¡ATREVASE A DAR EL PRIMER PASO!
Los seres humanos pueden llegar a realizar actos impresionantes de grandeza espiritual o las más espantosas degradaciones. Cualquiera de nosotros puede transformarse en ángel o en bestia porque todos llevamos dentro una fiera que tiene necesidad de hacer sufrir a los demás. Todos padecemos algún grado de la enfermedad del sadismo y practicamos maneras muy sofisticadas de agredir, golpear y hacer daño. ¡No se escapa nadie! Nos encanta ver sufrir a los demás y de vez en cuando nos saciamos con la sangre del sufrimiento del prójimo. Puede que sin pronunciar una palabra en voz alta, sino de una manera tenue y sutil, lanzamos una piedra tan dura que le rompe el alma al prójimo. Por eso Cristo dice, "Oren, para que no caigan en tentación." (Lc 22,40) Todos somos ángeles y bestias y ese animal irracional que llevamos dentro hay que tenerlo muy sujeto.
Es verdad que hemos recibido golpes de otras personas que nos han hecho daño. Pero no podemos pasar toda la vida lamentándonos de esas heridas porque eso enferma y contagia a los demás. Tenemos que pedir al Señor que nos sane, para olvidar y seguir caminando, prometiéndonos no pensar más en esos asuntos que son desagradables y no comentarlos con nadie. Hay que dejar el juicio a Dios porque, si no lo hacemos, nuestra enfermedad emocional se transmitirá a otros.
Reconciliarse es aceptar la verdad y la ubicación de los demás y respetar sus derechos; arrodillarse ante Dios, pedirle perdón de los pecados y purificarse de odios y rencores para sanarse de todos los golpes y heridas que hemos recibido en la vida. Reconciliarse es dar el primer paso con la persona con la cual usted tiene problemas. Un cristiano no puede darse el lujo de esperar a que el otro sea el primero que se acerque para hablar. Reconciliarse con espíritu de Cristo es dar el primer paso, valiente y decidido, aunque te abofeteen de nuevo. Para lograr una verdadera reconciliación, hay que dar el primer paso. Hoy mismo, cuando llegue a su casa, dé el primer paso de una vez por todas para reconciliarse con ese familiar que lo ha ofendido. Sea usted el cariñoso y el atento que dice las palabras dulces y agradables, sin pena, aunque se burlen de usted. Cristo sonríe cuando usted actúa con esa valentía. En cambio, el diablo es el que ríe a carcajadas cuando usted insiste en esperar que el otro dé el primer paso.
Entonces, si usted quiere que el Señor sonría, adelántese y sea el primero; no espere que los demás sean los que vengan hacia usted. El dar el primer paso denota valentía, humildad, amor y sencillez de corazón. Demuestra mucha elegancia en el alma y un espíritu abierto, comprensivo, agradable a Dios y, al final, también agradable a la persona a quien usted se acerca, aunque no se lo demuestre, quizás por puro orgullo. En cambio, usted da una lección impresionante que esa persona jamás olvidará. Dé usted el primer paso. Esta misma noche, tome el teléfono y llame a aquella persona y, en lo posible, comience de nuevo un diálogo de amor y respeto.
Un corazón renovado también tiene que reconciliarse con la naturaleza. Esto es muy importante porque la sociedad urbana nos ha ido arrancando de nuestra relación natural con la tierra, lo cual nos transforma en inhumanos. Los que viven en centros urbanos se van mecanizando interiormente e insensibilizando. La reconciliación, para que sea perfecta, debe ser con Dios, con los demás, con usted mismo y con la tierra, o sea, el agua, los árboles, los ríos y los animales. Hay que escapar corriendo de la ciudad cada vez que se pueda para respirar aire puro y fresco, para sentir el olor a tierra mojada, para ver una vaca o un ternero pastando, para mojarse los pies con el agua de algún río, para admirar un árbol, acariciar a un animal o caminar en medio de un bosque.
Nosotros somos tierra y de ella venimos. La selva de concreto de nuestras ciudades nos ocasiona stress, el nivel de tensión nos oprime y nos hace agresivos. Psicológicamente necesitamos desahogarnos en un ambiente que nos recuerde de dónde venimos. Por eso también la reconciliación implica buscar y defender la naturaleza. Hay que salir para reencontrarse y reconciliarse con la naturaleza. En Panamá tenemos una tarea impresionante de proteger lo que queda de nuestros bosques ante la devastación criminal que está acabando con ellos. Si se destruyen los bosques puede peligrar hasta el canal, porque si no hay bosques y selvas no hay lluvias. Hay que defender lo que queda de nuestros bosques y empezar campañas fuertes de reforestación. Recuerde que tenemos la obligación de devolver cuatro veces lo que le hemos robado a nuestros bosques. Panamá es un país devastado en un 70% y si seguimos así se destruirá el Darién. Si se acaban los bosques que hay en esa provincia, Panamá no tendrá un buen futuro. Esto es algo dramático. Nuestra reconciliación con la naturaleza exige la defensa de lo que queda y el pago de nuestra deuda con la naturaleza a través de la reforestación. La reconciliación con la tierra implica volvernos muy cercanos a ella.
Reconciliarse significa mantener un corazón de carne y un rostro duro y fuerte como una piedra. Esto suena un poco severo, pero recuerde que no todos lo recibirán igual y quizás alguno le dé otra buena bofetada. Pero, ¡no importa! Mantenga su corazón de carne blando y el rostro duro, como si fuera de granito, para aguantar los golpes. Pero nunca un corazón de piedra. Usted puede defenderse, permanecer digno y fuerte en su exterior, pero por dentro siga amando. Lo importante es que su corazón no se convierta en corazón de piedra. Siga amando, aún y a pesar de todo, como ama el Señor.
Entonces, sólo seremos alegres y felices si nos reconciliamos y pedimos perdón a Dios, a los demás, a nosotros mismos y a la naturaleza. Debemos abrirnos como lo hizo San Francisco de Asís para amar a toda la naturaleza y a todos nuestros semejantes. Así se acabará ese mito de que uno es feliz porque tiene dinero. Uno puede ser el hombre más infeliz siendo millonario, porque si no estamos reconciliados somos unos pobres diablos. En esta sociedad neo-capitalista, estamos confundidos pensando que uno es feliz por el dinero y las posesiones que tiene. Uno no es feliz por las cosas materiales que posee, sino por el amor que tiene y que da. En definitiva, la felicidad se siente si usted está con Dios, lo lleva dentro del alma y procura hacer felices a otros; si está bien ubicado históricamente cumpliendo una misión trascendental en la tierra. Sólo así podrá tener un espíritu reconciliado y feliz para amar.
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