jueves, 28 de junio de 2018

CONSECUENCIAS Y PERDÓN DE LOS PECADOS Y EL BAUTISMO DE LOS PÁRVULOS Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR Revisión: P. Javier Ruiz Pascual, OAR LIBRO I

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Sant'Agostino - Augustinus Hipponensis


CONSECUENCIAS Y PERDÓN DE LOS PECADOS Y EL BAUTISMO DE LOS PÁRVULOS
Traductor: P. Victorino Capánaga, OAR
Revisión: P. Javier Ruiz Pascual, OAR
LIBRO I
Prefacio
I. 1. Por más que pasan sobre mí graves cuidados y tareas enojosas, con que me agobian los pecadores, desertores de la ley divina (aunque también atribuyo a mis pecados la causa de semejantes trabajos), con todo, no he querido, o para hablar con más verdad, no he podido, ¡oh carísimo Marcelino!, prolongar la tardanza en responder a tu sincero interés, que te hace a mis ojos más agradable y amable.

Porque tanta fuerza me ha hecho, sea la caridad, por la que hemos de ser gloriosamente transformados en el único bien soberano; sea el temor de no ofender en ti a Dios que te ha comunicado ese deseo -pues, complaciéndote a ti, seguro estoy de servir a quien lo inspiró-; tanta fuerza, repito, me ha hecho, de tal modo me ha movido y forzado a resolver según mis escasas luces las cuestiones que me enviaste por escrito, que por esta sola causa he dado de mano a otras ocupaciones, hasta realizar algún trabajo con que mostrase mi correspondencia a tu buena voluntad y a la de aquellos que se desvelan por estas mismas cosas, si no con la suficiencia que el caso requiere, a lo menos con obsequiosa sumisión.

El pecado, causa de la muerte de Adán
II. 2. Quienes dicen que Adán fue creado de suerte que hubiera muerto aun sin pecar, no por castigo de su culpa, sino por necesidad de su naturaleza, sin duda se empeñan en aplicar no a la muerte corporal, sino a la del alma, que se contrae pecando, lo que está escrito en la ley: El día en que comiereis, ciertamente moriréis 1.

Con esa clase de muerte indicó el Señor que estaban muertos los infieles, de quienes dice: Deja a los muertos enterrar los muertos 2. Pero ¿qué responderán al pasaje donde se lee lo que dijo el Señor al primer hombre después del pecado, increpándole y condenándole: Tierra eres y en tierra te convertirás? 3


Pues, evidentemente, no por razón del alma, sino del cuerpo, era tierra, y con la muerte corporal había de volverse polvo. No obstante eso, aun siendo corporalmente tierra y conservando este cuerpo animal en que fue creado, si no hubiera pecado, hubiera sido transformado en cuerpo espiritual, para conseguir sin peligro de muerte el estado de incorrupción prometido a los fieles y a los santos.

Y no sólo sentimos en nosotros mismos el deseo de esta incorrupción, sino que nos lo da a conocer el Apóstol, cuando nos avisa y dice: Porque, estando aquí, gemimos, anhelando sobrevestirnos de nuestra morada celeste, con tal de que seamos hallados vestidos, no desnudos. Porque los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, por cuanto no queremos ser despojados, sino más bien sobrevestidos, a fin de que esto mortal quede absorbido por la vida 4.

Luego, de no haber pecado Adán, no hubiera sido despojado del cuerpo, sino que hubiera recibido un vestido de inmortalidad y de incorrupción, de manera que lo mortal fuese absorbido por la vida, esto es, pasase de una condición animal a una espiritual.

Una cosa es ser mortal, y otra estar sujeto a la muerte
III. 3. En efecto, no era de temer que, por la larga duración de su condición animal, sucumbiese al peso de la vejez y con el lento proceso de esta edad le llegase la muerte. Porque si Dios concedió a los vestidos y calzado de los israelitas que durante tantos años no sufriesen menoscabo y detrimento, ¿qué maravilla fuera que al hombre, obediente a sus mandatos, le otorgase con su poder el privilegio de llevar un cuerpo animal y mortal en un estado en el que no sufriera menoscabo durante muchos años, mientras pluguiera a su voluntad, para pasar por fin de la mortalidad a la inmortalidad sin el intermedio de la muerte? Pues así como esta carne, en su presente condición, no deja de ser vulnerable aun cuando no es necesario que reciba heridas, así también el cuerpo del primer hombre no dejaba de ser mortal, aunque no era necesario que muriese. Tal es igualmente, a mi parecer, la condición de cuerpo animal y mortal que aún conservan los que sin morir fueron trasladados de este mundo; pues Elías y Enoc, a pesar de sus muchos años, están libres de la consunción senil.

Porque no creo que ellos hayan logrado la renovación espiritual del cuerpo que se promete en la resurrección, cuyo arquetipo es la del Señor; ahora que ellos tal vez ni siquiera necesitan de los manjares cuyo consumo nos sostiene a nosotros, sino que desde su rapto viven de tal modo, que tienen una hartura semejante a la de la cuaresma en que se mantuvo Elías sin comer, con el vaso de agua y la torta de pan; o si han menester de tales manjares, tal vez se sustentan en el paraíso, como Adán antes de merecer salir de allí por su pecado. Pues, según creo, con los frutos de los árboles reparaba sus fuerzas contra el desfallecimiento, y el árbol de la vida le aseguraba la fortaleza, preservándole de la decrepitud.

También la muerte corporal viene del pecado
IV. 4. Pero además del castigo que impuso Dios, diciendo: Polvo eres y en polvo te convertirás, lo cual no sé cómo se pueda entender sino de la muerte corporal -no faltan testimonios con que se muestra evidentísimamente- que el género humano mereció por su pecado, lo mismo la muerte del alma que la del cuerpo.

San Pablo dice escribiendo a los Romanos: Si, pues, Cristo está en vosotros, el cuerpo ciertamente está muerto a causa del pecado, mas el Espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por obra del Espíritu que mora en vosotros 5.

Creo que este pensamiento tan claro y manifiesto no necesita exposición: basta la simple lectura. Murió el cuerpo, dice, no por la fragilidad terrena, inherente a él, por haber sido formado con el limo de la tierra, sino por el pecado. ¿Aún queremos mayor claridad? Y con mucha precaución no dijo: El cuerpo es mortal, sino el cuerpo está muerto.

Diferencia entre lo mortal, lo muerto y lo que ha de morir
V. 5. Porque antes de lograr el estado de incorrupción, prometido en la resurrección de los justos, podía ser mortal, aun suponiendo que no hubiese de morir; del mismo modo que este nuestro cuerpo puede padecer dolencias aunque realmente se viere libre de ellas. Pues ¿qué hombre no puede enfermar, aunque por ventura acabe su vida con algún accidente, sin que haya lugar para la enfermedad?

Análogamente, aquel cuerpo (de Adán) era ya mortal, aunque su mortalidad debía ser absorbida por una mudanza de incorrupción eterna, si perseveraba el hombre en el estado de justicia u obediencia; pero, en realidad, el cuerpo mortal fue condenado a la muerte por el pecado.

Mas como la transformación que será operada con la resurrección futura ha de excluir no sólo la muerte, causada por el pecado, sino también la misma mortalidad inherente al cuerpo animal aun antes del pecado, no dijo: El que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará igualmente vuestros cuerpos muertos (nótese que arriba dijo cuerpo muerto), sino que dijo: Vivificará también vuestros cuerpos mortales; de modo que no sólo no estén muertos, pero ni sean mortales, pues el cuerpo animal surgirá cuerpo espiritual, y esto corruptible se revestirá de incorruptibilidad, y esto mortal será absorbido por la vida.

Cómo el cuerpo murió por causa del pecado
VI. 6. Cosa extraña sería exigir mayor evidencia que la que aquí resplandece. A no ser que se objete, negando esta evidencia, que la muerte corporal debe interpretarse aquí según el sentido que dan estas palabras: Mortificad vuestros miembros terrenos 6. Pero de este modo se mortifica el cuerpo por la justicia, no por el pecado; pues para obrar justamente mortificamos nuestros miembros terrenales. O si piensan que se añadió por el pecado, no para entenderlo de un pecado que se cometió, sino para que se evite en lo futuro, como diciendo: El cuerpo está muerto, para que ya no pequéis; mas entonces, ¿qué significa lo que después de decir: Mas el espíritu es vida, añadió: por la justicia?

Le bastaría haber dicho por la vida del espíritu para que se sobrentendiese que debe evitarse el pecado, y así con una sola expresión entenderíamos ambas cosas, conviene a saber: que el cuerpo está muerto y que el espíritu vive para que obremos con justicia. No obstante eso, el Apóstol dijo que el cuerpo está muerto por el pecado y que el espíritu vive por la justicia, atribuyendo méritos diversos a causas diversas: al mérito del pecado, la muerte del cuerpo; al mérito de la justicia, la vida del espíritu. Por tanto, si, como es indudable, el espíritu vive por la justicia, esto es, por el mérito de la justicia, ¿cómo debemos o podemos interpretar la sentencia correlativa: El cuerpo ha muerto por el pecado, sino diciendo: El cuerpo ha muerto por mérito del pecado, a no ser que nos empeñemos en adulterar y torcer caprichosamente el clarísimo sentido de las Santas Escrituras?

La verdad de esta interpretación resplandece más a la luz de las palabras que inmediatamente siguen. Pues, al determinar el género de gracias que se conceden en la vida presente, diciendo que ciertamente el cuerpo había muerto por el pecado, pues en él, cuando todavía no ha sido renovado por la resurrección, persevera la consecuencia del pecado, es decir, la necesidad de la muerte; mas el espíritu vive por la justicia, y aunque todavía vamos cargados con este peso de muerte, ya respiramos bajo la justicia de la fe, por haberse comenzado la renovación, según el hombre interior; sin embargo, temiendo que la ignorancia humana no esperase nada de la misma resurrección corporal, declara el Apóstol que en la vida futura será vivificado por mérito de la justicia este mismo elemento, calificado por él como muerto en su condición actual a causa del pecado, de tal modo que no sólo será vivificado lo que está muerto, sino también lo mortal recibirá el don de la inmortalidad.

Cómo a la vivificación del cuerpo que esperamos debe preceder ya la vida del espíritu
VII. 7. Aunque temo que una verdad tan evidente se oscurezca más bien con mis explicaciones, sin embargo, advertid la claridad del pensamiento del Apóstol: Si, pues, Cristo está en vosotros, el cuerpo ciertamente está muerto por el pecado, mas el espíritu posee la vida a causa de la justicia 7. Se dijo esto para que los hombres no tuviesen por ilusorio o de escasa monta el beneficio de la gracia de Cristo, pues necesariamente habían de pasar por la muerte corporal. Mas deben notar que, aunque el cuerpo lleva todavía el estigma del pecado, que lo somete a la muerte, con todo, ya ha comenzado a vivir por la justicia de la fe el espíritu, que había sido extinguido en el hombre con una especie de muerte, conviene a saber, la infidelidad. No creáis, pues, que ha sido poco el favor que se os ha dispensado con la inhabitación de Cristo en vosotros, porque en el cuerpo, muerto por el pecado, vive ya por la justicia el espíritu; y así no perdáis tampoco la esperanza de la glorificación corporal. Pues si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará igualmente vuestros cuerpos mortales por la morada del Espíritu en vosotros 8.

¿Por qué se quiere oscurecer tan copiosa luz con la humareda de las disputas humanas? Clama el Apóstol: Verdad es que el cuerpo está en vosotros muerto por el pecado; pero ya vendrá la resurrección de vuestros cuerpos mortales por la justicia, por la que el espíritu es ya vida, y todo se realizará con la gracia de Cristo, esto es, por la inhabitacíón del Espíritu en vosotros. ¿Y todavía se quiere andar con reclamaciones?

Añade también cómo sucede que la vida, mortificando a la muerte, la convierte en vida: Ea, pues, hermanos, dice, deudores somos, pero no a la carne, para vivir conforme a ella; porque si viviereis carnalmente, moriréis; pero si mortificáis las acciones de la carne por el espíritu, viviréis 9. Que es como decir: Si vivís siguiendo las inclinaciones del cuerpo muerto, todo morirá; pero si vivís según el espíritu, mortificando la carne, todo florecerá con vida.

Sentido de las palabras del Apóstol
VIII. 8. Asimismo, aquel pasaje donde dice: Por un hombre vino la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos 10, ¿a qué puede referirse sino a la muerte corporal, pues cuando hablaba así el Apóstol, trataba de la resurrección de la carne, para persuadirla con toda vehemencia y ardor? Pues lo mismo que dice aquí a los corintios con las palabras: Por un hombre vino la muerte y por un hombre la resurrección de los muertos, porque, como en Adán mueren todos, así también en Cristo serán todos vivificados, ¿no lo dice igualmente a los Romanos: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte? 11 Mas la muerte de que aquí habla el Apóstol quieren los adversarios que sea no la corporal, sino la espiritual. Como si hubiera escrito cosa diversa a los Corintios con las palabras: Por un hombre vino la muerte, donde el contexto impide que se entienda de la muerte del alma, pues se trata de la resurrección corporal, que es contraria a la muerte corporal. Por eso solamente menciona aquí San Pablo la muerte causada por un hombre, sin aludir al pecado, pues el tema no era el de la justicia, opuesta al pecado, sino el de la resurrección de la carne, que es contraria a la muerte del cuerpo.

Por propagación y no por simple imitación pasó el pecado a todos los hombres
IX. 9. Por tu carta me has informado cómo ellos se empeñan también en dar una nueva y torcida interpretación al testimonio apostólico: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte 12; pero nada me has dicho del sentido que ellos dan al citado pasaje. Mas, según he podido averiguarlo por testimonio de otros, ellos creen que la muerte mencionada aquí por el Apóstol no es la corporal, pues no admiten que Adán la hubiera originado con su desobediencia; se trata de la muerte del alma, que en él se debe al pecado. Y el mismo pecado dicen que no se ha transmitido por propagación de unos hombres a otros, sino por imitación. Siguiendo este principio, tampoco quieren admitir que el bautismo quita el pecado original en los párvulos, pues el hombre nace totalmente inocente. Mas si el Apóstol hubiera querido mencionar el pecado que entró en el mundo no por generación, sino por imitación, hubiera nombrado a su primer autor, que no fue Adán, sino el demonio, de quien está escrito: Desde el principio peca el diablo 13. También se lee de él en el libro de la Sabiduría: Por envidia del diablo entró la muerte en el orbe de la tierra 14. Y cómo esta muerte vino a los hombres por el diablo, no porque de él procede, sino porque le han imitado, lo dice a continuación: Y le imitan los que a él pertenecen 15. Refiriéndose, pues, el Apóstol al pecado y a la muerte, que se han propagado de un hombre a todos, puso como autor a aquel de quien ha tenido comienzo la propagación del género humano.

10. Sin duda son imitadores de Adán todos los que por desobediencia traspasan los mandamientos de Dios; pero una cosa es la fuerza del ejemplo para los que pecan por voluntad propia y otra la consecuencia original para los que nacen con pecado.

