ORAR CON EL CORAZÓN ABIERTO
Meditaciones diarias para un sincero diálogo con Dios
Segundo sábado de enero con María en el corazón. Resuenan todavía en mi interior los ecos de la Navidad que hemos dejado atrás. Sin embargo, me siguen embargando de emoción los pequeños detalles que nos deja María. Gestos hermosos y simples que tienen su máxima expresión en el nacimiento de Jesús. Lucas lo dice en breves palabras: dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre. Las buenas nuevas son proclamadas a los pastores, los ángeles cantan la gloria de Dios y anuncian la paz en la tierra.
Uno se imagina a María sorprendida por el gran misterio de la Encarnación y, en el silencio de su corazón, cómo acogió aquel acontecimiento extraordinario hasta que dio a luz a Jesús. Uno se imagina su rostro y observa en él la ternura y el consuelo de Dios. Uno piensa en María y ve en Ella la misericordia de Dios, la esperanza que surge de Él. Uno contempla la figura de María y vivifica esa intimidad unida a su Hijo. En el misterio de la maternidad divina de María te embarga la emoción solo de pensar que Dios se hace hijo de la humanidad, sin privilegio alguno, por medio de María; que Dios asume con amor la pobreza del hombre y se entegra con humildad a través de la Virgen.
No dejo de pensar en estos días que Dios tiene una Madre. La Madre de Jesús. Mi propia Madre. La Virgen que es auxilio de los cristianos, que es el consuelo mismo del hombre, que es el pilar vivo de la catolicidad del ser humano, que es el testimonio del sí amoroso y generoso a Dios, que es la compañía incondicional que nunca falla.
Y algo que me llena de emoción profunda. Que ese misterio de amor que es María es algo íntimamente unido a mi. Yo también puedo ser cuna de Dios por medio de María donde repose el amor, el perdón, la generosidad, la paz, el consuelo, la esperanza, la misericordia, la entrega, el servicio, la humildad… Como hizo con Ella dejarle hacer a Él en mi, con la explícita colaboración del Espíritu Santo. ¡Gran misterio de amor que no quiero olvidar en este año que avanza con el aliento de Dios y el cuidado maternal de María!
¡María, concédeme la gracia de adentrarme cada día en el Misterio de tu Hijo, asomarme a través tuyo a la verdad que encierra su presencia entre nosotros, hacerme cercano a los que me rodean, a ser ternura de Dios en el otro, a ser humilde como lo fuiste tu! ¡Por medio tuyo, María, quisiera ser partícipe de la bondad maternal de Dios, auxilio para el que sufre, consuelo para el desesperado, ayuda para el necesitado! ¡Ayúdame, María, a cultivar el amor con generosidad tal y como hiciste tu con todos los que se cruzaron en tu camino! ¡Concédeme mirar siempre al prójimo con la ternura de tu sonrisa y la esperanza de tu amor! ¡Tu que eres el gran don del amor de Dios hazte muy presente en mi vida y en la vida de todos los hombres y mujeres del mundo! ¡Vela, María, sobre todos nosotros, reina en nuestras familias junto a tu Hijo, protege a todos cuantos necesitan tu consuelo y tu auxilio, especialmente aquellos que sufren dificultades y enfermedades! ¡Ayúdame a ser también el rostro de la ternura y del consuelo de Dios en el prójimo! ¡Permíteme ser tomo tu y vivir íntimamente unido a tu Hijo Jesucristo! ¡Quiero, María, ser cuna de Dios, acogerlo cada día en mi corazón y a no dejar de sorprenderme cada día por lo que representa su nacimiento! ¡Que nunca deje de sorprenderme por la grandeza, la esperanza y las promesas que vienen de Dios! ¡Y como tu, María, durante las horas difíciles, ayúdame a guardarlo todo en el corazón y meditarlo en el silencio de la oración para aceptar con confianza y esperanza los planes que Dios tiene pensados para mí!
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