sábado, 29 de septiembre de 2018

Mujer, ¡sé tú misma!



Por Isis Barajas
Revista Misión número 36, junio-julio y agosto 2015

SERVICIO CATOLICO,

Nos han vendido la moto. Y, además, una moto escacharrada. La tan aclamada liberación de la mujer no ha hecho más que sumirnos en más y nuevas esclavitudes. Gracias a los primeros movimientos feministas, se reconocieron derechos de la mujer como el acceso al voto o al trabajo. Pero la involución de estos movimientos hacia un feminismo de género ha provocado que la mujer –y, en consecuencia, el hombre– pierda su propia identidad y busque, primero en la confrontación y después en la confusión con el varón, una promesa de felicidad inexistente. Poco a poco han calado ideas destructivas como que la relación con el hombre, y concretamente el matrimonio, es una opresión intolerable; que las responsabilidades familiares son una carga de la que hay que liberarse; y el éxito profesional es un valor irrenunciable al que hay que plegarse a toda costa, incluso si eso supone retrasar (o renunciar a) la maternidad, congelar nuestros óvulos para usarlos cuando nos jubilemos o, simplemente, no ver a nuestros hijos salvo para meterlos en la cama al caer la noche. Para ser feliz hoy en día nos repiten una y otra vez que la mujer debe ser independiente y cuasi todopoderosa, un ser autónomo que no dependa de nadie y del que nadie dependa tampoco. ¿Pero se corresponde esto con los deseos más profundos del corazón de la mujer?


“El problema de nuestro tiempo no está en la liberalización de la mujer, sino en la recuperación de nuestra propia identidad y, sobre todo, en la recuperación de lo que representan la maternidad y la familia en la vida de una mujer”. Así lo explicó la doctora en Derecho y directora del Centro de Estudios de la Familia, de la Universidad Francisco de Vitoria, María Lacalle, en su intervención en el vi Congreso de Educadores Católicos organizado por la Fundación Educatio Servanda en abril, bajo el lema “La mujer a contracorriente, un baluarte de la educación”. “Cuando una mujer sabe quién es –señala Lacalle– y conoce su inmenso valor no tiene ningún problema en entregarse a los demás, no tiene complejos, no teme perder su independencia, sabe amar y ser amada, sabe que su realización plena está en el amor, sabe vivir con autenticidad su esencia femenina en casa, en el trabajo y en su relación con los demás”.

Esta fue la experiencia de Terry Polakovic, experta ahora en temas de mujer y familia que expondrá en el Congreso del Encuentro Mundial de las Familias (EMF) de Filadelfia en septiembre. Estaba atravesando una crisis de fe cuando una amiga le invitó a leer la Carta a las mujeres, del Papa Juan Pablo II. “Empecé a entender las enseñanzas sobre la anticoncepción y cómo la Iglesia trata de proteger a la mujer, por lo que comencé a ver cada aspecto de mi vida de un modo diferente. Todo cambió radicalmente en mi matrimonio e incluso en el modo de tratar a mis hijos”. Tanto es así que Polakovic, junto a dos amigas y la hermana Mary Prudence Allen R.S.M., religiosa experta mundial en feminismo católico y miembro de la Comisión Teológica Internacional, decidieron impulsar hace ya diez años una iniciativa de estudio llamado ENDOW, para profundizar en el Magisterio de la Iglesia sobre la mujer. En grupos de ocho o diez mujeres que se reúnen una vez por semana, leen unas guías elaboradas por filósofos y teólogos, y posteriormente, preguntan o comparten experiencias sobre el tema. “No es un lugar para debatir las enseñanzas de la Iglesia, pero sí para plantear las dudas y preguntas que cada una tiene. Es un espacio íntimo, donde se comparte, de un modo abierto, lo que cada una está viviendo y las dificultades que tiene”, explica Polakovic. La iniciativa ha tenido tanto éxito que ya se han beneficiado de ella más de 30.000 mujeres en EE UU, Canadá y Australia, y actualmente se están elaborando las guías en español para llegar a la población hispana estadounidense. (Más info: endowgroups.org).

