Los «sabios de Oriente» que vinieron a adorar a Jesús en Belén (San Mateo 2).
Los racionalistas consideran el relato del Evangelio como ficción; los católicos insisten en que es una narración de hechos, basando su interpretación en la evidencia de los manuscritos y versiones, y en citas patrísticas. Toda esta evidencia resulta irrelevante para los racionalistas; clasifican la historia de los Magos dentro de las llamadas «leyendas de la infancia de Jesús», apócrifos añadidos posteriormente a los Evangelios. Admitiendo únicamente la evidencia interna, dicen que esta evidencia no resiste el examen del criticismo
- San Juan y San Marcos callan. Esto se debe a que comienzan sus Evangelios con la vida pública de Jesús. Que Juan conocía la historia de los Magos puede deducirse del hecho que San Ireneo (Adv. Haer., III, IX, 2) lo testimonia; pues Ireneo nos da la tradición joánica.
- San Lucas calla. Naturalmente, porque el hecho es narrado de modo adecuado en los otros Sinópticos. Lucas narra la Anunciación, detalles sobre el Nacimiento, la circuncisión y la Presentación de Cristo en el Templo, hechos de la infancia de Jesús que el silencio de los otros tres evangelistas no hace legendarios.
- Lucas contradice a Mateo y hace volver al Niño Jesús a Nazaret inmediatamente después de la Presentación (Lc. 2,39). Este regreso a Nazaret debió de ser antes que los Magos viniesen a Belén o después del exilio a Egipto. No hay contradicción envuelta.
En este artículo el tema será tratado en dos divisiones: I. Quiénes eran los Magos II. Tiempo y circunstancias de su visita
Contenido
[ocultar]QUIÉNES ERAN LOS MAGOS
Evidencia no bíblica
Podemos conjeturar sobre el significado probable de la palabra magoi por evidencia no bíblica. Herodoto (I, CI) es nuestra autoridad para suponer que los Magos eran de la casta sagrada de los medos. Proveían sacerdotes para Persia y, dejando de lado vicisitudes dinásticas, siempre mantuvieron su influencia religiosa dominante. Al jefe de esta casta, Nergal Sareser, Jeremías da el título de Rab-Mag, «Mago-Jefe» (Jr. 39,3; 39,13, en el hebreo original; las traducciones de los Setenta y de la Vulgata son aquí erróneas). Después de la caída del poder de Asiria y de Babilonia, la religión de los Magos dominó en Persia. Ciro sometió totalmente a la casta sagrada; su hijo Cambises la reprimió severamente. Los Magos se sublevaron y pusieron a Gaumata, su jefe, como rey de Persia con el nombre de Smerdis. Sin embargo, fue asesinado (521 a. C.), y Darío fue nombrado rey. Esta caída de los Magos fue celebrada en Persia con una fiesta nacional llamada magophonia (Her., III, LXIII, LXXIII, LXXIX). No obstante, la influencia religiosa de esta casta sacerdotal continuó en Persia a través del gobierno de la dinastía Aqueménida (Ctesias, «Persia», X-XV); y es muy probable que en tiempos del nacimiento de Cristo fuese bastante floreciente bajo el dominio parto. Estrabón (XI, IX, 3) dice que los sacerdotes magos formaron uno de los dos consejos del Imperio parto.
Evidencia bíblica
La palabra magoi frecuentemente tiene el significado de “mago”, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (ver Hch. 8,9; 13,6.8; también los Setenta de Daniel 1,20; 2,2.10.27; 4,4; 5,7.11.15). San Justino (Tryph., LXXVIII), Orígenes (Cels., I, LX), San Agustín (Serm. XX, «De epiphania») y San Jerónimo (In Isa. XIX, 1) encontraron el mismo significado en el segundo capítulo de San Mateo, aunque ésta no es la interpretación común.
Evidencia Patrística
Ningún Padre de la Iglesia sostuvo que los Magos tenían que ser reyes. Tertuliano (Adv. Marcion., III, XIII) dice que fueron casi reyes (fere reges), y por eso coincide con lo que hemos concluido en la evidencia no-bíblica. Por otra parte, la Iglesia en su liturgia aplica a los Magos las palabras: «Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes; los reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos: y todos los reyes de la tierra le adorarán» (Salmo 72(71),10). Pero este uso del texto refiriéndose a ellos no prueba que eran reyes que viajaban desde Tarsis, Arabia y Saba. Como frecuentemente sucede, una acomodación litúrgica de un texto ha venido a ser considerada con el tiempo una interpretación auténtica de él. Ni tampoco eran magos: el significado correcto de magoi, aunque no se halla en ninguna otra parte de la Biblia, es requerido por el contexto en el segundo capítulo de San Mateo. Estos Magos pueden no haber sido otros que miembros de la antes mencionada casta sacerdotal. La religión de los Magos era fundamentalmente la de Zoroastro y prohibía la brujería; su astrología y habilidad para interpretar sueños fue ocasión de su encuentro con Cristo» (Ver Aspectos Teológicos del Avesta).
