Signos de la inmadurez
Autor: Mons. Rómulo Emiliani, c.m.f.
Para llegar a la madurez, es preciso haber desarrollado la facultad de hacerse responsable de la propia vida, independiente de los padres u otras personas que aparecen como elementos protectores. A medida que va creciendo, la persona adquiere autonomía, así como criterios, valores y principios propios. Cuando la infancia es muy prolongada, especialmente en familias donde el cuidado protector es excesivo, se desarrolla la tendencia a depender demasiado de los demás. Muchas madres cultivan la dependencia de los hijos, cuando más bien deberían modelar su independencia. Se encuentran muchos casos de personas que dependen casi totalmente de otras para pensar o decidir y esto es fatal.
Una persona puede crecer mucho físicamente o puede crecer su bolsillo, su fama, su conocimiento en una profesión determinada o su grado de santidad. Pero nada de eso significa que la persona crece integralmente. Por lo tanto, no es una persona madura. Una actitud característicamente infantil es el afán de recibir todo lo que se desea, lo cual es la puerta de entrada para las emociones mezquinas. A medida que estas personas se hacen mayores, ya no consiguen lo que recibían en la infancia, pero continúan pensando que les corresponde ser obsequiados. Este deseo de ser complacido siempre los coloca en un callejón sin salida en el que se estrellan con un desencanto profundo. Estas personas suelen obrar según lo que piensan obtener. Sus emociones tensas y agarrotadas por la frustración de estar siempre esperando recibir en vez de dar se reflejan en su continua falta de salud. Muchas personas cultivan y promueven la actitud infantil de la egolatría, aún a los 30, 40 ó 50 años y jamás pierden esa fijación de egoísmo y rivalidad, resultando difícil convivir con ellas porque siempre se enfrentan a todo el mundo. Las personas que cultivan ese espíritu de rivalidad exacerbada son desgraciadas porque las domina constantemente la envidia, el orgullo herido, la hostilidad contra sus semejantes y contra sí mismos. Es triste encontrar personas con enfermedades emotivas serias por estar demasiado llenas de este espíritu de rivalidad para llegar a la cumbre, sin importarles pisotear, avasallar o atropellar con tal de subir. Hay que procurar llegar a la meta de las aspiraciones compitiendo con uno mismo y llegar a ser lo máximo que uno pueda de acuerdo con sus posibilidades.
Las personas que despliegan emociones agresivas hostiles, como la cólera, el odio y la crueldad, lejos de ser fuertes demuestran inmadurez, debilidad, miedo y fracaso. En el fondo son como niños que se sienten débiles, dependientes e inseguros, y cuando ven contrariados sus deseos, reaccionan agresivamente. En cambio, las personas verdaderamente fuertes saben ser dulces y amables.
Otro signo de inmadurez es no ser realista. Un niño acepta una fantasía como la realidad sin tratar de establecer diferencias y se le incentiva a esto para que cultive su imaginación y creatividad. Lo malo es que ese niño llegue a la edad adulta no sabiendo distinguir entre la realidad y la fantasía, lo que causa un diluvio de conflictos que le inunda de emociones perniciosas. Son personas cuyo sentido irreal de la vida los lleva a imaginar las cosas más catastróficas. Sienten que todo el mundo está en su contra, que hablan mal de ellos, los persiguen, los rechazan y buscan hacerles daño. Se habitúan a la mentira y llenan su mundo de fantasías irrealizables, soñando llegar a ser y creyendo que son muy inteligentes, sabias e importantes cuando realmente están rayando en la demencia. Inventan toda clase de cuentos e historietas y no les importa manchar la fama de cualquiera con tal de alimentar su imaginación enfermiza.
Claro está que algunas hay situaciones en las que parece que el suelo se hunde bajo los pies: el fracaso de un negocio, la enfermedad o muerte de un ser querido, una enfermedad propia, un problema grave que ocurra en la familia, el negocio o la oficina. Pero rebelarse, llenarse de ira, cólera o frustración, cuestionar el por qué de las cosas, no aceptar la realidad que un desastre puede llegar en cualquier momento y no adaptarse para seguir luchando, levantándose y surgiendo, lleva a cultivar un cúmulo de emociones que engendran enfermedades. La persona inmadura se encuentra permanentemente en medio de conflictos, porque no acepta las cosas negativas que vengan en la vida y hay muchas que no hay más remedio que aceptar. Hay que luchar, sacar provecho a la situación negativa, levantarse y perseverar en las metas propuestas. Lógicamente, tampoco hay que conformarse apáticamente creyendo que nada se puede hacer.
La persona madura prefiere dar más que recibir. La madurez trae consigo una hermosa preocupación: la de alegrar la vida de las demás personas, con lo que los horizontes y perspectivas se ensanchan. Queremos que usted sea una persona que luche para ser mucho mejor de lo que es. Con el Señor se puede vencer todo lo que venga en la vida y superar la inmadurez, porque CON El, EN VERDAD SOMOS . . . ¡INVENCIBLES!
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