jueves, 23 de marzo de 2017

LA PRIORIDAD DE DIOS EN NUESTRA VIDA

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                La existencia humana no encuentra su completo equilibrio y su belleza más que si tiene a Dios por centro. “El primer servido, Dios”, decía santa Juana de Arco. La fidelidad a la oración permite garantizar, de manera concreta y efectiva, esta primacía de Dios. Sin esa fidelidad, la prioridad otorgada a Dios corre el riesgo de no ser más que una buena intención, es decir, una ilusión. El que no ora, de un modo sutil pero cierto, pondrá su “ego” en el centro de su vida, y no la presencia viva de Dios. Se dispersará en multitud de deseos, solicitaciones, temores. Por el contrario, quien ora, aunque tenga que enfrentarse a la carga del ego, a las tendencias de repliegue sobre sí mismo y al egoísmo que nos afectan a todos, reaccionará saliendo de sí y volviendo a centrarse en Dios, permitiéndole que poco a poco ocupe (o recupere) el lugar que le corresponde en su vida, el primero. Encontrará así la unidad y la coherencia de su vida. “El que no recoge conmigo, desparrama”, dijo Jesús (Lc 11,23). Cuando Dios está en el centro, todo encuentra el lugar que le corresponde.
                Dar a Dios una prioridad absoluta frete a cualquier otra realidad (trabajo, relaciones humanas, etc.) es la única manera de establecer un orden justo respecto a las cosas, poniendo una santa indiferencia que permite salvaguardar la libertad interior y la unidad en nuestra vida. De otro modo se cae en la indiferencia, en la negligencia o por el contrario en el apegamiento y la dispersión en inquietudes inútiles.

                El lazo que se anuda con Dios en la oración es también un elemento fundamental de estabilidad en nuestra vida. Dios es la Roca, su amor es inconmovibles, “el Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sobra de mudanza” St 1,17. En un mundo tan inestable como el nuestro, es aún más importante encontrar en Dios nuestro apoyo interior. La oración nos enseña a enraizarnos en Dios, a permanecer en su amor (Cfr. Jn 15, 9),  a encontrar en él fuerza y seguridad, y nos permite también convertirnos en un apoyo firme para los demás.
                Añadamos que Dios es la única fuente de energía inagotable. Por la oración, “aunque nuestro hombre exterior se vaya desmoronando, nuestro hombre interior se va renovando día a día”, por decirlo con palabras de san Pablo (2Cor 4,16). Recordemos también al profeta Isaías: “Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas corren y no se fatigan caminan y no se cansan” (Is 40,30). Por supuesto, tendremos en nuestra vida tiempos de prueba y de cansancio, porque es necesario que experimentemos nuestra fragilidad, que nos sepamos pobres y pequeños. Sin embargo, sigue siendo cierto que Dios sabrá darnos en la oración la energía que precisemos para servirle y amarle, e incluso a veces las fuerzas físicas.
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Extracto del libro de JACQUES PHILIPPE,
“La oración, camino de amor”. Rialp, Madrid, 2015. Págs. 23-25.

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