LECTURA
Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 8, 26-40
En aquellos días, el ángel del Señor le hablo a Felipe y le dijo:
«Levántate y marcha hacia el Sur, por el camino de Jerusalén a Gaza, que está desierto».
Se levantó, se puso en camino y, de pronto, vio venir a un etíope; era un eunuco, ministro de Candaces, reina de Etiopía e intendente del tesoro, que había ido a Jerusalén para adorar. Iba de vuelta, sentado en su carroza, leyendo el profeta Isaías.
El Espíritu dijo a Felipe:
«Acércate y pégate a la carroza».
Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó:
«¿Entiendes lo que estás leyendo?».
Contestó:
«Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?».
E invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era éste:
«Como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, así no abre su boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá contar su descendencia? Pues su vida ha sido arrancada de la tierra ».
El eunuco preguntó a Felipe:
«Por favor, ¿de quién dice esto el profeta?; ¿de él mismo o de otro?».
Felipe se puso a hablarle y, tomando pie de este pasaje, le anunció la Buena Nueva de Jesús. Continuando el camino, llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco:
«Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?».
Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, Felipe y el eunuco y lo bautizó. Cuando salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El eunuco no volvió a verlo, y siguió su camino lleno de alegría.
Felipe se encontró en Azoto y fue anunciando la Buena Nueva en todos los poblados hasta que llegó a Cesarea.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 65, 8-9. 16-17. 20
R. Aclamad al Señor, tierra entera.
Bendecid, pueblos, a nuestro Dios,
haced resonar sus alabanzas,
porque él nos ha devuelto la vida
y no dejó que tropezaran nuestros pies. R.
Los que teméis a Dios, venid a escuchar,
os contaré lo que ha hecho conmigo:
a él gritó mi boca
y lo ensalzó mi lengua. R.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica
ni me retiró su favor. R.

Martirologio Romano 29 de abril

posted: 28 Apr 2020 09:00 PM PDT

SAN PEDRO DE VERONA,
Mártir

n. 1205 en Verona, Italia;
† 6 Abril de 1252, cerca de Milán, Italia


Estad vosotros apercibidos, porque a la hora
que menos penséis ha de venir el Hijo del hombre.
(Mateo 24, 44)

  • En Verona, Italia, San Pedro de la Orden de Predicadores, Mártir, que el día 6 de Abril fue martirizado por la fe católica.
  • En Roma, el tránsito de santa Catalina de Siena, Virgen, de la tercera Orden de santo Domingo, esclarecida en vida y milagros; a la cual el Sumo Pontífice Pío II puso en el catálogo de las santas Vírgenes. Su fiesta se celebra el día siguiente.
  • En Pafos de Chipre, San Tíquico, que fue discípulo del Apóstol san Pablo, y a quien el mismo Apóstol llama en sus Epístolas carísimo hermano, ministro fiel y su consiervo en el Señor.
  • En Pisare de Toscana, san Torpetes, Mártir, que fue primero gran favorito de Nerón y uno de aquellos de quienes el Apóstol San Pablo, escribiendo de Roma a los Filipenses, dice: «Os saludan todos los santos, máxime los de la casa del César». Pero después, por orden de Satélico, le abofetearon por la fe de Cristo, le azotaron cruelmente y le echaron a ser devorado por las fieras, mas no le hicieron daño; por fin, degollado, consumó su martirio.
  • En Cirta de la Numidia, el triunfo de los santos Mártires Agapio y Secundino, Obispos, los cuales, después de prolongado destierro en aquella ciudad, cuando en la persecución de Valeriano era mayor la rabia de los Gentiles contra la fe cristiana, llegaron de ilustres Sacerdotes a Mártires gloriosos. En su compañía padecieron también Emiliano, soldado, Tértula y Antonia, Vírgenes consagradas a Dios, y otra mujer con sus dos hijos gemelos.
  • En la isla de Corfú, siete santos Ladrones, los cuales, convertidos a Cristo por san Jasón, lograron por el martirio la vida sempiterna.
  • En Nápoles de Campania, san Severo, Obispo, el cual, entre otras maravillas, resucitó del sepulcro a un difunto por el tiempo necesario para convencer de mentira al falso acreedor de una viuda y unos huérfanos.
  • En Brescia, san Paulino, Obispo y Confesor.
  • En el monasterio de Cluny en Francia, san Hugo, Abad.
  • En el monasterio de Molesme en Francia, san Roberto, primer Abad del Cister.



Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.

R. Deo Gratias.



SAN PEDRO DE VERONA,
Mártir

Dom Gueranger: Solemnidad de San José

Posted: 28 Apr 2020 09:30 PM PDT




"Año Litúrgico"
Dom Gueranger


SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ,
Esposo de la Bienaventurada Virgen María
Patrono de la Iglesia Universal


Hoy se suspende la serie de misterios del Tiempo pascual; otro objeto atrae por un momento nuestra atención. La Santa Iglesia nos incita a consagrar la jornada al culto del Esposo de María, del Padre nutricio del Hijo de Dios, Patrón de la Iglesia universal. El 19 de marzo le hemos rendido nuestro homenaje anual; pero se trata de erigir para la piedad del pueblo cristiano un monumento de reconocimiento a San José, socorro y apoyo de todos los que le invocan con confianza.


HISTORIA DEL CULTO HACIA SAN JOSÉ 

La devoción a S. José estaba reservada para estos últimos tiempos. Su culto, fundado en el Evangelio mismo, no debía desarrollarse en los primeros siglos de la Iglesia; no porque los fieles, considerando el papel de San José en la economía del misterio de la Encarnación, estuviesen coartados de algún modo en los honores que hubieran querido rendirle; sino que la divina Providencia tenía sus razones misteriosas para retardar el momento en que la Liturgia debía prescribir cada año los homenajes públicos debidos al Esposo de María. El Oriente precedió al Occidente, así como ocurrió otras veces, en el culto especial de San José; pero en el siglo xv, la Iglesia latina le habla adoptado todo entero, y desde entonces no ha cesado de progresar en las almas católicas. Las grandezas de S. José han sido expuestas el 19 de Marzo; el fin de la presente fiesta no es el volver sobre este inagotable asunto. Tiene su motivo especial de institución que es necesario dar a conocer.

La bondad de Dios y la fidelidad de nuestro Redentor a sus promesas se unen siempre más estrechamente de siglo en siglo, para proteger en este mundo la chispa de vida sobrenatural que debe conservar él hasta el último día. En este fin misericordioso, una sucesión ininterrumpida de auxilios viene a caldear, por decirlo así, cada generación, y a traerle un nuevo motivo de confianza en la divina Redención. A partir del siglo XIII, en que comenzó a hacerse sentir el enfriamiento del mundo, como nos lo atestigua la misma Iglesia, ("Frigescente mundo"—Oración de la fiesta de los Estigmas de S. Francisco), cada época ha visto abrirse una nueva fuente de gracias.

Apareció primero la ñesta del Santísimo Sacramento, cuyo desarrollo ha producido sucesivamente la Procesión solemne, las Exposiciones, las Bendiciones, las Cuarenta Horas. A ella siguió la devoción al santo Nombre de Jesús, cuyo apóstol principal fué San. Bernardino de Sena y la del "Vía Crucis" o "Calvario", que produjo tantos frutos de compunción en las almas. El siglo XVI vió renacer la comunión frecuente, por la influencia principal de S. Ignacio de Loyola y de su Compañía. En el xvn fué promulgado el culto del Sagrado Corazón de Jesús, que se estableció en el siglo siguiente. En el XIX, la devoción a la Santísima Virgen tomó un incremento y una importancia que son las características sobrenaturales de nuestro tiempo. Ha sido restablecida la devoción al santo Rosario, y al Santo Escapulario, que nos legaron las edades precedentes; las peregrinaciones a los santuarios de la Madre de Dios, suspendidas por los prejuicios jansenistas y racionalistas, han vuelto a resurgir; la Archicofradía del Sagrado Corazón de María ha extendido sus afiliaciones por el mundo entero; numerosos prodigios han venido a recompensar la fe rejuvenecida; en fin, para terminar: el triunfo de la Inmaculada Concepción, preparado y esperado en los siglos menos favorables.

