sábado, 29 de abril de 2017

El amor de Dios

“El amor demanda la perfección del amado. El amor puede perdonar los defectos y continuar amando a pesar de ellos: pero el amor no puede dejar de desear su eliminación. De todos los poderes, el amor es el que perdona más pero excusa menos, se complace con poco pero pide todo.”
C.S. Lewis
Dios me ama y yo nunca lo he dudado. Incluso en los momentos de más oscuridad, de dolor o  de  temor,  nunca  se  me  ha  ocurrido  que  Él  permita  que  las  cosas  pasen  porque  le  soy indiferente  o  porque  me  esté  castigando.  Siempre  me  ha  permitido  experimentar  el  dulce consuelo de su amor infinito, que de hecho es lo que me ha mantenido de pie. Esto no es de ninguna manera mérito mío, sino una gracia inmerecida que  Él me ha dado, confirmando así que su amor es el principio y fin de todo.

Curiosamente,  el  mismo  amor  que  se  deja  encontrar  en  circunstancias  dif íciles,  cuando  lo buscamos desesperadamente, pasa muchas veces desapercibido cuando todo marcha bien. Se requiere un esfuerzo activo para descubrirlo en todo aquello que damos por un hecho, en todo lo que ya no nos maravilla, ni nos asombra, en lo que hacemos por costumbre o rutina. ¿Cuántas  veces  Señor  te  he  recibido en  la  Eucaristía,  la  muestra  más  patente  de  tu amor por  mí,  y  mi  mente  ha  estado  lejos?  ¿Cuántas  veces  me  he  privado  de  disfrutar  de  tu amorosa presencia real dentro de mí?
Paradójicamente,  mientras  más  amor  encuentro,  mientras  más  evidente  es  para  mí  ver  a Dios y a su Providencia en todo, más trabajo me cuesta entender. Siempre me quedo corta ante  una  realidad  que  evidentemente  me  sobrepasa,  ante  un  misterio  que  no  puedo aprehender  pero  que  es  tan  real  y  tan  perceptible  que deja  fuera  de  lugar  la  más  mínima duda.
Santa Teresa dice “solo Dios basta” y yo lo sé, lo creo. Sin embargo, he pasado gran partede  mi  vida  buscando  el  amor  de  las  criaturas,  amores  imperfectos  que  satisfagan  mi sensibilidad  y  mi  sensualidad;  cuando  en  realidad  el  amor  que  Dios  me  tiene  es  gratuito, infinito e incondicional. Nada me falta. Lo tengo todo.
Nunca  hubiera  soñado  descubrirme  amada  de  esa  forma, supera  todas  mis  expectativas  y deja en mí un deseo ardiente de correspondencia, el cual a pesar de mi máximo esfuerzo, no será suficiente. Sé que nunca podré llamarme digna del amor de Dios, pero no es necesario, Él quiere amarme de todas formas.
Tal  como  dice  el  texto,  el  amor  verdadero  demanda  la perfección  del  amado.  El  carácter incondicional del amor Divino, no implica que yo pueda cesar en la lucha de crecer en caridad día a día.  Fallo diariamente en el intento, caigo a cada minuto, sólo para percatarme que Dios sigue ahí, amándome incluso en el momento mismo en el que mi libre voluntad escoge alejarse de Él.
Sí, he llegado a tener miedo de lo que Dios pueda pedirme. El egoísmo a menudo me dirige a pensar que yo merezco ser feliz, que no tengo que hacer nada más a cambio, que ya he tenido suficientes penas; olvidando que la felicidad terrenal que he experimentado, y que es mucha,  no  es  el  resultado  de  mis  lágrimas  sino  de  la  sangre  derramada  por  Cristo  en  la cruz.  La  misma  sangre  que  selló  Su  alianza  y  promesa  de  felicidad  total  y  perpetua  en  la eternidad del cielo.  
Sé que Dios no necesita mi amor, pero  Él sembró en mí el deseo de dárselo y sé que mis intentos lo conmueven.

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