sábado, 2 de octubre de 2021

Que nadie esté solo, sin ayuda, sin ternura…

 

Que nadie esté solo, sin ayuda, sin ternura… 

¡Buenos días, gente buena!

Domingo XXVII B

Evangelio

Mac 10, 2-16

En aquel tiempo, se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le plantearon esta cuestión: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?».

El les respondió: «¿Qué es lo que Moisés les ha ordenado?».

Ellos dijeron: «Moisés permitió redactar una declaración de divorcio y separarse de ella».

Entonces Jesús les respondió: «Si Moisés les dio esta prescripción fue debido a la dureza del corazón de ustedes. Pero desde el principio de la creación, Dios los hizo varón y mujer. Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre. y los dos no serán sino una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido».

Cuando regresaron a la casa, los discípulos le volvieron a preguntar sobre esto.

El les dijo: «El que se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquella; y si una mujer se divorcia de su marido y se casa con otro, también comete adulterio». 

Le trajeron entonces a unos niños para que los tocara, pero los discípulos los reprendieron.

Al ver esto, Jesús se indignó y les dijo: «Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos. Les aseguro que el que no recibe el Reino de Dios como un niño, no entrará en él».

Después los abrazó y los bendijo, imponiéndoles las manos 

Palabra del Señor.

El sueño de Dios es que nadie esté solo, sin ayuda, sin ternura… 

Algunos fariseos se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba: “¿es lícito a un marido repudiar a su esposa?”. Claro que sí, era posible, no solo la tradición religiosa sino la misma Palabra de Dios lo legitimaban. Pero Jesús toma distancia de la ley bíblica: “por la dureza de su corazón, Moisés escribió para ustedes esta norma”. Jesús afirma una cosa muy grande: no toda la ley, que nosotros llamamos de Dios, tiene origen divino, a veces, esta es el reflejo de un corazón duro.

Hay cosas que valen más que la ley escrita. Poner la ley antes de la persona es la esencia de la blasfemia. Y por esto, Jesús, infiel a la letra para ser fiel al espíritu, nos enseña a usar nuestra libertad para custodiar el fuego y no para adorar las cenizas. La Biblia no es un fetiche, se requiere inteligencia y corazón.

Jesús no pretende introducir otras normas, pintar nuevos escenarios. No quiere reglamentar mejor la vida, sino inspirarla, encenderla, renovarla. Y entonces nos toma de la mano y nos acompaña dentro del sueño de Dios, sueño que surge, original, para mirar la vida no desde el punto de vista de los hombres, sino del Dios de la creación.

Dios no legisla, Dios crea: “desde el inicio de la creación, los hizo hombre y mujer, por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne”. El sueño de Dios es que ninguno esté solo, nadie sin seguridad, sin ternura, más que de padre, más que de madre. Jesús nos lleva a respirar el aire de los inicios: el hombre no separe lo que Dios unió. El nombre de Dios es, desde el principio “aquel-que-reúne”, su tarea es crear comunión.

La respuesta de Jesús provoca la reacción, no de los fariseos, sino de los discípulos, que encuentran incomprensible este lenguaje y lo interrogan de nuevo sobre el mismo asunto. “El que repudia a la propia esposa y se casa con otra, ¿comete adulterio contra ella?”. Jesús responde tomando nuevamente distancia de la legislación judía: “Y si ella, repudiado el marido, se casa con otro, comete adulterio”. En la ley no había paridad de derechos; a la mujer, la parte más débil no se le reconocía la posibilidad de repudiar al marido.

Y Jesús, como de costumbre, se pone de parte de los más débiles y levanta a la mujer a una dignidad igual, sin distinción de género. Porque el adulterio está en el corazón y el corazón es igual para todos.

Y el hombre no divida, sino haga como Dios, se comprometa a cuidar la ternura, con gestos y palabras que crean comunión entre los dos, que saben unir las vidas. Todo parte del corazón, no de una norma externa.  El verdadero pecado, más que en el transgredir una norma, está en traicionar el respiro de los inicios, atropellar un sueño, el sueño de Dios. Si no te comprometes a fondo, si no remiendas y vuelves a unir, si tu amor es duro y agresivo en lugar de dulce y humilde, tú estás repudiando el sueño de Dios, eres adúltero en el corazón.

Le llevaban los niños a Jesús… pero los discípulos los reprendían. Al ver esto, Jesús se indignó. Es la única vez en los Evangelios que esta palabra dura se atribuye a Jesús. La indignación es un sentimiento grave y fuerte, propio de los profetas ante ante la injusticia o la idolatría: los niños son algo sagrado. A los que son como ellos pertenece el reino de Dios. Los niños no son más buenos que los adultos; no solo son tiernos, también pueden ser egoístas o impulsivos, pero saben abrir fácilmente las puertas del corazón a todo encuentro, no tienen máscaras, están abiertos ante el mundo y ante la vida.

Los niños son maestros en el arte de la confianza y del asombro. Saben vivir como los lirios del campo y los pajarillos del cielo, se fían de la vida, creen en el amor. Tomándolos en los brazos los bendecía: porque en sus ojos brilla el sueño de Dios, todavía sin contaminar por la dureza en el corazón.

¡Feliz Domingo!

¡Paz y Bien!

Fr. Arturo Ríos Lara, ofm

No hay comentarios. :

Publicar un comentario