Pero la devoción a María no podía desarrollarse sin el culto ferviente de San José. María y José se hallan tan íntimamente unidos en el misterio de la Encarnación, ia una como Madre del Hijo de Dios, el otro como guardián del honor de la Virgen y Padre nutricio del Niño-Dios, que no se les puede aislar el uno del otro. Una veneración particular a S. José ha sido pues la consecuencia del desarrollo de la piedad hacia la Virgen Santísima.


TÍTULOS DE SAN JOSÉ A NUESTRA DEVOCIÓN

Santa misa de hoy ⛪ Miércoles 29 de Abril de 2020 - Tele VID

Un nuevo despertar, Miércoles 29 de Abril 2020 �� - Tele VID

LA GRACIA 2020/04/29 Santa Catalina: en esta pandemia, intercede por nos...

¿Cuál Es Su Lema? Este Paraíso Presente, Parte 21 29 DE ABRIL DE 2020 CLAIRE DWYER


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Este presente paraíso

Una serie de reflexiones sobre Santa Isabel de la Trinidad

(Comience con la parte 1 aquí ).

La semana que Elizabeth ingresó al convento en agosto de 1901, le entregaron un cuestionario.   Siempre que el tiempo lo permitía en esos primeros días ocupados, anotaba sus respuestas a las preguntas sobre sus santos más queridos ( Santa Teresa de Ávila y Juan, el discípulo amado ), la virtud ( pureza ) y la parte favorita de la regla ( silencio )   Ella compartió qué nombre le gustaría tener en el cielo ( La voluntad de Dios , dijo, más sobre eso aquí ) y su propio lema: Dios en mí, yo en Él, escribió. 

Dios en mí, yo en él.  Un pequeño vistazo a la interacción entre el alma y su Amado, moviéndose y viviendo.   Una relación, profunda y dinámica.   Seis palabras simples, que resumen su espiritualidad.   En cierto sentido, todo lo que escribiría, diría y haría en los próximos cinco años se desarrollaría a partir de esta idea. "Dios en mí, yo en él", escribió en una carta a Canon Angles antes de su entrada. "¡Oh!   ¡Esa es mi vida! (carta 62)

Esta es una antigua tradición en la Iglesia: los santos, los obispos y las órdenes religiosas han tomado lemas durante mucho tiempo para guiar sus espiritualidades, decisiones y acciones.  

La orden Carmelita Descalza tiene su propio lema: “Con celo he sido celoso por el Señor; Dios de los ejércitos ”, las palabras del profeta Elías ante el Señor Dios le hablaron con una voz suave y apacible. 
Los jesuitas tienen uno famoso: "Ad maiorem Dei gloriam", que se traduce "Para la mayor gloria de Dios", e incluso ahora, en esa tradición, mi pequeño alumno de primer grado marca la parte superior de sus papeles escolares con un "AMDG" garabateado. "
Los franciscanos viven de las palabras: "Pax et bonum" - "La paz y el bien".
El lema de los dominicos, que rodea su escudo de armas, dice: "audare, benedicere, praedicare": alabar, bendecir, predicar.

Santa Catalina De Siena Y Sus Tiempos 29 DE ABRIL DE 2020 CHARLIE MCKINNEY


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La vida de Catherine Benincasa se entrelazó con tres hilos distintos: la contemplación, la caridad activa y la autoinmolación. El primero y el último son constantes en las historias de los místicos de todos los credos, el último a menudo en un grado extraordinario, como en los devotos de algunas de las sectas de la India, en los santos medievales de los cuales Pedro de Alcántara puede ser tomado como un tipo, o el místico alemán Suso, en el siglo de Catalina, o el fundador mucho más tarde del Sacré Coeur, devorado, como ella declararía, por una fiebre insoportable por el sufrimiento. El siglo presente se rebela por el dolor, y las torturas que mentes como estas se infligen parecen absurdas y grotescas. Para aquellos que estaban o están poseídos por el anhelo de ellos, el dolor aparece bajo otra luz, y su autoinmolación, aunque puede quebrantar las leyes físicas que ahora se reconocen tanto como las leyes de Dios como las morales, y que puede conducir a condiciones mentales peligrosamente morbosas, tiene derecho a ser venerado y tiene derecho a ser entendido. ¿No deberían, argumentan, tratar de entrar en algo de lo que su Señor les dio? ¿No es posible acercarse a Él allí? ¿No podría ser que el sufrimiento voluntario expia el pecado en sí mismo y en los demás? ¿No puede ayudar a liberar el alma de los grilletes de la carne? Una vez más, en la Edad Media, cuando las pasiones de los hombres eran tan fuertes y desenfrenadas que el cuerpo bien podría considerarse como una bestia salvaje que debe ser sometida por la fuerza para que no mate al alma, la mortificación tiene su lugar necesario. Dante, que se elevó sobre sus contemporáneos como un águila,

