Carta a la Virgen
Madre:
Sé que no hace falta hacer mucho para agradarte, y no es que te conformes con poco. Tu amor de madre lo suple todo, suple todos mis defectos y mi corazón cerrado, duro como una piedra, incapaz de abrirse a los demás y a ti.
Pero tu siempre estás aquí como los verdaderos amigos, al igual que los puentes bien cimentados, firmes, tanto en los ratos malos como en los buenos. Somos nosotros los que fallamos, los que te traemos al altar como fruto de nuestro trabajo espinos secos en vez de rosas frescas.
Lo más seguro es que, como jóvenes que somos, sentimos el deseo impasible de disfrutar la vida al máximo, de exprimirla. Para ver que al final de nuestros días hemos hecho algo con ella. Aunque muchas veces la disfrutamos por caminos incorrectos, de una forma egoísta y estéril.
Gracias porque tú, profesora de mi vida, me enseñas en el silencio, en los pequeños detalles del día a día. Es verdad que mirándote, que mirando tu propia vida nos vas marcando el sendero que debemos seguir. Si en verdad queremos disfrutar de la vida, en definitiva, ser felices, nos enseñas que el esfuerzo siempre vale la pena por pequeña o grande que sea la causa. No tendremos que perder marcha si sentimos tu presencia cerca.
Madre, te pido en este mes de Mayo que me modules para ablandar un poquito ese corazón cerrado, para que se parezca al tuyo y cuando desde arriba me mires veas tu corazón reflejado abierto a los demás y lleno de vida. No nos dejes que en ningún momento nos quedemos mirándonos a nosotros porque sólo Tu y Cristo sabéis lo que es darse hasta el final.
Madre, déjame ser como una de tantas flores que están a tu lado y que van gastando su aroma y su vida adorándote a ti.
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