Pues también imitan a Cristo sus santos para seguir el camino de la justicia. Por lo cual el mismo Apóstol dice: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo 16. Pero, además de esta imitación, la gracia de Cristo produce la iluminación y justificación en lo íntimo del alma con aquel linaje de operación de la que dice el mismo predicador: Ni el que planta es algo ni el que riega, sino el que da incremento, que es Dios 17. En efecto, por esta gracia también a los niños bautizados los inserta en su Cuerpo cuando ellos son incapaces de imitar a nadie.

Así pues, como Cristo, en quien todos son vivificados, además de darse a sí mismo como ejemplo de imitación para la justicia, infunde también en los fieles la secretísima gracia de su espíritu, incluyendo entre ellos a los párvulos, así Adán, en quien todos mueren, no sólo dio ejemplo de imitación a los transgresores voluntarios de los preceptos del Señor, sino además contagió con la oculta gangrena de su concupiscencia carnal a todos los que nacen de su estirpe.

Atendiendo a esto, y sólo a esto, dice el Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres alcanzó la muerte, pues en él todos pecaron 18. Si esto lo dijese yo por cuenta mía, me contradirían los adversarios, clamando que ese lenguaje no es exacto ni responde a la verdad. Si las anteriores palabras fueran de un hombre cualquiera, ellos no les darían otro sentido sino el que no quieren hallar en el pasaje apostólico. Mas como son sus propias palabras y les abruma la fuerza de su autoridad y doctrina, nos motejan de tardos de entendimiento, defendiendo a capa y espada no sé qué sentido torcido a lo que tan claramente está expresado. Por un hombre, dice, entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte. Trátase aquí de una propagación, no de una imitación; si hablara de imitación, diría: Por el diablo entró el pecado en el mundo. Pero es indudable a los ojos de todos que aquí designa como primer hombre al que es llamado Adán. Y así, prosigue, la muerte pasó a todos los hombres.

Distinción entre pecado actual y original
X. 11. Lo que sigue después: En quien todos pecaron, está escrito con mucha cautela, exactitud y claridad. Porque si por pecado entiendes el que entró en el mundo por obra de un hombre en quien todos pecaron, cosa manifiesta es, ciertamente, que hay también pecados personales de que sólo son culpables quienes los cometen, diversos de este único con que todos pecaron, cuando todo el género humano estaba incluido en aquel único hombre. Y si se prefiere ver en la expresión en quien todos pecaron, no el pecado, sino aquel hombre único, de suerte que todos en aquel hombre único pecaron, todavía se gana en evidencia. Pues leemos que son justificados en Cristo todos los que en Él creen por la oculta comunicación e inspiración de la gracia espiritual, por la cual quienquiera que se une al Señor se hace un espíritu con Él 19, aunque también los santos le imitan: ¿pueden alegarme de las Sagradas Escrituras expresiones semejantes cuando se habla de la imitación de los santos, si alguno se dice que ha sido justificado en San Pablo o San Pedro y algún otro que sobresalga en el pueblo de Dios con mucha autoridad? Únicamente se dice que somos bendecidos en Abrahán, según está escrito: En ti serán benditas todas las naciones 20, por causa de Cristo, descendiente suyo según la carne. Y aún luce con más claridad esta promesa donde se dice: En tu descendencia serán benditas todas las gentes 21. Ni creo que alguno halle en los divinos libros que se diga que pecó o peca en el diablo, de los impíos y perversos que le imitan. Y habiendo asegurado esto el Apóstol del primer hombre, en quien todos pecaron, todavía se duda de la propagación del pecado, oponiendo no sé qué niebla de imitación.

12. Examina también las palabras que siguen. Pues después de decir: En quien todos pecaron, prosiguiendo añadió: Porque anteriormente a la ley existía el pecado en el mundo 22. Esto es, ni la ley pudo destruir el pecado, habiendo sido introducida en el mundo para dar mayor realce al pecado, ora se trate de la ley natural, en virtud de la cual, cuando el hombre llega a tener uso de razón, comienza a añadir al pecado original los propios; ora de la ley escrita, promulgada por Moisés al pueblo. Porque si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar, entonces realmente de la ley procedería la justicia. Pero la Sagrada Escritura lo encerró todo bajo el dominio del pecado, para que la bendición de la promesa se otorgara a los creyentes en virtud de la fe de Cristo 23.

Con todo, no se imputaba el pecado, mientras faltaba la ley. ¿Qué significa no se imputaba, sino que se ignoraba y no se tenía por pecado?

Pero sí existía a los ojos del mismo Dios y Señor, porque está escrito: Los que sin ley pecaron, sin ley perecerán 24.

Qué significa "el reino de la muerte" en el Apóstol
XI. 13. Pero reinó la muerte, continúa, desde Adán hasta Moisés 25; es decir, desde el primer hombre hasta la misma promulgación divina de la ley, pues ni ella pudo acabar con el reino de la muerte. Por éste quiere que se entienda la dominación en el hombre del reato del pecado, de tal suerte que no sólo les impide alcanzar la vida eterna, que es la única verdadera, sino también los arrastra a la segunda muerte, que es una desdicha perdurable. Ese reino de la muerte lo destruye únicamente en cada hombre la gracia del Salvador, que mostró su eficacia ya en los santos de la antigüedad, quienes antes de la venida de Cristo pertenecieron ya a su gracia, que ayuda; no a la letra de la ley, que puede mandar, pero no dar la fuerza para cumplir el mandato. Pues lo que se hallaba oculto en el Antiguo Testamento según la economía justísima de los tiempos, se ha manifestado ya en el Nuevo. Luego desde Adán hasta Moisés reinó la muerte en todos los que no recibieron la ayuda de la gracia de Cristo, para que fuese destruido en ellos el reino de la muerte. También estuvieron bajo su dominación los que no pecaron a semejanza de la prevaricación de Adán, es decir, los que no pecaron por voluntad propia, como él había pecado, sino heredaron de él el pecado original. Adán es el tipo del hombre futuro 26, porque en él quedó establecida la forma de condenación que había de pasar a sus descendientes, oriundos de su estirpe, de modo que todos naciesen de uno, destinados para la condena, de la que sólo libra la gracia del Salvador.

Ya sé que en muchos códices latinos dice así: Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés sobre aquellos que pecaron a semejanza de la prevaricación de Adán; mas aun los que se atienen a esta lección la explican en el mismo sentido: por los que pecaron a semejanza de la prevaricación de Adán entienden los que en él pecaron, habiendo sido engendrados a su semejanza; y así como de Adán hombre han salido hombres, así también de Adán pecador, esclavo de la muerte y condenado, salió una raza de pecadores, de esclavos de la muerte y condenados. Pero los códices griegos, de donde se hizo la traslación latina, o todos o casi todos, tienen la lección que yo he dado al principio.

14. Mas no cual fue el delito, así también fue el don; pues si por el delito de uno solo los que eran muchos murieron, mucho más la gracia de Dios y la dádiva de la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se desbordó sobre los que eran muchos 27. No dice el Apóstol sobre muchos más, esto es, sobre un número mayor de hombres, pues son más los justificados que los que se condenan, sino abundó mucho más. En efecto, Adán engendró seres humanos culpables con un solo delito suyo; en cambio, Cristo, aun a los que añadieron delitos personales al pecado original con que nacieron, los redimió con su gracia y los perdonó, según lo declara mejor en lo que añade después.

Hay un pecado que es común a todos
XII. 15. Pero examina con más atención lo que dice el Apóstol, conviene a saber, que por el delito de uno han muerto muchos. ¿Por qué causa del delito de uno solo, y no más bien por los pecados personales, si en este lugar ha de entenderse la imitación y no la propagación? Mas advierte lo que dice: Y no como por uno que pecó, así fue el don; porque la sentencia, derivada de uno solo, acaba en condenación; mas el don, a pesar de muchas ofensas, termina en justificación 28.

Dígannos ahora nuestros adversarios dónde ha lugar aquí a la imitación. Condenados por uno solo, dice: se refiere aquí al delito único. Lo indica bien cuando añade: justificados de muchos delitos por la gracia. Mas ¿por qué esta antítesis de un juicio que nos condena por un solo pecado y de una gracia que nos justifica de muchos pecados? En la hipótesis de que no existe un pecado original, ¿no se sigue que lo mismo se extiende el objeto de la justificación por la gracia, y el del juicio de la condenación por muchos delitos? Porque ni la gracia perdona ni tampoco la justicia condena muchos delitos. Y si, por consiguiente, un solo pecado es título de condenación, por cuanto todos los delitos sobre los cuales ha recaído la condena fueron cometidos a imitación de aquél, por la misma razón deberíamos admitir que la justificación no recae sino sobre un pecado, pues todos los que se perdonan a los justificados se cometieron igualmente a imitación de aquél.

Pero no es éste el sentir de San Pablo, cuando decía: Por el pecado de uno solo vino la condenación, mas la gracia, después de muchas transgresiones, trajo la justificación. Antes bien, penetremos nosotros en el pensamiento del Apóstol y persuadámonos que él entiende el juicio condenatorio por un delito, porque bastaría para condenarse los hombres el pecado original solo, aun cuando no tuvieran otros. Y si bien serán juzgados con mayor severidad los que añadieron pecados propios al original, y cada uno recibirá el castigo proporcional a ellos, con todo, aun el simple pecado de origen no sólo separa del reino de Dios -donde, según confesión de los mismos pelagianos, no pueden entrar los niños que mueren sin haber recibido la gracia de Cristo-, mas también aparta de la salud y de la vida eterna, pues reino de Dios y vida eterna son una misma cosa, y se alcanza por la unión con Cristo.

Cómo por uno nos vino la muerte y por uno la vida
XIII. 16. Luego de Adán, en quien todos pecamos, hemos contraído no todos los pecados, sino sólo el original; en cambio, Cristo, por quien todos somos justificados, nos ha logrado la remisión del pecado original y de todos cuantos hemos añadido nosotros. He aquí por qué el mal que nos hizo aquel pecador único no iguala al bien que nos ha hecho el don de Dios. Su justo juicio puede condenar por el solo delito de origen, si no se perdona; mas su gracia salva, perdonando muchos delitos, o sea, el de origen y los demás personales.

17. Pues si por el delito de uno solo, por obra de uno solo reinó la muerte, mucho más los que reciben la sobreabundancia de la gracia y de la justicia reinarán en la vida por uno solo, Jesucristo 29 ¿Por qué reinó la muerte por culpa de uno sino porque estaban vinculados a la muerte en él, en quien todos pecaron, aun los que no cometieron pecados personales? De otra suerte no sería verdad que por el delito de uno solo la muerte ha extendido su imperio por medio de uno, sino que ha reinado con muchos delitos personales de muchos pecadores.

Pues si atribuimos a la culpa de un hombre la muerte de los demás, porque a él, como a precursor, le han seguido imitando en el mal, mucho más él murió por delito de otro, pues el diablo le había precedido con el mal ejemplo, siendo además su instigador a la rebelión; en cambio, Adán no persuadió a pecar a ninguno de sus imitadores, y muchos de los que son llamados así, o tal vez no han oído, o de ningún modo creen que él haya existido y cometió semejante pecado.

¿Con cuánta mayor razón, pues, San Pablo hubiera dado el primer lugar al diablo, atribuyéndole el delito y la herencia universal de la muerte, si hubiera tratado aquí no de un pecado de propagación, sino de imitación? Si se puede ser imitador de alguien sin recibir de él ningún estímulo para el mal y aun desconociéndolo totalmente, mucho más justo es llamar a Adán imitador del diablo, porque éste fue su tentador. ¿Y qué significan las palabras: Los que reciben la abundancia de la gracia y de la justicia, sino que se les perdonan con la gracia tanto el pecado original, común a todos, como los que han cometido después, dándoseles una justicia tan poderosa que, habiendo Adán consentido a la simple sugestión del demonio, ellos no se rinden ni cuando con violencia les quiere arrastrar al pecado?

¿Y en qué sentido dice: Mucho más reinarán en la vida, siendo así que la tiranía de la muerte arroja a muchos más en la condena eterna, sino para que entendamos que en ambos pasajes se habla de los que han pasado de Adán a Cristo, de la muerte a la vida, pues en la vida eterna reinarán sin fin con una gloria superior al estrago que la muerte temporal y transitoria causó en ellos?

18. Así, pues, como por el pecado de un hombre todos han incurrido en condenación, así por la santificación de uno han recibido los hombres la justificación de la vida 30. Este delito único, si atendemos a la imitación, no es sino el del demonio. Mas siendo cosa evidente que se habla de Adán, no del demonio, sólo puede entenderse de un pecado de propagación, no de imitación.

Nadie sino Cristo justifica
XIV. Lo que dice hablando de Cristo: Por la justificación de uno solo, tiene más fuerza que si dijera: Por la justicia de uno solo. Porque llama aquí justificación al acto de santificar al pecador, que no es objeto de imitación, porque sólo Él puede justificar. San Pablo bien pudo decir: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo 31; pero nunca podría tomar en su boca estas palabras: Recibid de mí la justificación, como yo la he recibido de Cristo. Pues puede haber, hay y hubo hombres justos y dignos de imitación, pero nadie es justo y justificador sino sólo Cristo. Por lo cual se dice: Cuando un hombre cree en aquel que justifica al impío, su fe se le abona en cuenta de justicia 32: Luego el que tuviere la osadía de decir: Yo te justifico, es lógico que diga también: Cree en mí. Pero sólo el Santo de los santos ha podido hablar así: Creed en Dios, y creed también en mí 33, para que, como a creyente en aquel que justifica al impío, su fe le sea abonada en cuenta de justicia.

Cómo por Adán todos son pecadores, y cómo justos todos por Cristo
XV. 19. Luego si sólo la imitación nos hace pecadores por Adán, ¿por qué también no nos hace justos la sola imitación por Cristo? Como por el pecado de uno todos han incurrido en condenación, así por la justificación de uno solo todos reciben la justificación de la vida 34.

En la hipótesis de una imitación, este uno y uno no debieran ser Adán y Cristo, sino Adán y Abel. En efecto, en la vida presente, muchos pecadores van delante de nosotros, y muchos que han venido después los han imitado pecando; sin embargo, por esto quieren los pelagianos que sólo Adán haya sido mencionado como el tipo en quien todos pecaron, por haber sido él el primer hombre pecador. Siguiendo este razonamiento, Abel debía haber sido propuesto como el tipo en quien todos igualmente son justificados por imitación, por haber sido el primero entre los hombres que vivió justamente. O si, atendiendo a la economía temporal iniciada con el Nuevo Testamento, ha sido Cristo constituido, como ejemplar de imitación, cabeza de los justos, por la misma razón, a Judas, que le entregó, debía habérsele puesto como cabeza de los impíos.

Pero, en cambio, si Cristo es el único en quien son justificados todos, porque no sólo justifica su imitación, mas también su gracia, que regenera por el espíritu, por la misma razón Adán es el único en quien todos pecaron, ora porque su imitación hace a los pecadores, ora también porque transmite su pena por generación carnal. Así se explica igualmente por qué se dice todos y todos. Lo cual no significa que todos los que vienen por descendencia carnal de Adán sean regenerados con la gracia de Cristo; pero la expresión es exacta, pues así como toda generación carnal se deriva de Adán, así nadie renace espiritualmente sino por Cristo.

