domingo, 1 de julio de 2018

¿Quién es la prostituta de la Babilonia del Apocalipsis?

WHORE OF BABYLON
Public Domain
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La gran destructora de la esperanza en la eficacia de la victoria de Cristo es un llamamiento a mirar más allá de ella

“Acompáñame, y te mostraré cómo va a ser castigada la famosa Prostituta” (17,1). De este modo el Apocalipsis nos presenta la figura de una mujer con quien “los reyes de la tierra han fornicado (…), y los habitantes del mundo se han embriagado con el vino de su prostitución” (17,2). Pero, ¿quién es esta prostituta? ¡La Iglesia católica, por supuesto! Bueno, al menos eso es lo que la mitad de la ponzoña en YouTube nos quiere hacer pensar. Por fortuna, hay una lectura más inteligente y también mucho más enriquecedora.
En el Libro del Apocalipsis, Juan concluye sus visiones con un relato de “la Ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida como una novia preparada para recibir a su esposo” (21,2). Este, el eventual y perenne refugio de los fieles, es homólogo y contrapunto de “la gran Ciudad” (18,10), que ahora obra con prepotencia la persecución de los fieles. De esta es imagen la prostituta, la que “se emborrachaba con la sangre de los santos y de los testigos de Jesús” (17,6). Según aclara el mismo Juan, “la mujer que has visto es la gran Ciudad, la que reina sobre los reyes de la tierra” (17,18).
Pero, ¿qué ciudad es “la gran Ciudad”? ¿Quién es “Babilonia”?Hay mucho en el Libro del Apocalipsis que sugiere que es Roma. Después de todo, ¿de quién si no de la ciudad imperial puede decirse “que reina sobre los reyes de la tierra”? Y después de las persecuciones del siglo I bajo Nerón y Domiciano, ¿quién mejor podría describirse como ebria “con la sangre de los santos y de los testigos de Jesús”? También está el comentario que parece colocar la gran ciudad en las tradicionales siete colinas de Roma. Las cabezas del dragón que monta la mujer “son las siete colinas, sobre las cuales está sentada la mujer” (17,9). Y por supuesto, está el precedente, dentro del mismo Nuevo Testamento, de hablar de roma bajo la figura de “Babilonia” (cf. 1 Pedro 5,13).

Aun así, muchos elementos sugieren otra lectura. Se dice que “la gran Ciudad” es el lugar “donde el Señor fue crucificado” (11,8). También fue el lugar de la persecución de los profetas (18,24). Está claro, ¡esa es Jerusalén! Y si recordamos los gustos de san Esteban y Santiago, podríamos calificar a sus calles de tan “ebrias” como las de Roma. La destrucción de la ciudad, además, parece ser “pronto” (20,6-12), una posible referencia a la caída de Jerusalén en el año 70. Por último, parece apropiado que la “Jerusalén celestial” encontrara su contraparte en la Jerusalén terrenal.
Los argumentos para ambos casos son convincentes. Sin embargo, quizás esa sea precisamente la cuestión. En el tipo de escrito que encontramos en el Libro del Apocalipsis se emplean mucho las imágenes. Y aunque estas imágenes sí actúan como claves para realidades históricas específicas (Roma, Jerusalén), también están destinadas a abrazar referencias futuras. Antes de la llegada de esa “ciudad santa, la nueva Jerusalén”, no escasean las personas o los lugares cuyo ejercicio del poder deja a los fieles clamando “¿Hasta cuándo, Señor santo y verdadero, tardarás en hacer justicia y en vengar nuestra sangre sobre los habitantes de la tierra?” (Ap 6,10).
Quizás, entonces, la forma más significativa de entender a la prostituta y a la gran ciudad que representa es verla como lo que Agustín llama “la ciudad del hombre”. El papel de la prostituta de Babilonia es ante todo oponerse al Cordero. Babilonia representa a alguien cuyo poder parece determinante de todo, cuyo gobierno se presenta como inevitable y del todo irresistible. Ella es quien, en cualquier edad, ejerce el dominio y quien, por el bien de su propia gloria, configura el mundo a su propia imagen. Dicho de otra forma, “Babilonia” es todo lo que destruye la esperanza en la eficacia de la victoria de Cristo, todo lo que conduce a los fieles a desesperarse en el seguimiento del Cordero “donde quiera que vaya” (14,4).
Sin embargo, es el Cordero, “que parecía haber sido inmolado” (Ap 5:6), sobre el cual el Apocalipsis nos invita más a reflexionar. La mujer —descarada, ebria y condenada— apenas hace visible lo que Simon Tugwell denomina “la omnipotente debilidad de Dios”. El Cordero que ha muerto está “vivo para siempre” y solo Él tiene “la llave de la Muerte y del Abismo” (Ap 1,18). Al llamar a la mujer y la gran ciudad “Babilonia”, Juan intenta moldear en ella el papel del gran enemigo histórico de Israel. Así, no obstante, habla no solo del terror que ella inflige, sino también de su inevitable caída. Babilonia es el nombre de la derrotada. Es el nombre de lo que parece invencible pero que cae en un instante. “¡Ay, ay! ¡La gran Ciudad, Babilonia, la ciudad poderosa! Bastó una hora para que recibieras tu castigo” (Ap 18,10).
¿Quién es entonces la prostituta de Babilonia? Hay muchas respuestas y muchas otras por aparecer. Juan nos muestra lo que es común a todas y, más importante, nos muestra a quien, en todos los casos, es la causa de la caída de Babilonia: Cristo, el Cordero sacrificado.

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