Si Catherine nunca hubiera salido de su celda, es imposible decir en qué estado mental se habría deslizado, pero su obediencia a la llamada a una vida activa mantuvo el equilibrio, y la protegió de dos grandes peligros a los que está expuesta la visionaria. : tanta sensualidad como nos conmociona en las rapsodías de la monja Gertrude y otros de esa escuela, tanto medievales como modernas o, por otro lado, la igualmente dolorosa cautela de los santos que pensaban que la presencia de una mujer, incluso si ella fuera su madre, amenazó su pureza.

Daily Mass with Word on Fire (4/28/2020)

Audiencia General 29 abril 2020 Papa Francisco

Santa Marta, 29 abril 2020, Papa Francisco

Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna

jesus entre la gente


Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna

Rev. D. Joaquim MESEGUER García

Hoy, Jesús se presenta como el pan de vida. A primera vista, causa curiosidad y perplejidad la definición que da de sí mismo; pero, cuando profundizamos, nos damos cuenta de que en estas palabras se manifiesta el sentido de su misión: salvar al hombre y darle vida. «Ésta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día» (Jn 6,39). Por esta razón y para perpetuar su acción salvadora y su presencia entre nosotros, Jesucristo se ha hecho para nosotros alimento de vida.

Dios hace posible que creamos en Jesucristo y nos acerquemos a Él: «Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,37-38). Acerquémonos, pues, con fe a Aquel que ha querido ser nuestro alimento, nuestra luz y nuestra vida, ya que «la fe es el principio de la verdadera vida», como afirma san Ignacio de Antioquía.

Jesucristo nos invita a seguirlo, a alimentarnos de Él, dado que esto es lo que significa verlo y creer en Él, y a la vez nos enseña a realizar la voluntad del Padre, tal como Él la lleva a cabo. Al enseñar a los discípulos la oración de los hijos de Dios, el Padrenuestro, colocó seguidas estas dos peticiones: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día». Este pan no sólo se refiere al alimento material, sino a sí mismo, alimento de vida eterna, con quien debemos permanecer unidos día tras día con la cohesión profunda que nos da el Espíritu Santo.

martes, 28 de abril de 2020

Yo soy el pan de la vida


Templo de San Francisco - Celaya, Gto.


Yo soy el pan de la vida
Miércoles 29 de abril
¡Paz y Bien!
Evangelio
Juan 6, 35-40
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed. Pero como ya les he dicho: me han visto y no creen.

Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.

Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día".
Palabra del Señor

Reflexión

Liturgia de la Palabra:

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Pascua de Resurrección del Señor.




Liturgia de la Palabra:

29/04/2020
Miércoles de la segunda semana de Pascua. Santa Catalina de Siena, virgen y doctora, patrona de Europa.
PRIMERA LECTURA
La sangre de Jesús nos limpia de todo pecado.
Lectura de la primera carta del Apóstol san Juan 1, 5-2, 2
Queridos hermanos:
Este es el mensaje que hemos oído a Jesucristo y que os anunciamos: Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él y vivimos en las tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero, si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado.
Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Pero, si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados y nos limpiará de toda injusticia. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos mentiroso y su palabra no está en nosotros.
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 102, 1-2. 3-4. 8-9. 13-14. 17-18a
R. Bendice, alma mía, al Señor.
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia.
No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo. R.
Como un padre siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por los que lo temen;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro. R.
La misericordia del Señor
dura desde siempre y por siempre,
para aquellos que lo temen;
su justicia pasa de hijos a nietos,
para los que guardan la alianza. R.

