jueves, 28 de septiembre de 2023

¿El dolor es siempre algo malo?

 



¿El dolor es siempre algo malo?
VC por VC 15 septiembre, 2023 en Virgen María Tiempo de leer:3

Como una ventana en una habitación, el dolor abre nuevos horizontes al alma. Una habitación sin ventanas es segura, protegida, pero también sofocante. Si se añade una ventana, se abren nuevos horizontes. Una ventana media la luz, revela la belleza e inspira asombro. El dolor puede hacer lo mismo.

El dolor que acompaña a los sufrimientos de la vida mediatiza la luz de la sabiduría de Dios cuando se une a la sabiduría de la cruz. Revela la belleza, es decir, la belleza del amor verdadero, probado por el fuego de la prueba y de la entrega. Y, sin embargo, el dolor suscita también admiración, admiración ante el misterio y la misericordia del amor de Dios por el hombre. El dolor en sí no es necesariamente malo, pero puede ser bueno si se pone bajo la luz de la Cruz. De lo contrario, no tiene sentido.

El dolor de María es la ventana por la que podemos asomarnos a las profundidades de un amor perfecto a Jesucristo. Nunca ha habido un dolor como el suyo, porque nunca ha habido un amor a Cristo como el suyo.

Al honrarla hoy como Nuestra Madre Dolorosa, no sólo debemos aprovechar la oportunidad para aprender de ella, en la oración y la meditación, a llevar bien nuestro dolor y nuestros sufrimientos, sino también, y sobre todo, a amar a Cristo con mayor perfección. María no llevó su dolor en vano. La llevó con Cristo.

Las penas de la vida -que también podemos llamar sufrimientos- están ligadas al pecado. Dios nos permite sufrir no sólo en castigo por nuestros pecados, sino también como una oportunidad para “reconstruir [la] bondad” perdida por nuestros pecados[1]. Jesús y María no fueron una excepción. Sin embargo, hay una excepción en lo que se refiere al sufrimiento de Jesús y María. Ellos no se arrepintieron/repararon a causa de sus propios pecados -Jesús siendo impecable a causa de Su Divinidad y María a causa del don especial de la gracia de Dios- sino a causa de nuestros pecados. Su sufrimiento fue verdaderamente redentor a causa de su amor perfecto. En el caso de María, fue el amor a Cristo lo que redimió su dolor. Su amor por Él la introdujo en el misterio del sufrimiento y dio sentido a su realidad aparentemente sin sentido.

Porque, como nos enseñó san Juan Pablo II, el amor de Dios no sólo es “la fuente definitiva de todo lo que existe”, sino que es “también la fuente más plena de la respuesta a la pregunta por el sentido del sufrimiento”[2]. Así es como debemos “marianizar” el sentido del sufrimiento y del dolor en nuestra propia vida. Debemos enraizarlo en el amor de Cristo para dar un valor cristiano y mariano a nuestro sufrimiento.

Para ayudarnos a hacerlo, podemos tomar como modelo al mártir jesuita Beato Miguel Agustín Pro. Es un “marianizador” moderno. Entre sus escritos se conserva una oración que dirigió a la Virgen diez días antes de su martirio. En esa oración nos muestra cómo amar perfectamente a Jesús en María, amándolos incluso en medio del dolor. Amar a Jesús en María es fácil cuando todo es alegría y dicha. Los verdaderos amantes se revelan por su disposición a amar cuando todo es todo lo contrario: seco, amargo, penoso y sombrío.

Pro escribe,

Déjame pasar la vida a tu lado,
Madre mía, acompañando
tu soledad amarga y tu dolor profundo.
Déjame sentir en el alma el triste llanto de tus ojos
y el desamparo de tu corazón.



No quiero en el camino de mi vida
saborear las alegrías de Belén
adorando en tus brazos virginales al Niño Dios.
No quiero gozar en la casita de Nazareth
de la amable presencia de Jesucristo.
No quiero acompañarte en tu Asunción gloriosa
entre coros de ángeles.



Quiero en mi vida las mofas y burlas del Calvario;
quiero la agonía lenta de tu Hijo;
el desprecio, la ignominia, la infamia de la Cruz,
quiero estar a tu lado, Virgen Dolorosísima,
fortaleciendo mi espíritu con tus lágrimas,
consumando mi sacrificio con tu martirio,
sosteniendo mi corazón con tu soledad,
amando a mi Dios y tu Dios
con la inmolación de mi ser

Amen

–Notas–

[1] Saint John Paul II, Salvifici Doloris, 12.

[2] Ibid, 13.


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