ACTO DE FE Y ADORACIÓN.
Creo, oh Jesús, con mi más viva fe, que estás realmente presente, aquí, delante mío, bajo las especies Eucarísticas; Tú, el Verbo eterno del Padre, engendrado desde todos los siglos y encarnado luego en las entrañas de la Virgen Madre, Jesucristo Redentor y Rey. Creo, realmente, que estás presente en la verdad inefable de Tu Divinidad y de Tu Humanidad.
Jesús, eres el mismo de Belén, el divino Niño que aceptara por mí, el aniquilamiento, la pobreza y la persecución. Eres el Jesús de Nazaret, que por mi amor abrazó el ocultamiento, las fatigas y la obediencia. Eres el Divino Maestro, aquel que vino para enseñarme las dulces verdades de la fe, a traer el gran mandamiento del amor: Tu mandamiento. Eres el Salvador Misericordioso, el que te inclinas sobre todas mis miserias con infinita comprensión y conmovedora bondad, pronto siempre a perdonar, a curar, a renovar. Eres la Víctima Santa, inmolada para gloria del Padre y bien de todas las almas. Eres el Jesús que por mí sudó sangre en el Huerto de Getsemaní; quien por mí sufrió la condenación de tribunales humanos, la dolorosísima flagelación, la cruel y humillante coronación de espinas, el martirio cruel de la crucifixión. Eres quien quiso agonizar y morir por mí. Tú eres Jesús Resucitado, el vencedor de la muerte, del pecado y del infierno. Quien está deseoso de comunicarme los tesoros de la vida divina que posees en toda su plenitud.
Jesús mío, Te encuentras aquí, presente en la Hostia Consagrada, Santa, con un Corazón desbordante de ternura, un Corazón que ama infinitamente. En Tu Corazón, Jesús, encuentro el Amor Infinito, la Caridad divina: Dios, principio de vida, existente y vivificante. ¡Qué dulce me es, Dios mío, Trinidad Santísima, adorarte en este Sagrario en el que ahora estás!
Por ello me uno a los Angeles y Santos quienes, invisibles pero presentes y vigilantes junto a Tu Sagrario, Te adoran incesantemente. Me uno, sobre todo, a Tu Santísima Madre y a los sentimientos de profunda adoración y de intenso amor que brotaron de Su alma desde el primer instante de Tu Encarnación y cuando te llevaba en Su seno inmaculado.
Y mientras Te adoro en este Sagrario, lo hago en todos los del mundo y, especialmente, en aquellos en los cuales estás más abandonado y olvidado. Te adoro en cada Hostia Consagrada que existe entre el Cielo y la tierra.
Te adoro, Dios Padre, porque por medio de Cristo has descendido hasta mi humanidad y porque, por Su Corazón adorable, Te has unido tan estrechamente al hombre, a mí, pobre criatura ingrata. Te adoro en este templo, santificado por la presencia siempre actual de Tu Ser divino; me postro hasta la nada, en adoración delante de Tu Majestad Soberana pero, al mismo tiempo, el amor me eleva hasta Ti.
Te adoro, Dios Padre, y te amo; el amor y la adoración están totalmente confundidos y mezclados en mi alma, tanto que no sabría decir si más adoro que amo o si más amo que adoro... Te adoro porque encuentro en Ti todo poder y toda santidad, justicia y sabiduría; porque Tú eres mi Creador y mi Dios. Te amo porque encuentro en Ti toda belleza, toda bondad, toda ternura y toda misericordia. Te amo porque me has hecho el regalo de un tesoro invalorable.
Jesús es mi tesoro, es mío y a cada instante puedo sacar de El gracias a manos llenas, pues lo encuentro siempre abundante. De El tomo cuanto necesito para pagar mis deudas, para remediar mis necesidades, encontrar delicia, ganarme una corona. ¡Qué don inefable es este Jesús con Su Corazón desbordante de ternuras! Un tesoro que jamás se agota: mientras más saco, él más aumenta.
