lunes, 6 de agosto de 2018

MENSAJE DE S. S. JUAN PABLO II A LAS CLARISAS CON MOTIVO DEL VIII CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA CLARA DE ASÍS SABEMOS QUE LOS SOLDADOS DE CRISTO NO SON DESTRUIDOS, SINO CORONADOS CRISTO HABITE POR LA FE EN NUESTROS CORAZONES ES NECESARIO EMPLEAR TODOS LOS MEDIOS PARA LA SALVACIÓN DE LOS HERMANOS






MENSAJE DE S. S. JUAN PABLO II A LAS CLARISAS
CON MOTIVO DEL VIII CENTENARIO DEL NACIMIENTO
DE SANTA CLARA DE ASÍS (11-VIII-1993)

Queridas religiosas de vida contemplativa:


1. Hace ochocientos años nacía Clara de Asís en el seno de la familia del noble Favarone di Offreduccio.


Esta mujer nueva, como han escrito refiriéndose a ella en una carta reciente los ministros generales de las familias franciscanas, vivió como una pequeña planta a la sombra de san Francisco, que la condujo a las cimas de la perfección cristiana. La celebración de esta criatura verdaderamente evangélica quiere ser, sobre todo, una invitación al redescubrimiento de la contemplación, de ese itinerario espiritual del que sólo los místicos tienen una experiencia profunda. Quien lee su antigua biografía y sus escritos -la Forma de vida, el Testamento y las cuatro cartas que se han conservado de las muchas dirigidas a santa Inés de Praga- penetra hasta tal punto en el misterio de Dios, uno y trino, y de Cristo, Verbo encarnado, que permanece casi deslumbrado. Esos escritos están tan marcados por el amor que en ella suscitó el mirar ardorosa y prolongadamente a Cristo, el Señor, que no es fácil referir lo que sólo un corazón de mujer pudo experimentar.


2. El itinerario contemplativo de Clara, que se concluirá con la visión del «Rey de la gloria», comienza precisamente con su entrega total al Espíritu del Señor, como hizo María en la Anunciación. Es decir, comienza con el espíritu de pobreza que no deja nada en ella, salvo la simplicidad de su mirada fija en Dios.



Para Clara la pobreza -tan amada y citada en sus escritos- es la riqueza del alma que, despojada de sus bienes propios, se abre al «Espíritu del Señor y a su santa obra», como un recipiente vacío en el que Dios puede derramar la abundancia de sus dones. El paralelismo entre María y Clara aparece en el primer escrito de san Francisco, en la Forma vivendi dada a Clara: «Por inspiración divina os habéis hecho hijas y siervas del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio».


A Clara y sus hermanas se las llama esposas del Espíritu Santo: término inusitado en la historia de la Iglesia, donde la religiosa, la monja siempre es calificada como esposa de Cristo. Pero resuenan aquí algunos términos del relato lucano de la Anunciación (cf. Lc 1,26-38), que se transforman en palabras-clave para expresar la experiencia de Clara: el Altísimo, el Espíritu Santo, el Hijo de Dios, la sierva del Señor, y, en fin, el cubrir con su sombra, que para Clara es la velación, cuando sus cabellos, cortados, caen a los pies del altar de la Virgen María, en la Porciúncula, «como delante del tálamo nupcial» (cf. LCl 8).


3. La obra del Espíritu del Señor, que se nos dona en el bautismo, consiste en reproducir en el cristiano el rostro del Hijo de Dios. En la soledad y el silencio, que Clara elige como forma de vida para ella misma y para sus hermanas entre las paredes paupérrimas de su monasterio, a mitad de camino entre Asís y la Porciúncula, se disipa la cortina de humo de las palabras y las cosas terrenas, y se hace realidad la comunión con Dios: amor que nace y se entrega.


Clara, tras contemplar en la oración al Niño de Belén, exhorta con las siguientes palabras: «Dado que esta visión de él es esplendor de la gloria eterna, fulgor de la luz perenne y espejo sin mancha, lleva cada día tu alma a este espejo… Mira la pobreza de aquel que fue recostado en un pesebre y envuelto en pobres pañales. ¡Oh admirable humildad y pobreza, que produce asombro! ¡El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra, está recostado en un pesebre¡» (4CtaCl).


