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De 5 a 7 de agosto de 1918, Padre Pío supo casi ininterrumpidamente, lo que aquel fenómeno llamado místicamente de transverbación.
La transverberación es una gracia extraordinaria que algunos santos como Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz han recibido.
El corazón de la persona escogida por Dios es traspasado por una flecha misteriosa o experimentado como un dardo que al penetrar deja tras de sí una herida de amor que se quema mientras el alma es elevada a los niveles más altos de la contemplación del amor y del dolor.
El padre Pío recibió esta gracia extraordinaria el 5 de agosto de 1918.
En gran simplicidad, el padre narró a su director espiritual lo sucedido:
"Yo estaba escuchando las confesiones de los jóvenes la noche del 5 de agosto cuando, de repente, me asusté grandemente al ver con los ojos de mi mente a un visitante celestial que se apareció frente a mí. En su mano llevaba algo que parecía como una lanza ancha de hierro, con una punta muy aguda. Parecía que salía de la punta. Vi a la persona fundir la lanza violentamente en mi alma. Sólo pude quejarse y me sentía como si se muriera. Le dije al niño que saliera del confesionario, porque me sentía muy enfermo y no tenía fuerzas para continuar. Este martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7 de agosto.
Desde ese día siento una gran aflicción y una herida en mi alma que está siempre abierta y me causa agonía.
El 9 de agosto de 1912, escribió el padre Agostino:
"Siento pues, mi sacerdote, que el Amor me vencerá finalmente; el alma corre el riesgo de dividirse del cuerpo por la razón que no puedo amar a Jesús lo suficiente en la tierra. Sí, mi alma está herida de amor por Jesús; soy enfermo de amor; experimento continuamente el dolor de amar, aquel ardor que se quema y no se consume. Me sugiere, si autoriza, el remedio para el estado actual de mi alma. Aquí está una débil imagen de lo que Jesús obra en mí. A la manera que un torrente arrastra bruscamente en la profundidad del mar todos que encuentra en su curso, así mi alma se profundiza en el océano, sin demora, reencontrando el amor de Jesús, sin mérito alguno mío y sin darme razón, seduce dentro de Si todo su tesoro ".
El 12 de agosto de este mismo año:
"Estaba en la Iglesia para hacer el agradecimiento por la Misa cuando, de repente, sentí el corazón ser herido por un dardo de fuego, vivo y ardiente, que pensé matarme. Me faltan las palabras correctas para hacerlo comprender la intensidad de aquella llama: estoy bastante impotente para poder expresarme. Creer? El alma, víctima de esta consolación, se quedó muda. Parecía que una fuerza invisible se sumergía todo en aquel fuego ... ¡Dios mío, qué fuego! ... Un segundo, mi alma ya había sido separada del cuerpo ... Andaba con Jesús "(Ep I).
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