Oh, Dios Padre, tanto has amado a tus criaturas que les diste a Tu único Hijo y, para que la Majestad de Tu Verbo no nos infundiese temor y nuestras almas se pudieran dirigir a El con confianza, lo revestiste de una carne semejante a la nuestra. Lo has embellecido con las gracias más atrayentes y, sobre todo, le has dado un Corazón infinitamente perfecto; tanto que debía ser la morada de Tus delicias, porque Tu divina plenitud vive en El y la más humilde de las criaturas tiene allí su lugar de privilegio.
Ese adorado Corazón, inmenso como Tú, Dios mío, porque te contiene, es también mi morada, pues me ama. En El me encuentro con Tu divinidad y, al verme en este Sagrado asilo, Tu justa ira se aplaca y Tu justicia se desarma.
Te adoro, Dios Padre, por Jesús y en Jesús. Adoro a Jesús, Tu Hijo, quien por Su Humanidad es mi hermano y por Su Divinidad es mi Dios. Te amo por Jesús y con Jesús. Te amo por el Corazón de Jesús, que el amor hizo mío. Te amo en Jesús. Por El Te llega mi amor, por El puedo alcanzarte y abrazarte.
R/: Dios mío, reconozco que Tú eres la Bondad Infinita y creo en Tu amor por mí.
En el misterio sublime de la Unidad de Tu Naturaleza y de la Trinidad de Tus Personas, R/.
En la armonía de Tus perfecciones innumerables, R/.
En la riqueza inagotable con que haces los seres de la nada, R/.
En la pacífica posesión de Tu eterna Bienaventuranza, R/.
En la sabiduría infinita con que gobiernas todas las cosas, R/.
En la bondad inefable con que elevas al hombre a la dignidad de hijo Tuyo, R/.
En la Misericordia infinita con que toleras y conservas al pecador, R/.
En el misterioso decreto que estableció la Redención, R/.
En el infinito abajamiento de Tu Encarnación, R/.
En las humillaciones, en los ocultamientos, en los trabajos de Tu vida terrena, R/.
En los oprobios de Tu Pasión y muerte, R/.
En la gloria de Tu Resurrección, de Tu Ascensión y de Tu triunfo en los Cielos, R/.
En Tu divino Corazón, abierto por la lanza en el Calvario, R/.
En Tu divino Corazón revelado a Tus Santos en el transcurso de los siglos, R/.
En Tu divino Corazón que late de amor por nosotros en Tu pecho adorable y presente en nuestros Sagrarios, R/.
En Tu divino Corazón, desbordante de misericordia para los pobres pecadores, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, R/.
En Tu Sacerdocio, que a través de los siglos continúa Tu obra de Misericordia y de salvación, R/.
En Tu Vicario, que te representa visiblemente en la tierra, R/.
En la Iglesia, que conserva y dispensa a las almas los tesoros de Tu divina gracia, R/.
En su magisterio infalible, en su sabio gobierno, en su inefable poder de santificación, R/.
En María Santísima, Tu Madre, enriquecida con tantos privilegios y constituida también Madre, Corredentora y Abogada nuestra, R/.
En la exhuberante fecundidad con que produces Santos, R/.
En la conmovedora generosidad con que dispensas tus dones, R/.
En el misterioso trabajo de la gracia en la intimidad de las almas, R/.
En el don purificador de tu Cruz, R/.
En la maravillosa providencia con que sigues a cada criatura en el curso de su vida, R/.
En Tu gloria infinita, que comunicas a Tus elegidos haciéndolos eternamente felices en el Cielo, R/.
Señor: La Iglesia, en la recitación del Gloria de la Santa Misa, me invita a darte gracias por Tu gran gloria, me invita a agradecerte, glorificarte y alabarte por lo que Tú eres, Dios mío. Por este motivo, me es grato repetirte: Te doy gracias, porque eres el Amor Infinito.
