sábado, 28 de enero de 2023

Felices ustedes!

 

Felices ustedes!

V Domingo, Tiempo Ordinario A

¡Buenos días, gente buena!

IV Domingo Ordinario A

Evangelio

Mateo 5, 1-12

En aquel tiempo, al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

«Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Palabra del Señor

 Las Bienaventuranzas, esperanza del cristiano

Frente al Evangelio de las Bienaventuranzas siempre hay el temor de arruinarlo con intentos de comentarios, cuesta entenderlo. Después de ver a los de escucha y de lucha, esta palabra todavía sorprende y se escapa.

Gandhi decía que estas son las “palabras más altas del pensamiento humano”. Te dejan pensativo y desarmado, pero encienden la nostalgia poderosa de un mundo hecho de bondad, de sinceridad, de justicia, sin violencia y sin mentira, todo otro modo de ser hombres. Las Bienaventuranzas han conquistado de algún modo nuestra confianza, se escuchan difíciles, pero suenan amigables. Amigables porque no establecen nuevos mandatos sino que proponen la buena noticia de que Dios regala vida a quien produce amor, que si uno se encarga de la felicidad de alguien más, el Padre se encarga de su felicidad.

Lo primero que impacta es la palabra: Dichosos ustedes. Dios se alía con la alegría de los hombres, se ocupa de ello. El Evangelio asegura que el sentido de la vida es, en lo más íntimo, en su núcleo más profundo, buscar la felicidad. Que este buscar está en el sueño de Dios, y que Jesús ha venido a traer una respuesta. Una propuesta que, como siempre, es inesperada, contracorriente, que marca nuevos senderos que dejan sin aliento: felices los pobres, los obstinados por la justicia, los constructores de paz, los que tienen el corazón dulce y ojos de niño, los no violentos, los que tienen valor porque están desarmados. Son ellos la única fuerza invencible.

Las bienaventuranzas son el más grande acto de esperanza del cristiano. El mundo no está,  ni estará, ni hoy ni mañana, bajo la ley del más rico y del más fuerte. El mundo pertenece a quien lo hace mejor. Para entender un poco más el significado de la palabra dichosos observo cómo esta aparece ya en el primero de los salmos, el de los dos caminos, es más, es la palabra que abre todo el salterio: “Dichoso el hombre que no permanece en el camino de los malvados, que camina sobre el sendero justo“. Y también en el salmo de las peregrinaciones “Dichoso el hombre que tiene el camino en el corazón” (Sal 84, 6). Decir dichosos es como decir: de pie, ustedes, los que lloran; vamos, en camino, Dios camina con ustedes, enjuga sus lágrimas, limpia el corazón, abre caminos… Dios conoce solamente hombres en camino.

Dichosos: no se rindan, ustedes los pobres, sus derechos no son derechos pobres. El mundo no será hecho mejor por quienes acumulan más dinero. Los poderosos son como vasos llenos, no tienen lugar para más. A ellos les basta con prolongar el presente, no tienen caminos en el corazón. Si aceptas las Bienaventuranzas, su lógica te cambia el corazón, a la medida del corazón de Dios; te lo sanan para que puedas así ocuparte bien del mundo.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

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