LA FE Y EL KHARMA
6 JUNIO 2018
Muchos, ante el sufrimiento, necesitan una culpa y su delegación en otra persona por la reencarnación. El creyente sabe afrontarlo positivamente.
Me alegro de tener de vuelta al blog a mi hermana, que ya os ha escrito alguna vez.- Elena Ruiz Tintoré
A lo largo de esta semana he mantenido una conversación íntima con dos buenas amigas. Entre ellas no se conocen y, a pesar de tener unas maneras de ser muy distintas, tienen en común que son dos mujeres fantásticas, con muchas cualidades humanas, aunque no tienen la suerte de la Fe. En estas conversaciones, ambas amigas me manifestaban un sufrimiento muy intenso. Una de ellas padece una enfermedad que le dificulta para la vida diaria y, aunque ella lucha por llevar un ritmo de vida «normal», sabe que es muy probable que su dolencia acabe causándole serias limitaciones. Mi otra amiga ha sufrido un revés sentimental que le ha sumido en un profundo sentimiento de soledad. Ambas han sufrido, pues, dos contratiempos muy fuertes, aunque muy diferentes.
Me ha llamado la atención una expresión común: ambas se han referido ‒medio en serio, medio en broma, pero lo han dicho‒ a que en otra vida debieron de ser muy malas personas, para merecerse lo que ahora les está pasando. Esto me ha hecho meditar sobre la creciente extensión de esa «semi-creencia» en la teoría de la reencarnación. Oigo a muchas buenas personas, no creyentes, buscar en lo que les está aconteciendo una justificación a través de esa teoría, la cual no conocen a fondo y sólo evocan en los momentos difíciles. Y opino que en esa versión «new age» de la teoría de la reencarnación subyace una búsqueda de culpabilidad, a la vez que una delegación de la misma en «otra persona», que es quien se ha merecido el «castigo» que ha recibido la persona actual; esa misma persona que opina que, en el fondo, sí es culpable de muchas cosas.
Y me entristece, porque no soy capaz de transmitirles el consuelo de la Fe. Porque no pueden quitarse el sentimiento de culpa acudiendo al confesionario para recibir el perdón de sus auténticas faltas y levantarse de nuevo con un firme propósito de enmendar sus errores.Ni entienden el sentido y el por qué de su sufrimiento. De acuerdo, a los cristianos nos puede ser difícil, en según qué situaciones de penuria propia o ajena, entender el porqué ha ocurrido tal desgracia o cuál catástrofe. Pero ‒yo, al menos‒ no me creo receptora de tal o cual castigo divino. No quiero decir con eso que me crea merecedora de las mejores prebendas celestiales, sino que tengo confianza en Dios y pienso que, cuando me sobreviene alguna desgracia, no estoy recibiendo un castigo. Puede tratarse de una prueba, o de una manera de santificarme, o una Cruz con la que acompañar a Jesús en su camino. O puede que no entienda nada, y hasta que lo considere injusto. Pero no pienso en un dios vengador o castigador. Mi Fe me hace vivir con alegría la esperanza. Mi confianza en Dios me lleva a pensar que, a pesar de que yo no busque el sufrimiento, ese sufrimiento me ayudará ‒a mí y a otros‒ a ser merecedora de la Felicidad Eterna.
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