Después de haberme postrado para adorarte en el Corazón de Jesús, quiero agradecerte. Te agradezco, mi Dios, porque Tú eres el Amor y te agradezco por los dones de Tu amor. Y ya que los dones más preciados, los de la vida sobrenatural, nos los diste por Jesús, es también por El, con El y en El que quiero elevar hasta Ti el himno de reconocimiento.
En unión con Jesús te agradezco, Dios Padre, por todas las gracias personales que me has concedido. Tú me diste la vida, sacándome de la nada y me la conservaste día a día hasta este momento. Pero Tú Me has dado otra vida más valiosa, la de la gracia, que me hace partícipe de Tu misma vida divina y, después de la primera gracia con la que me santificaste en el día del bautismo, ¡cuántas gracias me han sido concedidas, que conservaron, aumentaron y, tal vez, reconquistaron la vida sobrenatural!
Pienso en los dones de tu amor de los que tanto he gozado:
En la Iglesia, que me has dado para que sea mi maestra y guía hacia la eternidad.
En los Sacerdotes, que me han otorgado los dones de Tu amor.
En los perdones continuadamente renovados.
En la Eucaristía, que ha sido para mí, alimento, sostén y consuelo.
En la Virgen, que es mi buena Madre, mi consoladora, mi ayuda, mi especial protectora en cada instante de mi vida.
En el Paraíso, que me has preparado y que con Tu gracia espero alcanzar.
Contemplo mi vida sembrada de alegrías y dolores y comprendo que todo en ella ha sido amor. Todo, oh mi Dios, porque de Tu Corazón amante no puede salir nada que no sea gracia y amor.
Por todo ésto, R/: Te doy gracias, Dios mío.
Por las alegrías que me has permitido gozar, así como por los dolores y las pruebas con que has sembrado mi camino, R/.
Por las gracias conocidas y por las desconocidas, R/.
Por los favores del pasado y los del futuro, R/.
Por todo lo que has hecho en mí y por mí, y por todo lo que todavía querrás hacer en el futuro, R/.
Sobre todo, por haberme llamado al conocimiento de Tu Amor y a consagrarme a él, R/.
Por la luz y la alegría Tuyas, que estoy tan lejos de merecer, R/.
Por la luz y la alegría que el conocimiento de Tu Amor trajo a mi vida, R/.
Por la posesión de Tu amor que Te hace mío y a mí me hace Tuyo, R/.
Nuestra Santísima Virgen María
Pero no quiero y no puedo darte gracias sólo por mí. Te doy gracias también por todos los dones que Tu Amor ha derramado en la Iglesia. Por los beneficios otorgados a los Angeles y a los Santos, alabanzas perennes de Tu Amor. Y sobre todo, por los beneficios innumerables que has hecho a María Santísima, nuestra dulce Madre. Te doy gracias por haberla hecho tan grande, tan santa, tan hermosa. Te doy gracias por los privilegios que le concediste, por el trono de gloria sobre el cual la colocaste, por la misión que le confiaste. Te doy gracias por haber hecho de esta criatura predilecta, una madre en la que puedo y debo colocar todas mis esperanzas.
Para que mi reconocimiento sea más eficaz me permito, oh Señor, vivificarlo con el amor. Por eso Te digo y Te repito: que Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.
A Ti, que eres el amor infinito, R/: Te amo, Dios mío.
A Ti, que me has salvado por Tu amor, R/.
A Tí, que me ordenas amarte, R/.
Con todo mi corazón, R/.
Con toda mi alma, R/.
Con todo mi espíritu, R/.
Con todas mis fuerzas, R/.
Por encima de todos los bienes y honores, R/.
Por encima de todos los placeres y las alegrías, R/.
Más que a mí mismo y que a todo cuanto me pertenece, R/.
Más que a mis padres y que a mis amigos, R/.
Más que a todos los hombres y ángeles, R/.
Por encima de todas las cosas creadas en el cielo y en la tierra, R/.
Solamente por Ti mismo, R/.
