La verdadera devoción a San José consiste esencialmente en la confianza ilimitada en la intercesión de este Santo Varón, en la imitación de sus virtudes y en el amor filial que se le profese. Ser su devoto quiere decir tratar de amar al Padre Celestial como él lo hizo; y poner la vida, los bienes y todos los actos del día bajo su paternal patrocinio.
Los que quieran ser fieles devotos del Padre Protector de la Iglesia, y verdaderos servidores de su culto, deben consagrarse a él como sus esclavos. Pero como se ama lo que se conoce, es fundamental para esta alianza admirarse con su vida a través del Catecismo de San José, incluido en esta preparación.
La esclavitud del santo exige una fórmula que será publicada el día 31 de marzo, y que indica la dedicación de la vida entera al servicio de su piedad. Significa alabar al benditísimo Patriarca desde que aparece la primera luz del día hasta que se va al lecho, para lo cual, también el último día de este mes, entregaremos una pequeño Devocionario Josefino con las oraciones del cristiano al amparo de San José.
Quienes deseen manifestarse como verdaderos devotos del Castísimo Esposo de Nuestra Santa Madre, deben luchar por ser almas de oración que frecuenten los sacramentos, amantes del silencio, la pureza, modestia y humildad, tener una encendida caridad y una vida que se realice en la laboriosidad y el ocultamiento. Y para alcanzar tan altas aspiraciones, es que a él recurriremos diciendo cada día en el Acordaos: “que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo”.
DÍA VEINTISIETE
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh, Dios Omnipotente!, arrepentido por las muchas culpas que he cometido contra vuestra divina majestad, vengo a solicitar de vuestra misericordia infinita generoso perdón. Por la valiosa intercesión del Santísimo Patriarca Señor San José os suplico humildemente que me concedáis nuevas gracias para serviros y amaros, a fin de que después de haber combatido denodadamente en esta vida, tenga la dicha de alcanzar el galardón eterno a la hora de la muerte. Así sea.
CATECISMO DE SAN JOSÉ
28-¿De qué muerte falleció san José?
Según la tradición, san José durante los siete u ocho últimos años de su vida, fue visitado por la enfermedad y los sufrimientos: los largos y penosos viajes que había hecho, los padecimientos de corazón, los trabajos y las privaciones, habían alterado su constitución y arruinado completamente sus fuerzas. Aseguran que esto no fue para él sino un resto de vida tan lánguida, por lo que le fue preciso, según la decisión de Jesús y de María, entregarse al descanso. Observamos que la muerte de san José nada tuvo de sobrehumano. Y sin embargo, no fue una muerte ordinaria la de nuestro santo Patriarca; los males y las enfermedades intervinieron, no para producir la disolución de su vida, sino para concluir de embellecer su corona, y completar su eterna fortuna, Cuando llegó el tiempo de terminar su bella y santa vida, el mal debió alejarse y dejar obrar al amor. Tal es al menos la opinión de muchos autores distinguidos por su ciencia y virtudes, y tal es el sentir de san Francisco de Sales y san Alfonso María de Ligorio. Y ¿cómo hubiera podido morir José de otra manera, exhalando su último suspiro en los brazos de Jesús y de María? Había vivido de amor, y debió morir por amor. El corazón de José, era un foco ardiente de fuego, que no se consumía, y pudo llevarlo durante una larga vida, porque las llamas de este corazón se escapaban por sus servicios como por otras tantas aberturas pero cuando estas vías se cerraron en un corazón tan activo, su corazón debió derretirse como la cera. Así podemos afirmar con toda seguridad, que la muerte de san José fue como la de su santa esposa, una muerte de amor. Esto lo reveló la santísima Virgen a santa Brígida.
Aquí se rezan 7 Ave Marías en honor de los dolores y gozos del Señor San José, pidiéndole la gracia de ser su fiel esclavo.
M E M O R A R E
Acordaos, ¡oh castísimo esposo de la Virgen María, San José, mi amable protector, que nunca se ha oído decir que ninguno de los que ha invocado vuestra protección o implorado vuestros auxilios, hayan quedado sin consuelo. Lleno de confianza en vuestro poder, llego a vuestra presencia, y me recomiendo con fervor!
¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que habéis sido llamado padre del Redentor, sino escuchadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favorablemente.
Así sea.
¡Ah! No desdeñéis mis oraciones, oh vos, que habéis sido llamado padre del Redentor, sino escuchadlas con benevolencia, y dignaos recibirlas favorablemente.
Así sea.
Trescientos días de indulgencias (una vez por día) aplicables a los difuntos. (Breve de N. S. P. el Papa León XIII.)
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