viernes, 26 de mayo de 2023

El amor, primer principio de la vida del adorador – San Pedro Julián Eymard (3 de 3)

 



El amor, primer principio de la vida del adorador – San Pedro Julián Eymard (3 de 3)
Otros Autores 11 mayo, 2023 en Biblia, razón y verdad

El amor, punto de partida del apostolado y celo por la gloria de Dios
1.º Antes de confiar a Pedro su Iglesia, quiso Jesús trocarle en discípulo del amor. Porque, ¡qué santidad, qué fortaleza no necesitaba el destinado a reemplazar a Jesucristo en la tierra, y a ser el continuador de su misión de verdad, de caridad y de sufrimientos y el fundamento inquebrantable de la Iglesia en medio de las tempestades levantadas por los hombres y por el infierno!

Tres actos de amor bastaron para hacer a Pedro digno de su maestro (cf. Jn 21, 15-18): Simón, hijo de Juan, le dice el Salvador resucitado, ¿me amas más que éstos? –Sí, Señor, responde con viveza Pedro. Vos sabéis que os amo. El amor verdadero es humilde. Por eso no se atreve Pedro a compararse con los demás. –Pues bien, apacienta mis corderos, trabaja por mí. La única demostración del amor es una generosidad a toda prueba. El que ama obedece a quien ama. Porque, ¿qué es el amor de palabra? Casi siempre una mentira, o al menos una vileza del corazón. El amor habla poco, obra mucho y cree no haber hecho nada.

Simón, hijo de Juan, ¿me amas?, dice por segunda vez Jesús. –Sí, Señor, Vos sabéis que os amo. –Pues bien, apacienta mis corderos. Sé su pastor en mi lugar. Trátalos como míos. El amor puro es desinteresado; se olvida de sí mismo y gusta de depender. Tal es la real servidumbre del cristiano.

Insiste Jesús por tercera vez: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro se aflige con esta tercera pregunta, y responde llorando: –Señor, Vos que lo conocéis todo, sabéis que os amo. Satisfecho Jesús al ver que el amor de Pedro tiene todas las cualidades exigidas de humildad, penitencia, pureza y generosidad, le confiere la plenitud de la misión apostólica. Pues bien, apacienta mis corderos y mis ovejas. El amor de Pedro es todo lo grande que se necesita para esta misión tan sublime, que espantaría a los mismos ángeles. Pero como el amor de Pedro es ya bastante fuerte para aceptar la predicción de la muerte, Jesús va más lejos y le anuncia que será crucificado como Él y que morirá en una cruz. Pedro no se asusta ni objeta nada, porque ama a su Señor y sabrá vivir y morir por Él.

Ved lo que el amor da a Pedro: fuerza y generosidad. Otro tanto hace la madre antes de pedir un sacrificio a su hijo; abrázalo primero y pídele luego una prueba de su amor. Tal ha de ser el proceder del verdadero soldado de Jesucristo. Antes de salir al campo de batalla debe decir: Dios mío, os amo más que a mi libertad y a mi vida. Si llegara a morir en la refriega, la muerte sería para él un triunfo magnifico de amor.

2.º Asimismo el amor de Jesús movió a los apóstoles a evangelizar a las naciones entre toda clase de peligros mil, y en medio de todos los sacrificios del apostolado. No son ya aquellos hombres de antaño que seguían a Jesús tan sólo por su reino temporal, que no podían comprender ni tan siquiera las verdades más sencillas del evangelio y que estaban manchados con toda suerte de imperfecciones y defectos de ambición, envidia y vanidad. Se han trocado en hombres nuevos: su espíritu saborea los más sublimes dogmas y misterios; su fe se ha purificado; su amor ennoblecido; sus virtudes revisten ese carácter de fuerza y elevación que admiran aún a los más perfectos. Tímidos, cobardes y flojos eran; vedlos predicar con un entusiasmo divino a los pueblos y a los reyes.

Se consideran felices por haber sido hallados dignos de poder sufrir por el amor de nuestro Señor. Corren presurosos a la muerte como a su más preciado triunfo.

¿Y de dónde les viene tanta virtud y fortaleza? Del cenáculo, donde han comulgado y han recibido el Espíritu de amor y de verdad. Salen de este divino horno como leones terribles para el demonio y no respirando más que la gloria de su Señor. Ya pueden perseguirlos, atormentarlos y darles muerte entre los más espantosos suplicios, que nunca podrán extinguir esa celestial llama del amor, porque el amor es más fuerte que la muerte.

“Obras Eucarísticas”, San Pedro Julián Eymard



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