ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
Último sábado de abril con María en el corazón. Hoy es Sábado Santo. No es un día cualquiera en el calendario de la Semana Santa. En este día nos envuelve el silencio en el corazón, callan las campanas, el altar de las iglesias está despojado, los sagrarios abiertos y vacíos y la Cruz desnuda.
En este día me uno a la Virgen Dolorosa. El sepulcro ha sido sellado, los discípulos de Jesús se han dispersado y nada sabemos de ellos. Ahí está María, la Madre, y María Magdalena, en oración contemplativa cerca del sepulcro donde se halla Cristo. Les acompaña también Juan, nuestro alter ego —¡He aquí a Tu Madre, he aquí a tu hijo—. Me uno a María en esta alianza que se ha creado en el monte Calvario, meditando junto a Ella la Pasión de Jesus a la espera de su Resurrección gloriosa.
Me uno en este día al silencio de María. El silencio que hace fecunda la fe, el hágase del principio y el fíat del hoy. El silencio de la esperanza, el silencio de saberse llena de la gracia de Dios, de la misericordia del Padre, de saber que estoy junto a la corredentora por voluntad de Dios, la Madre del Hijo que ha muerto por mi salvación y por la redención de mis pecados.
Me uno a María para darle gracias. Para acompañarla en el dolor postrado ante el sepulcro llorando la muerte de Jesús. Para sentir que mi corazón también es traspasado por una espada pero en este caso de culpabilidad por mis pecados, causa de la muerte de Jesús.
Me uno a María para ser como Ella pan pascual de sinceridad y verdad, para ser agua fecunda, semilla que de frutos, árbol de esperanza.
Me uno a María porque pese a su dolor me enseña cómo amar a Cristo incluso en su ausencia y como nos ama a todos acompañándonos en este sábado de silencio y de espera.
Me uno a María porque la fortaleza de su fe sostiene mi fe tibia, tantas veces quebradiza.
Me uno a María porque es la mejor escuela de apostolado, de transmitir la Buena Nueva de Jesús, de proclamar Su Evangelio, de comprometerse en divulgar la verdad revelada, de educar en la fe, de sellar un alianza de amor entre los cristianos.
Me uno a María porque ella me ayuda a vencer mis temores, mis angustias, mis contrariedades, porque me hace entender que de su mano puede tener confianza en la voluntad divina.
Me uno a María porque Ella me enseña a orar y ser fiel a su Hijo que mañana resucitará para darnos de nuevo la vida.
En este Sábado Santo no puedo más que exclamar que ¡soy todo tuyo, María!
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¡María, Señora de los Dolores, me uno a tu dolor en este día! ¡Me uno a ti ante el sepulcro que acoge el cuerpo muerto de Jesús, postrado ante el misterio de la muerte a la espera de que Dios actúe y haga regresar a Jesús desde las tinieblas a la luz para que la vida triunfe sobre la muerte! ¡Me uno a tu silencio, Señora, y trato de imitar tu fe, tu esperanza y tu amor que te sostienen y me sostiene también a mí en la prueba! ¡Me lleno de Ti, María, para llenarme también de Dios! ¡María, me acerco a Ti para que me enseñes a orar y a confiar en Jesús, a aceptar su voluntad, a llevar los sufrimientos cotidianos con serenidad, a caminar con esperanza aunque a veces no parezca que haya luz, a ahogar todos mis rencores, asperezas y enemistades, a crecer en esperanza y a alimentar mi fe! ¡Me uno a Ti, María, en este día de dolor, para acompañarte en este silencio tuyo desbordado de amor y de gracia! ¡Te acompaño, Madre, para tener tus mismos sentimientos en este día de silencio y de oración, para contemplar esta escena con una mirada de amor, con la disponibilidad para dejar que Dios actúe en la pequeñez de mi vida y ser testigo de Jesús, para no dejar de repetir el Magnificat, para no caer en el desaliento, para estar siempre disponible a lo que disponga Dios! ¡María, Madre, ruega por nosotros en este día de soledad!
Hoy, acompañando en el silencio a María, la música de esta sección también se silencia.
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