sábado, 2 de febrero de 2019

LA PURIFICACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN. BENDICIÓN DE LAS CANDELAS.

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DOM GUERANGER

Omnipotente y sempiterno Dios, imploramos humildemente tu Majestad, para que hagas que así como tu Hijo unigénito se presentó hoy en el templo en la sustancia de nuestra carne: así también nos presentemos nosotros a ti con almas purificadas. Por el mismo Señor.



LA BENDICION DE LAS CANDELAS

ORIGEN HISTÓRICO.

Después del Oficio de Tercia, realiza hoy la Iglesia la solemne bendición de las Candelas, una de las tres principales de todo el año: las otras dos son la de Ceniza y la de Ramos. Esta ceremonia tiene relación directa con el día de la Purificación de la Santísima Virgen, de manera que si en el día dos de febrero cae una de las Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, se traslada la fiesta al día siguiente, pero la bendición de las Candelas y la Procesión que es su complemento, permanecen fijas en el dos de febrero.

Con el fin de unir bajo un mismo rito las tres grandes Bendiciones de que hablamos, ha ordenado la Iglesia el uso del color morado para la de las Candelas, el mismo que emplea en la de Ceniza y Ramos: de este modo, la función que sirve para señalar el día en que se realizó la Purificación de María, debe llevarse a cabo todos los años el día dos de febrero, sin por eso variar el color prescrito en las tres Dominicas de que hemos hablado.

LA INTENCIÓN DE LA IGLESIA

Es difícil señalar el origen histórico de una manera precisa. Según Baronio, Thomassin, Baillet, etc., habría sido instituida a fines del siglo V por el Papa San Gelasio (492-496), para dar un sentido cristiano a la antigua fiesta de los Lupercales, de la que el pueblo romano conservaba aún ciertas prácticas supersticiosas. 


Al menos es cierto que San Gelasio suprimió los últimos restos de la fiesta de los Lupercales, que se celebraba en el mes de febrero. Inocencio III, en uno de sus Sermones sobre la Purificación, nos dice que la celebración de la ceremonia de las Candelas el día dos de febrero se debe a la sabiduría de los Pontífices Romanos, quienes sustituyeron con el culto de la Santísima Virgen los restos de cierta práctica religiosa de los antiguos romanos, que encendían antorchas en recuerdo de las teas, a cuyo fulgor, según cuenta la fábula, había recorrido Ceres las cumbres del Etna, buscando a su hija Proserpina, robada por Plutón; pero en el Calendario de los antiguos Romanos no se halla fiesta alguna en honor de Ceres en el mes de febrero. Nos parece, pues, más exacto adoptar la opinión de D. Hugo Menard, Rocca, Henschenius y Benedicto XIV, quienes piensan que fue la antigua fiesta, conocida en febrero con el nombre de Amburbalía, durante la cual los paganos recorrían la ciudad llevando antorchas en sus manos, y que dio ocasión a los Soberanos Pontífices para substituirla con una ceremonia cristiana, uniéndola a la celebración de la fiesta en que Cristo, Luz del mundo, es presentado en el Templo por la Virgen Madre. 

EL MISTERIO.

Desde el siglo VII los liturgistas han venido dando muchas explicaciones al misterio de esta ceremonia. Para San Ivo de Chartres, en su Sermón segundo sobre la fiesta que nos ocupa, la cera de los cirios, extraída del jugo de las flores por las abejas a las que toda la antigüedad consideró como símbolo de la virginidad, significa la carne virginal del divino Infante, el cual no quebrantó la integridad de María, ni en su concepción, ni en su nacimiento. En la llama del cirio, nos hace ver el santo Obispo, la figura de Cristo, que vino a iluminar nuestras tinieblas. San Anselmo, en sus Enarrationes sobre San Lucas, explicando el mismo misterio, nos dice que hay que considerar tres cosas en el Cirio: la cera, la mecha, y la llama. La cera, dice, obra de la abeja virgen, es la carne de Cristo; la mecha, que es interior, es el alma; la llama que brilla en la parte superior, es la divinidad.

LAS CANDELAS. 

Antiguamente los mismos fieles llevaban sus cirios a la Iglesia el día de la Purificación, para que fuesen bendecidos con los que llevan en la Procesión los sacerdotes y ministros, costumbre que todavía se conserva en muchos sitios. Sería de desear que los Pastores de almas recomendaran fervientemente esta práctica, y que la restableciesen o la sostuviesen donde fuera necesario. Tantos esfuerzos como se han hecho para destruir o al menos empobrecer el culto externo, han traído insensiblemente como consecuencia la más desoladora tibieza del sentimiento religioso, cuya fuente única se halla en la Liturgia de la Iglesia. Es necesario que sepan también los fieles que los cirios bendecidos en el día de la Candelaria, deben servir no sólo para la Procesión, sino también para uso de los cristianos, guardándolos con respeto en sus casas, llevándolos consigo, lo mismo en tierra que sobre las aguas, como dice la Iglesia, atraerán especiales bendiciones del cielo. También se deben encender estos cirios junto al lecho de los moribundos, como recuerdo de la inmortalidad que Cristo nos ha merecido, y como señal de la protección de María. 

LA PROCESIÓN

Rebosante de alegría, iluminada por esas múltiples antorchas, movida como Simeón por el Espíritu Santo, pónese en marcha la Santa Iglesia para salir al encuentro del Emmanuel. La Iglesia Griega celebra este encuentro con el nombre de Hypapante, y así llama a la fiesta de este día. Se trata de representar la Procesión del Templo de Jerusalén, procesión que San Bernardo comenta así, en su Sermón primero para la Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora: “En el día de hoy, la Virgen Madre introduce al Señor del Templo en el Templo del Señor; presenta José al Señor, no un hijo propio, sino el Hijo amado del Señor, en el que ha puesto El todas sus complacencias. El justo reconoce al que esperaba; cántale con sus alabanzas la viuda Ana. Por vez primera celebraron estas cuatro personas la Procesión, que en adelante había de ser alegremente festejada en toda la tierra, en todos los lugares y en todas las naciones. No nos extrañe que haya sido tan pequeña esta primera Procesión; porque el que allí era recibido se había hecho también pequeño. No apareció en ella ningún pecador; todos eran justos, santos y perfectos.

Sigamos, pues, sus pasos. Vayamos al encuentro del Esposo como las Vírgenes prudentes, llevando en nuestras manos las lámparas encendidas con el fuego de la caridad. Acordémonos del consejo que nos da el Salvador: “Estén vuestras caderas ceñidas como las de los caminantes; tened en vuestras manos las antorchas encendidas, y sed semejantes a los que aguardan a su Señor.” (S. Lucas, XII, 35.)

Guiados por la fe e iluminados por el amor, lograremos encontrarle, le reconoceremos y El se entregará a nosotros.

Al terminar la Procesión, el Celebrante y los ministros dejan los ornamentos de color morado y se revisten de los blancos para la Misa solemne de la Purificación de Nuestra Señora. Pero si en este día cayera una de las tres Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, la Misa de la fiesta se trasladaría, como hemos dicho, al día siguiente. 

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