martes, 19 de junio de 2018

La Natividad de San Juan Bautista, 24 de junio de 2018





 San Lucas 1,57-66.80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo. Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre;
pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”. Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”. Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios. Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea. Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él.
El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel..
COMENTARIO
por Mons. Rafael Escudero López-Brea
obispo prelado de Moyobamba

“A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo”. Fue ello causa de admiración y alegría para los parientes y vecinos de Isabel y Zacarías. Dios había dado a la anciana madre una hermosa prueba de su misericordia haciendo desaparecer su esterilidad y el oprobio que ésta llevaba consigo. “Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban”. Este nacimiento era presagio de bienaventuranza para todos.


En el nacimiento del Bautista se nos ofrece una preciosa escena de vida familiar. De ella debemos aprender la alegría y la reverencia con que se ha de recibir a un recién nacido. En muchos hogares, por desgracia, se piensa que un nuevo hijo es una carga, un problema, un intruso que viene a fastidiar nuestra vida. Esto es un signo de deshumanización, de corrupción de las sanas costumbres, de decadencia social, de descristianización.

“A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre; la madre intervino diciendo: «No, se va a  llamar Juan»”. La circuncisión es el rito de la admisión del varón en el pueblo de Dios. A ella iba asociado la imposición del nombre; era como la inscripción del niño en el catálogo de los hijos de Israel. Isabel se opone a que el niño se llame Zacarías.

La fidelidad y la prontitud de Zacarías e Isabel ante Dios nos ayudan a considerar el deber de los padres cristianos a la hora a pedir el bautismo cuanto antes para sus niños. Así nos lo enseña el Catecismo: “Puesto que nacen con una naturaleza humana caída y manchada por el pecado original, los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios, a la que todos los hombres están llamados. La pura gratuidad de la gracia de la salvación se manifiesta particularmente en el bautismo de niños. Por tanto, la Iglesia y los padres privarían al niño de la gracia inestimable de ser hijo de Dios si no le administraran el Bautismo poco después de su nacimiento. Los padres cristianos deben reconocer que esta práctica corresponde también a su misión de alimentar la vida que Dios les ha confiado”.

 “Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así». Entonces preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase”. A él como padre le correspondía indicar el nombre. “Él pidió una tablilla y escribió: « Juan es su nombre ». Cumplía con ello el mandato que le había dado el Arcángel san Gabriel. “Todos se quedaron extrañados”. Juan significa “gracia de Dios”. Sí, Dios salva por gracia, gratuitamente. La primera gracia la logra el padre que “inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios”. Hombre de Dios como era Zacarías, lo primero que hace es alabar al Señor y darle gracias por el beneficio recibido.

¡Abre también, Señor, nuestros labios para que cantemos tu alabanza, para que te bendigamos y nuestras almas exulten de gozo!

“Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea”. La narración de tantos y tan maravillosos prodigios se adentraba en el pensamiento y en el corazón de los habitantes de la montaña de Judea. “Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él”. La mano es algo hermoso; es lo que permite actuar, ayudar, acariciar, trabajar.

Juan Bautista anuncia otro nacimiento, el del Hijo de Dios encarnado. Juan representará un papel en el Reino de Dios que comienza ahora.

«¿Qué va a ser este niño?». Esta pregunta aparece ante el nacimiento de todo ser humano ¿Será santo o criminal? ¿Con qué señal marcará la historia del mundo o de la Iglesia? Casi podemos asegurar que será lo que sus padres le hagan, porque el alma de sus hijos está en sus manos. De aquí se desprenden los deberes que los padres tienen para con sus hijos.

Los padres, partícipes de la paternidad divina, son los primeros responsables de la educación de sus hijos y los primeros anunciadores de la fe. Tienen el deber de amar y de respetar a sus hijos como personas y como hijos de Dios, y proveer, en cuanto sea posible, a sus necesidades materiales y espirituales, eligiendo para ellos una escuela adecuada, y ayudándoles con prudentes consejos en la elección de la profesión y del estado de vida. En especial, tienen la misión de educarlos en la fe cristiana. Los padres educan a sus hijos en la fe cristiana principalmente con el ejemplo, la oración, la catequesis familiar y la participación en la vida de la Iglesia.

Con estas pocas palabras se traza la vida oculta de Juan Bautista, desde los brazos de su madre hasta la plenitud de su edad: “El niño iba creciendo”: Juan crecía físicamente;  “y se fortalecía en su espíritu”; crecía espiritualmente porque progresaba en la virtud y el Espíritu se manifestaba en él.  “Y vivió en el desierto hasta que se presentó a Israel”. Vivía en el desierto del mar Muerto, vasta y tórrida región donde no hay vegetación alguna. Allí se preparaba con la penitencia  y la contemplación, para la hora en que le llamara Dios a ejercer pública y oficialmente, ante el pueblo de Israel, su ministerio de Precursor.

Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par que el hijo crece hacia una madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y su estado de vida. Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.

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