domingo, 22 de julio de 2018

REAVIVAR NUESTRA FE EN LOS SACERDOTES (y II)




REAVIVAR NUESTRA FE EN LOS SACERDOTES (y II)
Carta del Ministro y del Definitorio General OFM
para la Fiesta de san Francisco de 2010

La visión que Francisco tiene del ministerio sacerdotal puede parecer teórica, idealista: no obstante, es inspiradora del comportamiento que debemos tener también hoy en día.

Somos conscientes de que la estima que se tiene actualmente de los sacerdotes no es muy alta. Algunas situaciones conocidas por todos lo demuestran claramente: además de la disminución de las vocaciones al sacerdocio en muchos países, la falta de fe generalizada que se vive en el mundo y en la Iglesia, las acusaciones de abusos cometidos a menores de parte de algunos sacerdotes, el mismo estilo de vida que conduce al sacerdote frecuentemente a vivir "separado" de los fieles laicos, hacen que la estima por el ministerio sacerdotal y la fe en los sacerdotes disminuya cada vez más.

Sin embargo, estamos invitados a renovar nuestra fe sobre aquello que fundamenta el ministerio sacerdotal, reafirmando su necesidad para la Iglesia, aun reconociendo que los sacerdotes, como la misma Iglesia, no son seres perfectos. Para poder vivir todo ello, no hay otra cosa mejor que meditar el siguiente texto personal de Francisco: «El Señor me dio, y me sigue dando, tanta fe en los sacerdotes…, por su ordenación, que, si me persiguieran, quiero recurrir a ellos. Y si yo tuviera tanta sabiduría como la que tuvo Salomón y me encontrara con los pobrecillos sacerdotes de este mundo, no quiero predicar en las parroquias en que habitan si no es conforme a su voluntad. Y a éstos y a todos los demás sacerdotes quiero temer, amar y honrar como a mis señores. Y no quiero tomar en consideración su pecado, porque veo en ellos al Hijo de Dios y son mis señores. Y lo hago por esto: porque en este mundo nada veo corporalmente del mismo altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás» (Test 6-10).



«La Orden de los Hermanos Menores, por su propia naturaleza, se compone de hermanos clérigos y laicos». Nuestra vocación franciscana, por tanto, no está necesariamente ligada al sacerdocio. Aquí es válido lo que escribió el Apóstol: «Que permanezca cada cual en el estado en que se hallaba cuando Dios lo llamó» (1 Cor 7,20); y, sobre todo, cuanto Jesús dijo a sus Apóstoles: «No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros» (Jn 15,16). La vocación sacerdotal, como la laical, no es una elección nuestra, sino una llamada específica del Señor. Nuestra tarea es simplemente el responder con generosidad. En toda vocación reconocemos un don del Señor a la Iglesia y a la humanidad.

Iguales por la profesión, todos estamos llamados a vivir como hermanos y según las exigencias de la común vocación y misión: «En la diversidad de ministerios todos los cristianos son llamados a responder a la Palabra del Señor que envía a anunciar la Buena Nueva del Reino». Quien ha sido llamado a ejercer el ministerio sacerdotal debe recordar siempre que el ministerio no puede ser tomado como una promoción humana o una dignidad personal que nos sitúa por encima de nuestros hermanos laicos o sobre los fieles laicos en la Iglesia. En profunda comunión con todos, especialmente con los últimos, y en espíritu de conversión eclesial, abiertos a una misión compartida, para nosotros el sacerdocio ha de vivirse según cuanto exige nuestra identidad de Hermanos Menores. De este modo, el don del sacerdocio en la Orden será una gran riqueza para construir el Reino entre nosotros.

No podemos concluir de mejor manera que citando las palabras de Francisco: «Y a todos los clérigos tengámoslos por señores nuestros en las cosas que miran a la salvación del alma y no se desvían de nuestra Religión; y veneremos en el Señor su orden y oficio y ministerio» (1 R 19,3).

No hay comentarios. :

Publicar un comentario