Si algunos pudieran ser engendrados carnalmente por otro conducto que el de Adán y si algunos pudieran ser regenerados espiritualmente por otra vía que la de Cristo, la palabra todos sería inexacta en ambos pasajes.

La misma expresión todos emplea después para designar a muchos; en efecto, aun habiendo pocos, puede hablarse de todos; pero lo mismo la generación carnal que la espiritual comprende a muchos, aunque la segunda menos que la primera. Con todo, como aquélla comprende a todos los hombres, ésta a todos los hombres justos; pues así como nadie es hombre fuera de aquélla, así nadie justo fuera de ésta; y en ambas se encierran muchos hombres. Pues como por la desobediencia de un solo hombre fueron constituidos muchos pecadores, así también por la obediencia de uno solo serán justificados muchos 35.

20. Mas sobrevino la ley para que aumentase el delito 36. Esto se refiere a los pecados que los hombres añadieron al original por su propia voluntad, no por Adán; pero éstos también son borrados y sanados por Jesucristo, pues donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, para que así como reinó el pecado, siendo causa de muerte, incluidos también los pecados no contraídos de Adán, sino cometidos por voluntad propia, así también la gracia reine por la justicia, dando la vida eterna 37. Mas ninguna justicia hay fuera de Cristo, como hay pecados fuera de Adán. Por lo cual, después de decir: Como reinó el pecado, originando la muerte, no añadió: Por un solo hombre, o por Adán, porque ya había mencionado los delitos que abundaban cuando sobrevino la ley; aquí también se refiere, no al pecado original, sino a los cometidos con voluntad propia. Y después de haber dicho: Para que la gracia reine por la justicia con frutos de vida eterna, añadió: Por Jesucristo, Señor nuestro; pues por la generación carnal se contrae solamente el pecado de origen; mas con la regeneración espiritual no sólo se logra la remisión del pecado original, sino también la de todos los personales.

Los niños que mueren sin bautismo son condenados, aunque a levísima pena. También por el pecado de Adán el cuerpo perdió los dones de la gracia
XVI. 21. Luego puede afirmarse con verdad que los niños que mueren sin bautismo estarán en un lugar de condenación, la más ligera de todas. Mucho, pues, engaña y se engaña quien propala que no serán condenados, cuando el Apóstol lo dice: Por un solo pecado hay un juicio de condenación; y poco después prosigue: Por el pecado de uno, todos los hombres han incurrido en condenación 38.

Cuando pecó, pues, Adán, desobedeciendo a Dios, entonces su cuerpo, aunque animal y mortal, perdió la gracia, por la que todos sus miembros obedecían plenamente a su alma; entonces apareció el movimiento bestial, tan afrentoso para los hombres, del que se avergonzó Adán al verse desnudo. Entonces también, con una especie de enfermedad originada por aquella corrupción súbita y pestilencial, perdieron el vigor estable de la juventud, en que fueron creados por Dios, para ir al encuentro de la muerte al través de las vicisitudes de las edades. Y aunque los hombres todavía vivieron muchos años después, con todo, comenzaron a morir el día en que recibieron esta ley de la muerte, que los condena a la decadencia senil. Pues no permanece estable ni un solo instante, sino se desliza sin interrupción todo lo que con mudanzas continuas se precipita insensiblemente a su fin, no un fin que perfecciona, sino que destruye. Así se cumplió lo que había dicho el Señor: El día en que comiereis, moriréis 39.

Todos, pues, cuantos proceden por generación de esta desobediencia de la carne, de esta ley del pecado y de la muerte, tienen necesidad de la regeneración espiritual, no sólo para llegar al reino de Dios, sino también para librarse de la condenación del pecado. Por su nacimiento carnal vienen sujetos a la vez al imperio del pecado y de la muerte del primer hombre; por el renacimiento del bautismo coparticipan de la justicia y vida eterna del segundo hombre. Según está escrito en el Eclesiástico: En la mujer tuvo principio el pecado y por ella morimos todos 40. Ora se atribuya a la mujer, ora a Adán, en ambos casos el origen del pecado está en el primer hombre; porque, como sabemos, la mujer procede del varón y la de ambos es una misma carne. Por lo cual está escrito: Serán dos en una carne 41. Así que ya no son dos, sino una carne 42, dijo el Señor.

No se deben atribuir pecados personales a los niños
XVII. 22. Por esta razón no son menester muchos esfuerzos para refutar a los que dicen que los niños son bautizados para que se les perdonen los pecados que han cometido en su vida, no el que contrajeron de Adán. Si ellos reflexionan seriamente y sin pasión cuán absurdo e indigno de tomarse en cuenta es lo que dicen, fácilmente cambiarán de opinión. Y si no quisieren avenirse a esto, tampoco se ha de desesperar de los buenos sentimientos humanos hasta hacernos temer que han de persuadir a otros de tal modo de pensar. A mi parecer, ellos se han arrojado a defender esa opinión por temor a entrar en contradicción con alguna otra doctrina. Obligados, por una parte, a confesar que el bautismo obra la remisión de los pecados, y rehusando, por otra, atribuir a Adán el origen del pecado, que, según confiesan, se perdona a los niños, no tuvieron más salida que la de acusar a la misma infancia, como si el acusador de la infancia estuviese más seguro, porque el acusado no puede responderle. Pero dejemos, como dije, a los partidarios de esta opinión; es inútil apelar a ningún discurso o documento para probar la inocencia de los niños en cuanto a la vida que llevan después de recién nacidos, si el sentido humano no la reconoce, sin necesidad de ayudarse para ello de ninguna clase de argumentos.

Refuta a los que dicen que los niños no reciben el bautismo en remisión de su pecado, sino para conseguir el reino de los cielos
XVIII. 23. Más mella hacen, propalando una opinión que merece ser examinada y discutida, quienes dicen que los niños recién nacidos reciben el bautismo no para que les sea perdonado el pecado, sino para que renazcan espiritualmente, siendo creados en Cristo y haciéndose partícipes de su reino celestial y, del mismo modo, hijos y herederos de Dios, pero coherederos de Cristo. Cuando a éstos se les propone la cuestión sobre si los no bautizados y no hechos coherederos de Cristo y partícipes del reino de los cielos, consiguen a lo menos el beneficio de salvación eterna en la resurrección de los muertos, hacen laboriosos esfuerzos, pero no hallan ninguna salida.

Pues ¿quién entre los cristianos pasará por que se defienda para alguien la posibilidad de llegar a la salvación eterna sin el renacimiento en Cristo, que Él quiso se operase por virtud del bautismo en el tiempo en que hubo de ser instituido este sacramento para engendrar a los hombres a la esperanza de la vida eterna?

Por esta razón dice el Apóstol: No por obras hechas en justicia, que nosotros hubiéramos practicado, sino, según su misericordia, nos salvó por el baño de la regeneración 43. Esta salvación la conseguimos en esperanza, mientras vivimos en este mundo, según afirma en otra parte: Porque en esperanza hemos sido salvados; mas la esperanza que se ve, ya no es esperanza. Pues lo que uno ve, ¿cómo puede esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia lo esperamos 44.

Luego ¿quién osará defender que sin esta regeneración se salvan los niños para siempre, como si Cristo no hubiera muerto por ellos? Porque Cristo murió por los impíos 45. Como, por otra parte, es evidente que estas criaturas no han cometido ninguna impiedad con su vida propia, si tampoco tienen ningún vínculo de pecado original, ¿cómo murió por ellos el que murió por los impíos?

Si no están heridos con ninguna enfermedad de pecado hereditario, ¿por qué sus deudos, con piadoso temor, se apresuran a llevarlos al Médico Cristo, esto es, a recibir el sacramento de la salvación eterna, ni se les dice en la Iglesia: Retirad de aquí a estos inocentes, porque los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos; Cristo no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores? Nunca se dijo, nunca se dice, nunca se dirá jamás tal cosa en la Iglesia de Cristo.

Lo mismo que los fieles, los niños pueden llamarse penitentes. Sólo los pecados apartan a los hombres de Dios
XIX. 24. Mas nadie piense que los infantes se llevan a bautizar porque, como no son pecadores, tampoco justos. ¿Cómo, pues, algunos recuerdan el elogio del Señor en favor de la infancia, cuando dice: Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de los tales es el reino de los cielos 46? Pues si con estas palabras quiso nuestro Señor no sólo proponernos como modelos de humildad, porque esta virtud nos hace pequeñuelos, sino ponderar la vida laudable de los niños, sin duda ellos están en el número de los justos. De otro modo, no hubiera podido decirse: De los tales es el reino de los cielos, el cual sólo puede ser de los justos.

Pero tal vez tampoco es exacto decir que el Señor elogió la vida de los niños con las palabras: De los tales es el reino de los cielos; el verdadero sentido es que Cristo los ha propuesto en tan tierna edad como ejemplo de humildad.

A pesar de lo dicho, tal vez podría sostenerse la opinión que yo señalé, a saber: los niños deben bautizarse, porque no son pecadores, mas tampoco justos. Pero después de haber dicho el Señor: No he venido a llamar a los justos, como si alguien le replicase: Pues ¿a quiénes viniste a llamar?, añadió al punto: sino a los pecadores a penitencia. Teniendo esto en cuenta, ¿cómo se entiende que, tanto si los niños son justos como si no son pecadores, no vino Cristo a llamarlos, puesto que dijo: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores? Luego no sólo es inútil, sino insolente precipitarse a recibir el bautismo de aquel que no los llama. Mas arrojemos lejos de nosotros semejante manera de pensar. Pues los llama el Médico que tiene necesidad de los enfermos, y no de los sanos, y que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores a la penitencia. Por esta razón, como los niños no están sujetos a ningún pecado de la vida propia, se cura en ellos la enfermedad original por la gracia de aquel que los salva por el baño de la regeneración.

25. Dirá alguno: Pues ¿cómo esos niños son llamados a hacer penitencia? Siendo tan pequeñitos, ¿cabe en ellos el arrepentimiento?

Se les responde: Si todavía no han de ser contados en el número de los penitentes, porque no tienen el sentimiento para arrepentirse, tampoco podremos llamarlos fieles, porque todavía no poseen sentimiento de la fe. Empero, si con razón se les considera como fieles, porque en cierto modo profesan la fe por boca de sus padrinos, ¿por qué no los hemos de tener de antemano como penitentes, pues con palabras de las mismas personas que los llevan manifiestan su renuncia al demonio y al mundo presente? Todo lo cual se realiza en esperanza por virtud del sacramento y de la divina gracia, de que Cristo dotó a su Iglesia. Por lo demás, ¿quién ignora que nada le aprovechará lo que recibió siendo niño si, llegando al uso de razón, no creyere ni se abstuviere de los deseos culpables? En cambio, si muriese en la inocencia bautismal, libre del reato al que estaba sujeto por razón de su origen, alcanzaría la perfección de la dicha en aquella luz de la Verdad que, permaneciendo inmutable, ilumina a los santos con la presencia del Creador. Porque los únicos muros de separación entre el hombre y su Dios son los pecados, los cuales se quitan con la gracia de Cristo, por cuya mediación somos reconciliados cuando justifica al pecador.

Nadie se acerca debidamente a la mesa del Señor si no está bautizado
XX. 26. A nuestros adversarios amedrenta esta sentencia del Salvador: Si uno no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Y exponiéndola, prosigue: Quien no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de los cielos 47. Y por eso se esfuerzan en atribuir la salvación y la vida eterna a los párvulos no bautizados, alegando el mérito de su inocencia; pero, como no están bautizados, los marginan del reino de los cielos. He aquí una pretensión inaudita y extraña, como si pudiera lograrse la salvación y la vida eterna fuera de la herencia de Cristo, fuera del reino de los cielos.

Ni les falta su refugio y escondrijo, porque -así discurren ellos- no dijo el Señor: Si alguien no renaciere del agua y del Espíritu, no tendrá vida, sino que no entrará en el reino de los cielos. Si hubiese dicho lo primero, no habría lugar a duda. ¡Fuera, pues, dudas! Y oigamos al Señor y no las cavilaciones y conjeturas de los hombres. Oigamos, repito, al Señor, no cuando habla del sacramento de la ablución, sino del sacramento de su mesa, a la que nadie se acerca debidamente si no ha recibido el bautismo. Si no comiereis mi carne y bebiereis mi sangre, no tendréis vida en vosotros 48. ¿Qué más queremos? ¿Qué puede responder a esto, a no ser que la pertinacia humana se empeñe en gastar sus armas de combate contra la verdad manifiesta e inmutable?

27. ¿O tal vez osará alguien sostener que esta sentencia no comprende a los párvulos, y que ellos pueden tener vida en sí sin la comunión de este cuerpo y sangre, porque no dice: Quien no comiere, como del bautismo: Quien no renaciere, sino: Si no comiereis, como dirigiéndose a los que podían escucharle y entenderle, cosa imposible para los niños?

Mas este objetante no advierte que, si no comprende a todos la sentencia del Salvador, declarándolos incapaces de tener vida en sí sin la participación de su cuerpo y sangre, tampoco los mayores en edad se cuidarán de cumplir dicho precepto. Pues si no se atiende a la intención de Cristo, sino a la materialidad de las palabras, podría parecer que éstas sólo iban dirigidas a los presentes, que hablaban con el Señor, pues no dice: El que no comiere, sino: Si no comiereis. ¿Cómo se explica entonces lo que allí mismo les dice hablando del mismo argumento: El pan que yo daré es mi carne para salvación del mundo 49?

Por estas palabras entendemos que también nos pertenece a nosotros este sacramento, aun cuando no existíamos cuando así hablaba, pues no podemos considerarnos extraños al siglo, por cuya vida derramó Cristo su sangre. Pues ¿quién duda que con el nombre de siglo comprende a los hombres que naciendo vienen a este mundo? A este propósito dice también en otra parte: Los hijos de este mundo engendran y son engendrados 50. Luego también por la vida de los párvulos se ofreció la carne que fue dada por la vida del siglo; y si no comen la carne del Hijo del hombre, tampoco ellos tendrán vida.

28. Concuerda igualmente con lo dicho esta declaración del Salvador: El Padre ama al Hijo y todo lo entregó en sus manos. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; pero el que no cree en el Hijo, no tendrá vida, sino la cólera de Dios permanece sobre él 51.

Ahora bien, ¿en qué categoría de estas dos incluiremos a los infantes? ¿En la de los que creen al Hijo o en la de los que no creen en Él?

En ninguna, dice alguien; pues como no pueden creer todavía, tampoco pueden ser contados entre los incrédulos.

No lo enseña así la regla eclesiástica, pues a los infantes bautizados los agrega al número de los fieles. En fin, si los simples bautizados se cuentan en el número de los creyentes por la eficacia misma y solemnidad de tan gran sacramento, aunque no hagan con su corazón y su boca lo que es menester para creer y confesar, ciertamente aquellos a quienes falta este sacramento han de ser contados entre los que no creen al Hijo, y, por tanto, si muriesen privados de esta gracia, se cumplirán en ellos las palabras citadas: No tendrán vida, sino que la cólera de Dios permanece sobre ellos. ¿Cómo se explica esto, cuando se sabe que no tienen pecados personales, si, por otra parte, tampoco están sometidos al pecado original?

