Pintó a María
Rafael Ángel Marañón
Pintó Dios un bello rostro
De amapolas llameantes;
Juntó el color de las flores
Y el fulgor de los diamantes
Y echó mano del aroma
De tomillo y de azalea,
Que perfumaba los montes
De la hermosa Galilea.
Puso con rocío del prado
La frescura en sus mejillas,
Y a las perlas y diamantes
Juntó con las florecillas,
Y un corazón de cristal
Candoroso y transparente,
Que aplastara la cabeza
De la maligna serpiente.
Tomó luego dos luceros
De singular hermosura
Y se los puso en sus ojos,
Por si así fuera, aun más pura.
Una frente despejada,
En su rostro deslumbrante,
Y a pesar de tanto don
No le pareció bastante
Y le dio un alma de niña,
El candor en el semblante,
Un talle de caña verde
Y una doncellez fragante.
Y pareciéndole poco
Para su inmenso proyecto,
Le dio un alma femenina
De un refinado perfecto.
Contemplando a su criatura
De acabada perfección,
Le añade otro don divino
Y le confiere su unción.
Le formó un alma piadosa
Con el ánimo dispuesto,
Y la prometió a José
En matrimonio perfecto.
Para que el hijo naciera
De la absoluta pureza,
Porque debiendo ser rey,
Naciera de una princesa.
Habiéndole ya colmado
De virtud y perfección,
Le envió un ángel del Cielo
Que hiciera la anunciación.
Ella, con fidelidad,
Aceptó del ángel santo
La propuesta del señor
Sin recelo ni quebranto.
Y por ello fue posible
Tan divino advenimiento,
Que por su pronta obediencia
El Señor quedó contento.
Complacido la bendijo
Convirtiéndola en sagrario
De Cristo que, por los hombres,
Moriría en el calvario.
Y termino reverente
Esta pobre descripción,
Pues cantar de nuestra madre
Su belleza y perfección
Es imposible a los hombres,
Aunque sean grandes poetas,
Que las gracias de María
Nunca se dirán completas.
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