Porque Tú eres el Sumo Bien, R/.
Porque Tú eres infinitamente digno de ser amado, R/.
Porque Tú eres infinitamente perfecto, R/.
Aunque no me hubieras prometido el Paraíso, R/.
Aunque no me amenazaras con el infierno, R/.
Aunque me probases con la miseria y la desventura, R/.
En la abundancia y en la pobreza, R/.
En la prosperidad y en el infortunio, R/.
En los honores y en los desprecios, R/.
En las alegrías y en los dolores, R/.
En la salud y en la enfermedad, R/.
En la vida y en la muerte, R/.
En el tiempo y en la eternidad, R/.
En unión al amor con que todos los Santos y Angeles Te aman en el Cielo, R/.
En unión al amor con que Te ama la Bienaventurada Virgen María, R/.
En unión al amor infinito con que nos amas eternamente, R/.
Oh, Dios mío, que posees en una abundancia incomprensible todo cuanto puede haber de perfecto y digno de amor, extingue en mí todo amor culpable, sensual y desordenado hacia las criaturas, y enciende en mi corazón el fuego purísimo de Tu amor, a fin de que ame sólo a Ti, por Ti, hasta el punto que, consumido en Tu santísimo amor, pueda yo ir a amarte eternamente en el Cielo, con los elegidos. Amén.
Señor, ahora quiero hacer ante Ti reparación. Oh, Jesús, Víctima divina de nuestros altares, grande y único Reparador, yo también me uno a Ti para cumplir, contigo y por medio Tuyo, el oficio de pequeña alma reparadora.
Y me dirijo también a ti, oh Madre mía, para que así como en el Calvario ofreciste al Padre a Tu Jesús, que se inmolaba por su gloria y por la salvación de las almas, así renueves en este momento el místico ofrecimiento en mi lugar.
En el cáliz de Tu Corazón Inmaculado ofrece, oh Virgen dulce, los dolores de Jesús junto a los Tuyos, para invocar la Divina Misericordia sobre mí y sobre el mundo entero. Después de haberte dado gracias por Tus dones sin fin, ¿cómo puedo no confundirme a la vista de mis culpas y de mis infidelidades? ¡Con cuánta ingratitud y frialdad he respondido a tus beneficios!
Postrado ante Ti, que tanto me has amado, lleno de confusión y de arrepentimiento, invoco Tu perdón y Tu Misericordia.
Por el mal uso que hice de los dones naturales recibidos: mi vida, mis energías, mi tiempo, mis sentidos, mi inteligencia, mi lengua,
R/: Oh, Jesús, ¡ten piedad de mí!
Por las desobediencias, pequeñas y grandes a Tu ley, R/.
Por los deberes descuidados o mal cumplidos, R/.
Por el bien que pude hacer y no hice, R/.
Porque dejé triunfar muchas veces en mí las malas inclinaciones del orgullo, de la vanidad y del egoísmo, R/.
Porque no practiqué el mandamiento de caridad, como Tú lo ordenaste, R/.
Porque dejé estériles en mí tantas gracias, R/.
Por la tibieza con que practiqué mi vida de piedad, R/.
Por la indiferencia y frialdad con que respondí a los dones de Tu amor, R/.
Por haber preferido muchas veces a las criaturas y las satisfacciones humanas, en lugar de Ti y de tus consolaciones, R/.
Por la poca fidelidad y generosidad con que he vivido mi consagración, R/.
Por la falta de fe y abandono en tu amor, R/.
Por la falta de dedicación a las almas y a la Iglesia, R/.
Por mis rebeliones y mi poco amor a Tu Voluntad y a Tu cruz, R/.
Me confundo en Tu presencia, oh mi Dios.
Me arrodillo a Tus pies.