Entre el delirio y la realidad femenina

Una mujer fuerte, desinhibida, exitosa, autoreferencial, de cuerpo diez y que tiene al hombre como un elemento decorativo para su uso y disfrute. Parece exagerado, pero un rápido repaso a los titulares de seis revistas femeninas da una idea bastante aproximada de cuál es el modelo de mujer que hoy más vende: “Boys, boys, boys; guapos fichados en Instagram”, “Más delgada, más fuerte, más feliz”, “Viste como una diosa”, “Mujeres que saben lo que quieren”, “La mujer 10: Heidi Klum”, “Di sí al placer”… Ana Cristina Villa Betancourt, responsable de la sección de Mujer del Consejo Pontificio para los Laicos, explica a Ángeles Conde Mir, colaboradora en Roma de Misión, que “los cambios en la vida de la mujer han sembrado mucha confusión sobre lo que es específicamente femenino. Hay muchos prejuicios, una búsqueda de emulación de lo masculino y unos estándares físicos a los que pocas mujeres llegan, como si eso fuera central en definir la identidad de una mujer”. Además, la ideología de género, que elimina la diferencia sexual y aboga por la libre elección de género basándose en meras cuestiones culturales, está provocando, según Villa, un aumento de la confusión: “Los seres humanos somos seres biológicos y esto nos condiciona. Es un tema importante, porque afecta a las mujeres de modo particular, y nos hace vivir nuestra biología como una carga o algo que hay que suprimir. Así, toda la dimensión de debilidad que conlleva el ciclo de las mujeres es visto como un peso y no ayuda a vivir la feminidad con serenidad”.

La maternidad (espiritual) es para todas

Esa sensibilidad peculiar de la mujer, que muchas veces se ve como debilidad, tiene un sentido que Lacalle define con acierto: “Es verdad que las mujeres somos emotivas y sensibles, pero esta capacidad de intuir y de empatía tiene un fin, que es la capacidad de acogida del otro. Así, la maternidad, sea o no puesta en acto biológicamente, configura el ser de la mujer”. No todas las mujeres son madres ni llegarán a serlo, pero la maternidad espiritual es un rasgo constitutivo de la mujer que nos pone frente al mundo de una manera distinta, y a la vez complementaria, a la del varón. Blanca Castilla, filósofa y doctora en Teología, lo explicó en el congreso de Educatio Servanda, utilizando como símil el acto conyugal: “El varón, al darse, sale de sí mismo y, saliendo de sí, se entrega a la mujer y se queda en ella. La mujer se da pero sin salir de ella, ama hacia dentro. Ella acoge en sí el fruto de la aportación de los dos, y lo guarda hasta que germina y se desarrolla. Por tanto, la mujer es casa, y es casa andante, porque lo es allí donde esté. El varón sin la mujer no sabría a dónde ir, estaría perdido. Sin el varón, la mujer no tiene a quién acoger, sería como una casa vacía”. Familia, maternidad, entrega, hogar, acogida… de todo esto poco o nada hablan las revistas femeninas.

“Dios le confía [a la mujer] de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano”, diría san Juan Pablo ii en su carta apostólica Mulieris dignitatem (La dignidad de la mujer). Y es que, según explicó la teóloga Carmen Álvarez en el ii Foro Internacional de la Mujer, organizado por la Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino (FASTA) en abril, “la vocación específica de la mujer es custodiar lo humano, hacer lo humano más humano, es decir, más imagen de Dios. La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando vida y amor a los demás, por eso su primer apostolado es la maternidad espiritual, y su vocación fundamental es vivir en plenitud el don de su feminidad”. Esta maternidad espiritual, tal como señaló el obispo de San Sebastián, monseñor José Ignacio Munilla, en ese mismo Foro, “supone una capacidad especial para reconocer y destacar al individuo dentro de la masa, amándolo de un modo personal y concreto”. Todas estas características propias de la mujer las englobó con agudeza san Juan Pablo ii en un término bellísimo que él mismo acuñó: el “genio femenino”. “Nuestra cultura necesita urgentemente de ese genio femenino, porque estamos especialmente carentes de manos, corazón y sonrisa. Tenemos una necesidad imperiosa de la intuición femenina; de su capacidad de sacrificio, pero, sobre todo, de su amor lleno de afecto”, concluye Munilla.

Iguales, pero distintos. ¡Complementarios!

En esa misión peculiar de custodiar lo humano, la mujer no está ni puede estar sola. Porque ella no es mujer sin el varón y, al mismo tiempo, este no puede ser sino es por la mujer. “Es en el don de la reciprocidad, donde uno se conoce a sí mismo. Uno no se conoce aislándose, sino en la comunión”, explica Munilla. Y no solo se conoce, sino que además se configura como persona en relación al otro. Castilla llega a decir que “hay potencialidades en la mujer que solo pueden desarrollarse por los hombres de su vida: su padre, sus hermanos, sus compañeros, sus amigos, su marido; y hay potencialidades en el varón que solo pueden florecer gracias a la influencia de las mujeres de su vida, empezando por su madre. Por lo que hay un mutuo engendramiento en el desarrollo de la personalidad”. El Papa Francisco ha abordado esta cuestión en una de sus últimas audiencias sobre la familia: “La diferencia entre hombre y mujer no es para la contraposición o la subordinación, sino para la comunión y la generación”. Y añade: “Sin enriquecimiento recíproco en esta relación – en el pensamiento, en la acción, en los afectos y en el trabajo, y también en la fe– los dos no pueden ni siquiera entender profundamente qué significa ser hombre y ser mujer”.

