¡Buenos días, gente buena!
Fr. Arturo Ríos Lara, ofm.
IV Domingo de Cuaresma C
Evangelio
Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo entonces esta parábola:
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa.
Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros".
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero y engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara,
pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!".
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».
Palabra del Señor.
Ante nosotros la parábola más hermosa, relatada en cuatro secuencias narrativas.
La primera escena: Un padre tenía dos hijos. En la biblia, este comienzo causa de pronto tensión: las historias de hermanos no son nunca fáciles, con frecuencia relatan dramas de violencia y mentiras, traen a la mente a Caín y Abel, Ismael e Isaac, Jacob y Esaú, José y sus hermanos, y el dolor de los padres. Un día el hijo menor se va en busca de sí mismo, con su parte de herencia, su parte de “vida”. Y el padre no se opone, lo deja irse aunque tema que se haga mal: él ama la libertad de sus hijos, la provoca, la festeja, la padece. Es un hombre justo.
Segundo cuadro. Lo que el joven inicia es el viaje de la libertad, pero sus decisiones se revelan como opciones sin salvación (“despilfarró sus bienes viviendo de modo disoluto”). Una ilusión de felicidad de la que despertara en medio de los cerdos, ladrón de bellotas para sobrevivir.: el príncipe rebelde se ha convertido en sirviente. Entonces vuelve en sí, lo hacen razonar el hambre, la dignidad humana perdida, el recuerdo del padre: “cuántos asalariados en casa de mi padre, ¡Cuánto pan! Con ojos de adulto, ahora reconoce a su padre sobre todo como un señor que respeta a su servidumbre. Y decide volver, no como hijo, sino como uno de los sirvientes: no busca un padre, busca un buen patrón; no regresa por sentimiento de culpa, sino por hambre; no vuelve por amor sino porque muere. Pero a Dios no importa el motivo por el que nos ponemos en camino, a él le basta el primer paso.
Tercer momento. Esta vez la acción se hace apremiante. el padre, que es espera eternamente abierta, “lo ve cuando aún está lejos”, y mientras el hijo camina, el corre. Y mientras el muchacho intenta una excusa, el padre no reclama sino abraza: tiene prisa por transformar la lejanía en caricias. Para él, perder un hijo es una pérdida infinita. Dios no tiene hijos para desperdiciar. Y lo manifiesta con gestos que son maternos y paternos al mismo tiempo, finalmente, regalos: “pronto, el vestido más hermoso, el anillo, las sandalias, el banquete de la alegría y de la fiesta”.
Ultima escena. La mirada ahora deja la casa en fiestas y se posa sobre un tercer personaje que se acerca, regresando del trabajo. El hombre escucha la música, pero no sonríe: él no tiene fiesta en el corazón. Buen trabajador, obediente, pero infeliz. Marcado con la infelicidad que deriva de un corazón que no ama las cosas que hace y no hace las cosas que ama: yo siempre te he obedecido y a mí ni siquiera un cabrito… el corazón ausente, el corazón en otra parte. Y el padre que busca hijos y no sirvientes, hermanos y no rivales, le suplica con dulzura que entre: a la mesa está la vida. El final queda abierto: ¿comprenderá? Abierto con el ofrecimiento nunca revocado de parte de Dios.
¡Feliz Domingo!
¡Paz y Bien!
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