Ni siquiera se da cuenta de que también su seno de virgen consagrada y de «virgen pobrecilla» unida a «Cristo pobre» se convierte, por medio de la contemplación y la transformación, en cuna del Hijo de Dios (Proc IX,4). En un momento de gran peligro, cuando el monasterio está a punto de caer en manos de las tropas sarracenas reclutadas por el emperador Federico II, la voz de este Niño, desde la Eucaristía, la tranquiliza: «¡Yo os protegeré siempre!».


La noche de Navidad de 1252, el Niño Jesús transporta a Clara lejos de su lecho de enferma, y el amor, que carece de lugar y tiempo, la envuelve en una experiencia mística que la introduce en la profundidad infinita de Dios.


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SABEMOS QUE LOS SOLDADOS DE CRISTO

NO SON DESTRUIDOS, SINO CORONADOS
De la carta 80 de san Cipriano

El motivo de que no os escribiera en seguida, hermano muy amado, es el hecho de que todos los clérigos, debido al estado de persecución en que nos hallamos, no podían en modo alguno salir de aquí, dispuestos como estaban, por el fervor de su ánimo, a la consecución de la gloria celestial y divina. Sabed que ya han vuelto los que había enviado a Roma con el fin de que se enteraran bien del contenido del rescripto que pesa sobre nosotros, ya que sólo teníamos acerca de él rumores y noticias inciertas.


La verdad es la siguiente: Valeriano ha enviado un rescripto al Senado, según el cual los obispos, presbíteros y diáconos deben ser ejecutados sin dilación; a los senadores y personas distinguidas, así como a los caballeros romanos, se les despojará de su dignidad y de sus bienes, y, si a pesar de ello, perseveran en su condición de cristianos, serán decapitados; a las matronas se les confiscarán sus bienes y se las desterrará; los cesarianos todos que hayan profesado antes o profesen actualmente la fe cristiana serán desposeídos de sus bienes y enviados, en calidad de prisioneros, a las posesiones del Estado, levantándose acta de ello.


El emperador Valeriano ha añadido también a su decreto una copia de la carta enviada a los gobernadores de las provincias, y que hace referencia a nosotros; estamos esperando que llegue de un día a otro esta carta, manteniéndonos firmes en la fe y dispuestos al martirio, en expectación de la corona de vida eterna que confiamos alcanzar con la bondad y la ayuda del Señor. Sabed que Sixto, y con él cuatro diáconos, fueron ejecutados en el cementerio el día seis de agosto. Los prefectos de Roma no cejan ni un día en esta persecución, y todos los que son presentados a su tribunal son ejecutados y sus bienes entregados al fisco.


Os pido que comuniquéis estas noticias a los demás colegas nuestros, para que en todas partes las comunidades cristianas puedan ser fortalecidas por su exhortación y preparadas para la lucha espiritual, a fin de que todos y cada uno de los nuestros piensen más en la inmortalidad que en la muerte y se ofrezcan al Señor con fe plena y fortaleza de ánimo, con más alegría que temor por el martirio que se avecina, sabiendo que los soldados de Dios y de Cristo no son destruidos, sino coronados.


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CRISTO HABITE POR LA FE EN NUESTROS CORAZONES

De la carta de san Cayetano a Elisabet Porto

Yo soy pecador y me tengo en muy poca cosa, pero me acojo a los que han servido al Señor con perfección, para que rueguen por ti a Cristo bendito y a su Madre; pero no olvides una cosa: todo lo que los santos hagan por ti de poco serviría sin tu cooperación; antes que nada es asunto tuyo, y, si quieres que Cristo te ame y te ayude, ámalo tú a él y procura someter siempre tu voluntad a la suya, y no tengas la menor duda de que, aunque todos los santos y criaturas te abandonasen, él siempre estará atento a tus necesidades.


Ten por cierto que nosotros somos peregrinos y viajeros en este mundo: nuestra patria es el cielo; el que se engríe se desvía del camino y corre hacia la muerte. Mientras vivimos en este mundo, debemos ganarnos la vida eterna, cosa que no podemos hacer por nosotros solos, ya que la perdimos por el pecado, pero Jesucristo nos la recuperó. Por esto, debemos siempre darle gracias, amarlo, obedecerlo y hacer todo cuanto nos sea posible por estar siempre unidos a él.