Me postro junto a Ti, oh Jesús, Hostia Divina, Redentor y Salvador mío, como un día la Magdalena. Y si bien es cierto que soy indigno de Tu amor, estoy seguro que tendrás para mí, la misma ternura misericordiosa
Creo, oh Jesús, con mi más viva fe, que estás realmente presente, aquí, delante mío, bajo las especies Eucarísticas; Tú, el Verbo eterno del Padre, engendrado desde todos los siglos y encarnado luego en las entrañas de la Virgen Madre, Jesucristo Redentor y Rey. Creo, realmente, que estás presente en la verdad inefable de Tu Divinidad y de Tu Humanidad.
Jesús, eres el mismo de Belén, el divino Niño que aceptara por mí, el aniquilamiento, la pobreza y la persecución. Eres el Jesús de Nazaret, que por mi amor abrazó el ocultamiento, las fatigas y la obediencia. Eres el Divino Maestro, aquel que vino para enseñarme las dulces verdades de la fe, a traer el gran mandamiento del amor: Tu mandamiento. Eres el Salvador Misericordioso, el que te inclinas sobre todas mis miserias con infinita comprensión y conmovedora bondad, pronto siempre a perdonar, a curar, a renovar. Eres la Víctima Santa, inmolada para gloria del Padre y bien de todas las almas. Eres el Jesús que por mí sudó sangre en el Huerto de Getsemaní; quien por mí sufrió la condenación de tribunales humanos, la dolorosísima flagelación, la cruel y humillante coronación de espinas, el martirio cruel de la crucifixión. Eres quien quiso agonizar y morir por mí. Tú eres Jesús Resucitado, el vencedor de la muerte, del pecado y del infierno. Quien está deseoso de comunicarme los tesoros de la vida divina que posees en toda su plenitud.
Jesús mío, Te encuentras aquí, presente en la Hostia Consagrada, Santa, con un Corazón desbordante de ternura, un Corazón que ama infinitamente. En Tu Corazón, Jesús, encuentro el Amor Infinito, la Caridad divina: Dios, principio de vida, existente y vivificante. ¡Qué dulce me es, Dios mío, Trinidad Santísima, adorarte en este Sagrario en el que ahora estás!
Por ello me uno a los Angeles y Santos quienes, invisibles pero presentes y vigilantes junto a Tu Sagrario, Te adoran incesantemente. Me uno, sobre todo, a Tu Santísima Madre y a los sentimientos de profunda adoración y de intenso amor que brotaron de Su alma desde el primer instante de Tu Encarnación y cuando te llevaba en Su seno inmaculado.
Y mientras Te adoro en este Sagrario, lo hago en todos los del mundo y, especialmente, en aquellos en los cuales estás más abandonado y olvidado. Te adoro en cada Hostia Consagrada que existe entre el Cielo y la tierra.
Te adoro, Dios Padre, porque por medio de Cristo has descendido hasta mi humanidad y porque, por Su Corazón adorable, Te has unido tan estrechamente al hombre, a mí, pobre criatura ingrata. Te adoro en este templo, santificado por la presencia siempre actual de Tu Ser divino; me postro hasta la nada, en adoración delante de Tu Majestad Soberana pero, al mismo tiempo, el amor me eleva hasta Ti.
Te adoro, Dios Padre, y te amo; el amor y la adoración están totalmente confundidos y mezclados en mi alma, tanto que no sabría decir si más adoro que amo o si más amo que adoro... Te adoro porque encuentro en Ti todo poder y toda santidad, justicia y sabiduría; porque Tú eres mi Creador y mi Dios. Te amo porque encuentro en Ti toda belleza, toda bondad, toda ternura y toda misericordia. Te amo porque me has hecho el regalo de un tesoro invalorable.
Jesús es mi tesoro, es mío y a cada instante puedo sacar de El gracias a manos llenas, pues lo encuentro siempre abundante. De El tomo cuanto necesito para pagar mis deudas, para remediar mis necesidades, encontrar delicia, ganarme una corona. ¡Qué don inefable es este Jesús con Su Corazón desbordante de ternuras! Un tesoro que jamás se agota: mientras más saco, él más aumenta.
