Plinio Corrêa de Oliveira
Una escena contemporánea de la vida familiar: dos parejas de esposos, en un rincón pintoresco, salen de picnic con sus hijos. ¿Algo de malo? ¡Pero cómo! La reunión de la familia es en sí mismo algo excelente. Excelente es también que esta reunión se efectúe en lugar ameno y atrayente, que proporciona reposo y distracción inocente. La pujanza de la vida doméstica se demuestra por la perfecta unión, por la cordialidad absoluta entre todos. Ojalá, se diría, fuese siempre éste el ambiente de la vida en el hogar.
Todo esto es muy cierto. Sin embargo un observador más fino no se detendría apenas en estos comentarios superficiales. Analícese la sonrisa de los personajes: es a boca rasgada, abierta de par en par, como de personas que se entregan sin restricciones al pleno gusto de vivir. La idea de que los placeres de la vida son efímeros; que el hombre vive en esta tierra para el cielo, y debe pues gozar con sobriedad los deleites temporales incluso cuando son honestos; la idea de que tenemos, por el pecado original, una naturaleza frecuentemente propensa al error y al mal, la cual necesita, por lo tanto, vigilancia constante y mortificación; la noción de que vivimos en una hora trágica de la Historia, en que a todos les cabe cargar con terribles responsabilidades; todo esto no marca las fisonomías, los gestos, el ambiente, del menor o más leve trazo. Vivir sin pena ni gloria y sin preocupaciones como los pájaros de estos hermosos árboles, o los peces de un lago tranquilo, ¡éste es el único deseo que trasparece… y de cuántos modos!
La ausencia de todo y cualquier pensamiento serio en estas mentalidades se prueba por la actitud de los hijos y de los padres. En éstos, nada de la gravedad, de la respetabilidad, que convenga a su sagrada autoridad. En aquellos, nada de la reverencia, del respeto, de la sumisión propia a la piedad filial. Estas personas no se presentan aquí, unas con relación a las otras, tanto como miembros de una familia, sino más bien como excursionistas unidos por la mera y plena camaradería de una excursión.
¡Y cuánta gente piensa, hoy, que éste es el verdadero ideal de la vida de familia! Ideal de una espontaneidad naturalista y pagana, pues en él no se nota nada de específicamente sobrenatural y cristiano.
Escena muy diferente nos la presenta el cuadro de François Hubert Drouaies (1727-1775). Es una familia en el siglo XVIII. No queremos decir —claro está— que la vida de familia en ese siglo no haya tenido mancha. Pero evidentemente conservaba más tradiciones cristianas que la de hoy. Así, en esta familia, las actitudes y los trajes expresan bien las diferencias de sexo y de edad, la fisonomía de los padres es propia para infundir respeto y sumisión, todo en los personajes expresa la armonía, la fuerza, el equilibrio de temperamentos gobernados, controlados, dirigidos por toda una concepción superior de la vida. Hay una tradición de ascesis, de mortificación, de saludable y cristianísima energía moral en este ambiente sin embargo tan afable, acogedor, discreto.
¿Por qué esta comparación? Para que nos edifiquemos con los ejemplos del pasado, para rectificar el presente y preparar el futuro. ¿Para qué servirían pues las retrospectivas históricas, si esta finalidad moralizadora les fuese negada?
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