martes, 4 de abril de 2017

A imitación de José de Arimatea

orar con el corazon abierto

ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios

Siento gran respeto y cariño por José de Arimatea, al que no le damos la relevancia que ejerció en los últimos momentos de la vida de Cristo y de quien se dice, en las páginas del NT, que era bueno y justo. Esta expresión no es muy frecuente en los Evangelios. Seguro que este hombre preeminente del Sanedrín gozaba de estos atributos. Además, fue alguien valiente y audaz y debía tener otra gran cualidad: ser misericordioso. Es su misericordia la que le lleva a poner en peligro su prestigio por Cristo en los momentos más dramáticos de la Pasión. Él no huye ni reniega de Jesús como hicieran los apóstoles o Pedro.
José de Arimatea es para mí un símbolo de fidelidad en la persecución y de fidelidad en el dolor. Ofrece su sepulcro para enterrar a Jesús después de desclavarlo de la Cruz. No le importa si le juzgarán ni lo que dirán de él. Pone por delante su amor a Cristo, al que seguro conocía porque un amigo nunca se avergüenza de su amistad. Pero, además, a los pies de la Cruz consuela el dolor de María. Es un corazón sensible, profundamente humano, repleto de la gracia de la fe y fortalecido por la fuerza del Espíritu. Es junto a Juan y a las mujeres el alivio humano para la Madre de los Dolores. Quería a Jesús y sentía amor y respeto por María.
José de Arimatea es, en el camino de nuestra vida, aquel que se acerca a nosotros y nos ofrece su consuelo. Nos ofrece su vida. Nos acompaña en la tribulación y el dolor, en el sufrimiento y en la desgracia. Existen muchos José de Arimatea a nuestro lado; hombres y mujeres buenos y justos, cristianos bondadosos, escogidos por Dios, para ofrecer sus manos para descolgarnos de nuestros miedos y ofrecer su mirada para aliviar nuestros dolores. Hombres y mujeres como el buen José de Arimatea que tienen hacia los demás un amor puro, sensible y misericordioso. Que lo dan todo sin esperar nada a cambio. Que abren su corazón porque saben que dando amor dan al mismo Cristo. Que incluso ofrecen lo poco que tienen de material para sostenerte en tus momentos de dificultad, como hiciera José que embalsama a Cristo para depositarlo en su sepulcro nuevo, el lugar escogido para descansar eternamente en un cercano día.
Me he encontrado en mi vida con varios José de Arimatea. Los llevo a todos en el corazón. A través de ellos he sentido que Dios me envolvía con su amor. Y eso me plantea que debo ser cada día más generoso, más entregado; ofrecer todo lo mío -como hizo José con su sepulcro nuevo- porque todo lo que se ofrece para bien, en aras al amor por el prójimo y a Dios, no es algo que se pierde sino que se gana.


¡Señor, gracias por el ejemplo de José de Arimatea que solicitó tu Cuerpo magullado y herido, el Pan de Vida que eres Tú, para que se mantuviera eterno en el primer sagrario de la historia: el del sepulcro nuevo excavado en la roca! ¡Gracias, Señor, por la figura de este hombre bueno, valiente, justo, piadoso, generoso y misericordioso que tanto me enseña con su actitud y con sus gestos! ¡Gracias, Señor, por su delicadeza en cuidarte, perfumarte, cubrirte con el lienzo nuevo y depositarte con cuidado en el sepulcro porque de esta actitud tanto aprendo! ¡Gracias, Señor, por la profunda piedad de este hombre santo que no dudó en acompañarte a los pies de la Cruz en contra de su prestigio y de su renombre porque me ayuda a desagraviarte cuando reniego de ti con mis actitudes o te ofendo con mis pecados! ¡Gracias, Señor, porque me muestras el sentido del verdadero servicio! ¡Gracias, Señor, porque el ejemplo de José de Arimatea me muestra con la delicadeza de envolverte en un lienzo limpio como debe ser mi vida, pura y llena de amor, generosa y limpia! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser un poco como este hombre bueno que fue José de Arimatea! ¡Ayúdame a parecerme un poco a él en la bondad del corazón, en la fidelidad sin límites, en el consuelo a los demás en el dolor, en amarte aunque duela, en ser fiel en toda circunstancia! ¡José de Arimatea, Señor, miró por Ti y no por él, ayúdame a mirar mi propio interior y ver que necesito servir con más amor, darme con mayor generosidad, no temer quedarme sin nada porque tu me sostendrás, abrir mi corazón a la gracia del Padre que se derrama esparciendo bendición allí donde hay verdad! ¡Señor, concédeme solo un poco de la fe y la valentía de José de Arimatea para predicar tu Palabra y no temer el juicio, las burlas o el desprecio del prójimo! ¡Y, sobre todo, Señor, gracias por los José de Arimatea que has puesto en mi vida!
Una de mis obras más admiradas de Johann Joseph Fux por su profundidad, La Deposizione dalla Croce di Gesù Cristo Salvator nostro, oratorio in 2 parti per soli, coro e orchestra K. 300 para acompañar esta meditación de José de Arimatea:

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