domingo, 29 de julio de 2018

Gabirel Everardo, el primer sacerdote ordenado en un penal en México

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El nuevo sacerdote había sido pandillero, pero en el Penal encontró a Dios y su vida cambió

Su nombre es Gabirel Everardo Zul Mejía. Es originario de la ciudad de Monterrey, Nuevo León (al norte de México). Tiene 35 años de edad. Y es el primer sacerdote ordenado en el interior de un penal en México.
El nuevo sacerdote había sido pandillero, pero su vida cambió cuando al estar recluido en el Penal de Topo Chico, en Apodaca, Nuevo León, encontró a Dios y también su vocación y el viernes pasado, luego de diez años de formación, fue ordenado sacerdote en el Centro de Reinserción Social de Apodaca.
La ordenación la recibió de manos del arzobispo de Monterrey, Rogelio Cabrera López. En la Misa, dos internos leyeron las lecturas y en su homilía, el arzobispo de Monterrey destacó que “en cierto modo, este lugar es la Catedral de Monterrey que se traspasa a este edificio porque donde está la Iglesia está la Eucaristía y donde está la Eucaristía está el sacerdote”.
Durante la ceremonia, el arzobispo Cabrera López le hizo tres peticiones a Zul Mejía: mirar lejos con esperanza, amar sin exclusiones y celebrar la Eucaristía “porque todo lo que hagas tiene que referirse a la Eucaristía”. Y remató: “La fe y el amor, nunca están encarcelados”. Por ello, y por mandato de su arzobispo, a partir de ahora servirá en los centros penitenciarios de la arquidiócesis de Monterrey.

La libertad entre las rejas

Zul Mejía relata que antes de su conversión, vivía sumergido en varias ocasiones en los conflictos propios del pandillerismo. “Lamentablemente, en ese tiempo desvaloraba el amor de mis padres y de mis hermanos. La desobediencia a mis padres y los constantes pleitos que llegué a tener en la colonia me llevaron a estar en prisión en el penal de Topo Chico”.
En su relato, recuerda que el lugar en donde estuvo le llamaban “observación”, y fue allí en donde tuve su “diálogo” con Dios: “No te conozco, pero sé que no me vas a dejar aquí… ¡Estoy tan cerca, y tan lejos de mi casa!” (el penal de Topo Chico se encuentra en las inmediaciones de Monterrey, en el Municipio conurbado de Apodaca).
“Siempre he dicho que Dios escuchó lo que le expresé, pero también escuchó las oraciones de mi madre y de la Iglesia que ora en todo momento por los jóvenes que se encuentran perdidos en la vida”, relata Zul Mejía quien también subraya que el tiempo que estuvo en el penal le sirvió para encontrarme consigo mismo, de valorar lo que Dios le permitía tener en casa de sus padres y de reconocer que en una celda encontró la libertad.
“Al estar internado en el penal del Topo Chico, recuerdo que tuve algunas experiencias que marcaron mi estancia: los hermanos internos que conocí en aquel tiempo me cuidaron, me brindaron unas monedas para comprar unos desechables, y me dieron algunos consejos, como el de no reunirme con personas que me podrían afectar más dentro del penal”, cuenta el nuevo sacerdote.

¿Por qué en el penal?

La mayor parte de quienes sufren prisión no quieren volver jamás al sitio en el que estuvieron; sin embargo, esta lógica no operó en Gabirel, puesto que ahí en Topo Chico tuvo una enseñanza de las obras de misericordia, y en los reclusos descubrió “el amor de Dios ya que, sin conocerme, me brindaron un gran apoyo en los días en que estuve en prisión”.
Ya en el seminario sirvió en dos ocasiones en la pastoral penitenciara de la arquidiócesis de Monterrey y ahora lo hará como sacerdote cuyo ejemplo y guía fue el padre Guadalupe Rodríguez, quien murió de cáncer a los 36 años de edad, ahí mismo en Monterrey. Tanto al padre Rodríguez como a Zul Mejía les unieron, además del amor a Cristo, la pasión por el futbol y la música vallenata.
El padre Zul Mejía también dedicará su tiempo a ayudar a una asociación que apoya a niños que padecen la enfermedad del cáncer u otras enfermedades. “Ellos también le han inyectado mucha alegría y un enorme deseo de seguir respondiéndole a Dios en el llamado vocacional”, subraya.
Y termina su relato diciendo: “Ahora, deseo regresar con mis amigos del penal de Apodaca, y compartirles la alegría del orden sacerdotal. Deseo mucho que ellos sean los testigos de la misericordia que Dios va a tener en un servidor al concederme ser sacerdote para toda la eternidad”.

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