jueves, 5 de julio de 2018

LA VIDA DEL EVANGELIO




LA VIDA DEL EVANGELIO
por Julio Micó, OFMCap

Una espiritualidad de seguimiento

La experiencia de Dios como Padre, metido y comprometido en el amor a los hombres, que se percibe en la imagen del Reino, es fundamental a la hora de construir la propia vida de fe. Esta experiencia viva de Dios nos impide recalar en los puertos del pasado, dirigiendo nuestra vida al mar abierto del futuro. El que ha conocido a Dios de forma existencial ya no puede seguir encerrado en su propia quietud, ya que su misma presencia arrastra hacia el futuro, hacia la búsqueda de su rostro, donde poder encontrarle con plenitud. Pero esta experiencia básica de un Dios Padre que nos conduce por el camino en el que el reconocimiento de su bondad se traduce en un amor eficaz a los hombres puede tomar formas distintas, lo cual explica el pluralismo a la hora de concretar el modo de ser cristianos.

No cabe duda de que Jesús entendió esta respuesta al amor interpelante del Padre en forma de itinerancia desarraigada para anunciar la buena noticia del Reino. Al resucitar Jesús, su persona se convierte en camino obligado para llegar a Dios. Pero aún en su vida terrena, como sacramento que era del Padre, el seguimiento de su persona equivalía a responder a la llamada salvadora de Dios; de ahí que Jesús llamara para que le siguieran. Llamada que comportaba la convivencia con Él, la participación en el anuncio del Reino y la com-pasión en los sufrimientos consecuentes.


Cuando Jesús llama no es para compartir una ideología, aceptar un conjunto de verdades teóricas o seguir una normativa más o menos exigente; ni siquiera, por importante que parezca, para aceptar un proyecto común como podía ser el Reino. Todo esto está incluido en el seguimiento, pero no constituye su núcleo. El seguimiento se refiere a la persona misma de Jesús y solamente a su persona.

Esta experiencia de relación e intimidad con el Señor no se agota, sin embargo, en sí misma. Jesús llama a los discípulos para que estén con Él y para enviarlos a predicar (Mc 3,13-15). Por lo tanto, el seguimiento va más allá de una convivencia íntima con Jesús; implica también la misión y el trabajar para que el hombre se abra a Dios y encuentre su realización.

La participación en la vida y trabajo de Jesús conduce indefectiblemente a la participación en su mismo destino. A través de todo el Evangelio cruza la idea de que el destino de Jesús es la muerte violenta, concretamente la muerte de cruz. Pero también aparece de forma constante la imagen de que el discípulo no es mayor que su maestro; por lo tanto, el que quiera seguir a Jesús tiene que asumir y seguir ese mismo destino cargando con la cruz (Mt 10,38).

Esta imagen del Jesús histórico, que se nos transmite en los Evangelios y que el Movimiento de Jesús vivió y mantuvo en la Iglesia, es la que percibió san Francisco y la que le sirvió para organizar su vida evangélica y la de su Fraternidad.

El proyecto que aparece en las dos Reglas y que Francisco concreta como forma del santo Evangelio, aunque visto desde una perspectiva pauperística, no se puede reducir al seguimiento de Jesús pobre. El tema joánico de Dios adorado en espíritu y verdad, los temas sinópticos de la misión y las bienaventuranzas, así como el tema del Siervo sufriente de Isaías, son fundamentales a la hora de comprender la espiritualidad de san Francisco.

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