Es un misterio insondable que unos niños mueran sin bautismo y otros no
XXI. 29. Con mucha propiedad no dice el texto: La ira de Dios vendrá sobre él, sino la ira de Dios permanece sobre él. Porque de esta ira, por la que todos están bajo pecado, y de la cual dice el Apóstol: También nosotros éramos por naturaleza hijos de ira, como los demás, sólo nos libra la gracia de Dios por nuestro Señor Jesucristo 52. ¿Y por qué se da esta gracia a unos y se niega a otros? La razón de esta diferencia puede ser oculta, pero no injusta. ¿Pues hay acaso injusticia en el Señor? De ningún modo 53. Ante todo, conviene acatar la autoridad de las divinas Escrituras, para llegar por la fe a su conocimiento. Pues con razón se dijo: Tus juicios son un profundo abismo 54. Como espantado por su profundidad, exclama el Apóstol: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! 55 Antes había expresado este pensamiento de maravillosa hondura: Encerró Dios a todos en su incredulidad, para compadecerse de todos. Y horrorizado ante este abismo, dice: ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e impenetrables sus caminos! Pues ¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién le sirvió de consejero? ¿O quién le dio primero y se lo pagará en retorno? Porque de Él, y por Él, y para Él son todas las cosas: a Él la gloria por los siglos. Amén 56.

Demasiado débil entendimiento poseemos para discutir la justicia de los juicios de Dios y la gratuidad de su gracia, la cual no es injusta, aun cuando se da sin mérito precedente alguno; y, sin embargo, cuando se concede a sujetos indignos, nos impresiona menos que cuando se niega a otros igualmente indignos.

30. Los que hallan injusto que los niños, muertos sin la gracia de Cristo, sean privados no sólo del reino de Dios, al que, según confiesan ellos, abre la puerta el bautismo, sino también de la salvación y vida eterna, al indagar cómo puede ser justo que a uno se le purifique de la injusticia original y a otro no, siendo idéntica la condición de ambos, respondan también ellos, conforme a su opinión, cómo es justo que a uno se le administre el bautismo para que entre en el reino de los cielos y al otro no, en las mismas condiciones para ambos. Y si les inquieta el saber por qué de estos dos, que justamente son pecadores por su origen, uno de ellos es librado del cautiverio por la dispensación del sacramento y el otro sigue cautivo, pues no se le concede tal gracia, ¿por qué no se alarman también cuando, entre dos criaturas originariamente inocentes, la una recibe el bautismo, con que entre en el reino de los cielos, y la otra no, quedando excluida del reino de Dios?

En ambas hipótesis hay que volver a la exclamación apostólica: ¡Oh profundidad de las riquezas!

Además, aun entre los mismos párvulos bautizados, decidme: ¿por qué uno es arrebatado de la vida para que la malicia no le pervierta el corazón, y otro vive para ser con el tiempo un impío? Si los dos fueran arrebatados, ¿no es verdad que ambos entrarían en el reino de los cielos? Y, sin embargo, ninguna injusticia hay en Dios. ¡Qué más! ¿Quién no se maravilla, quién no se ve obligado a exclamar, ante la profundidad de los juicios divinos, al ver que unos niños son atormentados por los espíritus inmundos, otros se ven libres de tales tormentos, otros, en fin, como Jeremías, son santificados en el útero materno, siendo así que todos son culpables, si admitimos el pecado original, y en la hipótesis contraria, todos son también inocentes? ¿De dónde vienen tan notables diferencias sino porque son inescrutables los juicios de Dios y cerrados a nuestro pensamiento sus caminos 57?



Refútase la opinión de los que dicen que, por los pecados cometidos en otro mundo, las almas son encerradas en los cuerpos conforme a sus merecimientos, y que son más o menos castigadas
XXII. 31. ¿Volveremos tal vez aquí a una opinión reprobada y desechada, según la cual las almas, después de haber pecado en la morada celestial, vienen poco a poco y por grados a ocupar los cuerpos que ellas han merecido, para ser más o menos afligidas con castigos corporales según los méritos de la vida pasada? Aunque a esta opinión contradice muy abiertamente la Sagrada Escritura, que al encomendar la gracia, dice: No habiendo nacido aún Esaú y Jacob, ni habiendo hecho bien ni mal, para que el decreto divino pareciese firme en su elección, no por mérito de las obras, sino por causa de la vocación divina se dijo: El mayor servirá al menor 58, con todo, ni aun los que profesan tal opinión se ven libres de la dificultad de la cuestión, y, estrechados y encadenados por ella, tienen que exclamar: ¡Oh profundidad! ¿Cómo se explica, por ejemplo, que haya un hombre que posee desde la más temprana edad y en grado superior a los demás la moderación, la viveza de la inteligencia, la templanza, el dominio en gran parte sobre las pasiones, la aversión a la avaricia, el horror a la deshonestidad y una mejor disposición y aptitud para las demás virtudes, y, sin embargo, vive en un país donde no puede oír la predicación de la gracia divina? Pues ¿cómo invocarán a aquel en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no oyeron? ¿Y cómo oirán sin haber quien predique? 59

En cambio, otro, romo de ingenio, entregado a las liviandades, cubierto de infamias y de crímenes, de tal modo es dirigido por la Providencia, que oye, cree, se bautiza, muere arrebatado en gracia o, si se prolonga su vida, observa una conducta laudable.

¿En qué lugar estos dos han contraído méritos tan diferentes, no digo para que uno crea y el otro no, porque en esto toma su parte la propia voluntad, sino para que llegue a los oídos de uno lo que ha de creer, y a los del otro no, lo cual es cosa independiente de la voluntad del hombre? ¿Dónde, repito, han contraído méritos tan diversos? Si se supone que vivieron antes en el cielo, mereciendo por sus actos ser expulsados de allí y precipitados en la tierra, para ser encerrados en moradas corpóreas proporcionadas a su vida pasada, se ha de creer que el primero llevó una vida mejor antes de venir a ocupar este cuerpo y mereció que se le aliviase su pesadumbre y tuviese buena inteligencia, viéndose libre de la violencia de las pasiones para poder moderarlas fácilmente; y, a pesar de eso, no fue digno de que se le predicase aquella gracia, con la que únicamente podía librarse del estrago de la segunda muerte.

El otro, en cambio, con peores merecimientos, según opinan, metido en un cuerpo más pesado y, por lo mismo, con un corazón más torpe, y a pesar de haberse dejado vencer por el ardor de la concupiscencia y los halagos de la carne, añadiendo a los antiguos pecados, por los cuales mereció caer en tal degradación, otros más detestables cometidos en la tierra, o bien oyó en la cruz las palabras: Hoy estarás conmigo en el paraíso 60, o se arrimó a algún apóstol y, ganado con su predicación, recibió el sacramento salvífico del bautismo, para que, donde abundó el delito, sobreabundase la gracia.

No veo cómo pueden responder a esto los que se empeñan en defender la justicia de Dios con humanas conjeturas, e ignorando la profundidad de la gracia inventan un tejido de fábulas inverosímiles.

32. Mucho se pudiera decir también de maravillosas vocaciones de hombres que conocemos por la lectura o la experiencia: con ellas cae por tierra la opinión que admite para las almas humanas una vida anterior a su existencia actual en los cuerpos, por la cual vinieron al mundo para experimentar aquí bienes o males según la diversidad de sus méritos. Mas los límites impuestos a este trabajo nos impiden extendernos sobre este punto. Sin embargo, entre muchos no omitiré un hecho admirable que yo tengo averiguado. ¿Quién entre los que opinan que las almas que sufren más o menos los trabajos y pesadumbre del cuerpo por obras realizadas durante su vida anterior a ésta, no reconocerá que los pecadores más perversos e indignos han sido los que merecieron perder la luz de la razón hasta el punto de venir al mundo en una condición muy semejante a la de los brutos? No me refiero a los muy tardos de entendimiento, pues esto también suele decirse de otros, sino a los alienados y furiosos, que mueven a risa a la gente sensata con sus locuras: el vulgo los suele llamar moriones, de un nombre derivado del griego.

No obstante eso, uno de ellos hubo tan cristiano, que soportaba con extremada paciencia e insensibilidad cuantas injurias se le hacían; pero tan insoportables le eran las injurias al nombre de Cristo o las hechas en su persona a la religión que profesaba, que arremetía a pedradas con los blasfemos cuerdos que se complacían en provocarle de este modo, sin perdonar en este punto ni a sus mismos dueños.

Estos tipos de hombres han sido predestinados y creados, a mi parecer, para que entiendan, los que son capaces de ello, que la gracia divina y el Espíritu, que sopla donde quiere, no excluye ninguna clase de hombres del número de los hijos de la misericordia, y que entre los hijos de la perdición hace caso omiso de toda clase de ingenios, para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor 61.

Quienes admiten que cada una de las almas, según los méritos de una vida precedente, reciben diversos cuerpos terrenos, cuya carga grava más a unos y a otros menos; y que según los mismos méritos se distribuyen los ingenios, unos más agudos y otros más obtusos; y que, en fin, en la misma forma se dispensa la gracia divina a los hombres que se han de salvar, ¿cómo pueden explicar este caso? ¿Cómo es posible atribuir a este demente, por una parte, una vida anterior tan execrable, por la que mereció tanta degradación, y por otra, tan meritoria, que, a causa de la gracia de Cristo, era preferible a los hombres de más lúcido ingenio?

33. Rindámonos, pues, y abracemos la autoridad de las divinas Escrituras, que no sabe engañarse ni engañar; y así como creemos que los no nacidos nada han hecho de bueno y malo para establecer entre ellos categorías de méritos, tampoco dudemos de que todos los hombres están sujetos al pecado, que entró por un hombre en el mundo y pasó a todos, del cual sólo nos libra la gracia de Dios por mediación de nuestro Señor Jesucristo.

Cristo es también el Salvador y Redentor de los infantes
XXIII. La venida de Cristo como Médico es necesaria a los enfermos, no a los sanos, porque no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores; en su reino sólo entrará quien hubiere renacido por el agua y el Espíritu, ni fuera de su reino poseerá la salvación y la vida eterna. Pues el que no comiere su carne y el que no cree al Hijo, no tendrá vida, sino la cólera de Dios gravita sobre él. De este pecado, de esta enfermedad, de esta ira de Dios, de la que naturalmente son hijos aun los que no teniendo pecados personales por razón de la edad, sin embargo contraen el de origen, sólo liberta el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo 62; sólo el Médico, que no vino por los sanos, sino por los enfermos; sólo el Salvador, de quien se dijo al género humano: Os ha nacido hoy el Salvador 63; sólo el Redentor, con cuya sangre se borran nuestras deudas. Pues ¿quién se atreverá a decir que Cristo no es el Salvador y Redentor de los niños? ¿Y cómo los salva, si no hay en ellos ninguna enfermedad hereditaria? ¿De quién los rescata, si no son esclavos del pecado por ser oriundos del primer hombre? No se prometa, pues, caprichosamente a los niños, fuera del bautismo de Cristo, ninguna especie de salvación eterna, pues no la promete la divina Escritura, que debe preferirse a todos los ingenios humanos.

Los cristianos de África llaman "salvación" al bautismo y "vida" a la Eucaristía
XXIV. 34. Los cristianos de África tienen mucha razón para llamar al sacramento del bautismo la salvación, y al sacramento del cuerpo de Cristo, vida. ¿De dónde procede esta costumbre sino, según creo, de la tradición antigua y apostólica, por la que las iglesias de Cristo llevan íntimamente grabada esta verdad, conviene a saber: fuera del bautismo y de la participación de la mesa del Señor, ningún hombre puede llegar al reino de Dios y a la salvación y vida eterna? Lo mismo atestigua la divina Escritura, según lo que hemos dicho arriba. En efecto, ¿qué otra cosa creen los que llaman al bautismo la salvación sino lo que se halla escrito: Nos hizo salvos con el baño de la regeneración 64? San Pedro atestigua la misma verdad: De igual forma el bautismo os salva a vosotros ahora. Y dar al sacramento de la mesa eucarística el nombre de vida es creer lo que se dijo: Yo soy el pan vivo que bajó del cielo; el pan que yo os daré es mi carne por la vida del mundo. Si no comiereis la carne del Hijo del hombre y bebiereis su sangre, no tendréis vida en vosotros 65.

Concluyamos, pues, que si tantos y tan graves testimonios de la divina Escritura proclaman concordemente que nadie debe esperar conseguir la salud y la vida eterna fuera del bautismo y del cuerpo y de la sangre del Señor, inútil es prometérsela a los niños sin estos medios. Luego si sólo el pecado aparta a los hombres de la salvación y de la vida eterna, únicamente por estos sacramentos se quita el reato del pecado en los párvulos; de ese reato está escrito que nadie está limpio, aunque su vida haya sido de sólo un día 66. En el mismo sentido está escrito en los Salmos: He aquí que he sido concebido en iniquidad, y en pecado me nutrió mi madre en su útero 67. Porque o se dice esto del hombre en general o, si David habla de su propia persona, él nació como fruto de legítimo matrimonio, no por obra de fornicación. No dudemos, pues, que también por los infantes que habían de recibir el bautismo fue derramada la sangre de Cristo, la cual, antes de ser vertida, la dio y recomendó en el sacramento por estas palabras: Ésta es la sangre que será derramada por muchos para el perdón de los pecados 68. Es negar la liberación de los niños afirmar que no están en pecado. Pues ¿de dónde son libertados si no están bajo la servidumbre del pecado?.

35. Yo vine, dice también, como luz al mundo, para que todo el que creyere en mí no permanezca en las tinieblas 69. Estas palabras del Señor muestran que todo hombre que no cree en Él yace en las tinieblas, y con la fe sale de ellas. Y por estas tinieblas, ¿qué ha de entenderse sino los pecados? Mas como quiera que se entiendan, ciertamente el que no cree en Cristo permanece en las tinieblas, que tienen un carácter penal y no son como las tinieblas de la noche, necesarias para el reposo de los animales.

Sin fundamento deducen algunos del Evangelio que los niños, luego de nacer, son iluminados
Colígese de lo dicho que los párvulos, si no se agregan al número de los creyentes por el sacramento que fue instituido para ese fin, ciertamente seguirán en las tinieblas.

XXV. 36. No faltan quienes piensan que en seguida de nacer son iluminados, y así interpretan las palabras: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 70.

Mas si tal sentido ha de darse a las citadas palabras, cosa admirable es que, iluminados por el Hijo único de Dios, que era en el principio Verbo divino ante Dios, no se admitan a su reino ni sean herederos suyos y coherederos de Cristo, por ser éstos los efectos del bautismo, según confiesan los mismos partidarios de dicha opinión. Además, una vez iluminados, si todavía no son idóneos para conseguir el reino de Dios, debieron haber recibido con alegría el bautismo, que los habilita para eso, y, sin embargo, vemos que se resisten a recibirlo con grandes lloros, y sin hacer caso de semejante ignorancia, propia de la edad, y a pesar de su resistencia, les administramos los sacramentos, tan provechosos para ellos, según sabemos. ¿Por qué dice también el Apóstol: No seáis niños en el juicio 71, si ya sus mentes están iluminadas por la luz verdadera, que es el Verbo de Dios?

