María Arribas durante la entrevista con Alfa y Omega en el Colegio de Fomento Aldeafuente. Foto: José Calderero @jcalderero
María Arribas no se cree todavía que vaya a hacerse monja, y eso que ya tiene fecha de ingreso: el 17 de febrero. Con este paso, la joven pide a Dios que su testimonio sirva para que «muchas personas abran los ojos y se den cuenta de que Dios existe y es súper bueno»
María Arribas Piquer tiene el 17 de febrero de 2018 marcado en su agenda. Ese día no tiene que dar una clase en virtud de su recién estrenado trabajo de profesora en el Colegio Aldeafuente. Tampoco tiene que acompañar a sus padres –con los que todavía vive– a un recado, ni ha quedado para una salida nocturna con sus amigas. El 17 de febrero María no ha quedado con su novio, al que ha estado unida los últimos 4 años. Ese día lo tiene marcado en su agenda porque es el día en el que ingresará como novicia en la orden religiosa Iesu Communio, algo que «nunca me había planteado», confiesa a Alfa y Omega. «Ni siquiera ahora, que ya tengo fecha para ingresar, me lo puedo creer. No solo no me lo había planteado, sino que todavía hoy pienso “¡pero cómo puedo ser yo monja!”». Y seguidamente responde: lo que ha sucedido «es que he experimentado el amor de Dios y eso me llenó por dentro de una forma abrumadora».
El camino que ha terminado con el ingreso de María Arribas en el convento comenzó a acelerarse en agosto. Un día que se sentía especialmente contristada decidió acudir a Misa. «Iba habitualmente, pero es verdad que en aquel momento vivía mi fe como algo impuesto, que había recibido gracias a mis padres, pero que nunca había terminado de hacer mía del todo», explica. En aquella Eucaristía la joven de 23 años sintió «que Dios se me puso delante, como cuando tu hijo se cae y llora y nota tu mano en su cabeza. Pues igual yo. Experimenté que mi Padre venía y me salvaba y, entonces, me sentí súper consolada y muy amada», asegura. «Nunca había sentido eso, nunca. Dios estaba conmigo y no me abandonaba».
A pesar del encuentro todo siguió normal. «Continué con mi día a día. Seguía sin rezar». Sin embargo, con el tiempo Arribas Piquer se empezó a percatar de que «mi fe ya no era algo impuesto, sino algo que necesitaba. Necesitaba estar cerca de Dios porque si no me perdía». De esta forma, la Misa se convirtió en algo central para María. «Comencé a ir todos los días, lo necesitaba. Ahora es lo más grande que puedo tener en mi día. El mismo Dios que baja a estar con nosotros».
Con Iesu Communio
Pasó septiembre, también octubre y la joven se acordó de pronto de que «hacía mucho tiempo que no iba a ver a las de Iesu». Había conocido a las religiosas años atrás en un retiro organizado por un sacerdote de su universidad y «del que me fui tocada. Aquel retiro me dejó huella. Continué siendo la misma, pero se me quedó aquella experiencia en el corazón».
La joven retomó las visitas a las religiosas del característico hábito de tela vaquera, aunque reconoce que «no sabía por qué. No iba a nada en concreto, solo viajaba allí sin ningún motivo ni explicación. Era Dios quien me llevaba y allí me sentía a gusto, como en casa».
En una de aquellas visitas, hablando con una de las monjas, la todavía profesora de Aldeafuente se dio cuenta de «lo que tenía en el fondo de mi corazón. Nunca me había parado a escucharme, jamás». Tras aquella conversación, «me dije: “María, tú quieres seguir a Jesús”». Pero no fue en aquel momento cuando decidió profesar como religiosa.
Ahora sí, María empezó a rezar cada día más y comenzó a tener dirección espiritual con un sacerdote. «Me invitaba a no dejarme llevar por las emociones y me dejó el libro de La confianza en Dios». En él, descubrió una frase de la madre Teresa: allí donde brote tu corazón ese es el sitio que el Señor tiene para ti. «Mi corazón ha brotado en Iesu Comunio, pero no ha brotado un día, brota siempre que voy. Allí el Señor me dice justo lo que necesito escuchar ese día».
En aquel momento María Arribas Piquer «solo tenía deseos de seguirle. Estaba ansiosa por volver a estar con Él». Hasta que un día «dije “ya no puedo más. Tengo que avanzar. No puedo seguir con mi vida tal cual, con todo este deseo de Dios en mi interior, y no avanzar». Fue entonces cuando, en Navidad, decidió tener una experiencia de diez días con las religiosas de Iesu Comunio.
«Aquellos días los pasé pegada a Dios. Me sentía como en mi casa. Allí Dios me habló mucho a través de un pasaje evangélico de la tempestad calmada. Fue impresionante. Como los discípulos en la barca, le dije a Dios “tengo miedo” pero me fio de ti», recuerda.
«Dos días antes de terminar la experiencia pedí entrar en el convento y me dijeron que sí, que pusiera fecha». Así es como María Arribas Piquer señaló en rojo el 17 de febrero en el calendario. «Estaba rezando con el Evangelio para decidir la fecha. Lo abrí por el 17 de febrero, que es el primer día de Cuaresma y en el que Jesús se va al desierto a pasar 40 días. El Evangelio termina diciendo “vuestro tiempo se ha terminado, el reino de los cielos ha llegado, convertiros y creed en el Evangelio”. Para mí, el reino de los cielos ha llegado».
Con este paso, y su testimonio, María solo pide a Dios convertirse en «instrumento para que mucha gente se abra a Él. Ojalá mi testimonio pueda servir para que muchas personas abran los ojos y se den cuenta de que Dios existe y es súper bueno».
José Calderero de Aldecoa @jcalderero
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