En el corazón de la sociedad

El “genio femenino” tiene como misión empapar con su capacidad humanizadora todos los ámbitos de la sociedad. “Dios quiere que las mujeres colaboremos en el mundo”, explica Villa, porque, como sostenía Edith Stein, “la mujer puede en cualquier lugar dejar la huella de su condición femenina […]. Allí donde se reúna con seres humanos, allí encontrará la ocasión de apoyarles, de aconsejarles, de ayudarles”. Descubrir esto fue para Polakovic un auténtico consuelo: “Una de las cosas que más me ayudaron es lo que decía el Papa en la Carta a las familias sobre la mujer trabajadora fuera del hogar, pues yo siempre he trabajado, incluso cuando mis hijos eran pequeños, y tenía un gran sentimiento de culpa. Así que leer que él abiertamente agradecía a la mujer que trabajaba fuera del hogar todo lo que aporta a la cultura fue un gran descubrimiento para mí”.

Aunque no todas las mujeres tengan que trabajar fuera del hogar, sí es cierto que la presencia femenina en el ámbito público es necesaria. Blanca Castilla explica que “la mujer aporta a la humanidad su peculiar modo de ver y hacer las cosas e, incluso, de descubrir aspectos distintos de la realidad”. “Si el mundo estuviera hecho solo por los varones, estaría incompleto, sería jerarquizado y, a la postre, inhumano, y lo mismo si estuviera hecho solo por la mujer: sería demasiado complicado y reiterativo; solo si hay varón y mujer la humanidad es completa en todos los aspectos: dentro de la familia, en la construcción de la historia, en las relaciones internacionales y en el mundo laboral, ¡en todos!”, añade Castilla. Ahora bien, sabiendo que la presencia femenina en la sociedad es buena y necesaria, esta no puede hacerse obviando el ámbito familiar, tal y como advierte Ana Cristina Villa: “El problema está en que también tenemos un papel fundamental en el corazón de la familia, por lo que insertarnos en el corazón de la sociedad dejando de lado el corazón de la familia supone dejar de transmitir la fe y dejar de ser las principales educadoras de la sociedad. Si cedemos en esto, se nota en la sociedad. Tenemos que encontrar un equilibrio”.

Primera educadora en la fe

Ciertamente, la mujer juega un papel clave como primera educadora de sus hijos y, de manera concreta, en la transmisión de la fe. Villa subraya que “las madres, las catequistas, las profesoras son muchas veces las primeras evangelizadoras en la vida de los niños”. “Este –subraya– es un papel al que no se presta mucha atención, pero es fundamental y sostiene la vida de la Iglesia. Creo que se nos está llamando a valorar esta labor escondida, a dar gracias a Dios por ella y a promover que más mujeres se conviertan en evangelizadoras de este modo”. Ahora bien, la misión evangelizadora de la mujer no termina aquí. El Papa Francisco está insistiendo últimamente en que la mujer debe tener capacidad de decisión no solo en la sociedad, sino también en la Iglesia. “Es necesario, de hecho, que la mujer no solamente sea más escuchada, sino que su voz tenga un peso real, un prestigio reconocido en la sociedad y en la Iglesia”, explicó en una audiencia reciente. No se trata de aprobar el sacerdocio femenino, ni mucho menos, sino de reconocer y potenciar el trabajo que realizan las mujeres en la Iglesia. Así, por ejemplo, un grupo de académicas, lideradas por la prestigiosa abogada y teóloga Helen M. Alvaré, están trabajando para involucrarse más en las decisiones de la Iglesia y que, por ejemplo, el Consejo Pontificio para la Familia no esté compuesto solo por hombres. Alvaré explica que también hay que hacer visible el modelo de la complementariedad entre el varón y la mujer dentro de la Iglesia, para después poder explicarlo fuera.

Decía san Juan Pablo II que “la mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás”. Solo así, reconociendo y descubriendo el don inmenso que ha recibido a través de su feminidad, podrá la mujer, junto al varón, construir la civilización del amor.

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