viernes, 29 de junio de 2018

COYUNTURA Y CARISMA EN FRANCISCO DE ASÍS




EL SEÑOR CONSTITUYÓ PASTOR SUPREMO
DE TODA LA IGLESIA AL AUTOR DE ESTA CONFESIÓN
De una Homilía de Gregorio de Palamás

El que mire ahora a Pedro, verá que no sólo se recobró suficientemente por la penitencia y el dolor vivísimo de la negación, en la que por debilidad cayó, sino que desterró totalmente de su alma el vicio de la arrogancia con que pretendía preferirse a los demás.

Queriendo el Señor mostrarnos a todos esto, después de haber padecido por nosotros la muerte y haber resucitado al tercer día, se dirigió a Pedro con aquellas palabras transmitidas en el evangelio de hoy, diciéndole: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?, es decir, más que mis discípulos.

Mira su conversión a la humildad. Antes, aun cuando nadie le había preguntado, se antepone a los demás, diciendo: Aunque todos... yo jamás; ahora, interrogado si le ama más que los otros, asiente a lo del amor, pero omite aquello de «más», diciendo: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y entonces, ¿qué es lo que hace el Señor? Ahora que ve que Pedro no le falla en la caridad y que ha adquirido la humildad, da cumplimiento a lo que ya anteriormente le había anunciado, y le dice: Apacienta mis corderos.


A la Iglesia de los creyentes la llamó edificio: ahora le promete que le pondrá a él como fundamento. Y si queremos hablar acudiendo a imágenes de pesca, podríamos decir que le hace pescador de hombres, al decirle: Desde ahora serás pescador de hombres. Y como ahora está hablando de su grey, pone al frente de ella a Pedro como pastor, diciendo: Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

Pedro, interrogado una y otra vez si ama a Cristo, se contrista ante la reiterada pregunta pensando que no va a ser fiel. Pero sabiendo que ama y no ignorando que de esto es más consciente quien le interroga que él mismo, como acosado por ambas cosas, no sólo confiesa que ama, sino que proclama además que el Dios de todas las cosas es amado por él, diciendo: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. El saberlo todo es propio únicamente del Dios del universo.

Y el Señor, al autor de semejante confesión, no sólo lo constituye pastor y pastor supremo de la Iglesia, sino que, además, le dota de una fortaleza tal, que perseverará firme hasta la muerte, y muerte de cruz, quien fue incapaz de sostener con entereza ni siquiera la pregunta o el diálogo con una criada.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías con una juventud corporal y espiritual, esto es, usabas tu propia fortaleza, e ibas a donde querías, moviéndote con espontaneidad y usando en tu vida de la propia libertad; pero cuando seas viejo, llegado al final de tu juventud, tanto natural como espiritual, extenderás las manos, con lo que se da a entender que moriría en la cruz, a la cual subiría forzado.

Extenderás las manos, otro te ceñirá, es decir, te dará brío, y te llevará a donde no quieras, sacándote de esta vida. Nuestra naturaleza desea vivir y, por tanto, el martirio de Pedro era algo superior a sus fuerzas. Sin embargo -dice el Señor-, lo tolerarás por mí y por mi testimonio, inmolándote con mi ayuda y superando lo que está sobre la naturaleza.

* * *

COYUNTURA Y CARISMA EN FRANCISCO DE ASÍS
por Marie-Dominique Chenu, o.p.
(Aportación a una sesión franciscana, Tarbes, agosto de 1981) 
Desde hace una treintena de años, los historiadores, religiosos o profanos, han renovado la comprensión interna e institucional de la persona y de la obra de Francisco de Asís, situándolas en sus contextos socioculturales e incluso económicos. Este nuevo modo de comprensión aplica al caso eminente de Francisco los métodos de la escuela histórica francesa, según la cual, gracias a la coherencia de los fenómenos de civilización, se percibe, más allá de los acontecimientos, la «mentalidad» implícita que los regula y explica el juego de libertades a través de los determinismos elementales que se dan en todos los niveles.

De esta manera quedan superadas las biografías documentales, pietistas o románticas. Digamos, para aclararlo con una imagen gráfica, que Francisco no vivió en tiempo de Carlomagno o de Francisco I, sino muy concretamente en tiempo de san Luis. Este recurso al entorno terrestre ha sido tildado a veces de naturalismo. Tal crítica depende y es signo de una teología dualista de la naturaleza y de la gracia. Dicho aún más radicalmente, del desconocimiento del cristianismo como «economía en la historia».

