domingo, 16 de septiembre de 2018

Jesús es el Mesías


“JESÚS ES EL MESÍAS”

Por Francisco Javier Colomina Campos

El Evangelio de Marcos está compuesto por dos partes bien diferenciadas: en la primera parte, Jesús se presenta como el Mesías, llama a sus primeros discípulos, realiza sus primeros milagros y curaciones, predica en las sinagogas, se enfrenta con los fariseos… mientras que en la segunda parte, profundiza más en lo que significa ser Mesías, anunciando en repetidas ocasiones su pasión, muerte y resurrección, finalizando con la subida a Jerusalén donde morirá crucificado y resucitará al tercer día. El pasaje del Evangelio que escuchamos este domingo, con la confesión de Pedro en Cesarea de Felipe, es el quicio, el eje que une ambas partes.

1. ¿Quién es Jesús? Esta es una buena pregunta que podemos hacernos hoy. Seguramente podemos encontrar muchas respuestas distintas a esta pregunta: un buen hombre que hizo cosas buenas por los demás, alguien que habló muy bien y que nos enseñó muchas cosas importantes, un personaje histórico que de alguna manera ha marcado la historia de la humanidad, una ideología, una fuerza o una energía… Podemos encontrar tantas respuestas como personas a las que hagamos esta pregunta. El mismo Jesús hizo esta pregunta a sus discípulos, como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, y entonces como ahora hay mucha gente que no conoce bien quién es Jesús, que no comprende verdaderamente quién fue. Pero sin duda la pregunta más importante es la que Jesús hizo a continuación: y tú, ¿quién dices que soy yo? Ante esta pregunta, los discípulos ya no supieron responder, se quedaron en silencio. Tan sólo Pedro se lanzó a responder: “Tú eres el Mesías”. Pedro ha dado en el clavo, acaba de confesar su fe, pues confesar la fe es reconocer en primer lugar que Jesús es el Mesías, el Señor.

2. Tras la confesión de Pedro, Jesús explica a sus discípulos qué significa ser Mesías. Quizá Pedro esperaba otra cosa de Jesús, quizá esperaba que fuese un Mesías poderoso que acabara con la opresión de los romanos, que liberara al pueblo de Israel, que impusiera la justicia por medio de la fuerza. Sin embargo, el mesianismo de Jesús estaba bien lejos de todo eso. Ser Mesías significa esto: padecer mucho, ser condenado por los jefes del pueblo, ser ejecutado y resucitar a los tres días. Ser Mesías es dar la vida en la cruz, como hará Jesús en Jerusalén, muriendo por nosotros y resucitando al tercer día. Es lo que ya había anunciado el profeta Isaías en la primera lectura de este domingo, en el tercer cántico del Siervo de Yahvé, cuando pone en labios del Mesías estas palabras que pueden ser aplicadas perfectamente al mismo Jesús en la Pasión: “Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes y salivazos”. Pero claro, Pedro no comprende esta forma de ser Mesías, no acepta que Jesús, el Señor, tenga que morir de esa forma injusta, sin defenderse. Por eso, el mismo que ha confesado a Jesús como el Mesías, ahora le increpa. “¡Quítate de mi vista, Satanás!”, le responde Jesús, porque Pedro piensa como los hombres, no como Dios. Es propio del ser humano huir del dolor, del sufrimiento. Sin embargo, para Dios el amor es entrega, sin límites, sin condiciones, sin esperar nada a cambio, tal como Él mismo nos enseñará en la cruz el Viernes Santo, para después resucitar a los tres días. Porque sólo quien da la vida por amor, con generosidad, puede recobrarla, mientras que el que quiere salvarla la pierde. El Mesías nos da la salvación con la entrega de su vida por amor. Y eso es lo que nos pide ahora a nosotros. Si queremos seguirle, si queremos ser cristianos de verdad, seguidores de Cristo, ya sabemos lo que tenemos que hacer: negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz cada día y seguirle.

3. De nada sirve decir que tenemos fe, que Jesús el Señor, si la fe no va acompañada por obras, como nos dice el apóstol Santiago en la segunda lectura de este domingo. Y ¿cuáles son esas obras que han de acompañar a la fe? Pues las obras de amor, de entrega, de caridad, de misericordia. Si no vivimos ese mismo amor de Dios en nuestra propia vida, no podemos decir que tenemos fe. Cuántas veces podemos encontrarnos con cristianos que dicen tener fe, que creen en algo, que tienen fe a una imagen, incluso nosotros mismos lo decimos, pero esa fe no se nota en la vida de cada día. Entonces estamos engañando, tenemos una fe muerta. La fe verdadera es confesar a Jesús, reconocerle como Mesías, y a la vez seguirle, viviendo como Él vivió, dando la vida por amor, amando hasta la entrega total de nosotros mismos. Esto es lo que Dios quiere de nosotros, que no pensemos como hombres, huyendo del sufrimiento, sino que vivamos el mismo amor del Mesías, el amor que es entrega, una entrega hasta el extremo. Pidamos este domingo al Señor que nos dé la valentía de confesarle como el Señor, el Mesías, que no nos escandalicemos de Él como hizo Pedro, y que vivamos en nuestra propia vida ese amor de Dios, para que nuestra fe no sea una fe muerta, sino una fe auténtica, de verdad.

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