La narración evangélica no menciona el número de Magos, y no hay una tradición cierta sobre esta materia. Varios Padres hablan de tres Magos; en realidad se hallan influenciados por el número de regalos. En el Oriente, la tradición habla de doce. El arte cristiano primitivo no es un testimonio consistente:
- una pintura en el cementerio de San Pedro y San Marcelino muestra a dos;
- otra en el Museo Lateranense, tres;
- otra en el cementerio de Flavia Domitila, cuatro;
- un jarrón en el Museo Kircher, ocho (Marucchi, «Eléments d'archéologie chrétienne», Paris, 1899, I 197).
Los nombres de los Magos son tan inciertos como su número. Entre los latinos, desde el siglo VII, encontramos ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor y Baltasar; el Martirologio menciona a San Gaspar el 1 de enero, San Melchor el día 6 y San Baltasar el 11 (Acta SS., I, 8, 323, 664). Los sirios tienen a Larvandad, Hormisdas, Gushnasaph, etc.; los armenios Kagba, Badadilma, etc. (Cf. Acta Sanctorum, 1 mayo 1780). Dejando de lado la noción puramente legendaria según la cual representan a las tres familias que descienden de Noé, aparecen como provenientes de «oriente» (Mat., 2,1-2.9). Al oriente de Palestina, sólo la antigua Media, Persia, Asiria y Babilonia tenían un sacerdocio de Magos en el tiempo del nacimiento de Cristo. Los Magos vinieron desde alguna parte del Imperio Parto. Probablemente cruzaron el desierto de Siria, entre el Éufrates y Siria, llegaron a Haleb (Aleppo) o Tudmor (Palmyra), recorrieron el trayecto hasta Damasco y hacia el sur, en lo que ahora es la gran ruta a la Meca (darb elhaj, «el camino de los peregrinos»), continuando por el Mar de Galilea y el Jordán hacia el oeste hasta cruzar el vado cerca de Jericó. No hay tradición precisa de la denominada tierra «del oriente». Según San Máximo (Homil. XVIII in Epiphan.) es Babilonia; también San Teodoto de Ancira (Homil. de Nativitate, I, X); según Clemente de Alejandría (Strom., I.15) y San Cirilo de Alejandría (In Is. XLIX, 12) es Persia; según San Justino (Cont. Tryphon., LXXVII), Tertuliano (Adv. Jud., IX) y San Epifanio (Expos. fidei, VIII) es Arabia.
TIEMPO Y CIRCUNSTANCIAS DE SU VISITA
La visita de los Magos tuvo lugar después de la Presentación del Niño en el Templo (Lc. 2,38). Los Magos habían partido poco antes de que el ángel dijese a San José que tomase al Niño y a su Madre y fuese a Egipto (Mt. 2,13). Una vez que Herodes estuvo furioso por el fracaso en el regreso de los Magos, lo que deja fuera de toda duda que la presentación se debía realizar. Surge con ello una nueva dificultad: después de la presentación, la Sagrada Familia volvió a Galilea (Lc. 2,39). Se piensa que este retorno no fue inmediato. Lucas omite los incidentes de los Magos, la huida a Egipto, la matanza de los Inocentes y el retorno desde Egipto, y retoma la historia con la vuelta de la Sagrada Familia a Galilea. Nosotros preferimos interpretar las palabras de Lucas como indicando un retorno a Galilea inmediatamente después de la presentación. La estancia en Nazaret fue muy breve. Tiempo después la Sagrada Familia volvió probablemente a vivir a Belén. Entonces vinieron los Magos. Fue «en tiempos del rey Herodes» (Mt. 2,1), es decir, antes del 4 a.C. (A.U.C. 750), fecha probable de la muerte de Herodes en Jericó. Pues sabemos que Arquelao, hijo de Herodes, sucedió como etnarca a su padre en una parte del reino, y fue depuesto o en su noveno año (Flavio Josefo, Bel. Jud., II, VII, 3) o en el décimo (Josefo, Antiq., XVII, XVIII, 2), durante el consulado de Lépido y Arruncio (Dion Cassis, LV, 27), es decir, 6 d.C. Además, los Magos vinieron mientras el rey Herodes estaba en Jerusalén (v. 3 y 7), no en Jericó, es decir, o al comienzo del 4 a.C. o al final del 5 a.C. Por último, eso fue probablemente un año, o un poco más de un año, después del nacimiento de Cristo.
