SAN JUAN LEONARDI,
Confesor
Doble
(ornamentos blancos)
"me devora el celo de tu casa, y los baldones
de los que te ultrajan cayeron sobre mí."
(Salmos, LXVIII, 10)
Lección
Hermanos: Investidos de este ministerio, según la misericordia que se nos ha hecho, no decaemos de ánimo. Antes bien, hemos desechado los vergonzosos disimulos, no procediendo con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino recomendándonos por la manifestación de la verdad a la conciencia de todo hombre en presencia de Dios. Si todavía nuestro Evangelio aparece cubierto con un velo, ello es para los que se pierden; para los incrédulos, en los cuales el dios de este siglo ha cegado los entendimientos a fin de que no resplandezca (para ellos) la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios; porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús, pues Dios que dijo: “Brille la luz desde las tinieblas” es quien resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo. Porque todo es por vosotros, para que abundando más y más la gracia, haga desbordar por un mayor número (de vosotros) el agradecimiento para gloria de Dios. Por lo cual no desfallecemos; antes bien, aunque nuestro hombre exterior vaya decayendo, el hombre interior se renueva de día en día. Porque nuestra tribulación momentánea y ligera va labrándonos un eterno peso de gloria cada vez más inmensamente; por donde no ponemos nosotros la mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven, eternas.
II Corintios IV, 1-6 / 15-18
Evangelio
Después de esto, el Señor designó todavía otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de Él a toda ciudad o lugar, adonde Él mismo quería ir. Y les dijo: “La mies es grande, y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Id: os envío como corderos entre lobos. No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, ni saludéis a nadie por el camino. En toda casa donde entréis, decid primero: «Paz a esta casa». Y si hay allí un hijo de paz, reposará sobre él la paz vuestra; si no, volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den, porque el obrero es acreedor a su salario. No paséis de casa en casa. Y en toda ciudad en donde entréis y os reciban, comed lo que os pusieren delante. Curad los enfermos que haya en ella, y decidles: «El reino de Dios está llegando a vosotros».
Lucas X, 1-9
Catena Aurea
San Cirilo.
Esto ya lo había prefigurado Moisés, eligiendo setenta por orden de Dios (Nb 33), que los hijos de Israel vinieron a Elim (que quiere decir ascenso), y encontraron allí doce fuentes de agua viva y setenta palmeras. Aspirando nosotros así al ascenso espiritual, encontraremos doce fuentes (esto es, los santos apóstoles, de quienes sacamos la ciencia de la salvación, como de la fuente del Salvador), y setenta palmeras, es decir, éstos que ahora son destinados por Cristo. Es la palmera un árbol de buena médula, profunda raíz, fértil, y que siempre se cría junto a las aguas; es también alta y extiende hacia arriba sus ramas.
Orígenes.
Así como los doce apóstoles fueron nombrados de dos en dos, como en el catálogo de ellos demuestra San Mateo, así que sirviesen también de dos en dos a la palabra de Dios parece que es antiguo. Sacó el Señor a Israel de Egipto por medio de Moisés y Aarón (Ex 12); Josué y Caleph, unidos, apaciguaron al pueblo sublevado por doce exploradores (Nb 13 Nb 14) Por lo que se dice: "Un hermano ayudado por otro es como una ciudad fortificada" (Pr 18,19) San Basilio. También dio a entender aquí que, si algunos son iguales en dones espirituales, esto no dejará que prevalezca en ellos la pasión de la opinión propia.
San Cirilo.
Como los campos dilatados exigen mayor número de trabajadores, así la multitud de los que habían de creer en Cristo. Por lo que prosigue: "Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe trabajadores a su mies". Obsérvese que cuando dijo: "Rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies", los envió El después. Luego El es el Señor de la mies, y por El y con El Dios Padre lo domina todo.
San Ambrosio.
