Aleteia Team - publicado el 06/04/21
Guía para quienes no podrán participar en la santa Misa del Miércoles de Pascua o para quienes quieran prepararse espiritualmente para la celebración eucarística.
Esta celebración de la Palabra de Dios en casa se dirige a quienes no puedan participar en la santa Misa del Miércoles de Pascua en su parroquia a causa de la pandemia o de otros impedimentos.
Asimismo, esta celebración puede convertirse en una excelente preparación para vivir con provecho la eucaristía de este miércoles en el que celebramos la Resurrección de Jesús.
Guía para la celebración
- Si usted se encuentra solo, es preferible leer las lecturas y oraciones de la misa de este domingo (que también podrá encontrar en esta guía) o seguir la misa por televisión o en Aleteia a través de esta página especial creada por Aleteia para Semana Santa. Esta celebración requiere al menos la participación de dos personas.
- Esta celebración se adapta particularmente a un marco familiar, de amistad o de vecinos. Ahora bien, en el respeto de las medidas del confinamiento, es necesario verificar si está permitido invitar a los vecinos o amigos. En todo caso, durante su celebración, deberán respetarse estrictamente las consignas de seguridad.
- Es posible seguir la celebración imprimiendo este texto en papel o directamente a través del propio dispositivo electrónico (teléfono móvil, tablet, ordenador).
- Se ha de colocar el número de sillas necesario ante un espacio de oración, respetando la distancia de un metro entre cada uno.
- Se encenderán una o varias velas, que deberán colocarse en un soporte incombustible (por ejemplo, un plato de porcelana o cristal). Al final de la celebración, se apagarán las velas. Se adornará, en la medida de lo posible, el espacio de oración con flores o plantas. Se colocará una cruz o crucifijo.
- Se designa a una persona para dirigir la oración, quien establecerá la duración de los momentos de silencio.
- Se designa el lector de la lectura.
- Se pueden preparar cantos apropiados.
Celebración de la Palabra
“Vengan, benditos de mi Padre;
hereden el reino preparado para ustedes»
Nos sentamos. La persona que guía la celebración toma la palabra:
“¡Con razón nuestro corazón ardía!».
Estamos llamados a vivir en este tiempo de Pascua la experiencia
de gozo de los discípulos de Emaús,
que hoy contemplaremos en el Evangelio.
Jesús nos invita así a seguirle
por el camino que lleva al Reino de la dicha
preparada para nosotros desde la creación del mundo.
En este Reino no está esperando, no está deseando,
pero no como un rey autócrata,
sino por un Padre que es solo amor, que es Amor.
Y este Padre nos ama tanto
que ha entregado a su Hijo, su único Hijo, el amado;
no sólo para salvarnos de un destino peor que la muerte,
sino para adoptarnos como a sus propios hijos,
en su Hijo único, como auténticos hijos de Dios.
¡Porque en verdad lo somos!
Cristo resucitado, hermano en humanidad,
hermano en divinidad, te damos gracias
por permitirnos experimentar anticipadamente aquí en la tierra
algo de lo que será nuestra vida eterna
en el seno de tu Padre, nuestro Padre.
Podemos experimentar este adelanto de gozo
al partir el pan por nosotros, en su mesa,
el pan del Reino, como lo hizo con los discípulos de Emaús,
celebrando así la primera misa como resucitado
para que se perpetúe la ofrenda de su vida
hasta la hora en la que llegue, en su gloria,
y nos diga para siempre, cara a cara, corazón a corazón:
«Vengan, benditos de mi Padre…».
Pausa
En este Miércoles de Pascua,
continúan las circunstancias excepcionales
que nos impiden participar en la celebración de la Eucaristía.
Sin embargo, hoy más que nunca,
nos pides actualizarla
amándonos los unos a los otros,
como Tú nos has amado.
Después de tres minutos de silencio,
todos hacen la señal de la cruz, diciendo:
En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén
El guía de la celebración sigue diciendo:
Para prepararnos a acoger la Palabra de Dios
y de este modo se convierta en motivo de purificación para todos nosotros,
reconozcamos con humildad nuestros pecados.
Sigue el rito penitencial:
Señor, ten misericordia de nosotros.
Porque hemos pecado contra ti.
Muéstranos, Señor, tu misericordia.
Y danos tu salvación.
Que Dios Todopoderoso tenga misericordia de nosotros,
perdone nuestros pecados,
y nos lleve a la vida eterna.
Amén.
Se pronuncia o canta:
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
hereden el reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo». Aleluya.
Nos sentamos. El lector asignado lee la primera lectura.
PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (3, 1-10)
En aquel tiempo, Pedro y Juan subieron al templo para la oración vespertina, a eso de las tres de la tarde. Había allí un hombre lisiado de nacimiento, a quien diariamente llevaban y ponían ante la puerta llamada la “Hermosa”, para que pidiera limosna a los que entraban en el templo.
Aquel hombre, al ver a Pedro y a Juan cuando iban a entrar, les pidió limosna. Pedro y Juan fijaron en él los ojos, y Pedro le dijo: “Míranos”. El hombre se quedó mirándolos en espera de que le dieran algo. Entonces Pedro le dijo: “No tengo ni oro ni plata, pero te voy a dar lo que tengo: En el nombre de Jesucristo nazareno, levántate y camina”. Y, tomándolo de la mano, lo incorporó.