Santa misa de hoy ⛪ Martes 28 de Abril de 2020 - Tele VID

Un nuevo despertar, Martes 28 de Abril 2020 �� - Tele VID

LA GRACIA 2020/04/28 Dios fuente de bien

Martirologio Romano 28 de abril

Publicado: 27 abr 2020 08:00 PM PDT

SAN PABLO DE LA CRUZ,
Confesor

n. 3 de enero de 1694 en Ovada (Piedmont), Italia;
† 18 de octubre de 1775 en Roma, Italia


No me he preciado de saber otra cosa entre vosotros,
sino a Jesucristo, y a éste crucificado.
(1 Corintios 2, 2)

  • Conmemoración de san Pablo de la Cruz, Presbítero y Confesor, que fue Fundador de la Congregación titulada de la Cruz y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, y descansó en el Señor el 18 de Octubre.
  • En Ravena, el triunfo de san Vidal, Mártir, esposo de santa Valeria y padre de los santos Gervasio y Protasio; a quien, por haber recogido y enterrado con el debido honor el cuerpo de san Ursicino, detuvo el Consular Paulino, y, después de atormentarle en el potro, mandó que lo atrojasen en una profunda hoya, donde con tierra y piedras lo enterrasen, y con tal martirio pasó a unirse con Cristo.
  • En Atina de Campania, san Marcos, que, ordenado Obispo por el Apóstol san Pedro, fue el primero que predicó el Evangelio a los Equícolas; y en la persecución de Domiciano, y siendo Presidente Máximo, recibió la corona del martirio.
  • En Brusa de Bitinia, los santos Patricio Obispo, Acacio, Menandro y Polieno, mártires.
  • En el mismo día, los santos Afrodisio, Caralipo, Agapio y Eusebio, Mártires.
  • En Panonia,  San Folio , Mártir, en el imperio de Diocleciano.
  • En Milán, santa Valeria, Mártir, mujer de san Vidal y madre de los santos Gervasio y Protasio.
  • En Alejandría, el suplicio de santa Teodora, Virgen y Mártir; la cual, rehusando sacrificar a los ídolos, fue llevada a un lugar infame, del que, por especial favor de Dios, súbitamente la sacó un cristiano llamado Dídimo, cambiando con ella el traje; el cual más tarde, en la persecución de Diocleciano, y presidiendo Eustracio, fue con la misma Virgen atormentado, y con ella coronado.
  • En Tarazona de la España Tarraconense, san Prudencio, Obispo y Confesor.
  • En Corfinio de los Pelignos, san Pánfilo, Obispo de Valva, ilustre por su caridad con los pobres y por el don de milagros, cuyo cuerpo está sepultado en Sulmona.
  • En la aldea de san Lorenzo, junto al Sèvre, diócesis de Luzón, san Luis María Grignion de Monfort, Confesor, Fundador de los Misioneros de la Compañía de María y de las Hijas de la Sabiduría, insigne por la forma de vida apostólica, por la predicación y por la devoción a la santísima Virgen; al cual el Papa Pío XII puso en el catálogo de los Santos.


Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes.

Gracias a Dios.

¿San Roberto Belarmino Condenó el Sedevacantismo?

Posted: 27 Apr 2020 09:30 PM PDT





¿SAN ROBERTO BELARMINO CONDENÓ EL SEDEVACANTISMO?

(1994)

R.P. Anthony Cekada


EN LOS DEBATES, entre los católicos tradicionalistas, con respecto a la legitimidad de los Papas postconciliares, la siguiente cita de San Roberto Belarmino ha sido reciclada repetidamente:

Así como es lícito resistir al Pontífice que ataca el cuerpo, también es lícito resistirse a aquél que ataca a las almas o destruye el orden civil o, sobre todo, intenta destruir a la Iglesia. Digo que es lícito resistirse a él. al no hacer lo que ordena y al impedir la ejecución de su voluntad. Sin embargo, no es lícito juzgarlo, castigarlo o deponerlo, porque estos son actos propios de un superior. (De Romano Pontifice, II. 29.)