De hecho la renovación en el seno de la Iglesia, para común beneficio del teólogo y del historiador, se entrecruza con el citado método. En el Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha definido, no ya como una ciudadela intemporal, sino como comprometida por su mismo ser en el mundo, y en el mundo de la historia: la Iglesia encuentra su lugar, su lugar constitucional, en el mundo y, para arraigarse en él, sale de sí misma, por así decir, a fin de encarnar en él la Palabra de Dios. Y es así, mediante su compromiso con un mundo en mutación, como comprendemos a Francisco, su carisma, su proyecto evangélico, sin detrimento alguno para la causalidad «sobrenatural», pues ésta se encarna, se expresa y se descubre en estas situaciones observables. He aquí brevemente cómo.

Francisco de Asís nace, en cuerpo y alma, en inspiración y decisión, en el seno del gran movimiento evangélico que captó a la comunidad cristiana a lo largo del siglo XII y que llegó a su apogeo alrededor del año 1200. Historia secreta y turbulenta a la vez, cuya complejidad y accidentada trayectoria no deben disimular su intensa y lúcida unidad: el Evangelio tomado como la referencia absoluta, por encima de estructuras institucionales, por muy legítimas y necesarias que fuesen.

Si la desviación de Pedro Valdo, veinte años antes de Francisco, pudo comprometer este elevado proyecto, el consentimiento de Inocencio III a los requerimientos de Francisco confiere fundamento y legitimidad a su compromiso radical. Conocido es el diálogo entre estos dos hombres, tan distintos en su espíritu y por su poder. Toda la historia, incluidas sus ambigüedades, arranca de ahí.

¿Qué coyuntura integra, implícita pero decididamente, el entorno del propósito de Francisco? Desde hacía varias décadas, el régimen feudal, bajo el cual el mundo y la Iglesia habían vivido benéficamente durante cuatro siglos, se encontraba en decadencia; su mismo triunfo lo entorpecía, lo hacía inoperante ante las necesidades, aspiraciones y problemas de una sociedad nueva. La contestación se generalizaba, llegando hasta la insurrección y el derrocamiento de los poderes establecidos... Poco a poco aparecieron los cuadros de esta sociedad nueva, los gremios profesionales, los comunes políticos, las comunidades culturales llamadas «universidades». En estos tres casos, el dinamismo y la creatividad no actuaban ya verticalmente, en el ámbito de la fidelidad sacral a las dependencias entre señores y vasallos o siervos, sino horizontalmente, en una solidaridad cuya toma de conciencia favorecía la promoción de personas libres en sus «comunidades».

En los tres sectores, empezando por las relaciones de producción, el paternalismo cedía a una «fraternidad» igualitaria. Esta socialización de bienes y personas se implantaba con normalidad en las nuevas ciudades, en las cuales el mercado desencadenaba movimientos innovadores lejos de la estabilidad rural de los monasterios. Los progresos técnicos transformaban la vida diaria, innovaban la concepción del trabajo a la vez que las relaciones humanas; las profesiones podían convertirse en lugar de santificación, cuya perfección había estado condicionada hasta entonces por la «huida del mundo». Los «burgueses», en el sentido original de la palabra, formaban los cuadros y eran los animadores de la nueva sociedad; los siervos venían a la ciudad para conseguir la libertad y estaban aguijoneados por el deseo de abrirse a la cultura. A la «beneficencia» se sobreponían las exigencias de la justicia, con sus derechos y funciones. La palabra «nuevo» se pronunciaba en todas partes, sin excluir el campo de las artes y de la poesía religiosa.

He aquí, pues, a Francisco; puede vérsele en cada uno de los puntos de nuestra evocación: hijo de un burgués de Asís, comprometido en los mercados de su padre, circulando por las ciudades, cantando la naturaleza no ya como un símbolo sino como una realidad carnal en honor del Señor, trovador de la alegría, reclutando a sus compañeros entre la generación joven, rehusando las jerarquías autoritarias, dando testimonio de la Palabra de Dios, anunciando la Buena Nueva. «¡El mundo era su celda y el océano su claustro!» (Mateo de París, contemporáneo suyo). Como dice inmejorablemente Tomás de Celano, él es el «hombre nuevo» y el franciscanismo una «santa novedad».

En la iniciativa de estas situaciones y de estas decisiones, su carisma: la vuelta al Evangelio puro, cuyos axiomas primordiales son la fraternidad y la pobreza. Francisco recreó la palabra «hermano». Él es el «Poverello». Enraizad ahí vuestra lectura de la vida y de los escritos de Francisco y alimentad ahí vuestra meditación. Será siempre nueva... Pudo ser difícil institucionalizar en «una Orden» el carisma de Francisco. Pero ese carisma tiene valor perenne, y aún más hoy día, en una coyuntura análoga.

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