miércoles, 13 de junio de 2018

«María conservaba todas estas cosas en su corazón y las meditaba» (Lc 2,51).

«La Virgen conservaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2, 19 y 51): toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada humana.
Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena, tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios…Ella fue tan verdadera en su humildad porque siempre estuvo olvidada, libre de sí misma. Por eso podía cantar: «El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49).
Esta Reina de las vírgenes es también Reina de los mártires. Pero una vez más fue en su corazón donde la espada la traspasó (Lc. 2, 35), porque en ella todo se realiza por dentro…  qué hermoso es contemplarla durante su largo martirio, tan serena, envuelta en una especie de majestad que manifiesta juntamente la fortaleza y la dulzura…

Es que ella había aprendido del Verbo mismo cómo deben sufrir los que el Padre ha escogido como víctimas, los que ha determinado asociar a la gran obra de la redención, los que El «ha conocido y predestinado a ser conformes a su Cristo» (Rm. 8, 29), crucificado por amor. Ella está allí al pie de la cruz, de pie, llena de fortaleza y de valor.

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