martes, 3 de julio de 2018

LA VIDA DEL EVANGELIO




LA VIDA DEL EVANGELIO
por Julio Micó, OFMCap

Cómo leía san Francisco los evangelios

La concepción que Francisco tiene de la Sagrada Escritura difiere notablemente de la de sus biógrafos. Éstos conocían perfectamente los métodos científicos de la época, por lo que cultivan una exégesis simbólica que se hace notar a la hora de manejar los textos. En cambio, Francisco, que no era teólogo, lee la Palabra de una forma realista, sin alambicamientos de ninguna clase. Esto lo sabían sus biógrafos hasta el punto de que, curiosamente, sólo le atribuyen los textos escriturísticos de los libros abiertos, es decir, los libros que estaba permitido leer a los laicos, como eran los históricos, etc.

La formación religiosa que tenía Francisco, la propia de un laico de su tiempo, no le permitía otra lectura del Evangelio más que la sencilla y realista. Sin embargo, esto no nos puede llevar a confundir su literalismo evangélico con el fundamentalismo de esas nuevas sectas americanas. Para Francisco, la letra de la Escritura no es lo absoluto y fundamental: «Son matados por la letra aquellos que únicamente desean saber las palabras... Y son vivificados por el espíritu de la divina letra aquellos que, con la palabra y el ejemplo, la devuelven al altísimo Señor Dios, de quien es todo bien» (Adm 7). Él siempre la interpreta desde dentro, condicionado por su cultura religiosa popular. De ahí que incluso ese realismo literal quede matizado al concretar para su vida el seguimiento radical de los consejos del Señor.


Esta interpretación realista pero libre de la Escritura le permitió hacer experiencias radicalmente nuevas al colocarse en la misma situación sociorreligiosa que el Movimiento de Jesús, es decir, en una situación de pobreza y radicalismo itinerante que le ayudaba a percibir aquellos textos del Evangelio que los profetas itinerantes de la primitiva Iglesia no sólo habían vivido sino también transmitido a partir de su experiencia con Jesús. La lectura del Evangelio siempre es posicionada, nunca neutra; por eso ayuda a su inteligencia el abordarla desde una actitud similar a la que vivió Jesús y sus Apóstoles.

Esta toma de posición de Francisco le colocó frente al Evangelio desnudo de todo ropaje científico que pudiera servir de justificación y pretexto para evadirlo. Su insistencia en que no se hagan glosas del Evangelio diciendo cómo hay que entenderlo (Test 38) explica su decisión de abordarlo limpiamente, puesto que en el fondo sólo es capaz de entenderlo quien lo pone en práctica. Por lo menos eso creía Francisco al dar a una mujer pobre, madre de un religioso, el primer y único Evangelio de que disponía la Fraternidad de la Porciúncula. Las razones aducidas son claras: el Señor se complace más cuando practicamos lo que contiene que cuando solamente lo leemos (2 Cel 91; LP 93). En otras palabras, Francisco parte de la praxis sin esperar a tenerlo todo claro en el plano conceptual. Se aventura a hacer la experiencia de vivirlo y, desde esa experiencia, descubre una nueva forma de entenderlo.

A pesar de este entendimiento práctico y realista, Francisco no aborda el Evangelio con un literalismo burdo y superficial. Se podrían aducir infinidad de ejemplos, en los que, bajo apariencia de literalismo pedestre, hay una relectura o interpretación del texto acomodándolo a las circunstancias concretas. El tema del literalismo evangélico aparece después, cuando la Fraternidad ya se encuentra asentada en los conventos. Pero la comprensión evangélica de Francisco es espiritual, desde dentro, al estilo joánico; una comprensión que se caracteriza, según Egger, por el respeto externo ante la Palabra, la disponibilidad para la conversión espiritual, la pobreza interior ante Dios, la puesta en práctica de la Palabra y la convicción de que el sentido de la Escritura está en la acción.

El lenguaje religioso de Francisco está saturado, por la influencia de la liturgia, del pensamiento de los evangelios; de ahí que, cuando escribe, aflora de una manera espontánea, sin tener que referirlo estrictamente a citas concretas. Cuando Francisco habla del Evangelio, nos ofrece sus ideas sin citar expresamente a los evangelistas sino de un modo general. Expone algún principio radical básico y después lo razona con ideas del mismo Evangelio.

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