37. Aquel texto, pues, del Evangelio: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo 72, significa que ningún hombre es iluminado sino por la luz de la verdad, que es Dios, para que nadie crea que es iluminado por el maestro cuyas lecciones escucha, aunque tenga por doctor, no digo a un hombre insigne, sino a un ángel. Ciertamente la predicación de la verdad se sirve exteriormente del ministerio de la voz corporal; sin embargo de eso, ni el que planta es algo ni el que riega, sino el que da crecimiento, que es Dios 73. El hombre oye la voz humana o angélica, que habla; mas para sentir y reconocer la verdad que expresan, su mente es interiormente rociada con aquella luz eterna que también resplandece en las tinieblas. Pero así como los ciegos no perciben el sol, aunque los viste en cierto modo el esplendor de sus rayos, los que están en las tinieblas de la necedad no comprenden la divina luz.

38. ¿Por qué después de decir: Que ilumina a todo hombre, añadió el evangelista las palabras que viene a este mundo? Ellas dieron pie a quienes opinan que, luego de salir del seno corporal de la madre, los párvulos, al nacer, son iluminados en sus mentes. Pero nótese que en el texto griego dichas palabras pueden referirse también a la luz que viene a este mundo. Mas si han de enlazarse necesariamente con el hombre que viene a este mundo, yo creo que o bien se trata de una frase incidental, que puede desaparecer sin merma del contenido de la sentencia, de las que hay muchas en la Sagrada Escritura, o, si se ha de creer que se estampó allí con miras a alguna distinción, tal vez fue para distinguir la iluminación de las almas de la iluminación corpórea, que alumbra los ojos de la carne, ora con la luz de los astros, ora con otro fuego cualquiera; de suerte que llamó hombre interior al que viene a este mundo, porque el exterior es corpóreo, como el mismo mundo. Es como si dijera: Ilumina a todo hombre que viene al cuerpo, conforme a lo que dice la Escritura: Recibí en suerte un alma buena y vine a un cuerpo sin mancilla 74. Luego las palabras: Ilumina a todo hombre que viene a este mundo, o apuntan a una distinción, como diciendo: Ilumina a todo hombre interior, pues cuando éste se hace verdaderamente sabio, es alumbrado por el Verbo, que es la luz verdadera; o si prefirió llamar iluminación, como una creación del ojo interior, a la misma razón, que da su título al alma racional, si bien en los niños se halla todavía en estado latente, pasiva y adormecida, a modo de semilla depositada y soterrada en lo hondo, en este caso preciso es reconocer que se verifica la iluminación en el momento de ser creada el alma, y no es absurdo interpretar así las palabras cuando el hombre viene a este mundo. Mas aun entonces, siendo un ojo creado, permanece en las tinieblas si no se adhiere al que dijo: Yo vine como luz al mundo, para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas 75.

Y que esto ha lugar en el sacramento del bautismo, dado a los párvulos, cree sin duda la madre Iglesia, que les presta su corazón y boca maternal para que sean formados con los sagrados misterios, porque todavía no pueden creer con el corazón para ser justificados ni confesar la fe con su boca para salvarse. Sin embargo, todos los cristianos les dan el nombre de fieles, que ciertamente viene de fe, aunque no hayan respondido ellos, sino otros por ellos, al recibir los sacramentos.

Concluye que todos los hombres nacen sujetos al pecado original
XXVI. 39. Sería muy largo discutir cada uno de los testimonios; por eso creo más conveniente agrupar los que pudieran hallarse o los que parecieren suficientes para demostrar este punto: que nuestro Señor Jesucristo vino al mundo en carne y, después de tomar la forma de esclavo, se hizo obediente hasta la muerte de cruz; y con esta disposición de su gracia misericordiosísima a todos, para quienes, como miembros de su cuerpo, se constituyó en cabeza con el fin de que ganasen el reino de los cielos, sólo tuvo la mira puesta en vivificar, salvar, libertar, redimir e iluminar a los que antes, bajo la tiranía del demonio, príncipe de los pecadores, estaban encadenados a la muerte del pecado, a la enfermedad, a la esclavitud, a la cautividad, a las tinieblas; y de este modo se hizo mediador entre Dios y los hombres, acabando con la paz de su gracia la enemistad originada por la culpa y reconciliándonos con Dios para la vida eterna, después de habernos libertado de la muerte perpetua que nos amenazaba.

Cuando hayamos esclarecido este punto con mayor abundancia de textos, resaltará la siguiente conclusión: a esta dispensación de Cristo, que es obra de su humildad, no pueden pertenecer los que no tienen necesidad de vida, de salvación, de libertad, de redención, de luz. Ahora bien, el bautismo entra en la economía de esta gracia y por él son sepultados juntamente con Cristo para que se incorporen a Él sus miembros, esto es, sus fieles; luego ninguna falta tienen de este sacramento los que no tienen necesidad del beneficio del perdón y de la reconciliación que se hace por obra del Mediador. Mas como nuestros adversarios nos conceden que los niños deben ser bautizados, pues no pueden oponerse a la autoridad de la Iglesia católica, fundada, sin duda, en la tradición del Señor y de los apóstoles, han de concedernos que también a ellos son necesarios los mencionados beneficios del Mediador, para que, limpios por el sacramento y la caridad de los fieles y unidos de este modo al cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, se reconcilien con Dios y en Él sean vivificados y salvos, libertados, rescatados e iluminados. ¿De qué han de serlo sino de la muerte, de los vicios, del reato, de la esclavitud y de las tinieblas de los pecados? Mas como los niños por su edad no han podido cometer ninguna falta personal, luego sólo les queda el pecado original.

Testimonios de la Sagrada Escritura
XXVII. 40. Este discurso logrará toda su fuerza después de recoger los muchos testimonios que he prometido. Ya he citado arriba las palabras del Señor: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores 76. También al entrar en la casa de Zaqueo dijo: Hoy vino la salud a esta casa, por cuanto también él es hijo de Abrahán, porque vino el Hijo del hombre a buscar y salvar lo que había perecido 77. Lo mismo repite de la oveja descarriada, a la que buscó y halló, dejando las noventa y nueve restantes, y en la parábola de la dracma perdida, de las diez que tenía. Por esta causa, según dice, convenía predicar en su nombre la penitencia y remisión de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén 78.

También San Marcos al final de su evangelio atestigua que dijo el Señor: Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, será condenado 79.

Y ¿quién ignora que creer, para los infantes, es ser bautizado, y no creer, no ser bautizado?

Aunque he traído algunos pasajes del evangelio de San Juan, examina también éstos. San Juan Bautista dice de Él: He aquí el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo 80. Y el mismo Cristo asegura de sí mismo: Los que son de mis ovejas, oyen mi voz; y yo las conozco a ellas y me siguen, y doy la vida por ellas, y no perecerán eternamente 81. Como los niños comienzan a ser ovejas de Cristo por el bautismo, si no lo reciben, perecerán sin duda, porque no tendrán la vida eterna que dará Él a sus ovejas.

En otro lugar dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí 82.

41. Siguiendo esta doctrina los apóstoles, la pregonan concordemente. San Pedro dice en su Epístola primera: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, por su gran misericordia, nos regeneró por la resurrección de Jesucristo para darnos la esperanza de una vida eterna, para una herencia inmortal, incorruptible e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que por el poder de Dios sois guardados mediante la fe para la salvación que está dispuesta a ser manifestada en los últimos tiempos 83.

Y poco después añade: Que seáis hallados dignos de alabanza, gloria y honor en Jesucristo, a quien no conocíais; al cual, sin haberle visto, amáis; pero cuando lo veáis con gozo inenarrable y rebosante de gloria, alcanzando el testamento de la fe, la salvación de vuestras almas 84.

En otro lugar dice: Pero vosotros sois un pueblo escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de su adopción, destinado a proclamar las grandezas de aquel que de las tinieblas os llamó a su admirable luz 85. Otro pasaje reza así: Cristo murió por nuestros pecados, el justo por los injustos, a fin de ganarnos para Dios 86.

También después de recordarnos que se salvaron ocho personas en el arca de Noé, añade: De la misma manera el bautismo os salva a vosotros 87.

Luego a esta salvación y luz serán ajenos los niños y permanecerán en la perdición y en las tinieblas si no son adoptados por Dios e incorporados a su pueblo mediante la fe en Cristo, que, siendo justo, padeció por los injustos, para llevarlos a Dios.

42. La Epístola de San Juan también me da estos argumentos, que me han parecido necesarios para resolver la cuestión de que tratamos: Si nosotros caminamos en la luz, como Él está en la luz, tenemos comunión recíproca con Él, y la sangre de su Hijo Jesucristo nos purificará de todo pecado 88. Asimismo asegura en otro lugar: Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, porque éste es el testimonio de Dios, superior al de los hombres, con que ha testificado acerca de su Hijo. Quien cree en el Hijo de Dios tiene el testimonio de Dios en sí mismo. Quien no cree a Dios, lo tiene por mentiroso, por cuanto no ha creído en el testimonio que Dios ha testificado acerca de su Hijo. Y éste es el testimonio: que Dios nos dio vida eterna, y esta vida está en su Hijo. Quien tiene al Hijo tiene la vida; quien no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida 89.

Según esto, los párvulos serán privados no sólo del reino de Dios, mas también de la vida, si no poseen al Hijo, a quien sólo por el bautismo pueden poseerlo. También son de la misma carta estas palabras: Para esto se manifestó el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo 90.

No tendrán, pues, los párvulos parte en la gracia de la manifestación del Hijo si no destruye en ellos las obras del diablo.

43. Pasemos ahora a examinar sobre este punto los testimonios de San Pablo, más numerosos, porque escribió más cartas y puso particular empeño en defender la gracia de Dios contra los que se gloriaban de sus obras, e ignorando la justicia divina, querían hacer valer la suya, rehusando someterse a la justicia de Dios.

Escribe en la Carta a los Romanos: La justicia de Dios se ha extendido a todos los creyentes, pues no hay distinción. Porque todos pecaron y se hallan privados de la gloria de Dios, justificados como son gratuitamente por su gracia, mediante la redención que se da en Jesucristo, al cual propuso Dios para ser víctima de propiciación mediante la fe en su sangre, con el fin de mostrar la justicia a causa de la tolerancia con los pecados precedentes en el tiempo de la paciencia de Dios; así quiso mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser justo y para justificar a todo hombre que tiene fe en Jesús 91.

El salario que se da al trabajador, dice en otro lugar, no se considera como gracia, sino como deuda; en cambio, al que aun sin hacer obras cree en aquel que justifica al impío, su fe se le imputa como justicia. Así David celebra la dicha del hombre, a quien Dios abona la justicia sin contar con obras: Bienaventurados aquellos a quienes fueron perdonadas las iniquidades y a quienes fueron encubiertos los pecados. Bienaventurado el varón a quien no toma Dios en cuenta su pecado.

Poco después añade: No se dijo sólo por Abrahán que su fe le fue imputada para justicia, sino también por nosotros, a quienes igualmente nos será atribuida por creer en aquel que resucitó a Jesucristo nuestro Señor de entre los muertos, el cual fue entregado por nuestros delitos y resucitó para nuestra justificación 92.

Y prosigue luego: Cuando nosotros estábamos en la impotencia, Cristo murió a su tiempo por los impíos 93. Y en otra parte: Porque sabemos que la ley es espiritual, mas yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Pues ignoro verdaderamente lo que hago, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago, convengo con la ley en que es buena. Mas ahora yo no soy quien lo hago, sino el pecado que habita en mí. Porque sé que no habita en mí, quiero decir en mi carne, cosa buena; porque tengo a la mano el querer, pero no el realizarlo. Pues no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si lo que no quiero, eso hago, ya no soy yo quien lo hago, sino el pecado que mora en mí. Por consiguiente, tengo en mí esta ley, que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me desliza; me deleito en la ley de Dios en lo más íntimo, pero siento otra ley en mis miembros que contraría a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que reside en mis miembros. ¡Oh desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor 94.

Aventúrense a sostener ahora los que puedan que los hombres nacen sin este cuerpo de muerte, hasta llegar a decir que no les es necesaria la gracia de Dios por mediación de Cristo para que sean liberados de semejante mal.

Insiste también en lo mismo poco después: Pues lo que a la ley era imposible por ser débil a causa de la carne, lo hizo Dios enviando a su propio Hijo en carne semejante a la del pecado, y como víctima por el pecado, condenó al pecado en la carne 95.

Defiendan los que tengan valor la conveniencia de nacer Cristo en semejanza de carne de pecado, aunque nosotros no hubiéramos nacido en carne de pecado.

44. A los Corintios escribe el mismo: Pues os he transmitido a vosotros en primer lugar la doctrina que yo mismo recibí; es decir, que Jesucristo murió a causa de nuestros pecados, según las Escrituras 96.

En la segunda Epístola repite a los mismos: Porque el amor de Cristo nos apremia, persuadidos como estamos de que, si uno murió por todos, luego todos han muerto. Y murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que por ellos murió y resucitó. De manera que desde ahora a nadie conocemos según la carne; y aun a Cristo, si lo conocimos según la carne, ahora ya no es así. De suerte que el que es de Cristo, se ha hecho criatura nueva, y lo viejo pasó, se ha hecho nuevo. Mas todo esto viene de Dios, que por Cristo nos ha reconciliado consigo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Porque, a la verdad, Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y no imputándole sus delitos, y puso en nuestras manos la palabra de reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros. Por Cristo os rogamos, reconciliaos con Dios. A quien no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que en Él fuéramos justicia de Dios. Cooperando, pues, con Él, os rogamos que no recibáis en vano la gracia de Dios, porque dice: En el tiempo propicio te escuché y en el día de la salud te ayudé. Éste es el tiempo propicio, éste el día de la salvación 97.

Si los niños están excluidos de esta salvación y reconciliación, ¿quién los busca para el bautismo de Cristo? Mas si es al contrario, luego ellos deben contarse también en el número de los hombres muertos, por quienes murió Él; ni pueden ser reconciliados y ser salvados si no les perdona y deja de imputarles los pecados.

45. A los Gálatas escribe también: La gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para librarnos de este siglo malo 98.

La ley fue dada, explica en otra parte, por causa de la transgresión, promulgada por ángeles, por mano de un mediador, hasta que viniese el Descendiente a quien la promesa había sido hecha. Ahora bien, el mediador no es de una persona sola, y Dios es uno solo. ¿Luego la ley está contra las promesas de Dios? De ningún modo. Si hubiera sido dada una ley capaz de vivificar realmente, la justicia vendría enteramente de la ley; pero la Escritura todo lo encerró bajo pecado, para que la promesa fuese dada a los creyentes por la fe en Jesucristo 99.

46. A los de Éfeso escribe: Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, siguiendo el espíritu del mundo, bajo el príncipe de las potestades aéreas, bajo el espíritu que influye en los hijos rebeldes, entre los cuales también nosotros todos nos hallamos en otro tiempo, en manos de las concupiscencias de la carne, cumpliendo la voluntad de ella y sus depravados deseos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás; mas Dios, rico en misericordia, por el extremado amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos vivificó con Cristo, por cuya gracia hemos sido salvados. Y poco después continúa: Pues de gracia habéis sido salvados por la fe, y esto no os viene de vosotros, sino que es don de Dios. No se debe a las obras, para que nadie se gloríe. Porque de Él somos hechura, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que de antemano dispuso Dios para que anduviésemos en ellas. Y aun prosigue luego: Estuvisteis entonces sin Cristo, alejados de la sociedad de Israel, extraños a la alianza de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo; mas ahora, por Cristo Jesús, los que en un tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo. Pues Él es nuestra paz, que hizo de los dos pueblos uno, derribando el muro de separación, la enemistad; anulando en su carne la ley de los mandamientos, formulada en decretos, para hacer en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo, y dando la paz y reconciliándonos a ambos en un solo cuerpo en Dios, acabando con la enemistad por medio de la cruz. Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y a los de cerca, pues por Él tenemos los unos y los otros la potestad de acercarnos al Padre en un mismo Espíritu 100.

En otro lugar escribe: Según la verdad que está en Jesús, renunciando a vuestra conducta pasada, despojaos del hombre viejo, viciado por las pasiones engañosas; renovaos en vuestro espíritu y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios, en justicia y santidad verdaderas 101. Y en otro lugar: Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en quien habéis sido sellados para el día de la redención 102.

47. El mismo lenguaje emplea escribiendo a los Colosenses: Demos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de participar la herencia de los santos en el reino de la luz, y nos libró del poder de las tinieblas, y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la remisión de los pecados 103. Estáis llenos de Él, continúa en otra parte, que es la cabeza de todo principado y potestad, en quien fuisteis circuncidados con una circuncisión que no es de mano humana ni consiste en mutilación de carne, sino con la circuncisión de Cristo.

Con Él fuisteis sepultados en el bautismo, y en Él asimismo fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos. Y a vosotros, que estabais muertos por vuestros delitos y por la inmortificación de vuestra carne, os vivificó con Él, perdonándoos todos los delitos, borrando el acta de los decretos, que estaba escrita contra vosotros, y que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y, despojándose de su carne, humilló ejemplarmente a los principados y potestades, después de haberlos vencido gloriosamente en su persona 104.

48. A Timoteo escribe: Es una verdad digna de fe y de toda aceptación que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales el primero soy yo. Mas por esto alcancé misericordia, para que en mí hiciese brillar toda su magnanimidad, siendo ejemplo vivo a los que habían de creer en Él para la vida eterna 105.

También dice: Porque uno es Dios, uno también el Mediador de Dios y de los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos 106.

En la segunda epístola al mismo Timoteo escribe: No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien soporta los trabajos por la causa del Evangelio con el apoyo de la fuerza de Dios, el cual nos salva y nos llama con su santa vocación, no según nuestras obras, sino según su propio beneplácito y la gracia dada a nosotros en Cristo Jesús antes de todos los siglos, y que se manifestó ahora por la venida de nuestro Señor Jesucristo, que ha destruido la muerte y descubierto por el Evangelio nuestro destino a la vida inmortal 107.

49. A Tito escribe: Aguardemos esta bienaventurada esperanza y la epifanía de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, que se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo numeroso, cumplidor de las buenas obras 108.

En otro lugar dice: Cuando apareció la bondad y el amor de Dios, nuestro Salvador, no por las obras justas que nosotros hubiésemos hecho, sino por su misericordia, nos salvó mediante el baño de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo, que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos heredados de la vida eterna, según nuestra esperanza 109.

50. Hemos de advertir también cuántos testimonios favorables a nosotros contiene la Epístola a los Hebreos, en la cual, aun siendo para algunos de dudosa autenticidad, según he leído, han querido buscar apoyo para su manera de pensar los que se oponen a nuestra sentencia sobre el bautismo de los párvulos; mas a mí me hace fuerza la autoridad de la Iglesia oriental, que lo tiene por libro canónico.

En el mismo principio de ella se leen estas palabras: En muchas partes y de muchas maneras habló Dios en otro tiempo a los padres por el ministerio de los profetas; mas últimamente, en nuestros días, nos habló por su Hijo, a quien constituyó heredero universal, por quien hizo también el mundo. El cual, siendo el esplendor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y que con la fuerza de su palabra sustenta todas las cosas, después de haber purificado todos los pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas 110.

Pues si la palabra proferida por los ángeles fue firme, prosigue poco después, hasta el punto de que toda transgresión y desobediencia recibió la conveniente sanción, ¿cómo nosotros la rehuiremos, si menospreciamos una salvación como ésta? 111

Y en otro lugar dice: Así como los hijos tienen parte en la carne y sangre, de igual manera Él participó de las mismas para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida condenados a servidumbre.

Y poco después añade: Por eso hubo de asemejarse en todo a sus hermanos, a fin de hacerse sumo sacerdote misericordioso y fiel en las cosas tocantes a Dios, para expiar los pecados del pueblo 112.

Y en otra parte dice: Mantengámonos firmes en la confesión de la fe, pues nosotros no tenemos un pontífice que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue probado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado 113.

Y en otro lugar: Jesús tiene un sacerdocio que no puede ser sobrepasado; por tanto, puede salvar a los que por Él se adhieren a Dios, y vive siempre para interceder por nosotros. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote, santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores y más alto que los cielos; que no necesita, como los sumos sacerdotes, ofrecer cada día víctimas, primero por sus propios pecados y después por el pueblo; pues esto lo hizo una sola vez, ofreciéndose a sí mismo 114.

No entró Cristo, dice también en otro lugar, en un santuario hecho por mano de hombres, figura del verdadero, sino en el mismo cielo, para comparecer en la presencia de Dios en favor nuestro. Ni para ofrecerse muchas veces, a la manera que el sumo sacerdote entra cada año en el santuario con sangre ajena; de esa manera sería preciso que padeciera muchas veces desde la creación del mundo. Mas Él solo apareció una vez al fin de los tiempos, para destruir el pecado, ofreciéndose en sacrificio. Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez y que después sean juzgados, así también Cristo, que se ofreció una sola vez para llevar sobre sí los pecados de muchos, por segunda vez aparecerá sin pecados a los que le esperan para recibir la salvación 115.

51. También el Apocalipsis de San Juan atestigua que en un cántico nuevo se ofrecen estas alabanzas a Jesucristo: Digno eres de recibir el libro y de abrir sus sellos, porque fuiste sacrificado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación 116.

52. En los Hechos de los Apóstoles, San Pedro presenta a Jesús como iniciador de la vida, increpando a los judíos por haberle dado muerte y diciéndoles: Vosotros habéis deshonrado a este santo y justo, negándolo y pidiendo el indulto para un homicida, pues disteis muerte al autor de la vida 117. Y en otra parte: Ésta es la piedra rechazada por vosotros, los constructores, pero que ha llegado a ser la piedra angular. Pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos salvarnos 118.

En otra parte dice: El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habéis matado, suspendiéndolo de un madero. Pues a Él lo ha encumbrado Dios a su diestra por Príncipe y Salvador, a fin de conseguir para Israel por mediación suya la penitencia y el perdón de los pecados 119.

En otro lugar está escrito: De Él dan testimonio todos los profetas de que, por su nombre, cuantos crean en Él recibirán el perdón de los pecados 120.

San Pablo repite la misma doctrina en este libro: Sabed, pues, hermanos, que por éste se os anuncia la remisión de los pecados y de todo cuanto en la ley de Moisés era impotente para justificaros. Todo el que cree en Cristo es justificado 121.

53. Este acervo imponente de testimonios basta para abatir la soberbia de los enemigos de la verdad divina. Aún podrían reunirse numerosos pasajes, pero se ha de pensar también en dar remate a este libro.

He creído también superfluo aducir del Antiguo Testamento muchos divinos testimonios favorables a nuestra doctrina, pues las verdades que allí se hallan ocultas bajo el velo de las promesas terrenas salen a luz con la predicación del Nuevo Testamento. En efecto, el mismo Señor manifestó y declaró en breves palabras la utilidad de los antiguos libros, al decir que era conveniente se cumpliesen en su persona todas cuantas cosas estaban escritas de Él en la Ley, los Profetas y los Salmos; y ellas atañían precisamente a su pasión y resurrección de entre los muertos al tercer día y a la predicación en su nombre de la penitencia y perdón de los pecados por todas las gentes, comenzando por Jerusalén.

Concuerdan con esto las palabras que he mencionado de San Pedro, declarando cómo todos los profetas atestiguan que, por mediación suya, cuantos en Él creen reciben el perdón de los pecados.

54. No obstante eso, creo más ventajoso tomar también del Antiguo Testamento algunos testimonios, que deberán tener un nuevo valor suplementario o más bien cumulativo. El mismo Señor, hablando por el profeta, dice en un salmo: Dios ha manifestado mis maravillosas voluntades con los santos que están en la tierra 122.

No habla de los méritos de ellos, sino de sus voluntades. Pues ¿qué podrían ser sus obras sino lo que manifiestan las palabras siguientes: Multiplicáronse sus flaquezas? Con ser frágiles de naturaleza, aún sobrevino la ley para que abundase el pecado. Mas ¿qué añade el salmo? Después corrieron con más acelerado pie; es decir, al ver multiplicarse sus flaquezas y la multitud de sus delitos, se apresuraron a buscar con más urgencia al Médico, para que, donde abundó la maldad, sobreabundase la gracia. Dice después: No tomaré yo parte en sus sangrientas libaciones, porque la reunión en el tabernáculo primero y después en el templo, con tanta multitud de sacrificios de sangre, más que para purificarlos, servía para convencerlos de pecadores. No iré, pues, ya a sus reuniones en que celebran sacrificios sangrientos. Una sola sangre ha sido derramada, y ella verdaderamente los purifica. No pondré ya más sus nombres en mis labios, porque ya están renovados. En efecto, sus antiguos nombres eran: hijos de la carne, hijos del siglo, hijos de ira, hijos del diablo, inmundos, pecadores, impíos; pero después se llamaron hijos de Dios; un nombre nuevo se puso al hombre nuevo, que canta un cántico nuevo, conforme a la alianza nueva.

No sean, pues, los hombres ingratos a este beneficio de la gracia, lo mismo los chicos que los grandes, desde el más pequeño al mayor. Toda la Iglesia canta: Me descarrié como una oveja perdida 123. Voz es de todos los miembros de Cristo: Todos nos extraviamos como ovejas, y Él fue entregado por nuestros delitos 124. Todo este pasaje de la profecía está en Isaías, y al oírselo exponer a Felipe, el eunuco de la reina Candace creyó en Jesucristo. Notad cuántas veces insiste el profeta sobre este punto y cómo lo inculca con la mira puesta en no sé qué disputadores orgullosos y porfiados: Hombre llegado es éste y que sabe soportar los quebrantos; ante el cual se vuelve el rostro, injuriado, estimado en nada. Pero fue Él ciertamente quien tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores, y nosotros lo tuvimos por castigado y herido de Dios y humillado. Fue traspasado por nuestras iniquidades y quebrantado por nuestros delitos. El precio de nuestra paz pesó sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, y Dios le entregó a la muerte por nuestras culpas. Maltratado horriblemente, no abrió su boca; como oveja llevada al matadero, como cordero mudo ante el trasquilador, así Él no abrió su boca. Con humillación, fue condenado en un juicio inicuo. ¿Quién contará su generación? Porque será arrancado de la tierra de los vivientes y condenado a muerte por las iniquidades de su pueblo. Dispuesta estaba entre los malhechores su sepultura, y fue dado a los ricos para su muerte; a pesar de no haber en Él maldad ni mentira en su boca, quiso purificarlo Dios con padecimientos. Si vosotros ofrecieseis vuestra alma en sacrificio por vuestros pecados, veríais una descendencia de larga vida. Y quiere el Señor libertar su alma de los dolores, mostrarle la luz, proponerlo como modelo y justificar a este justo por sus buenos servicios en favor de muchos, y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso yo le daré por herencia multitudes, y se repartirá el botín de los fuertes, por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de todos fue entregado por sus iniquidades 125.

Notad también el pasaje del mismo profeta que el Señor, desempeñando el oficio del lector en la sinagoga, recitó como cumplido en sí mismo: El Espíritu del Señor descansa sobre mí, pues Él me ha ungido y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres, y confortar a los afligidos de corazón, para anunciar la libertad a los cautivos y dar la vista a los ciegos 126.

Reconozcamos, pues, todos sin excepción a este Salvador, si queremos estar unidos a su Cuerpo, entrar por su mediación en su redil y llegar a la vida y salvación eterna que nos prometió; reconozcamos todos, repito, al que no conoció pecado y sufrió el castigo de nuestras culpas en su cuerpo sobre el matadero, para que, cesando de pecar, vivamos santamente. Hemos sido sanados con sus llagas, cuando éramos enfermos como ovejas errantes 127.

Todos tienen necesidad de la muerte de Cristo para salvarse. Condenación de los niños que mueren sin el bautismo
XXVIII. 55. Siendo esto así, la sana fe y la verdadera doctrina ha creído siempre que todos los que se han incorporado a Cristo mediante el bautismo han recibido el perdón de los pecados y que no puede haber salvación eterna fuera de su reino.

Por su divina disposición, ésta se manifestará en los últimos tiempos, es decir, en la resurrección de los muertos, que no pertenecen a la muerte eterna, llamada segunda muerte, sino a la vida eterna, prometida a los santos y a los fieles por el Dios que no puede mentir: todos los participantes de esa vida serán vivificados en Cristo, como en Adán mueren todos. Pues así como cuantos pertenecen a la generación de la voluntad de la carne no mueren sino en Adán, en quien todos pecaron, así todos los que entre ellos pertenecen a la regeneración de la voluntad del espíritu sólo son vivificados en Cristo, en quien todos son justificados. Porque como por uno vino a todos la condena, así alcanza a todos la justificación por obra de uno. Ni hay para nadie un lugar medio, donde uno pueda no estar con el demonio si no está con Cristo. Por lo cual, el mismo Señor, queriendo arrancar de los corazones esta mala creencia que pone no sé qué lugar medio, donde se empeñan en alojar a los niños que mueren sin bautismo, de suerte que, en cierto modo, por el mérito de su inocencia estén en la vida eterna, pero por carecer de aquel sacramento no están con Cristo en el reino de Dios, para cortarles toda salida pronunció esta sentencia definitiva: El que no está conmigo, está contra mí 128. Suponed, pues, a un niño cualquiera: si está ya con Jesucristo, ¿por qué se le bautiza? Pero si, según la verdadera doctrina, se le administra el bautismo precisamente para que pertenezca a Cristo, luego el no bautizado no está con Cristo, y porque no está con Cristo, está contra Él; nosotros no debemos ni podemos atenuar y cambiar una sentencia tan manifiesta del Señor. ¿De dónde procede la oposición a Cristo sino del pecado? No procede del cuerpo o del alma, porque ambos son hechura de Dios. Y si la causa es un pecado, en aquella edad, ¿cuál puede imaginarse sino el original y antiguo? Porque de una carne pecadora nacen todos con el estigma de la condenación; y no hay más que una sola carne, que lleva la semejanza de la carne del pecado, por la que todos se libran del castigo.

Y esta expresión todos no debe entenderse como si todos los que nacen de la carne del pecado alcanzasen sin excepción la limpieza que obra la carne que lleva la semejanza de la carne de pecado, porque la fe no es de todos 129. La verdad es que todos los que proceden por vía de un matrimonio carnal nacen en carne de pecado, y todos los que pertenecen a la generación del matrimonio espiritual consiguen su purificación por medio de la carne que lleva la semejanza de la carne del pecado; es decir, aquéllos por Adán vienen a la condenación, éstos por Cristo reciben la justificación. Es como si dijésemos por ejemplo: Hay una sola partera que asiste al nacimiento de todos en esta ciudad, y un solo maestro que enseña letras a todos: en el primer caso, la expresión todos sólo puede referirse a los que nacen, y en el segundo, a todos los que aprenden letras; sin embargo, no todos los que nacen aprenden letras. Pero es evidente a cualquiera que la expresión es exacta en ambos casos. En el primero se dijo bien "a todos asiste", porque la partera ayuda al nacimiento de todos; y se dijo bien "a todos enseña", porque nadie aprende letras sin pasar por su magisterio.

56. Pesando, pues, el valor de estos divinos testimonios que he aducido, ora discutiéndolos separadamente, ora agrupándolos y considerándolos en conjunto, así como el de otros pasajes similares que no he mencionado, se concluye que la Iglesia, a quien ha sido confiada la misión de vigilar contra las novedades profanas, sostiene que todo hombre está separado de Dios si no se reconcilia con Él por medio de Cristo, y que la separación es originada por el impedimento de los pecados. No hay, pues, reconciliación sin el perdón de los pecados, por la sola gracia del misericordiosísimo Salvador, por la única víctima del verdaderísimo Sacerdote; y así todos los hijos de Eva, que creyó a la serpiente, hasta ceder a los apetitos corrompidos, no obtienen la liberación del cuerpo de muerte sino por el Hijo de la Virgen, que creyó al ángel para que concibiese virginalmente.

Cuál es el bien del matrimonio. Cuatro usos diferentes del bien y del mal
XXIX. 57. El bien, pues, del matrimonio no consiste en el ardor de la concupiscencia, sino en el modo lícito y decoroso de usar de él con miras a la propagación de la prole y no al goce libidinoso. (Esta voluntad, no el placer, constituye el matrimonio.) Lo que hay, pues, en los miembros de nuestro cuerpo mortal de movimiento desordenado, que arrastra en pos de sí a todo el ánimo, envileciéndolo, sin obedecer al imperio del espíritu, lo mismo cuando se excita como cuando está en reposo, he aquí el mal del pecado con que todo hombre nace. Mas cuando modera los ímpetus desarreglados de la pasión, ordenándola con honesto fin a reparar las pérdidas que experimenta el género humano, entonces representa el bien del matrimonio, pues por él nace el hombre según el orden natural de la sociedad.

Y nadie renace en el cuerpo de Cristo si no nace antes en este cuerpo de pecado. Pues así como usar mal de un bien es acción pecaminosa, usar bien del mal es acción laudable. Estas dos cosas, bien y mal, y las otras dos, el uso bueno y el malo, combinándolas entre sí, dan lugar a cuatro acciones diferentes. El que consagra continencia a Dios hace buen uso de un bien; el que la consagra a un ídolo hace mal uso de un bien. El que busca la satisfacción de su lujuria en el adulterio hace mal uso de un mal; el que refrena su concupiscencia dentro de los límites del matrimonio usa bien de un mal. Pues como el buen uso de un bien es más laudable que el buen uso de un mal, aun siendo ambas cosas buenas, así el que entrega su hija para el casamiento obra bien, pero el que no la entrega hace mejor 130. Mas, según el favor que me ha dado Dios y según la medida de mis exiguas fuerzas, he tratado de esta cuestión con más amplitud y suficiencia en mis dos libros, el uno Sobre el bien conyugal y el otro Sobre la santa virginidad.

No hagan, pues, con la mira puesta en el bien del matrimonio, la apología de los desarreglos de la concupiscencia los que realzan la carne y la sangre del primer prevaricador, con merma de la gloria debida a la carne y sangre del Salvador. No quieran engreírse del yerro ajeno, pues el Señor nos dio en su edad infantil ejemplo de humildad.

Sólo nació sin pecado aquel a quien engendró la Virgen sin concurso de varón, no por deseo carnal, sino por obediencia espiritual. Solamente pudo propinar la medicina para nuestras enfermedades la que sin ninguna lesión de pecado dio al mundo el fruto bendito de su vientre.

En qué sentido admiten los pelagianos la necesidad del bautismo para los niños
XXX. 58. Ahora examinemos con más hondura, según las fuerzas que nos diere el Señor, el capítulo del Evangelio donde Cristo dice: Si alguno no renaciere del agua y del Espíritu, no entrará en el reino de Dios 131. A no moverlos la fuerza de esta sentencia, los pelagianos no admitirían ninguna necesidad del bautismo para los párvulos.

Advertid, dicen ellos, que no dice: "Si alguno no renaciere de agua y espíritu, no puede conseguir la salvación o la vida eterna", sino "no entrará en el reino de Dios". Ahora bien: para esto son bautizados los niños, para que tengan parte en el reino de Dios con Cristo; donde no entrarían sin bautismo; sin embargo, aun cuando mueran sin este sacramento, los párvulos han de poseer la salud y la vida eterna, porque están inmunes de todo pecado.

Discurriendo de este modo, nunca explican ellos con qué justicia son excluidos del reino de Dios, pues en sus almas resplandece sin ninguna mancha de pecado la divina imagen. Veamos después si nuestro Señor Jesucristo, el único Maestro bueno, en este mismo pasaje evangélico, no ha indicado y demostrado que el perdón de los pecados es la única vía para llegar los bautizados al reino de Dios; aunque para los buenos entendedores hubiera bastado lo que se dijo: Si alguien no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios; y: Si alguien no renaciere de agua y espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. En efecto, ¿por qué se ha de nacer de nuevo sino para renovarse? ¿Y de qué ha de renovarse sino del hombre viejo, de aquel hombre viejo que en nosotros fue crucificado juntamente con Cristo para que sea eliminado el cuerpo de pecado? ¿O por qué la imagen divina no entra en el reino de Dios sino porque se lo prohíbe un impedimento, el pecado?

Pero examinemos, según nos hemos propuesto, con la atención y diligencia que nos sea posible, todo el contexto del pasaje evangélico que se refiere a nuestro asunto.

59. Había un hombre de los fariseos de nombre Nicodemo, principal entre los judíos, que vino de noche a Jesús y le dijo: Rabí, sabemos que has venido como Maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer estos milagros que tú haces si Dios no está con él. Respondió Jesús y le dijo: En verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Le dijo Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿Acaso puede volver al seno de su madre y nacer? Respondió Jesús: En verdad, en verdad te digo, quien no naciere de agua y espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la carne, carne es; y espíritu, lo que del espíritu nace. Y no te maravilles de que te haya dicho: Es necesario que nazcáis de nuevo. El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo el que ha nacido del Espíritu. Respondió Nicodemo y dijo: ¿Cómo puede ser eso? Respondióle Jesús y dijo: Tú eres maestro en Israel, ¿y no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo que nosotros hablamos de lo que sabemos, y de lo que hemos visto damos testimonio; pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si os he hablado de cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo creeríais si os hablase de cosas celestiales? Y nadie sube al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado al mundo a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no es juzgado; el que no cree, ya está juzgado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de Dios.

Este juicio consiste en que la luz ha venido al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque eran malas sus obras. Porque todo el que obra mal, aborrece la luz y no viene a la luz por temor a que sus obras sean reprendidas. Pero el que vive según la verdad, viene a la luz, para que sus obras sean manifiestas, como hechas en Dios 132.

Hasta aquí llega todo el contexto del pasaje evangélico que se refiere al asunto que tocamos aquí; después el evangelista pasa a otro relato.

Cristo puede considerarse como cabeza y como cuerpo. Por razón de la unidad de su persona, permanecía en el cielo y a la vez caminaba por la tierra
XXXI. 60. Al no entender Nicodemo las cosas que le decía el Señor, le preguntó cómo podían realizarse. Veamos la respuesta divina. Ciertamente, si se digna resolver la cuestión: ¿Cómo pueden verificarse estas cosas? 133, ha de responder cómo puede operarse la regeneración espiritual de los hombres que proceden por generación de la carne. Después de señalar ligeramente la ignorancia del que aventajaba a los demás por la función del magisterio, y habiendo reprendido la incredulidad de los de su clase, adversos al testimonio de la verdad, añadió cómo Él les había hablado de cosas de la tierra, sin darle crédito, preguntando y admirándose de cómo creerían otras revelaciones más altas.

Sin embargo, prosigue y dice que, si ellos no creen, otros serán más fieles; y a la cuestión que le propuso: ¿Cómo pueden hacerse estas cosas?, respondió: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. La generación espiritual, dice, hará que los hombres, de terrenos, se hagan celestiales; y eso no lo conseguirán sin hacerse miembros míos, de suerte que ascienda el mismo que bajó, porque nadie ha subido sino el que bajó. Pues nadie sube al cielo sino quien bajó de él, el Hijo del hombre, que está en el cielo; luego para subir es absolutamente indispensable que los hombres, transformados y elevados, formen unidad con Cristo, de suerte que el mismo Cristo, que descendió, suba también, identificando su Cuerpo o Iglesia consigo mismo, pues de la unión de ambos se entienden con más verdad que de otra aquellas palabras: Serán dos en una carne 134; y las que al mismo propósito pronunció Jesús: Luego ya no son dos, sino una carne 135. Así pues, no podrán ascender sino junto con Cristo; porque nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Aun cuando en la tierra haya aparecido como Hijo del hombre, no creyó rebajar su divinidad -y a este fin, sin dejar el cielo, bajó a la tierra- dándole el título de Hijo del hombre, así como a su humanidad se dignó otorgarle título de Hijo de Dios, con tal que se evite el considerarlos como dos Cristos, uno Dios y otro hombre, porque una sola y misma Persona es Dios y hombre: Dios, porque en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en el seno de Dios, y el Verbo era Dios; hombre, porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros 136.

A causa de la distancia que hay entre la divinidad y la flaqueza humana, el Hijo de Dios permanecía en el cielo y el Hijo del hombre caminaba por la tierra; mas en virtud de la unidad de persona, por la que las dos naturalezas forman un solo Cristo, podemos decir que también el Hijo de Dios caminaba por la tierra y hasta el mismo Hijo del hombre permanecía en el cielo.

Así, la creencia de las cosas más increíbles nos guía a la fe de las que son más fáciles para creer. Pues si la naturaleza divina, con estar mucho más apartada de la nuestra y ser incomparablemente mucho más diferente y sublime, con la mira puesta en salvarnos, pudo revestirse de nuestra sustancia, resultando de esta unión una sola persona, de modo que el Hijo del hombre, estando en la tierra por la flaqueza de su carne, permanecía al mismo tiempo en el cielo por la unión de la divinidad a la carne, ¿cuánto más creíble será que otros hombres, sus santos y fieles, se hagan un solo Cristo con el hombre Cristo, y así, subiendo todos con esta gracia y unión, solamente suba al cielo el mismo Cristo que bajó de allí? Así lo confirma el Apóstol: Pues a la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, constituyen un solo cuerpo, así también Cristo 137.

Advertid que no dice: así también de Cristo, esto es, el cuerpo de Cristo o los miembros de Cristo, sino: así también Cristo, llamando Cristo a la cabeza y al cuerpo.

La serpiente levantada en el desierto, figura de Cristo pendiente de la cruz
XXXII. 61. Grande y maravillosa dignación es ésta, que no puede realizarse sino por el perdón de los pecados, y por eso continúa y dice: Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que creyere en Él no perezca, sino que alcance la vida eterna 138.

Sabemos lo que pasó en el desierto: muchos morían con las mordeduras de las serpientes; entonces el pueblo, confesando sus pecados, por intercesión de Moisés, rogó al Señor que le librase de aquella plaga; y Moisés, por mandato de Dios, levantó la serpiente de bronce, y avisó al pueblo que todos los apestados con el veneno alzasen los ojos a ella, y todos cuantos la miraban quedaban sanos. ¿Qué significa esta serpiente alzada sino la muerte de Cristo, según la figura en que se representa el efecto por la causa? Porque de la serpiente proviene la muerte, por haberle persuadido al hombre al pecado, por el que merecería morir. Mas el Señor no traspasó a su carne el pecado, que es como el veneno de la serpiente; sí tomó la muerte, para que el castigo sin la culpa llegase también a su carne, que tenía semejanza de pecado, y de esta manera, por aquella carne aparentemente pecadora, quedasen abolidos el pecado y el castigo. Así como, pues, entonces, el que contemplaba la serpiente levantada quedaba sano del veneno y libre de la muerte, también el que se conforma a la semejanza de la muerte de Cristo por la fe y su bautismo queda libre del pecado por la justificación, y por la resurrección, de la muerte. Esto significan las palabras: Para que todo el que creyere en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pero si los niños no están infestados de ningún modo con el veneno de la serpiente, ¿qué necesidad tienen de asemejarse a la muerte de Cristo recibiendo el bautismo?

Nadie puede reconciliarse con Dios sino por medio de Cristo
XXXIII. 62. Después prosigue Jesús con mucha razón: Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna 139. Luego habrían de perecer los niños, privados de la vida eterna, si por el sacramento del bautismo no creyeran en el Hijo unigénito de Dios, que no vino al mundo para condenarlo, sino para salvarlo, según aparece mejor por lo que sigue: Quien cree en Él no es juzgado; mas el que no cree, ya está juzgado, por no haber creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios 140.

¿Dónde ponemos, pues, a los párvulos bautizados, sino en el número, de los fieles, como clama en todas partes la autoridad de toda la Iglesia? Luego están entre los que han creído; esta ganancia les viene de la virtud del sacramento y de las palabras de los padrinos. Por idéntica razón, a los no bautizados los ponemos entre los que no creyeron. Luego si los bautizados están libres del juicio, los que no han recibido el bautismo son juzgados. Y añade a continuación: Éste es el juicio: que la luz ha venido al mundo, y los hombres han preferido las tinieblas a la luz. Y por eso dice también: La luz ha venido al mundo para manifestar su venida; y ¿cómo los que están privados del sacramento de su venida pueden hallarse en la luz?

¿O cómo no viven presos del amor por las tinieblas también en esto los que, movidos por su infidelidad, consideran que los niños no deben ser bautizados, cuando temen para éstos la muerte corporal?

Y añade que en Dios están hechas las obras del que viene a la luz, porque entiende que su justificación no se debe a méritos suyos, sino a la gracia divina. Pues Dios, dice el Apóstol, obra en vosotros así el querer como el obrar según su beneplácito 141. He aquí cómo se verifica la regeneración espiritual de todos los hijos de la generación carnal que vienen a Jesucristo.

Él mismo ha revelado este misterio; Él lo ha manifestado al preguntársele cómo podían cumplirse tales cosas. No ha entregado esta causa a la libre discusión humana. Guardémonos, pues, de alejar a los niños de la gracia del perdón de los pecados.

No hay otro camino para ir a Cristo; no hay otro medio de reconciliarse con Dios y de ir a Él sino Cristo.

