“En aquellos días vino Juan Bautista y predicaba en el desierto de Judea, diciendo: “¡Convertíos porque el reino de los cielos está cerca!” (Mt 3, 1-2): así nos lo transmite el evangelista Mateo en capítulo tercero de su Evangelio, proclamando el inicio de la salvación.
Es la invitación autorizada que hace el mismo Jesucristo, tras la salida de su ocultación de Nazaret, anunciando la palabra de Dios y haciendo milagros.
Es la invitación que en un tiempo la Iglesia, a través de sacerdotes bien preparados, dirigía a los numerosos fieles que participaban en la Santa Misa, hoy abandonada por muchos bautizados porque el comunismo, el materialismo, el consumismo, el relativismo, el ecumenismo y demás… ismos, en poco más de medio siglo han demolido prácticamente la fe en los creyentes, que ahora se encuentran en graves dificultades frente a Dios y a la propia conciencia en una sociedad cada vez más laicizada y menos cristiana.
El concepto de conversión, por tanto, no tiene hoy solamente un significado religioso a medida personal, como vuelta a la fe católica abandonada por decisión propia, sino que asume una acepción más amplia, involucrando a todos por igual.
Se tiene, sin embargo, la sensación de que la invitación a la conversión, de antiguo eco evangélico y de gran actualidad profética y salvífica, es hoy completamente ignorada y desdeñada por las instituciones mas aún las religiosas, que se distinguen por su silencio inexplicable. Por este silencio, que agrava su responsabilidad. Los responsables del silencio eliminan los motivos de discusión a todo nivel aun cuando habría muchos motivos para hablar de Dios y de Su enemigo mortal, satanás, que trabaja para llevar a los hombres a su reino de muerte eterna.
Incluso en los medios católicos el tema d
el diablo y del infierno está prácticamente ausente, mientras que habría muchísimos motivos para hablar de él y temerlo, especialmente en estos últimos tiempos.
Hoy, los pocos creyentes que han permanecido fieles a la Iglesia como el “pequeño resto”, atraviesan grandes sufrimientos, sin que ningún lamento o protesta sea transmitido fuera del ámbito religioso y del conocimiento social.
Todos los Sacramentos están en declive, desde el Bautismo hasta la Unción de los enfermos, y también la mayor parte de los bautizados vive como si Dios no existiera, ni saber el número de apostasías que solicitan en las curias, para no tener más que ver con la iglesia particular y universal.
Una característica de nuestro tiempo es la confusión de los espíritus, es decir, la mezcla del bien con el mal, de la justicia con la injusticia, de lo sagrado con lo blasfemo, de la verdad con la mentira, etc., en una terrible indiferencia y burla hacia Dios, Creador y Rey del Universo. Una confusión vigente desde hace tiempo y que ha provocado ya muchos daños a la sociedad en el plano moral, con el rechazo de Dios.
Es por eso que un hijo de Dios, debe estar firme en las siguientes convicciones:
- La Iglesia católica es la única institución divina, fundada sobre Pedro, capaz de salvarnos para la eternidad, garantizada por las promesas y por la Resurrección de Jesús.
- Todo seguidor de Cristo, incluso a través de las tribulaciones de la vida y las persecuciones, tiene la certeza de que el único camino de salvación es la observancia de los Mandamientos.
- El cristiano es el único creyente que, a través del Evangelio y sin fanatismos, es capaz de afrontar el martirio con la certeza de que ese sacrificio le conduce a la Vida eterna.
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