Por Jorge Nicolás Lafferriere
Como cada 15 de septiembre, miles de salteños y fieles venidos de todos los puntos del país se congregan para caminar procesionalmente por las calles de Salta junto con las imágenes del Señor y la Virgen del Milagro. El momento culminante de la procesión es la renovación del Pacto de Fidelidad que hicieron los “mayores” en septiembre de 1692 cuando buscaban “remedio a su aflicción”.
Este año 2018, el Pacto de Fidelidad parece más significativo ante los crecientes avances de un laicismo hostil que pretende recluir lo religioso al campo de la conciencia puramente personal. En tal sentido, como hemos dicho en anteriores publicaciones, nuestro país ya reconoce una separación entre Iglesia y Estado. Por eso, lo que parece animar a esta campaña laicista, alentada por poderosos medios de comunicación y con apoyos en algunos círculos políticos y dirigenciales, es erradicar el fenómeno religioso y construir una sociedad y una cultura que se escinda de Dios.
En tal sentido, una atenta lectura del texto mismo del Pacto de Fidelidad permite reconocer que expresa los valores esenciales de la religión: una alianza entre Dios y el pueblo creyente. El momento central de esa alianza se expresa en la promesa que hacen los fieles: “prometiendo que Vos, dulce Jesús, serás siempre nuestro y que nosotros seremos siempre tuyos”.
Esta expresión de fe y pertenencia a Dios se prepara con una novena que congrega a niños, jóvenes, adultos y mayores, desde los rincones más profundos de la provincia. Es una novena que tiene un fuerte tono penitencial y dispone el corazón para recibir la misericordia de Dios.
El Pacto de Fidelidad también significa una poderosa intercesión por el pueblo argentino, pidiendo al Señor del Milagro que salve y bendiga nuestro pueblo. Esa intercesión también se pide a la Virgen del Milagro, a quien se la invoca como protectora, se le pide que sea Madre y Abogada y se digne bendecir y proteger este pueblo.
La procesión por las calles de la Ciudad y el Pacto no significan un avasallamiento de la laicidad del Estado. Son expresión de la dimensión decisiva y fundamental de toda cultura, que es la relación con Dios. No tenemos que confundir Estado con cultura. La cultura expresa la forma en que un pueblo se relaciona con Dios, con los otros hombres y con la creación, según una de sus clásicas definiciones. Así, la religiosidad popular expresada públicamente expresa los valores centrales de la Fe y ofrece a la convivencia social, en la pluralidad de sus expresiones, un punto de referencia seguro. En efecto, como dijo el Papa Francisco en su primera encíclica Lumen Fidei, escrita recogiendo los aportes de su predecesor Benedicto XVI, hoy en día es importante proponer que la sociedad se organice “como si Dios existiese”:
“Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios. Dice san Ireneo de Lyon que Abrahán, antes de oír la voz de Dios, ya lo buscaba « ardientemente en su corazón », y que « recorría todo el mundo, preguntándose dónde estaba Dios », hasta que « Dios tuvo piedad de aquel que, por su cuenta, lo buscaba en el silencio ». Quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del amor"(La luz de la fe, 35).
Pidamos al Señor y a la Virgen del Milagro que intercedan por todos los argentinos.
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