lunes, 18 de junio de 2018

SANTA CLARA DE ASÍS Y LA EUCARISTÍA (VI)




SANTA CLARA DE ASÍS Y LA EUCARISTÍA (VI) 
por René-Charles Dhont, ofm

FERVOR DE LAS COMUNIONES DE CLARA (I)

Si permanece la duda respecto a la frecuencia de las comuniones de Clara, no puede dudarse, en cambio, del fervor con que las recibía.

Clara sabe que en la comunión recibe el «santísimo Cuerpo de Cristo», al Señor, que oculta su grandeza bajo humildes apariencias, al mismo tiempo que al Soberano del universo. Recordemos las palabras de sor Bienvenida de Perusa: «Madonna Clara se confesaba frecuentemente y con gran devoción y temblor recibía el santo sacramento del Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, hasta el extremo de que, cuando lo recibía, temblaba toda» (Proceso 2,11); o las de sor Felipa: «Y lloraba copiosamente, sobre todo cuando recibía el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo» (Proceso 3,7). Celano escribe en la Leyenda: «Cuán señalado fuera el devoto amor de santa Clara al Sacramento del Altar lo demuestran los hechos... Y cuando iba a recibir el Cuerpo del Señor, primero se bañaba en ardientes lágrimas y luego, acercándose estremecida, no menos reverenciaba a quien está escondido en el sacramento que al que rige cielo y tierra» (LCl 28).


Por eso, para Clara, la comunión es un beneficio inmenso. Recuerda sor Francisca: «Y luego que la santa madre hubo recibido el Cuerpo del Señor con mucha devoción, como acostumbraba siempre, dijo estas palabras: "Tan gran beneficio me ha hecho Dios hoy, que el cielo y la tierra no se le pueden comparar"» (Proceso 9,10). Y de manera semejante declara sor Felipa: «El señor papa Inocencio fue a visitarla cuando estaba gravemente enferma. Y ella dijo después a las hermanas: "Hijitas mías, alabad a Dios, porque el cielo y la tierra no son bastantes para tantos beneficios como yo he recibido de Dios, pues le he recibido hoy en el santo Sacramento y he visto también a su Vicario"» (Proceso 3,24).

Lo que ella espera de la comunión es nada menos que la salvación eterna. Esto es lo que ella pedía en la frecuente recitación de la oración de las cinco llagas: «Por tu santísima muerte, te ruego, Santísimo Señor Jesucristo, que antes de la hora de mi muerte merezca recibir para mi salvación eterna el sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre» (cf. Proceso 10,10; LCl 30).

La «salvación eterna»: estas palabras tenían seguramente una profunda resonancia en el alma de la gran contemplativa. Evocan la entrada en la plenitud del Misterio de Cristo hacia el cual había orientado toda su vida; el cumplimiento del tránsito de este mundo a Dios en Cristo, con Cristo y por Cristo, que se inicia aquí abajo y se completa en la muerte.

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