jueves, 28 de junio de 2018

CLARA, «SILENCIOSA PALABRA» DE VIDA PARA LA IGLESIA (y II)




CLARA, «SILENCIOSA PALABRA» DE VIDA
PARA LA IGLESIA (y II)
Card. Joseph Ratzinger 
(Homilía pronunciada en la Eucaristía celebrada el 21-V-1989
en el Protomonasterio de Santa Clara de Asís
con ocasión de una profesión solemne)

La primera lectura de la fiesta de hoy, la Santísima Trinidad, habla de la sabiduría de Dios como arquitecto del universo (Prov 8,22-31). La verdadera sabiduría se comunica en el Evangelio: la vida evangélica es la vida sabia. Vivir el Evangelio no es una especialidad entre otras: la arquitectura del mundo, no sólo de la Iglesia, depende de esta sabiduría.

La fiesta de la Santísima Trinidad nos da el marco adecuado para la profesión religiosa: se trata de volver a hallar el perfil original de la vida humana, de la Iglesia, del mundo; se trata de la llave para penetrar en la sabiduría creadora del mundo, se trata de los esponsales entre Dios y el hombre, de nuestro entrar en el ritmo del Amor trinitario.

Podemos concretar todo esto mucho mejor, si volvemos a la Leyenda de santa Clara. El autor explica más adelante el significado del lugar y la conexión profunda entre el lugar y la vocación de santa Clara con una sutil combinación de tres textos de la Sagrada Escritura, cuando escribe:

«Anidando en las grietas de esta roca,
la paloma de plata engendró
un colegio de vírgenes de Cristo» (LCl 10).


La santa es presentada como una paloma, San Damián como un nido en las grietas de la roca. Tras ello está el Cantar de los Cantares, donde el Esposo dice a la esposa: «Paloma mía, que anidas en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos, déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz…» (2,14).

El Esposo, en su amor, llama a la esposa «paloma»: es una expresión de ternura y de deseo. La Iglesia, siguiendo las huellas del pueblo hebreo, oye en estas apasionadas palabras la voz del Amor divino, la voz del Creador y del Redentor. La humanidad redimida, la Iglesia es esta «paloma», esta esposa amada y buscada por el Amor divino, buscada en nuestros escondrijos, buscada en los riscos del mundo.

El colegio de vírgenes de santa Clara es una realización profunda de la verdadera esencia de la Iglesia, indicada en esas imágenes: su vida es un transformarse, un llegar a ser paloma en las manos del Señor, es el acto de despertarse a la voz del Amor que me busca: «Déjame ver tu rostro, déjame oír tu voz».

Toda la vida monástica según la vocación de santa Clara está descrita en estas palabras. El hombre retorcido sobre sí mismo en el pecado, en el deseo de la auto-realización, comienza a enderezarse y vuelve su rostro a los ojos del Señor. Vivir como monja significa vivir con la mirada fija en Jesús y hacerle oír la propia voz, que se une a la Suya en la meditación de la Palabra divina y en la plegaria de la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo.

El Cantar de los Cantares, a cuyo texto alude la Leyenda, habla de los escondrijos de la paloma en las grietas de la roca. En la tradición mística esta palabra tiene un doble significado: desde el primer pecado, el hombre busca su escondrijo, escondiéndose de la Palabra divina, y el Redentor encarnado nos busca en nuestros diversos escondrijos.

Pero está también el significado contrario: San Damián, «las grietas de la roca» se transforman en escondrijo feliz, donde santa Clara y sus vírgenes se esconden y viven sólo para Dios.

Semejante escondrijo, alejado de la curiosidad del mundo, de las alabanzas y de los temores mundanos, es importante precisamente hoy. La opinión pública, manipulada por los medios de comunicación, es cada vez más el poder de los poderes, el verdadero gobierno del mundo: y también la Iglesia tiene la grave tentación de someterse a su tiranía. La opinión dominante se vuelve más fuerte que la verdad y precisamente por esto la Iglesia se ve amenazada de desmoronarse. Por eso es tan importante este feliz escondrijo, sustraído a los ojos del mundo, abierto sólo a los ojos del Señor.

En este sentido habla el segundo texto bíblico aludido en la frase antes citada de la Leyenda, es decir, Jeremías 48,28, donde dice el profeta:

«Abandonad las ciudades, id a vivir entre rocas…
Sed como las palomas que anidan
al borde de los precipicios…».

Salir de la vanagloria del propio mundo, pequeño o grande; no vivir para las noticias, sino fijos en los ojos del Señor: este imperativo profético nos afecta a todos y se realiza de modo ejemplar en el escondrijo de la comunidad de santa Clara.

Por último, encontramos en este texto tan rico de la Leyenda un tercer elemento. Hablando de la paloma de plata, el autor cita el salmo 68, 14:

«Mientras reposabais en los apriscos,
las palomas batieron sus alas de plata».

Se puede estar bastante seguro de que la Leyenda lee e interpreta este texto misterioso con san Agustín. Para el gran doctor de la Iglesia la plata expresa el esplendor que la paloma recibe de la Palabra divina, y expresa también la pureza que viene de la penitencia y de la palabra de perdón que se nos da en el sacramento. En la familiaridad con la Palabra de Dios y en la comunión sacramental crecen las alas que hacen volar a nuestra alma, superando la gravedad terrestre. El alma se hace paloma, vuela a las alturas, a Jesús.

Todo esto, lejos de ser un misticismo romántico o poco real, ofrece indicaciones muy concretas para la vida religiosa. Amar la sencillez; no dar importancia a las opiniones humanas; someterse al juicio de los ojos del Señor y aprender de Jesús la castidad, la obediencia, la pobreza; meditar las palabras divinas junto con la gran Tradición de la Iglesia, unirse en la penitencia con el Señor que sufre, vivir no para uno mismo, sino en unión con el Señor para su Cuerpo paciente, para la oveja perdida: la humanidad; hacer que el esposo nos oiga en la adoración y así aprender a volar: he aquí el modo de reparar la casa del Señor. Éste es el camino hacia la verdadera reforma de la Iglesia.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario