martes, 19 de junio de 2018

EUCARISTÍA E IGLESIA - HE DESEADO ENORMEMENTE COMER ESTA COMIDA PASCUAL





EUCARISTÍA E IGLESIA
Benedicto XVI, Exhortación «Sacramentum caritatis», nn. 14-15

Por el Sacramento eucarístico Jesús incorpora a los fieles a su propia «hora»; de este modo nos muestra la unión que ha querido establecer entre Él y nosotros, entre su persona y la Iglesia. En efecto, Cristo mismo, en el sacrificio de la cruz, ha engendrado a la Iglesia como su esposa y su cuerpo. Los Padres de la Iglesia han meditado mucho sobre la relación entre el origen de Eva del costado de Adán mientras dormía y de la nueva Eva, la Iglesia, del costado abierto de Cristo, sumido en el sueño de la muerte: del costado traspasado, dice Juan, salió sangre y agua, símbolo de los sacramentos (Const. LG 3). Contemplar «al que atravesaron» (Jn 19,37) nos lleva a considerar la unión causal entre el sacrificio de Cristo, la Eucaristía y la Iglesia. En efecto, la Iglesia «vive de la Eucaristía» ( Ecclesia de Eucharistia, 1). Ya que en ella se hace presente el sacrificio redentor de Cristo, se tiene que reconocer ante todo que «hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia» ( Ibid. 21).



La Eucaristía es Cristo que se nos entrega, edificándonos continuamente como su cuerpo. Por tanto, en la sugestiva correlación entre la Eucaristía que edifica la Iglesia y la Iglesia que hace a su vez la Eucaristía, la primera afirmación expresa la causa primaria: la Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se ha entregado antes a ella en el sacrificio de la Cruz. La posibilidad que tiene la Iglesia de «hacer» la Eucaristía tiene su raíz en la donación que Cristo le ha hecho de sí mismo. Descubrimos también aquí un aspecto elocuente de la fórmula de san Juan: «Él nos ha amado primero» (1 Jn 4,19). Así, también nosotros confesamos en cada celebración la primacía del don de Cristo. En definitiva, el influjo causal de la Eucaristía en el origen de la Iglesia revela la precedencia no sólo cronológica sino también ontológica del habernos «amado primero». Él es quien eternamente nos ama primero.

La Eucaristía es, pues, constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia. Por eso la antigüedad cristiana designó con las mismas palabras Corpus Christi el Cuerpo nacido de la Virgen María, el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial de Cristo. Este dato, muy presente en la tradición, ayuda a aumentar en nosotros la conciencia de que no se puede separar a Cristo de la Iglesia. El Señor Jesús, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio por nosotros, anunció eficazmente en su donación el misterio de la Iglesia. Es significativo que en la segunda plegaria eucarística, al invocar al Paráclito, se formule de este modo la oración por la unidad de la Iglesia: «que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo». Este pasaje permite comprender bien que la res del Sacramento eucarístico incluye la unidad de los fieles en la comunión eclesial. La Eucaristía se muestra así en las raíces de la Iglesia como misterio de comunión.

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HE DESEADO ENORMEMENTE
COMER ESTA COMIDA PASCUAL
De los sermones de san Juan Crisóstomo

Durante la cena, Jesús cogió el pan y lo partió. ¿Por qué instituyó este misterio durante la Pascua? Para que deduzcas de todos sus actos que él fue el legislador del antiguo Testamento, y que todas las cosas que en él se contienen fueron esbozadas con vistas a la nueva alianza. Por eso, donde estaba la figura, Cristo entronizó la verdad. La tarde era el símbolo de la plenitud de los tiempos, e indicaba que las cosas estaban tocando ya su fin. Pronunció la bendición, enseñándonos cómo hemos de celebrar nosotros este misterio, mostrando que no va forzado a la pasión y preparándonos a nosotros para que todo cuanto suframos lo sepamos soportar con hacimiento de gracias, y sacando del sufrimiento un refuerzo de la esperanza.

Pues si ya el tipo o la figura fue capaz de liberar de una tan grande esclavitud, con más razón liberará la verdad a la redondez de la tierra y redundará en beneficio de nuestra raza. Por eso Cristo no instituyó antes este misterio, sino tan sólo en el momento en que estaban para cesar las prescripciones legales. Abolió la más importante de las solemnidades judaicas, convocando a los judíos en torno a otra mesa mucho más santa, y dijo: Tomad y comed: esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros.

Y ¿cómo no se turbaron al oír esto? Porque ya antes Cristo les había dicho muchas y grandes cosas de este misterio. Por eso ahora no se extiende en explicaciones, pues ya habían oído bastante sobre esta materia. En cambio, sí que les dice cuál es la causa de la pasión: el perdón de los pecados. Llama a su sangre «sangre de la nueva alianza», es decir, de la promesa y de la nueva ley. En efecto, esto es lo que ya antiguamente había prometido y lo confirma la nueva alianza. Y así como la antigua alianza ofreció ovejas y novillos, la nueva ofrece la sangre del Señor. Insinúa además en este pasaje que él tenía que morir: por eso hace alusión al testamento y menciona asimismo el antiguo: de ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera alianza. Nuevamente declara la causa de su muerte: Que será derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y añade: Haced esto en conmemoración mía.

¿No os dais cuenta cómo retrae y aparta a sus discípulos de los ritos judaicos? Que es como si dijera: Vosotros celebrabais aquella cena en conmemoración de los prodigios obrados en Egipto; celebrad la nueva cena en conmemoración mía. Aquella sangre fue derramada para salvar a los primogénitos; ésta, para el perdón de los pecados de todo el mundo. Esta es mi sangre -dice- que será derramada para el perdón de los pecados. Dijo esto, sin duda, tanto para demostrar que la pasión y la muerte son un misterio, como para, de esta forma, consolar nuevamente a sus discípulos. Y así como Moisés dijo: Es ley perpetua para vosotros, así dijo también él: En conmemoración mía, hasta que vuelva. Por eso afirma: He deseado enormemente comer esta comida pascual; es decir, he deseado haceros entrega de esta nueva realidad, daros una pascua con la cual os convertiré en hombres espirituales.

Y él mismo bebió también de él. Para evitar que al oír estas palabras replicasen: ¿Cómo? ¿Vamos a beber sangre y a comer carne?, y se escandalizaran -pues hablando en otra ocasión de este tema, muchos se escandalizaron de sus palabras-; pues bien, para que no tuvieran motivo de escándalo, él es el primero en dar ejemplo, induciéndolos a participar en estos misterios con ánimo tranquilo. Por esta razón, él mismo bebió su sangre.

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