Oh, Dios Padre, tanto has amado a tus criaturas que les diste a Tu único Hijo y, para que la Majestad de Tu Verbo no nos infundiese temor y nuestras almas se pudieran dirigir a El con confianza, lo revestiste de una carne semejante a la nuestra. Lo has embellecido con las gracias más atrayentes y, sobre todo, le has dado un Corazón infinitamente perfecto; tanto que debía ser la morada de Tus delicias, porque Tu divina plenitud vive en El y la más humilde de las criaturas tiene allí su lugar de privilegio.
Ese adorado Corazón, inmenso como Tú, Dios mío, porque te contiene, es también mi morada, pues me ama. En El me encuentro con Tu divinidad y, al verme en este Sagrado asilo, Tu justa ira se aplaca y Tu justicia se desarma.
Te adoro, Dios Padre, por Jesús y en Jesús. Adoro a Jesús, Tu Hijo, quien por Su Humanidad es mi hermano y por Su Divinidad es mi Dios. Te amo por Jesús y con Jesús. Te amo por el Corazón de Jesús, que el amor hizo mío. Te amo en Jesús. Por El Te llega mi amor, por El puedo alcanzarte y abrazarte.
R/: Dios mío, reconozco que Tú eres la Bondad Infinita y creo en Tu amor por mí.
En el misterio sublime de la Unidad de Tu Naturaleza y de la Trinidad de Tus Personas, R/.
En la armonía de Tus perfecciones innumerables, R/.
En la riqueza inagotable con que haces los seres de la nada, R/.
En la pacífica posesión de Tu eterna Bienaventuranza, R/.
En la sabiduría infinita con que gobiernas todas las cosas, R/.
En la bondad inefable con que elevas al hombre a la dignidad de hijo Tuyo, R/.
En la Misericordia infinita con que toleras y conservas al pecador, R/.
En el misterioso decreto que estableció la Redención, R/.
En el infinito abajamiento de Tu Encarnación, R/.
En las humillaciones, en los ocultamientos, en los trabajos de Tu vida terrena, R/.
En los oprobios de Tu Pasión y muerte, R/.
En la gloria de Tu Resurrección, de Tu Ascensión y de Tu triunfo en los Cielos, R/.
En Tu divino Corazón, abierto por la lanza en el Calvario, R/.
En Tu divino Corazón revelado a Tus Santos en el transcurso de los siglos, R/.
En Tu divino Corazón que late de amor por nosotros en Tu pecho adorable y presente en nuestros Sagrarios, R/.
En Tu divino Corazón, desbordante de misericordia para los pobres pecadores, especialmente en el Sacramento de la Penitencia, R/.
En Tu Sacerdocio, que a través de los siglos continúa Tu obra de Misericordia y de salvación, R/.
En Tu Vicario, que te representa visiblemente en la tierra, R/.
En la Iglesia, que conserva y dispensa a las almas los tesoros de Tu divina gracia, R/.
En su magisterio infalible, en su sabio gobierno, en su inefable poder de santificación, R/.
En María Santísima, Tu Madre, enriquecida con tantos privilegios y constituida también Madre, Corredentora y Abogada nuestra, R/.
En la exhuberante fecundidad con que produces Santos, R/.
En la conmovedora generosidad con que dispensas tus dones, R/.
En el misterioso trabajo de la gracia en la intimidad de las almas, R/.
En el don purificador de tu Cruz, R/.
En la maravillosa providencia con que sigues a cada criatura en el curso de su vida, R/.
En Tu gloria infinita, que comunicas a Tus elegidos haciéndolos eternamente felices en el Cielo, R/.
Señor: La Iglesia, en la recitación del Gloria de la Santa Misa, me invita a darte gracias por Tu gran gloria, me invita a agradecerte, glorificarte y alabarte por lo que Tú eres, Dios mío. Por este motivo, me es grato repetirte: Te doy gracias, porque eres el Amor Infinito.