Algunos usan esta cita, tomada del extenso tratado de Belarmino, que defiende el poder del Papa, para condenar el "sedevacantismo", la tesis que sostiene que la jerarquía postconciliar, incluidos los Papas, perdió su cargo ipso facto por herejía. Lo he visto empleado de esta manera no menos de tres veces en los últimos cuatro meses: una en The Remnant (Edwin Faust, "Signa Temporum", 15 de abril de 1994), una vez en The Catholic (Michael Farrell, Carta al Director, "Respuesta simple a los Sede-Vacantistas", abril de 1994), y una vez por un sacerdote de la Fraternidad San Pío X.

Los católicos tradicionalistas que rechazan la Misa Nueva y los cambios posteriores al Concilio Vaticano II, pero que aún sostienen que los Papas posteriores al Concilio ejercen legítimamente sus cargos, incluidos en este grupo la FSSPX, Michael Davies y muchos otros, también ven en este pasaje algún tipo de justificación por reconocer a alguien como Papa pero rechazar sus órdenes.

Este pasaje ha sido citado una y otra vez para apoyar estas posiciones, de buena fe, sin duda. Por desgracia, se ha sacado de contexto y se ha aplicado de forma completamente incorrecta. En su contexto original, la declaración de Belarmino no condena el principio detrás de la posición sedevacantista, ni justifica la resistencia a las leyes promulgadas por un Papa válidamente elegido.

Lo que es más, en el capítulo inmediatamente posterior a la declaración citada, Belarmino defiende la tesis de que un Papa herético pierde automáticamente su cargo.

De paso, primero deberíamos notar cómo es una estúpida calumnia citar este pasaje y sugerir que los sedevacantistas "juzgan", "castigan" o "deponen" al Papa. No hacen tal cosa. Simplemente aplican a las palabras y actos de los Papas postconciliares un principio enunciado por muchos grandes canonistas y teólogos, y que incluye (como veremos) a San Roberto Belarmino: un Papa herético se “depone” a sí mismo.


I. El significado del pasaje se ha distorsionado al sacarlo de su adecuado contexto.

Cinco maneras de poner la mente de Cristo

Nunca hemos vivido en un mundo con tanta información, y con eso, un acceso tan fácil a casi cualquier información que deseamos. Dicha información puede ser la más sublime y noble, pero por otro lado, puede ser la más sucia y degradante. A la par con la gran cantidad de información es la cantidad de confusión.
Dada esta realidad, nos corresponde a todos, y especialmente a los padres en su papel de educadores de sus hijos, esforzarnos por proporcionar un clima beneficioso donde nuestras mentes puedan crecer de manera saludable. Si lo desea, el ideal es Jesús después de que María y José lo encontraron en el Templo después de una búsqueda triste. "Por su parte, Jesús creció en sabiduría, conocimiento y gracia ante Dios y el hombre".  (Lucas 2:52)
Con el gran regalo que Dios nos ha dado, que nosotros, como Jesús,  crezcamos en sabiduría, conocimiento y gracia ante Dios y los hombres. La mente que Dios nos ha dado libremente, debemos percibirla como un verdadero tesoro, la perla del precio infinito. Sin embargo, el diablo, la carne y el mundo son competidores feroces siempre al acecho en su intento de empañar, contaminar y corromper la mente que Dios nos ha otorgado.
Siendo este el caso, ofrezcamos algunas sugerencias concretas sobre cómo podemos cultivar nuestros dones intelectuales.
1. Vigilancia de los ojos.

Hay una máxima muy apropiada: " Los ojos son el espejo del alma".  En la misma línea: " El pensamiento es el padre del hecho".  Ambas máximas tienen un hilo conductor, a saber: cómo utilizamos nuestros ojos puede tener un gran impacto en la formación de nuestra mente. El Santo Trabajo afirmó con determinación: " He hecho un pacto con mis ojos para no mirar a una doncella". Job, incluso antes de que Jesús naciera, tenía un ardiente deseo de vivir la Bienaventuranza:  “Bienaventurados los puros de corazón; ellos verán a Dios ". (Mt. 5: 8)