jueves, 16 de marzo de 2017

Si pudieras comprar el tiempo, ¿qué harías con él? (un video esencial)



Luisa Restrepo Combate espiritual | Fe y vida | publi | Videos15/03/2017

 Muchas veces me encuentro viviendo tan sin darme cuenta que no tomo conciencia de lo que significa el tiempo en mi vida. Siempre me llamó mucho la atención esa frase de la película «El Señor de los Anillos» cuando Gandalf habla con Frodo sobre lo que significa ser el portador del anillo. El diálogo gira sobre si es digno o no y sobre las decisiones que tendrá que tomar. Al final Gandalf termina diciéndole que poco importa todo eso, que lo que importa es que «solo él puede decidir qué hacer con el tiempo que se le ha dado». Y es que es verdad.

¿Pensamos constantemente en eso? ¿Decidimos qué hacer con el tiempo que se nos ha concedido? ¿Lo valoramos suficiente? Me di cuenta que no. Me di cuenta que me ayudaría mucho hacerlo, por eso he decidido hacerlo. Este video y este bonito texto de José Luis Martín Descalzo (perdónenme porque siempre lo cito) me dieron el último empujón.  Ahí les va:




«En el escaparate de una agencia de viajes leo un anuncio en el que explican que el «Concorde» sale de París a las once de la mañana y llega a Nueva York a las nueve y media de esa misma mañana. Y, al leerlo, me doy cuenta de que ésa ha sido una ilusión de toda mi vida: viajar –vivir– en «Concorde», es decir, caminando hacia el amanecer.

(…) Me encantan los hombres- «Concorde», los que no se tragan la vida, sino que la saborean, los que caminan a contramuerte, los que no se dejan arrastrar por las horas, sino que las señorean.

Hace días estuve comiendo con dos amigos y sus mujeres, que parecían encarnar esos dos estilos de vida tan distintos, y creo que entendí un poco por qué una pareja era tan feliz en su matrimonio y por qué la otra vivía con la crisis a cuestas. Los primeros sabían sacarle jugo al mundo: durante el camino en coche no pararon de elogiar lo bonito del día, lo que les había gustado el concierto que oyeron el día anterior; y durante la comida a ella le gustó todo lo que había pedido, elogió a camareros y cocineros y el marido contó que siempre pagaba a gusto en los restaurantes porque su mujer la gozaba experimentando platos nuevos y raros. Los segundos parecían el contratipo: el servicio les había hecho no sé qué jugada la víspera; en el coche el marido había dejado caer la ceniza en el vestido recién estrenado de ella, y en el restaurante optaron por pedir comida «conservadora», los platos de siempre -nada de riesgos-, y al que no le faltaba sal le sobraba grasa. Y el marido comentó que nunca salían a cenar fuera porque de cada cien restaurantes acertaban en uno.

¿Es que el primero tenía mejor suerte que el segundo matrimonio? ¿Es que a unos les salía todo bien y todo mal a los otros? No. Es que los primeros se dedicaban a saborear lo limpio de sus vidas y lo hacían tan a fondo que ni se enteraban de los fallos, mientras que los segundos vivían con la escopeta de la crítica cargada y ni se enteraban del sol que brillaba sobre sus cabezas.

(… )Durante los pasados días de Pascua he pensado muchísimo –y con envidia– en Lázaro: ¡El sí que tuvo que saber vivir cuando regresó de la muerte! ¡El sí que debió de vivir a contrarreloj de las horas! Me lo imagino a veces saboreando el sol y también la lluvia y hasta los ventarrones y el frío. Lo veo bebiendo respetuosamente el agua, despacito y a sorbos, como el más añejo de los vinos. Le sueño dedicándose a querer, como si fuera un oficio, sabedor, como nadie, de que, precisamente porque la vida es corta, hay que amarse a fondo y muy de prisa.

Y no voy a añadir yo aquí esa tontería de que «el tiempo es oro», porque –como ha escrito Cabodevilla–ése es el mayor insulto que puede hacérsele a la vida y al tiempo. ¿Oro? Muchísimo más. No hay modo mejor de malgastar la una y el otro que dedicándose a acaparar dinero. Pues, efectivamente «se empieza ganando dinero para vivir y se acaba viviendo para ganar dinero; primero se gasta la salud y la vida para acumular dinero, y luego se gasta el dinero para recuperar la salud y alargar la vida». ¡Qué distinto, en cambio, el que entiende su vida como un lujo, aun cuando sólo fuéramos reyes por un día, por unos pocos años! José María Valverde escribió un verso definitivo hablando de la fugacidad de las cosas: “Mas ¿qué importa vivir, cuando se ha sido ¡y tanto! ?”.

Pero es que nosotros somos –y un día, digámoslo sin miedo–, habremos sido nada menos que hombres, frutos de¡ más importante de todos los rosales que el mundo ha procreado. ¿Qué fugacidad podría robarnos este gozo?».

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