Herodes había descifrado por los Magos el tiempo en que apareció la estrella. Considerando esto como el tiempo del nacimiento del Niño, mató a los varones de dos años o menos en Belén y sus alrededores (v. 16). Algunos Padres concluyen de esta cruel matanza que los Magos llegaron a Jerusalén dos años después de la Navidad (San Epifanio, «Haer.», LI, 9; Juvenco, «Hist. Evang.», I, 259). Su conclusión tiene visos de probabilidad; aunque la matanza de los niños de dos años puede haberse debido a alguna otra razón, por ejemplo, al temor de Herodes de que los Magos le hubiesen engañado en lo que a la aparición de la estrella se refiere o que los Magos se hubiesen equivocado en la conexión de la aparición de la estrella con el nacimiento del Niño. Arte y arqueología favorecen nuestro punto de vista. Únicamente un monumento primitivo representa al Niño en el pesebre mientras los magos adoran; en otros Jesús permanece sobre las rodillas de María y bastante crecido (ver Cornely, «Introd. especial al N. T.», p. 203).
Desde Persia, de donde supuestamente vinieron los Magos, hasta Jerusalén había un trayecto de entre 1000 y 1200 millas. Tal distancia pudo haberles tomado entre tres y doce meses en camello. Además del tiempo del viaje, emplearon probablemente varias semanas de preparación. Los Magos pudieron haber llegado a Jerusalén un año o más después de la aparición de la estrella. San Agustín (De consensu Evang., II, V, 17) opina que la fecha de la Epifanía, el 6 de enero, prueba que los Magos llegaron a Belén trece días después de la Natividad, es decir, después del 25 de diciembre. Su argumento conforme a las fechas litúrgicas era incorrecto. Ninguna fecha litúrgica es, ciertamente, fecha histórica (Para una explicación de las dificultades cronológicas, ver Cronología Bíblica, Fecha de la Natividad de Jesucristo). En el siglo IV las Iglesias Orientales celebraban el 6 de enero como la Fiesta del Nacimiento de Cristo, la Adoración de los Magos y el Bautismo de Cristo, mientras que en Occidente el Nacimiento de Cristo era celebrado el 25 de diciembre. Esa fecha tardía de la Natividad fue introducida en la Iglesia de Antioquía en tiempos de San Juan Crisóstomo (P. G., XLIX, 351), y todavía más tarde en las Iglesias de Jerusalén y Alejandría.
Que los Magos pensaron que la estrella les dirigía es evidente por las palabras (eidomen gar autou ton astera) que emplea Mateo en 2,2. ¿Era realmente una estrella? Los racionalistas y los protestantes racionalistas, en sus esfuerzos por escapar a lo sobrenatural, elaboraron algunas hipótesis:
- La palabra aster puede significar un cometa; la estrella de los Magos era un cometa. Pero no tenemos registro de ningún cometa como tal.
- La estrella pudo haber sido la conjunción de Júpiter y Saturno (7 a.C.), o de Júpiter y Venus (6 a.C.).
- Los Magos pudieron haber visto una stella nova, una estrella que aumenta de repente en tamaño y brillo y luego disminuye de nuevo.
Estas teorías fallan en explicar cómo «la estrella que habían visto en el oriente, estaba delante de ellos hasta que vino a pararse sobre el lugar donde estaba el Niño» (Mt. 2,9). La posición de una estrella fija en el cielo varía al menos un grado cada día. Ninguna estrella fija pudo moverse delante de los Magos hasta conducirles a Belén; ni ninguna estrella fija ni ningún cometa pudo haber desaparecido y aparecido ni tampoco pararse. La Estrella de Belén sólo pudo haber sido un fenómeno milagroso, como fue la columna de fuego que permaneció de noche en el campamento durante el Éxodo de Israel (Éx. 13,21), o el «resplandor de Dios» que brilló en torno a los pastores (Lc. 2,9), o «la luz proveniente del cielo» que abatió a Saulo (Hch. 9,3).
