viernes, 7 de abril de 2017

EL LLAMADO DEL REY – ALBERTO HURTADO S.J

Jesus (3)

Lo que sigue sólo se dirige a los hombres de corazón grande, a los magnánimos, a los
que son capaces de entusiasmarse por un ideal que va más allá
de lo estrictamente
obligatorio, a los chiflados por Cristo… Los que no lo estén, o no tengan siquiera el
ideal de estarlo, mejor es que se bajen del buque, porque no van a ser sino un peso
muerto; lo que se va a decir no tendrá sentido para ellos…
Esto es lo esencial del llamamiento de Cristo. ¿Quisieras consagrarme tu vida? ¡No es
problema de pecado! ¡Es problema de consagración! ¿A qué? A la santidad personal y
al apostolado. Santidad personal que ha de ir calcada por la santidad de Cristo. No hay
dos almas iguales, ni menos dos santos, pero sí las leyes fundamentales son las mismas.
Hambre de Santidad, de santidad a imitación de Cristo… de santidad pobre, humilde y
dolorosa; siervos de Cristo, ¡Redentor crucificado! Y con estos hombres “ser
crucificado para el mundo”, como pedía San Ignacio, que no buscan sus comodidades,
en honra, ni la fortuna, con estos hombres ir a la conquista del mundo, conquista que
más que el fruto de sus palabras, será el fruto de la Gracia de Dios que se transparentará
en estas vidas que no tienen nada de lo que el mundo ama y abraza, sino de lo que
Cristo amó y abrazó.
Señor si en nuestro atribulado siglo XX una generación comprendiese su misión y
quisiera dar testimonio del Cristo en que cree, no sólo con gritos
que nada significan de Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera… ¿Dónde?, sino en la ofrenda humilde,
silenciosa de sus vidas, para hacerlo reinar por los caminos en que Cristo quiere reinar:
en su pobreza, mansedumbre, humillación, en sus dolores, en su oración, ¡en su caridad
humilde y abnegada!
Cristo no me quiere engañar, me precisa la empresa. Es difícil, bien difícil. Hay que
luchar contra las pasiones propias, que apetecen lo contrario de su programa ¡No estarán
muertas de una vez para siempre, sino que habrán de ir muriendo cada día!
Pero ¡no te engañes! Si vienes conmigo has de trabajar conmigo, sacrificarte,
renunciar a gustos y pasatiempos… lo superfluo de una vida social, de lecturas inútiles y
frívolas, has de formarte, estudiar aunque esto sea penoso; has de orar aunque estés seco
y desolado; has de ir al pobre, al mendigo, al niño, aunque sean rudos y torpes; has de ir
a los ricos, aunque te rechacen y murmuren de ti; has de pedir dinero, colaboración,
sacrificios, la vida misma de todos ellos.
Aceptan la invitación a la santidad, porque a esto se reduce en primer término el
llamamiento de Cristo: para la conquista de las almas hay que ser otro Cristo, Cristo
divinizado por la gracia santificante, Cristo obrando, como Jesús, en pobreza,
humillación y dolor, que son las características más claras de la vida del Maestro.
Aceptar este ideal es dejar toda ilusión de una vida entregada a la sensualidad y al amor
propio, carnal y mundano, y aún al amor espiritual que consista en regalos y consuelos.
Aspire yo lleno de confianza a esta desnudez de afectos, no queriendo sino a Jesús y
sólo a Jesús y confiando en que es Jesús quien más lo desea, y al aspirar a este ideal
prescindir de los consuelos de Jesús: sólo Él.
Unirse a Cristo y compartir su misión, supone convertirse. La trascendencia de la
Acción Católica es mucho mayor. Es lisa y llanamente inscribirse en la milicia de
Cristo, con alma de apóstol para transformar cristianamente el mundo que nos rodea.
No se trata de una voluntad de esas generales, a bulto, sino una resolución: que quiero
y elijo y es mi determinación deliberada.¿ Señor, qué quieres que haga?”
Todo esto será letra muerta, todo esto será un bello ideal, un ensueño más, si no
comenzamos por instaurar en nosotros mismos esa revolución social que proyectamos.
La gran revolución no será posible sino cuando hayamos efectuado cada uno de
nosotros mismos la pequeña revolución, la revolución de nuestra vida orientándola
totalmente hacia Cristo. No nos engañemos en esto, porque el engaño sería el más grave
de los engaños. Queremos incendiar; tenemos antes que nada incendiarnos nosotros
mismos; queremos iluminar, tenemos antes que nada que ser luz; queremos dar sentido
cristiano a la vida y cómo lo daremos si no lo tenemos nosotros mismos? El mundo está
cansado de discursos, quiere hechos, quiere obras, quiere ver a los cristianos que
encarnan como Cristo la verdad en su vida, quiere que podamos decirles cada uno de
nosotros, aprendan de mí… ejemplo les he dado .
Aquí está la clave. Crecer en Cristo…viviendo la vida de Cristo, imitando a Cristo,
siendo como Cristo… Pero esta identificación ¿qué significa? No ciertamente una fría
repetición de lo que hizo….tampoco es un estado sentimental o efectivo que depende tan
poco de nuestra voluntad. Esta imitación de Cristo viene a consistir en vivir la vida de
Cristo… que mi actuación sea la de Cristo, no la que tuvo, sino la que tendría si
estuviese en mi lugar. Ante cada problema, ante los grandes de la tierra, ante los
problemas políticos, ante los pobres….¿Qué haría Cristo en mi lugar?
Camino que andar; verdad que creer; vida que vivir…vivir en Cristo; transformarse en
Cristo…
Nuestra imitación de Cristo consiste en vivir la vida de Cristo, en tener esa actitud
interior y exterior que en todo se conforma a la de Cristo, en hacer lo que Cristo haría si
estuviera en mi lugar.
¿Qué haría Cristo en mi lugar? Ante cada problema, ante los grandes de la tierra ante
los problemas políticos de nuestro tiempo, ante los
pobres, ante sus dolores y miserias, ante la defección de colaboradores, ante la escasez de operarios, ante la insuficiencia de nuestras obras. ¿Qué haría Cristo si estuviese en mi lugar? Si en estas circunstancias de
ahora Cristo se hubiese encarnado y tuviese que resolver este problema, ¿cómo lo resolvería? ¿Obraría con fuerza o con dulzura? ¿Empuñaría el látigo con que arrojó a los vendedores del templo, o las palabras de perdón del padre del pródigo, las tiernas palabras de perdón que dirigió a Magdalen a, a Pedro; las de paciencia que repitió tantas
veces ante sus rudos apóstoles…? Y lo que yo entiendo que Cristo haría, eso hacer yo en el momento presente. Aquí está toda la perfección cristiana; imitar a Cristo en su divinidad por la gracia santificante, y en su obrar humano haciendo en cada caso lo que él haría en mi lugar.
Mi idea central es ser otro Cristo, obrar como él, dar a cada problema su resolución.
… que mi vida cristiana esté llena de celo apostólico, del deseo de ayudar a los demás,
de dar más alegría, de hacer más feliz este mundo. No sólo “nota” apostólica:
consagración entera en mi espíritu y en las obras… una vida sin compartimentos, sin
jubilación, sin jornadas de 8 ó 12 horas. Toda la vida entera y siempre para vivir la vida
de Cristo. Al avanzar en años disminuye el ritmo vital, el idealismo primero es menos
intenso, pero por la fe no disminuirá en nada la consagración de mi vida a Cristo.

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