jueves, 20 de septiembre de 2018

Hipócrita y alejado de la realidad

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En una reciente cena profesional con veinte personas de diferentes nacionalidades y religiones me atreví a preguntarles a los comensales que definieran lo que para ellos es el cristianismo. Dos conceptos se repartieron la categoría ganadora e hirieron profundamente mi corazón: «una hipocresía» y «está alejado de la realidad».¿Carecían de razón al pensar así o les asistía la verdad?

En sus tiempos, el propio Jesucristo expresó una profunda desazón por el comportamiento del hombre y cuestionó: «¿Por qué me llamáis, Señor, y no hacéis lo que yo digo?».
La vida del cristiano es exigente. No puedo vivir como cristiano comportándome como un cristiano de herencia, expresando mi fe en Cristo pero no poniendo en práctica y creyendo en los elementos básicos de su doctrina porque en si mismo todo ello es una contradicción.
Ser cristiano es ser seguidor de Jesús. Seguir su persona, sus enseñanzas, sus mandatos, su Evangelio y vivir alejado de todo ello es una paradoja. Ser cristiano es ser discípulo de Jesús, es decir, su embajador en el mundo. Viéndonos tantas veces actuar no sorprende que la gente se cree una opinión tan limitada de la religión que representamos.


Nadie es perfecto, ni siquiera el que sigue genuinamente a Jesucristo. Las faltas y las caídas personales no desacreditan al cristiano. Es la fe sin obras lo que mata el cristianismo. Uno puede creer en Dios pero esa creencia se debe corresponder con obras, estar atento a Su voluntad, luchar por vivir y cumplir hasta las últimas consecuencias los mandamientos, especialmente el mandamiento del amor, sin importar el costo personal, las consecuencias y los obstáculos que aparezcan en el camino.
Pero hay algo que olvidamos con frecuencia. Un cristiano lo es cuando, con el corazón abierto en la oración, uno es capaz de reconocer sus imperfecciones y acepta su pecaminosidad. ¿Acaso no dijo Jesús que no son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los enfermos y que no ha venido a llamar a justos, sino a pecadores? En este sentido, ser cristiano implica mirar en lo más profundo del corazón y reconocer la propia imperfección para saber lo que uno es y no lo que quiere ser. El crecimiento interior es un proceso que exige una vida de perfección interior.
Como cristiano aunque trate de seguir las huellas de un Dios perfecto me equivoco con frecuencia, tengo flaquezas, imperfecciones, tomo decisiones equivocadas, cometo errores que provocan mucho dolor, juzgo implacablemente, caigo en la misma piedra, me dejo vencer por la tentación, pervierto los valores que me han enseñado, tejemanejeo con mis intereses personales… porque mi naturaleza es volátil. Como hay tantas roturas en el corazón rechazo el camino perfecto que propone Dios. Pero a Dios le gusta trabajar con gentes con roturas, dispuestas a reconocer sus problemas y que su corazón debe ser reparado. Un cristiano es como una vasija de barro que puede ser transformada por el poder sanador y reparador del Espíritu Santo.
«Una hipocresía» y «alejado de la realidad». En mi anhelo por ser buen cristiano no quiero aparentar solo tener fe porque mi vida de fe sin obras es como una higuera seca, muerta por ser incapaz de dar frutos, que aparenta lo que no es, que se engaña a sí misma y que engaña a los demás.

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¡Señor, no permitas que mi vida quede enmascarada por la mediocridad, que sea capaz de reconocer siempre mis imperfecciones y crecer conforme a la verdad! ¡Ayúdame a moldear mi carácter, a asumir mis debilidades, a cambiar lo que anida en mi corazón y dejarme transformar por tu Santo Espíritu! ¡Concédeme la gracia de ser testimonio de tu verdad, un auténtico embajador de Tu Reino! ¡Que cuando los demás me vean actuar piensen que soy un cristiano veraz! ¡Que nada me detenga, Señor, en esta tarea, que no me amedrente ni el qué dirán, ni el abandono de los demás ni los obstáculos que se vayan presentando en el camino! ¡Envía, Señor, tu Espíritu sobre mi para que me otorgue la fortaleza de afrontar la vida con plenitud, para mirar en lo más íntimo de corazón y tenga la valentía de cambiarlo por amor a ti y por mi propio bien! ¡Ayúdame a hacer siempre la voluntad de Dios! ¡Que esta vasija frágil que soy, Señor, esté siempre moldeada por tus manos amorosas y tiernas para que nadie pueda decir nunca que vivo en la hipocresía o alejado de la realidad!

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