“¡Pásala pásala! Venga corre, vete hacia la banda. Ahora baja a defender. ¡Vamos!”. Él no me estaba entendiendo nada pero sonreía y seguía corriendo. Tampoco yo les entendía a ellos cuando tenía la pelota y me gritaban en árabe o en francés. Sin embargo, el idioma no impidió que lo pasáramos en grande jugando a fútbol durante una hora. Este fue el primer partido con los niños del campo de refugiados y, ya entonces, nos dimos cuenta de lo mucho que nos iba a ayudar esta experiencia en el Líbano.
Ese mismo día, un grupo de siete estudiantes de entre dieciséis y dieciocho años procedentes de Bilbao, habíamos aterrizado en el aeropuerto de Beirut para participar en un campo de trabajo de poco más de dos semanas.
Después de pasar la primera mañana en un colegio de Beirut ayudando a organizar juegos y actividades con niños iraquíes, nos trasladamos a Al Tilal, la que sería nuestra residencia en el Líbano durante la primera semana. Fuimos varios días a trabajar con los niños refugiados a los que poco a poco íbamos conociendo más. También se creó un gran ambiente entre todos los voluntarios.
A través de una parroquia católica de Beirut, fuimos a visitar a varias familias iraquíes y les entregamos medicinas, algo de ropa y juguetes.
Pasados los primeros días, el voluntariado pasó a ser en zonas más pobres. En efecto, la segunda semana nos dejó muchas escenas impactantes. Recuerdo especialmente una visita a un barrio en el que se alojaban muchos refugiados iraquíes. A través de una parroquia católica de Beirut, fuimos a visitar a varias familias iraquíes y les entregamos medicinas, algo de ropa y juguetes. Las casas eran pequeñas y en general las familias vivían con grandes dificultades económicas. Sin embargo, visitamos a una familia que nos causó un impacto especial.
EN EL SUELO HABÍA DOS NIÑOS DURMIENDO EN UNA ESTERILLA
Cuando entramos, la madre de la familia nos llevó al salón, que no tenía más decoración que algunas estampas en las paredes. En el suelo había dos niños durmiendo en una esterilla. Durante la visita y mientras hablábamos con la madre ellos se despertaron y notamos que estaban muy pálidos y con ojeras. El hombre que nos acompañaba y nos traducía las conversaciones del árabe al francés, conocía bien a la familia y nos insistía en que eran muy pobres. Era una familia de nueve hijos que habían perdido a su padre en Irak.
Les dimos toda la ropa y los juguetes que llevábamos y les dejamos muchos medicamentos. Salimos muy impactados de ese piso, tanto que decidimos volver para llevarles algo de comida. Cuando entramos de nuevo, vimos a los dos niños muy sonrientes y jugando con los coches de juguete que les acabábamos de dar. Fue increíble observar el agradecimiento que nos mostraban las familias ante lo poco que les podíamos dar.
Esa misma semana fuimos testigos de otra enorme lección de agradecimiento y alegría, en este caso en una casa de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa.
Esa misma semana fuimos testigos de otra enorme lección de agradecimiento y alegría, en este caso en una casa de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. Allí llevaban múltiples actividades solidarias: atendían a personas con discapacidades psíquicas, daban de comer a refugiados, ofrecían residencia a personas mayores y a niños…
FUE INCREÍBLE OBSERVAR EL AGRADECIMIENTO QUE NOS MOSTRABAN LAS FAMILIAS
Ayudábamos en lo que ellas nos pedían. En una ocasión recuerdo que nos pidieron que acompañáramos a un grupo de personas con diversas discapacidades, hablando con ellas y animándoles un poco. Cantamos algunas canciones con la guitarra. Otro día, en la misma casa, dimos de comer a algunos niños pequeños y jugamos con ellos. En ambas visitas me resultó increíble la alegría y el cariño que nos mostraban las personas a las que habíamos acompañado tan solo unas horas.
En algunos momentos era notable nuestro cansancio, sin embargo, entre nosotros nunca hubo ninguna queja. Era impensable quejarse habiendo sido testigo de situaciones mucho más duras que la cualquiera de nosotros podía haber sufrido.
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