Cómo se entristece mi corazón al verte sacudida cada día por nuevas y furiosas tempestades; pero es mucho mayor el gozo en mi espíritu al saber con certeza que la furia de las olas en ti las permite, con especial providencia, el Padre celestial, para hacerte semejante a su amadísimo Hijo, perseguido y golpeado hasta la muerte, ¡y hasta la muerte de cruz!
En la medida en que son grandes tus sufrimientos, lo es el amor que Dios te ofrece. Aquellos, querida mía, te sirvan de medida de comparación del amor que Dios te tiene. El amor de Dios lo conocerás por esta señal: las aflicciones que te manda. La señal la tienes en tus manos y está al alcance de tu inteligencia; alégrate, pues, cuando la tempestad se embravece; alégrate, te digo, con los hijos de Dios, porque esto es amor singularísimo del Esposo divino hacia ti. Humíllate también ante la majestad divina, considerando cuántas otras almas hay en el mundo, más dignas y más ricas de dotes intelectuales y de virtudes, y que ciertamente no son tratadas con ese singularísimo amor con el que tú eres tratada por Dios.
Padre Pío, 19 de septiembre de 1914, a Raffaelina Cerase, Ep. II, 174
No hay comentarios. :
Publicar un comentario