Después de haberme postrado para adorarte en el Corazón de Jesús, quiero agradecerte. Te agradezco, mi Dios, porque Tú eres el Amor y te agradezco por los dones de Tu amor. Y ya que los dones más preciados, los de la vida sobrenatural, nos los diste por Jesús, es también por El, con El y en El que quiero elevar hasta Ti el himno de reconocimiento.
En unión con Jesús te agradezco, Dios Padre, por todas las gracias personales que me has concedido. Tú me diste la vida, sacándome de la nada y me la conservaste día a día hasta este momento. Pero Tú Me has dado otra vida más valiosa, la de la gracia, que me hace partícipe de Tu misma vida divina y, después de la primera gracia con la que me santificaste en el día del bautismo, ¡cuántas gracias me han sido concedidas, que conservaron, aumentaron y, tal vez, reconquistaron la vida sobrenatural!
Pienso en los dones de tu amor de los que tanto he gozado:
En la Iglesia, que me has dado para que sea mi maestra y guía hacia la eternidad.
En los Sacerdotes, que me han otorgado los dones de Tu amor.
En los perdones continuadamente renovados.
En la Eucaristía, que ha sido para mí, alimento, sostén y consuelo.
En la Virgen, que es mi buena Madre, mi consoladora, mi ayuda, mi especial protectora en cada instante de mi vida.
En el Paraíso, que me has preparado y que con Tu gracia espero alcanzar.
Contemplo mi vida sembrada de alegrías y dolores y comprendo que todo en ella ha sido amor. Todo, oh mi Dios, porque de Tu Corazón amante no puede salir nada que no sea gracia y amor.
Por todo ésto, R/: Te doy gracias, Dios mío.
Por las alegrías que me has permitido gozar, así como por los dolores y las pruebas con que has sembrado mi camino, R/.
Por las gracias conocidas y por las desconocidas, R/.
Por los favores del pasado y los del futuro, R/.
Por todo lo que has hecho en mí y por mí, y por todo lo que todavía querrás hacer en el futuro, R/.
Sobre todo, por haberme llamado al conocimiento de Tu Amor y a consagrarme a él, R/.
Por la luz y la alegría Tuyas, que estoy tan lejos de merecer, R/.
Por la luz y la alegría que el conocimiento de Tu Amor trajo a mi vida, R/.
Por la posesión de Tu amor que Te hace mío y a mí me hace Tuyo, R/.
Nuestra Santísima Virgen María
Pero no quiero y no puedo darte gracias sólo por mí. Te doy gracias también por todos los dones que Tu Amor ha derramado en la Iglesia. Por los beneficios otorgados a los Angeles y a los Santos, alabanzas perennes de Tu Amor. Y sobre todo, por los beneficios innumerables que has hecho a María Santísima, nuestra dulce Madre. Te doy gracias por haberla hecho tan grande, tan santa, tan hermosa. Te doy gracias por los privilegios que le concediste, por el trono de gloria sobre el cual la colocaste, por la misión que le confiaste. Te doy gracias por haber hecho de esta criatura predilecta, una madre en la que puedo y debo colocar todas mis esperanzas.
Para que mi reconocimiento sea más eficaz me permito, oh Señor, vivificarlo con el amor. Por eso Te digo y Te repito: que Te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.
A Ti, que eres el amor infinito, R/: Te amo, Dios mío.
A Ti, que me has salvado por Tu amor, R/.
A Tí, que me ordenas amarte, R/.
Con todo mi corazón, R/.
Con toda mi alma, R/.
Con todo mi espíritu, R/.
Con todas mis fuerzas, R/.
Por encima de todos los bienes y honores, R/.
Por encima de todos los placeres y las alegrías, R/.
Más que a mí mismo y que a todo cuanto me pertenece, R/.
Más que a mis padres y que a mis amigos, R/.
Más que a todos los hombres y ángeles, R/.
Por encima de todas las cosas creadas en el cielo y en la tierra, R/.
Solamente por Ti mismo, R/.