Al instante sus pies y sus tobillos adquirieron firmeza. De un salto se puso de pie, empezó a andar y entró con ellos al templo caminando, saltando y alabando a Dios.
Todo el pueblo lo vio caminar y alabar a Dios, y al darse cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado junto a la puerta “Hermosa” del templo, quedaron llenos de miedo y no salían de su asombro por lo que había sucedido.
Palabra de Dios.
R/.Te alabamos, Señor.
El mismo lector u otro asignado lee el Salmo 104.
SALMO RESPONSORIAL
Cantemos al Señor con alegría. Aleluya.
R/. Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Aclamen al Señor y denle gracias,
relaten sus prodigios a los pueblos.
Entonen en su honor himnos y cantos,
celebren sus portentos.
R/. Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Del nombre del Señor enorgullézcanse
y siéntase feliz el que lo busca.
Recurran al Señor y a su poder,
y a su presencia acudan.
R/. Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Descendientes de Abrahán, su servidor,
estirpe de Jacob, su predilecto,
escuchen: el Señor es nuestro Dios
y gobiernan la tierra sus decretos.
R/. Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Ni aunque transcurran mil generaciones,
se olvidará el señor de sus promesas,
de la alianza pactada con Abraham,
del juramento a Isaac, que un día le hiciera.
R/. Cantemos al Señor con alegría. Aleluya
Éste es el día del triunfo del Señor,
día de júbilo y de gozo.
R/. Aleluya, aleluya, aleluya.
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.
Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”
Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.
Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.
Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”
Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
El Evangelio concluye sin aclamación.
Todos se sientan. El guía repite lentamente,
como si se tratara de un eco lejano:
“Vengan, benditos de mi Padre;
hereden el reino preparado para ustedes
desde la creación del mundo».
Permanecemos tres minutos en silencio de meditación personal.
PADRE NUESTRO
El que guía la celebración introduce el Padre Nuestro.
Fieles a la recomendación del Salvador,
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:
Se reza o canta el Padre Nuestro:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
E inmediatamente todos proclaman:
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.
El guía sigue diciendo:
Acabamos de unir nuestra voz
a la del Señor Jesús para orar al Padre.
Somos hijos en el Hijo.
En la caridad que nos une los unos a los otros,
renovados por la Palabra de Dios,
podemos intercambiar un gesto de paz,
signo de la comunión
que recibimos del Señor.
Todos intercambian un gesto de paz. Si fuera necesario, siguiendo las indicaciones de las autoridades, este gesto puede hacerse inclinando profundamente la cabeza hacia el otro o, en familia, enviando un beso a distancia con dos dedos en los labios.
Nos sentamos.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
El guía dice:
Dado que no podemos recibir la comunión sacramental,
el Papa Francisco nos invita apremiantemente a realizar la comunión espiritual,
llamada también “comunión de deseo”.
La Iglesia nos recuerda que
“se trata de un ardiente deseo de alimentarse con este Pan celestial,
unido a una fe viva que obra por la caridad,
y que nos hace participantes de los frutos y gracias del Sacramento”.
El valor de nuestra comunión espiritual
depende, por tanto, de nuestra fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía,
como fuente de vida, de amor y de unidad,
así como de nuestro deseo de comulgar, a pesar de las circunstancias.
Podemos ahora inclinar la cabeza,
cerrar los ojos y recoger nuestro espíritu.
Pausa en silencio
En lo más profundo de nuestro corazón,
dejemos crecer el ardiente deseo de unirnos a Jesús,
en la comunión sacramental,
y de hacer que su amor se haga vivo en nuestras vidas,
amando a nuestros hermanos y hermanas como Él nos ha amado.
Permanecemos cinco minutos en silencio en un diálogo de corazón a corazón con Jesucristo.
Nos ponemos de pie, y todos juntos pronunciamos esta oración:
BENDICIÓN
La persona que guía la celebración, con las manos juntas,
pronuncia en nombre de todos la fórmula de la bendición:
Por intercesión de san N.
[patrón de la parroquia, la familia, el país…],
de todos los santos y santas de Dios,
que el Señor de la perseverancia y la fortaleza
nos ayude a vivir el espíritu de
sacrificio, compasión y amor de Cristo Jesús.
De este modo, en comunión con el Espíritu Santo,
daremos gloria a Dios,
Padre de Nuestro Señor Jesucristo,
por los siglos de los siglos.
Amén.
Todos juntos mirando hacia la cruz,
piden la bendición del Señor:
Descienda sobre nosotros la bendición de Dios,
y permanezca siempre.
Amén.
Todos hacen la señal de la cruz.
Los padres pueden hacer la señal de la cruz en la frente de sus hijos.
Es posible concluir la celebración elevando un cántico a la Virgen María.
Regina caeli, laetare, alleluia,
quia quem meruisti portare, alleluia,
resurrexit sicut dixit, alleluia;
ora pro nobis Deum, alleluia.
Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque aquel a quien mereciste llevar, aleluya,
resucitó según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya.
Para seguir santificando la Resurrección del Señor, Aleteia le ofrece recursos de oración y celebración en su página especial de Pascua.
Asimismo, usted podrá encontrar, de manera gratuita, otros recursos en la página web de Magnificat.
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