martes, 19 de junio de 2018

* * * SANTA CLARA DE ASÍS Y LA EUCARISTÍA (y VII)



SANTA CLARA DE ASÍS Y LA EUCARISTÍA (y VII) 
por René-Charles Dhont, ofm

FERVOR DE LAS COMUNIONES DE CLARA (II)

Sin duda, toda la vida contemplativa es un paso hacia Dios. La comunión es, sin embargo, el medio por excelencia para realizar este tránsito: en ella tiene lugar la identificación con Cristo pascual, en ella se «lleva a cabo nuestra Pascua», como dice san Buenaventura.

El recuerdo del milagro de San Damián debía seguir iluminando esta visión sobrenatural. Si Cristo eucarístico proporcionó a las hermanas la salvación temporal, ¡con cuánta mayor razón esta misma Eucaristía dará la salvación eterna a quienes le acogen en la comunión, según la frase del Señor: «Quien come de este pan tiene la vida eterna»! (cf. Jn 6,48-64). Francisco ve también en este alimento que es Cristo, «al que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado» (CtaO 22), es decir, al Señor que continúa en la gloria la obra de la Redención del mundo.

Fruto maravilloso que supone sin embargo en quien lo espera un corazón bien dispuesto. Si la Virgen María engendró a Cristo en su carne porque antes lo había concebido en su corazón por la fe, de la misma manera el alumbramiento de Dios por la recepción del Cuerpo de Cristo supone un alma purificada y en tensión hacia «el mundo que viene» (cf. CtaCla 3).


«El efecto de utilidad de la eucaristía, nota san Buenaventura, se obtiene según la intensidad de la buena voluntad y según la grandeza de la vida y de la santidad».

Clara no hace del sacramento un rito mágico, sino la acogida sacramental de Aquél cuya salvación se ha aceptado ya en el propio corazón y en la propia vida por la fe y el amor. Cuando en la oración de las cinco llagas pide recibir «para la salvación eterna el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor», añade inmediatamente: «Tras la confesión leal y contrita de mis pecados, una perfecta penitencia, con toda pureza de alma y de cuerpo».

El Proceso de canonización precisa aún más esta actitud de fe. Recordémoslo: «Madonna Clara se confesaba frecuentemente y con gran devoción y temblor recibía el santo sacramento del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, hasta el extremo de que, cuando lo recibía, temblaba toda» (Proceso 2,11). Y la hermana Felipa añade, evocando sus recuerdos: «La bienaventurada madre tuvo especialmente la gracia de abundantes lágrimas, con gran compasión para con las hermanas y los afligidos. Y lloraba copiosamente, sobre todo cuando recibía el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo» (Proceso 3,7).

Cristo, recibido en un alma tan perfectamente preparada, podía desplegar libremente en ella todo su poder vivificante e introducir a su esposa cada día más en su Misterio. No se nos ha desvelado el secreto de tal intimidad. Se transparenta, sin embargo, a través de una visión con que fue favorecida sor Francisca y en algunas palabras pronunciadas por Clara tres años antes de su muerte: «Creyendo en cierta ocasión las hermanas que la bienaventurada madre estaba a punto de morir y que el sacerdote le debía administrar la sagrada comunión del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, la testigo vio sobre la cabeza de la dicha madre santa Clara un resplandor muy grande; y le pareció que el Cuerpo del Señor era un niño pequeño y muy hermoso. Y luego que la santa madre lo hubo recibido con mucha devoción, como acostumbraba siempre, dijo estas palabras: "Tan gran beneficio me ha hecho Dios hoy, que el cielo y la tierra no se le pueden comparar"» (Proceso 9,10).

La venida de Cristo en persona, en el resplandor de la luz y la exclamación jubilosa de la santa, son signos reveladores de la unión mística cuya experiencia beatificante vivía Clara. Su enardecido amor a Cristo, que la impulsaba con celo apasionado a la búsqueda de su Amado en la contemplación y en la imitación, hallaba su consumación, en cuanto es posible en la tierra, en la comunión del Cuerpo de Cristo, preludio de la comunión en la gloria. Los grandes maestros franciscanos, san Buenaventura en particular, afirman la importancia primordial de la comunión en la vida mística. A una con la contemplación, «la Eucaristía es el gran sacramento de la experiencia mística», según la escuela franciscana, concluye E. Longpré. Para Clara, que había saboreado las primicias de la gloria en la Eucaristía, no cabía ya sino una carrera más fervorosa aún hacia Aquel que la esperaba para saciarla en la comunión eterna.

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