Él se nos ha dado en alimento: desdichado el que ignora un don tan grande; se nos ha concedido el poseer a Cristo, Hijo de la Virgen María, y a veces no nos cuidamos de ello; ¡ay de aquel que no se preocupa por recibirlo! Hija mía, el bien que deseo para mí lo pido también para ti; mas para conseguirlo no hay otro camino que rogar con frecuencia a la Virgen María, para que te visite con su excelso Hijo; más aún, que te atrevas a pedirle que te dé a su Hijo, que es el verdadero alimento del alma en el santísimo sacramento del altar. Ella te lo dará de buena gana, y él vendrá a ti, de más buena gana aún, para fortalecerte, a fin de que puedas caminar segura por esta oscura selva, en la que hay muchos enemigos que nos acechan, pero que se mantienen a distancia si nos ven protegidos con semejante ayuda.


Hija mía, no recibas a Jesucristo con el fin de utilizarlo según tus criterios, sino que quiero que tú te entregues a él, y que él te reciba, y así él, tu Dios salvador, haga de ti y en ti lo que a él le plazca. Éste es mi deseo, y a esto te exhorto y, en cuanto me es dado, a ello te presiono.


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ES NECESARIO EMPLEAR TODOS LOS MEDIOS

PARA LA SALVACIÓN DE LOS HERMANOS
De una carta del beato Agatángel al cardenal prefecto
de la Congregación de Propaganda Fide

Eminentísimo Señor y Patrono: Hallándome el pasado mes en Jerusalén, el reverendo Padre Guardián me mostró la carta de los eminentísimos Cardenales de la Sagrada Congregación, en la que se exponía lo siguiente:


«Vuestra Paternidad nos notificó el parecer del padre Pablo de Lodi sobre la licitud y conveniencia de visitar las iglesias de los herejes y cismáticos, manteniendo en el interior del corazón la seguridad en la fe católica. Esta opinión es juzgada errónea por la Sagrada Congregación, por lo que no se podrá mantener esta práctica».


Después me trasladé a Egipto y sometí la cuestión a tres padres nuestros, teólogos, y también al juicio del padre Arcángel de Pistoya. La opinión de todos estos padres es conforme a la mía personal, por lo que me atrevo a someterla a vuestra Eminencia como el menor de los hijos, y juzgo ser la más conveniente para la gloria de Dios y salvación de las almas, aunque siempre dispuesto a aceptar cualquier corrección que me merezca, si no me hallo en lo cierto. Los mencionados padres teólogos estudiaron a fondo el problema, señalaron varios considerandos, que podemos reducir a cuatro: que tal comunicación in divinis no ocasione escándalo; que no exista peligro de perder la fe; que no se participe en ningún acto delictivo o ceremonia que pueda significar herejía; que no suponga aprobación expresa de tal herejía o rito herético.


Para formarse una idea exacta y juzgar rectamente estas cuatro condiciones, es oportuno conocer a fondo las circunstancias verdaderas de lugar, tiempo, clases de ritos existentes aquí y otras situaciones particulares; y este pleno conocimiento nunca se lo podrán formar rectamente los teólogos y doctores de la cristiandad, por desconocer las costumbres concretas de estos lugares. Por lo que, según mi humilde juicio, creo que debe someterse este problema a la conciencia de los misioneros, quienes piensan que esta comunicación con los herejes y cismáticos aquí ha de mantenerse y no debe impedirse por ningún motivo, ya que la práctica contraria equivaldría a suprimir la posibilidad de hallar otros medios, otros caminos y otra esperanza de hacer el bien en estas misiones, y crear incluso estorbos graves en las relaciones pacíficas existentes.


Ante estas consideraciones importantes y otras varias que omito por motivo de brevedad, séame permitido citar la sentencia del glorioso mártir y santo papa Martín: «Es norma segura en tiempos de persecución ser condescendientes, siempre que ello no suponga prevaricación o desprecio, sino más bien estrechez y penuria, que la necesidad siempre juzgará las cosas con misericordia, siendo benignos y omitiendo, para mejores tiempos, mayores exigencias». Abundan aquí los coptos, y me tomé la molestia de examinar sus libros litúrgicos, no hallando en ellos ningún error excepto una invocación a los herejes Dióscoro y Severo. Por ello, he permitido a nuestros sacerdotes usar esos libros en la celebración de la misa, omitiendo tan sólo la invocación a los herejes antes citados; y así lo hacen, sin haberse originado por ello escándalo alguno en el pueblo fiel.

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