miércoles, 12 de abril de 2017

El tercer cántico de Siervo sufriente



Is 50,4-9a

por Lic. Abel Della Costa
15 de abril de 2014
El miércoles santo leemos el tercer poema de Isaías acerca de la misteriosa figura del Siervo sufriente.
El tercer cántico del Siervo introduce de lleno la cuestión del sufrimiento; estaba ya en los dos anteriores, pero ahora se hace del todo explícita y domina todo el poema. Es curioso el modo como aparece:

«Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,

para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído,

para que escuche como los iniciados.»

Parece que estamos en plena literatura sapiencial; no están lejos estos versos de los de, por ejemplo, Eclesiástico (Ben Sirá):

«Si quieres, hijo, serás adoctrinado,

si te aplicas bien, entenderás de todo.

Si te gusta escuchar, aprenderás,

si inclinas tu oído, serás sabio.

Acude a la reunión de los ancianos;

¿que hay un sabio?, júntate a él.

Anhela escuchar todo discurso que venga de Dios,

que no se te escapen los proverbios agudos.» (Sir 6,32-35)

Sólo que la sabiduría de la que hablan uno y otro es diversa. Segundo Isaías continúa:

«El Señor me abrió el oído; yo no resistí

ni me eché atrás:

ofrecí la espalda a los que me apaleaban...»

No se trata de "proverbios agudos" sino del dolor que hace sabio, del sufrimiento que enseña.


Ahora bien, eso que es sufrimiento en el Siervo, es palabra de aliento y consuelo en aquel a quien se dirige. Y esta relación entre un sufrimiento, que al sufrir consuela a los demás, no lo podemos razonar con facilidad, pero lo podemos saber no sólo porque el poema lo establece, sino por la experiencia de tantos santos, que mientras padecían en ellos el peor de los sufrimientos, de la lejanía divina, del sentimiento del abandono de Dios y la oscuridad, irradiaban a su alrededor, a los demás, la luz del consuelo divino. Y no por lo que dijeran (porque bien podría ser que nos estuvieran mintiendo), sino por su vida, y el consolador contacto de cada uno con ella.

A menudo no nos enteramos más que indirectamente y con posterioridad que ese santo que conocimos, con quien estuvimos cerca o seguimos su curso vital, estaba siendo probado en el sufrimiento y la soledad.

Cuando se ofrecen "razones de la fe" no hay que olvidar esta fundamental: la fe no es una verdad sabida, sino una verdad vivida, ¿qué verdad podría tener el anoticiarnos de la cruz de Cristo, si no pudiésemos experimentar nosotros mismos esa cruz, como discípulos que dejan que sus oídos se abran?

Tiene razón el Eclesiástico: "si inclinas tu oído, serás sabio". Pero inclinar el oído tiene, en la economía del Siervo sufriente, un significado muy concreto: implica ofrecer la espalda a los que golpean, y las mejillas a los que mesan la barba.

En estas épocas de sufrimiento y dolores de parto de la fe, pienso en cuán lejos estamos los cristianos de entender que Dios está salvando al mundo por medio de las tensiones de la fe; qué escasísimo favor le hacemos a la fe "defendiéndola" con la defensa naturalista del que se pone a la misma altura de los que la atacann, y no ofrece más bien la espalda para ser golpeada. Imagino a Jesús haciéndole un juicio a uno porque ofendió públicamente a la fe, o a Jesús haciendo un boicot a una empresa porque es pecadora (proabortista, prolobbygay, etc etc etc), y pienso que no sólo eso no forma parte de la economía de la fe, ¡sino que de ese modo impedimos la tarea salvadora de Dios!

El tercer cántico nos aporta un elemento enteramente nuevo: al sufrimiento redentor que Dios ofrece, hay que responder con un "sí, quiero", Dios no redime "en automático" ni por el hecho de que sufrimos, sino porque aceptamos decididamente que ese sufrimiento sea redentor: "ofrecí mi espalda". Lo que nos abre un poco más la comprensión de la enigmática y vapuleada frase de Jesús: "al que te pegue en una mejilla, ofrécele la otra" (Mt 5,39).

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