La forma o ceremonias del bautismo. El exorcismo
XXXIV. 63. ¿Qué diré sobre el rito bautismal? Yo quisiera que alguno de los que tienen la opinión contraria me presentase un niño para el bautismo. ¿Qué efectos produce en él mi exorcismo si no está encadenado en la familia del diablo? Ciertamente, él me tendría que responder en vez del niño que traía en los brazos, porque éste no podría hablar por sí. ¿Cómo, pues, había de declarar que renunciaba al diablo, si estaba enteramente libre de él? ¿Y cómo que se convertía a Dios, si no estaba apartado de Él? ¿Y cómo había de creer, entre otras cosas, en el perdón de los pecados, cuando se le consideraba inmaculado? Si yo supiera que él era contrario a estas creencias, ciertamente no le permitiría que viniese con el párvulo a recibir el sacramento; ni sé con qué cara podría presentarse ante los hombres, con qué intención ante Dios; y no quiero proferir palabras más severas. Algunos entre ellos han comprendido que no puede decirse ni oírse cosa más detestable y horrenda que la forma falsa y engañosa de administrar el bautismo a los párvulos, en que las palabras suenan y remedan una remisión de pecados que no existe.

Por lo cual, cuando se trata del bautismo de los infantes, para no negar su necesidad, conceden que también les es indispensable la redención, según se afirma en un brevísimo escrito de ellos, aunque sin declarar si allí se opera la remisión de algún pecado. Pero, según tú me has insinuado en tu carta, confiesan ya que hasta en los párvulos se da la remisión de los pecados. No es cosa de admirar, porque la redención no puede entenderse de otro modo. Mas no se trata de un pecado de origen, dicen ellos, sino de los que después del nacimiento con su vida propia comenzaron a tener.

64. Ya ves las diferencias que hay entre éstos, a los que he rebatido aquí con larga y copiosa argumentación, de los cuales he leído también un escrito donde se contiene su doctrina, que he procurado refutar según mis fuerzas.

A la vista está la discrepancia entre los que, como había comenzado a decir, afirman que los párvulos están puros y limpios de todo pecado original y personal, y estos otros, según los cuales, después de nacer contraen algunas manchas propias y creen que conviene purificarlos de ellas por el bautismo.

Sin duda, los últimos se han percatado bien de que, considerando las Escrituras y la autoridad de toda la Iglesia y la forma del mismo sacramento, en los párvulos se opera la remisión de los pecados; pero no quieren o no pueden reconocer que, sea lo que fuere aquello, es una falta de origen. En cambio, los seguidores de la otra opinión, observando la naturaleza humana, que está al alcance de todos, vieron -y era cosa fácil de ver- que los niños en su tierna infancia no han podido ser responsables de ninguna maldad personal; y para no verse forzados a admitir un pecado de origen, los declaran absolutamente inmunes de toda mancha. Ambos grupos litigantes pónganse de acuerdo antes en lo que separadamente enseñan de verdad, y lógicamente desaparecerá todo desacuerdo entre ellos y nosotros. Porque si los primeros conceden a los segundos que los párvulos reciben con el bautismo la remisión de los pecados, y si éstos conceden a aquéllos que los niños, según lo pregona su muda infancia, ningún pecado personal han cometido todavía, consecuentemente las dos partes convendrán con nosotros en admitir que no hay más solución que el pecado original, el cual se perdona en el bautismo.

No hay pecados personales en los párvulos
XXXV. 65. Mas tal vez se insista en esta cuestión, obligándonos a discutirla y a detenernos en ella para probar y esclarecer cómo, siendo necesario el uso del libre albedrío para cometerse un pecado, los infantes son incapaces de cometerlo, mereciendo por esto el nombre de inocentes que se les da comúnmente. La endeblez de su cuerpo y alma, la gran ignorancia de las cosas, la incapacidad completa para comprender un precepto, la absoluta falta de sentimiento y reacción a las intimaciones de la ley natural y positiva, la impotencia para todo acto deliberativo de la razón, ¿no vocean y proclaman esta verdad con un silencio más elocuente que todos nuestros discursos?

No neguemos a estas verdades evidentes la fuerza probativa que tienen para sí mismas; por eso nunca me hallo tan desprovisto de palabras como cuando la misma realidad de que se trata es más evidente que todo discurso.

66. Querría, sin embargo, preguntar a los partidarios de esta opinión qué pecado han visto o supuesto en el infante recién nacido, para cuya purificación se requiere como necesario el sacramento del bautismo; qué mal han cometido en la vida propia con su alma o su cuerpo. Serán tal vez sus lloros y los enojos que causan a las personas mayores; pero sería extraño atribuirlos a su malicia y no más bien a su desdicha. ¿Pecará tal vez porque con ningún discurso ni prohibición cesan sus llantos? Mas descúbrese ahí la profundísima ignorancia en que está sumido, y por ella, después de algún tiempo de desarrollo, llegará también en su ira a maltratar a su madre, y muchas veces hasta golpear el seno de que se alimenta cuando tiene hambre. Y tales desahogos no sólo se toleran, sino se perdonan con buenos ojos en los párvulos, por aquel mismo afecto carnal que nos mueve a holgarnos con las risas y las chanzas cuando van sazonadas con desatinos de hombres agudos. Estas chanzas y ridiculeces, si se tomaran a la letra, darían motivo para poner a quienes las dicen o hacen, no en el número de los graciosos, sino de los locos.

Vemos también cómo a los pobres alienados, que el vulgo llama moriones, se les emplea para divertir a personas de cordura, y en la almoneda de los esclavos se estiman en mayor precio que las personas de juicio. ¡Tanto puede hasta en los hombres sensatos el egoísmo, que se divierte aun a costa de la desgracia ajena! Con las locuras de otros se divierten los que de ningún modo quisieran ser tales. Y un padre, aunque se huelgue y provoque algunas travesuras de su hijito, sin embargo, si previese que había de continuar haciendo lo mismo cuando llegase a la edad de la discreción, le lloraría con más amarga pena que si lo viera muerto. Mas, como hay esperanza de que se desarrolle y con la edad vaya creciendo en inteligencia, las injurias que los párvulos hacen a sus padres, lejos de molestar, caen en gracia y divierten.

Sin embargo, ningún hombre sensato verá con buenos ojos que esta clase de hechos y dichos no sólo no sean prohibidos, cuando se puede, sino que se provoquen con el afán de divertirse o por la vanidad de las personas mayores. Porque muchas veces, ya en aquella edad, los niños conocen a su padre y madre y no se atreven a maldecir a ninguno de ellos, a no ser que se lo manden o permitan o uno de ellos o ambos a la vez.

Pero tales cosas son propias de niños que comienzan a hablar y que con algunos esfuerzos de su lengua pueden expresar los sentimientos de su ánimo. Nosotros reparemos más bien en el estado de la profundísima ignorancia de los recién nacidos, pues de él han salido y llegado progresivamente a este grado del balbuceo, siguiendo el impulso que les arrastra al conocimiento y al lenguaje.

De la ignorancia de los niños y su origen
XXXVI. 67. Examinemos, repito, las tinieblas de esa alma ciertamente racional, en que los niños ignoran completamente a Dios, a cuyos sacramentos se oponen en la misma hora de recibir el bautismo. ¿Por qué y cuándo quedaron sumergidos en ellas? ¿Acaso las han contraído aquí, olvidándose de Dios con excesiva negligencia, o vivieron tal vez con prudencia y religiosa piedad en el útero materno?

Opinen de ese modo los que se atrevan; abracen esa creencia los que puedan; mas, a mi parecer, sólo pueden pensar así quienes traen turbado su juicio por la terquedad y apego a sus propias ideas. ¿O tal vez diremos que esa ignorancia no es ningún mal y no hay necesidad de sanarla? Entonces, ¿qué sentido tienen estas palabras de la Escritura: No te acuerdes de los delitos e ignorancias de mi juventud 142? Aun cuando son más reprobables los pecados que se cometen con conocimiento, con todo, si no hubiera pecados de ignorancia, no leeríamos pasajes como el mencionado: No te acuerdes de los delitos e ignorancias de mi juventud.

¿Por qué, pues, cuándo y de qué lugar fue arrojada el alma del infante recién nacido en las densas tinieblas donde yace, alma ciertamente humana, alma racional, la cual en aquel estado no sólo es ignorante, sino también incapaz de aprender? Si es condición natural del hombre el comenzar así la vida y no está maleada la naturaleza, ¿por qué Adán no fue creado en las mismas condiciones? Él era capaz de recibir un precepto y sabio para imponer los nombres a su esposa y a todos los animales. Pues de la primera dijo: Ésta se llamará mujer. Y en otra parte: Y fue el nombre de todos los vivientes el que les dio Adán 143.

En cambio, el recién nacido, sin saber dónde está ni quién es él mismo, sin conocimiento del Creador y de sus padres, culpable ya de un delito, incapaz de recibir un mandato, está tan sumergido y oprimido bajo la profunda niebla de la ignorancia, que ni siquiera puede ser despertado como de un sueño para mostrarle y darle a conocer las cosas más patentes, y ha de esperarse durante un tiempo para que pueda digerir despacio esta no sé qué especie de borrachera, que dura no una noche, como las más pesadas, sino largos meses y años; y hasta que no se logre eso, perdonamos a los niños innumerables faltas, muchas de las cuales se castigan en las personas mayores. Si, pues, este gran mal de la ignorancia y de la flaqueza lo han contraído los párvulos en esta vida, ¿dónde, cuándo y por qué delito cometido fueron envueltos en tan espantosa oscuridad?

Si Adán no fue creado en las condiciones en que nacemos nosotros, ¿por qué Cristo, exento de todo pecado, vino en el estado de infancia y debilidad?
XXXVII. 68. Objetará alguno: Si el estado actual no es el de una naturaleza pura, sino el resultado de una naturaleza lapsa, pues Adán no fue creado en semejantes condiciones, ¿por qué Cristo, mucho más excelente que él, nacido de una Virgen sin mácula de ningún pecado, se manifestó en las mismas condiciones de flaqueza, procreación y desarrollo?

Respondemos a esta dificultad: Adán no fue creado en las mismas condiciones, porque, no teniendo un padre que le precediera en el pecado, tampoco fue engendrado en carne de pecado. La nuestra, en cambio, es diversa situación, porque, por habernos precedido su pecado, somos hijos de carne de pecado. Cristo vino también en estado semejante al nuestro, porque nació en carne con apariencias de pecado, para condenar así el pecado como víctima del mismo. No tratamos aquí de Adán en lo relativo a su estatura física, porque no fue creado como niño, sino con perfecto desarrollo corporal. Puede decirse que también los animales siguen la misma ley del desarrollo, ni se debió a pecado alguno suyo que viniesen a este mundo faltos de robustez y corpulencia. No es tiempo ahora de explicar ese hecho. Se trata del vigor y fuerza discursiva del alma de Adán, con que podía entender la imposición de un mandato y ley del Señor y cumplirla fácilmente si quería. Mas ahora viene a este mundo con una absoluta impotencia en este aspecto, por la espantosa ignorancia y debilidad de la mente, no del cuerpo, sin embargo de reconocer todos que en los párvulos vive un alma racional de la misma naturaleza que la del primer hombre.

Más aún: la misma debilidad corporal muestra, a mi parecer, el sello de un misterioso castigo. Puede suscitarse la siguiente cuestión: De no haber pecado los primeros hombres, ¿hubieran nacido de ellos sus hijos con la imposibilidad de servirse de la lengua, de las manos y pies? Cierto que la estrechez del útero materno exige que naciesen párvulos. Aunque también, con ser la costilla un pequeño miembro, no por eso le regaló Dios al varón una compañera niña a la que dio formas de mujer; bien podía, pues, la divina omnipotencia del Creador haber hecho que los hijos, luego de nacer, alcanzasen el pleno desarrollo corporal.

Ignorancia y debilidad de los infantes
XXXVIII. 69. Sin insistir sobre esto, podría ciertamente haber dado al hombre lo que dio a muchos animales, cuyas crías, aunque pequeñas y sin que la inteligencia acompañe su desarrollo corporal -porque carecen de un alma racional-, sin embargo, aun siendo pequeñísimas, reconocen a las madres y, sin necesidad de ayuda ajena, aprenden a mamar y con maravillosa rapidez dan con las ubres, aunque estén ocultas en el cuerpo de la madre.

Al contrario, el hombre, cuando viene a este mundo, ni los pies le sirven para caminar ni las manos para hacer cosa alguna, y si no le ayuda la nodriza y, arrimándole los labios, le da de beber leche, ni sabe dónde está el seno, y teniendo junto a sí las fuentes maternas del alimento, es más capaz para llorar de hambre que para satisfacerla allí mismo. Se corresponden, pues, entre sí la flaqueza física y moral; y la carne de Cristo no hubiera tomado esta semejanza de carne de pecado si en realidad la nuestra no fuese carne de pecado, cuyo peso oprime al alma racional, ora ella haya sido extraída de la de los padres, ora creada allí mismo, ora proceda de un soplo de lo alto, cuestiones que dejamos para otra ocasión.

Hasta qué punto es destruido el pecado por el bautismo en los párvulos y adultos. Utilidad de este sacramento
XXXIX. 70. No puede negarse que en los párvulos la gracia de Dios, comunicada por el bautismo de aquel que vino con semblante de pecador, hace que sea eliminada la carne de pecado. Queda eliminada, no en el sentido de que en esta vida de improviso desaparezca y no exista ya más la concupiscencia, entreverada e impresa en la misma carne, sino en el sentido de que no le perjudica si muere, aunque se hallaba en él desde el nacimiento.

Mas, si después de recibir el bautismo viviere hasta llegar a la edad capaz de aceptar el precepto, entonces tiene en la concupiscencia una enemiga con que luchar y a la que vencer con la ayuda divina, si no recibiere en vano la gracia de Dios, y si no quiere sumarse al número de los réprobos. Pues a no ser por una misericordia inefable del Creador, ni a los adultos les confiere el bautismo el privilegio de la extinción radical de la inclinación pecaminosa que milita en los miembros, luchando contra el espíritu. El efecto de este sacramento consiste en que todo el mal que uno ha hecho de obra, de palabra y pensamiento, cuando vivía esclavo de la sensualidad, queda totalmente destruido, y se considera como si nada se hubiera hecho; pero, aun rotas las cadenas con que el demonio sujetaba su alma y derribado el muro que separaba al hombre del Creador, todavía subsiste la concupiscencia para el combate en que castigamos nuestro cuerpo y lo reducimos a servidumbre, ora para darle alguna tregua con ciertos usos lícitos y necesarios, ora para frenarla con la continencia. Mas por una disposición del Espíritu divino, que conocía mejor que nosotros lo presente, lo pasado y lo por venir de las cosas humanas, fue prevista y ordenada una forma de existencia en que no hay hombre que pueda lisonjearse de ser justo ante la majestad del Señor; de donde resulta que por nuestra ignorancia o flaqueza no desplegamos nosotros todas las fuerzas para contrarrestar los apetitos de la concupiscencia y nos rendimos a ella en algunas cosas, siendo nuestras caídas tanto mayores y frecuentes cuanto peores somos, y tanto más leves y raras cuanto mejores somos.

Mas se debate una cuestión sobre si puede haber, hay, habrá o ha habido algún hombre inmune de todo pecado en esta vida, excepto aquel que dijo: He aquí que viene el príncipe de este mundo, pero nada hallará en mí 144; de ella se tratará con más diligencia; y demos fin a este volumen para comenzar el otro con la discusión del problema propuesto.

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