La filosofía de los Magos, aunque errónea, les condujo en su viaje hasta que encontraron a Cristo. La astrología de los Magos postulaba una contrapartida celestial como complemento del hombre terreno y condicionaba por completo la personalidad humana. Su «doble» [los fravashi de los parsis) se desarrollaba junto con cada hombre bueno, hasta que la muerte los unía a ambos. La aparición repentina de una nueva y brillante estrella sugirió a los Magos el nacimiento de una persona importante. Ellos vinieron a adorarlo, es decir, a reconocer la divinidad de este Rey recién nacido (v. 2, 8, 11). Algunos Padres (San Ireneo, «Adv. Haer.», III, IX, 2; Progem. «in Num.», homil. XIII, 7) pensaron que los Magos vieron en «su estrella» un cumplimiento de la profecía de Balaam: «de Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel» (Núm. 24,17). Pero del paralelismo de la profecía, la «Estrella» de Balaam es un gran príncipe, no un cuerpo celeste; no es probable que en virtud de esta profecía mesiánica los Magos esperaran una estrella especial del firmamento como un signo del Mesías. Sin embargo, es probable que los Magos estuvieran familiarizados con las grandes profecías mesiánicas. Muchos judíos no volvieron del exilio con Nehemías. Cuando nació Cristo, indudablemente había población hebrea en Babilonia, y probablemente también en Persia. De algún modo la tradición hebrea sobrevivió en Persia. Además, Virgilio, Horacio, Tácito (Hist., V, XIII) y Suetonio (Vespas., IV) dan testimonio de que, en tiempos del nacimiento de Cristo, había por todo el Imperio Romano una inquietud y expectación generalizadas de una Edad de Oro y un gran liberador. Podemos admitir sin dificultad que los Magos estaban guiados por tales influencias hebraicas y gentiles para esperar al Mesías que pronto vendría. Pero debió de ser alguna revelación divina especial el motivo por el cual conocieron que «su estrella» significaba el nacimiento de un rey, que ese rey recién nacido era el mismo Dios y que debían seguir «su estrella» hasta el lugar del nacimiento del Dios-Rey (San León, Serm. XXXIV, «In Epiphan.», IV, 3).
La venida de los Magos causó gran conmoción en Jerusalén; todos, incluso el rey Herodes, escucharon su pregunta. Herodes y sus sacerdotes deberían haberse puesto contentos con las noticias, pero se entristecieron. Llama la atención que los sacerdotes mostrasen a los Magos el camino, pero no fueron ellos mismos. Los Magos siguieron la estrella unas 6 millas hacia el sur a Belén, «y entrando en la casa [eis ten oikian], encontraron al niño» (v. 11). No hay razón para suponer, con algunos Padres (San Agustín, Serm. CC, «In Epiphan.», I, 2), que el Niño aún estaba en el establo. Los Magos adoraron (prosekynesan) al Niño Dios, y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Dar regalos obedecía a una costumbre oriental. La intención del oro es clara: el Niño era pobre. No conocemos la intención de los otros regalos. Los Magos probablemente no pretendían un significado simbólico. Los Padres han encontrado numerosos y variados significados simbólicos en los tres regalos; no está claro que alguno de estos significados sea inspirado (cf. Knabenbauer, «in Matth.», 1892).
Hay certeza de que los Magos escucharon en sueños que no volviesen a Herodes y «volvieron a su país por otro camino» (v. 12). Ese camino pudo haber sido un camino por el Jordán, de tal manera que eludiese Jerusalén y Jericó; o un rodeo hacia el sur a través de Berseba, luego al este al camino principal (ahora la ruta de la Meca) en el territorio de Moab y allende el Mar Muerto. Se dice que después de su retorno a su patria los Magos fueron bautizados por Santo Tomás y trabajaron mucho para la propagación de la fe en Cristo. La historia se remonta a un escritor arriano posterior al siglo VI, cuya obra está impresa como «Opus imperfectum in Mattheum» entre los escritos de San Juan Crisóstomo (P. G. LVI, 644). Este autor admite que lo ha redactado a partir del apócrifo Libro de Seth, y escribe sobre los Magos algo que es claramente legendario. La catedral de Colonia contiene los que pretenden ser los restos de los Magos; éstos, se dice, fueron descubiertos en Persia, llevados a Constantinopla por Santa Elena, transferidos a Milán en el siglo V y a Colonia en 1163 (Acta SS., I, 323).
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