O los herejes se deben comparar a los lobos, pues los lobos son fieras que acechan los rediles y merodean cerca de las casas de los pastores. No se atreven a penetrar en ellas, pero exploran el sueño de los perros y aprovechan la ausencia o la torpeza de los pastores para acometer a la garganta de las ovejas y ahogarlas inmediatamente. Son fieros, rapaces, rígidos de cuerpo por naturaleza, de modo que no pueden retornar fácilmente. Son llevados por cierto ímpetu propio y por eso se les burla muchas veces. Si ven antes a algún hombre, el instinto natural los lleva a ahogar su voz; pero si el hombre los ve a ellos antes, temen ser rechazados. Así los herejes asedian los rediles de Jesucristo. Aúllan junto a las casas de noche, porque es siempre de noche para los pérfidos, que oscurecen la luz de Cristo con las nubes de sus falsas interpretaciones. Sin embargo, no se atreven a penetrar en los rediles de Cristo y por ello no son sanados como aquel que fue curado en el establo, cuando cayó en manos de los ladrones. Acechan en ausencia de los pastores, porque estando ellos presentes, no se atreven a acometer a las ovejas de Cristo. Son duros y rígidos por su mala intención, y no acostumbran dejar sus propios errores, a quienes Cristo, verdadero intérprete de la Sagrada Escritura, burla, para que en vano derramen sus ímpetus y no puedan dañar. Si previenen a alguno con los artificios de su disputa, lo hacen enmudecer; pues mudo es el que no confiesa la palabra de Dios con la gloria que le es propia. Guárdate, pues, de que el hereje te quite la voz, si no le sorprendes primero, porque serpea mientras su perfidia está oculta. Mas si conoces las ficciones de su impiedad, no tendrás que temer la pérdida de la voz piadosa. Invaden la garganta y hieren los órganos vitales mientras atentan contra el alma. Si oyes también que alguno se dice sacerdote y conoces su rapiñas, quede claro que es oveja en el exterior y lobo por dentro, que desea satisfacer su rabia con crueldad insaciable de matanza humana.
San Ambrosio.
El Señor nos quiere desprender de todo lo terreno; por esto mandó a Moisés que se descalzase, cuando había de enviarle a libertar a su pueblo (Ex 3) Mas si alguno desea saber por qué se mandó a los israelitas que comiesen el cordero de pie y con el calzado puesto, al salir de Egipto (Ex 12), mientras que a los apóstoles se les manda ir a predicar el Evangelio sin calzado, ha de considerar que el que está en Egipto debe temer todavía la mordedura de la serpiente, porque el veneno abunda en Egipto; y el que celebra la Pascua figurativa puede ser herido, mientras que el ministro de la verdad no teme los venenos.
San Gregorio.
La paz que se ofrece por el predicador, o descansa en la casa, si en ella hay algúno que esté presto para oírla y sigue la palabra celestial que oye; o si ninguno quiere oírla, el predicador no quedará sin fruto, porque la paz volverá sobre él, como una recompensa que el Señor le da por el trabajo de su obra. Mas si se recibe nuestra paz, entonces somos acreedores a que se nos recompense por aquéllos a quienes facilitamos el camino de la gloria. Por lo que prosigue: "Y permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que tengan". He aquí que El mismo, que prohibió llevar bolsas y alforjas, nos permite percibir estipendio y alimentos por la predicación.
San Ambrosio.
Después les dice que deben sacudir el polvo de sus pies, cuando en alguna ciudad crean que no se les quiere recibir, diciéndoles: "Mas en la ciudad en que entrareis, si no os recibieren, sacudid el polvo", etc.
Eusebio.
Porque en la ciudad de Sodoma los ángeles no carecieron de hospitalidad, sino que Loth fue considerado como digno de recibirlos (Gn 19)1. Si, pues, a la llegada de los discípulos, no hay uno siquiera en la ciudad que los reciba, ¿cómo no será peor que la ciudad de Sodoma? Este lenguaje les enseñaba a abrazar con confianza la regla de la pobreza, pues no podía existir ciudad, villa ni aldea, sin algún habitante amigo de Dios. Ni Sodoma subsistiría, no hallándose en ella Loth; por eso, apenas la abandonó, pereció toda de repente.
Sea todo a la mayor gloria de Dios.
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