Porque Tú eres el Sumo Bien, R/.
Porque Tú eres infinitamente digno de ser amado, R/.
Porque Tú eres infinitamente perfecto, R/.
Aunque no me hubieras prometido el Paraíso, R/.
Aunque no me amenazaras con el infierno, R/.
Aunque me probases con la miseria y la desventura, R/.
En la abundancia y en la pobreza, R/.
En la prosperidad y en el infortunio, R/.
En los honores y en los desprecios, R/.
En las alegrías y en los dolores, R/.
En la salud y en la enfermedad, R/.
En la vida y en la muerte, R/.
En el tiempo y en la eternidad, R/.
En unión al amor con que todos los Santos y Angeles Te aman en el Cielo, R/.
En unión al amor con que Te ama la Bienaventurada Virgen María, R/.
En unión al amor infinito con que nos amas eternamente, R/.
Oh, Dios mío, que posees en una abundancia incomprensible todo cuanto puede haber de perfecto y digno de amor, extingue en mí todo amor culpable, sensual y desordenado hacia las criaturas, y enciende en mi corazón el fuego purísimo de Tu amor, a fin de que ame sólo a Ti, por Ti, hasta el punto que, consumido en Tu santísimo amor, pueda yo ir a amarte eternamente en el Cielo, con los elegidos. Amén.
Señor, ahora quiero hacer ante Ti reparación. Oh, Jesús, Víctima divina de nuestros altares, grande y único Reparador, yo también me uno a Ti para cumplir, contigo y por medio Tuyo, el oficio de pequeña alma reparadora.
Y me dirijo también a ti, oh Madre mía, para que así como en el Calvario ofreciste al Padre a Tu Jesús, que se inmolaba por su gloria y por la salvación de las almas, así renueves en este momento el místico ofrecimiento en mi lugar.
En el cáliz de Tu Corazón Inmaculado ofrece, oh Virgen dulce, los dolores de Jesús junto a los Tuyos, para invocar la Divina Misericordia sobre mí y sobre el mundo entero. Después de haberte dado gracias por Tus dones sin fin, ¿cómo puedo no confundirme a la vista de mis culpas y de mis infidelidades? ¡Con cuánta ingratitud y frialdad he respondido a tus beneficios!
Postrado ante Ti, que tanto me has amado, lleno de confusión y de arrepentimiento, invoco Tu perdón y Tu Misericordia.
Por el mal uso que hice de los dones naturales recibidos: mi vida, mis energías, mi tiempo, mis sentidos, mi inteligencia, mi lengua,
R/: Oh, Jesús, ¡ten piedad de mí!
Por las desobediencias, pequeñas y grandes a Tu ley, R/.
Por los deberes descuidados o mal cumplidos, R/.
Por el bien que pude hacer y no hice, R/.
Porque dejé triunfar muchas veces en mí las malas inclinaciones del orgullo, de la vanidad y del egoísmo, R/.
Porque no practiqué el mandamiento de caridad, como Tú lo ordenaste, R/.
Porque dejé estériles en mí tantas gracias, R/.
Por la tibieza con que practiqué mi vida de piedad, R/.
Por la indiferencia y frialdad con que respondí a los dones de Tu amor, R/.
Por haber preferido muchas veces a las criaturas y las satisfacciones humanas, en lugar de Ti y de tus consolaciones, R/.
Por la poca fidelidad y generosidad con que he vivido mi consagración, R/.
Por la falta de fe y abandono en tu amor, R/.
Por la falta de dedicación a las almas y a la Iglesia, R/.
Por mis rebeliones y mi poco amor a Tu Voluntad y a Tu cruz, R/.
Me confundo en Tu presencia, oh mi Dios.
Me arrodillo a Tus pies.
Me postro junto a Ti, oh Jesús, Hostia Divina, Redentor y Salvador mío, como un día la Magdalena. Y si bien es cierto que soy indigno de Tu amor, estoy seguro que tendrás para mí, la misma ternura misericordiosa
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